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Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
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Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Vienen con la Tormenta- Día 2 del mes II
Con Stannis Baratheon
Los sabios señores que trataban de mantener a los hombres sanos se arremolinaron alrededor de Lord Baratheon. El muchacho estaba pálido, con la mirada al techo y temblando. Parecía no escuchar cuando le hablaban y con eso, ellos no vieron una buena señal. El maestre Cressen ingresó al lugar totalmente desencajado ante la escena. Rapidamente tomó un paño mojado y comenzó a limpiar la frente del joven.
-Saquenle la armadura - ordenó a los soldados presentes quienes habían llevado al joven ciervo dentro de Bastión. -Necesito ver sus heridas. ¿Estaba la flecha envenenada? - preguntó el maestre a otro aprendiz que poco y nada sabía de medicinas. Sin embargo, desde su trabajo como escudero, había prestado su oído al anciano más de una vez y posiblemente, algo había aprendido.
-No parece que esté envenenada. Pero debemos evitar que se infecte - dijo trayendo una bandeja de plata con varios utensillos. -Encenderé el fuego, maestre. Lord Stannis está temblando.-
El anciano apretó los labios. -No es por frío-
Con los utensillos junto a él comenzó a tratar de cerrar la herida. Necesitó que uno de los soldades limpiase la misma con agua mientras pedía que trajesen leche de amapola para darle a Stannis de beber. Mientras la sangre caía con el agua tiñéndola de rojo, el anciano sintió como sus manos temblorosas se volvían más traicioneras que nunca. Temblaba y a la vez notaba como algo le oprimía el pecho. Ese muchacho postrado ante él había sido como su hijo. Siempre amó a los niños de Steffon Baratheon pero Stannis fue siempre su favorito. Algo en el temperamento distante del muchacho lo hacía sentir que cargaba una cruz más pesada que sus hermanos y por esa razón, no había dudado nunca en tratar de darle su apoyo dentro de lo que el muchacho le permitía. Recordó ese momento en que el muchacho, con un espíritu poderoso y determinado se había empeñado en salvar a un ave de la muerte y, Cressen supo que si el Desconocido se le hubiese presentado en ese momento, Stannis se le habría plantado sin dudarlo. Había algo en ese muchacho que lo hacía admirable y por eso, cuando lo vio salir tan encolerizado hacia la batalla, sintió que podría ser víctima de una jugarreta del destino.
-Lord Stannis, no debe morir. No puede permitirse morir, no ahora. -decía a la vez que sus manos temblaban. El hilo negro pasaba por el cuello del muchacho en el costado derecho abriendo la piel con una aguja y delineando de forma inquietante algo que sería una cicatriz marcada. Un centimetro más arriba, otro más al costado y no habrian llevado a un ciervo moribundo a Bastión.
-Maestre Cressen, cayó del caballo. ¿No deberíamos?...- el anciano escuchó a uno de los soldados pero negó sin dejar de ver la herida que estaba tratando de coser con su pulso inquieto - Primero debemos salvarle la vida. Luego veremos lo demás.-
Stannis sentiría como los ojos se cerraban. El frío de su cuerpo ya era imposible de notarse pero mientras el escudero encendía el fuego a su lado, todas las voces se perdían haciendose una. Escuchaba y a la vez, no. En su mente, la playa lejana estaba ante él y volvió a recordar el momento en que sus ojos se perdieron en el oceano por primera vez. Un barco a lo lejos y una tormenta cayendo sobre él. El barco que era consumido por las aguas malditas, llevandose aquellas personas que él había amado.
¿Recuerdas ese momento, Stannis Baratheon? ¿Recuerdas el momento en tu fe se quebró?
-Saquenle la armadura - ordenó a los soldados presentes quienes habían llevado al joven ciervo dentro de Bastión. -Necesito ver sus heridas. ¿Estaba la flecha envenenada? - preguntó el maestre a otro aprendiz que poco y nada sabía de medicinas. Sin embargo, desde su trabajo como escudero, había prestado su oído al anciano más de una vez y posiblemente, algo había aprendido.
-No parece que esté envenenada. Pero debemos evitar que se infecte - dijo trayendo una bandeja de plata con varios utensillos. -Encenderé el fuego, maestre. Lord Stannis está temblando.-
El anciano apretó los labios. -No es por frío-
Con los utensillos junto a él comenzó a tratar de cerrar la herida. Necesitó que uno de los soldades limpiase la misma con agua mientras pedía que trajesen leche de amapola para darle a Stannis de beber. Mientras la sangre caía con el agua tiñéndola de rojo, el anciano sintió como sus manos temblorosas se volvían más traicioneras que nunca. Temblaba y a la vez notaba como algo le oprimía el pecho. Ese muchacho postrado ante él había sido como su hijo. Siempre amó a los niños de Steffon Baratheon pero Stannis fue siempre su favorito. Algo en el temperamento distante del muchacho lo hacía sentir que cargaba una cruz más pesada que sus hermanos y por esa razón, no había dudado nunca en tratar de darle su apoyo dentro de lo que el muchacho le permitía. Recordó ese momento en que el muchacho, con un espíritu poderoso y determinado se había empeñado en salvar a un ave de la muerte y, Cressen supo que si el Desconocido se le hubiese presentado en ese momento, Stannis se le habría plantado sin dudarlo. Había algo en ese muchacho que lo hacía admirable y por eso, cuando lo vio salir tan encolerizado hacia la batalla, sintió que podría ser víctima de una jugarreta del destino.
-Lord Stannis, no debe morir. No puede permitirse morir, no ahora. -decía a la vez que sus manos temblaban. El hilo negro pasaba por el cuello del muchacho en el costado derecho abriendo la piel con una aguja y delineando de forma inquietante algo que sería una cicatriz marcada. Un centimetro más arriba, otro más al costado y no habrian llevado a un ciervo moribundo a Bastión.
-Maestre Cressen, cayó del caballo. ¿No deberíamos?...- el anciano escuchó a uno de los soldados pero negó sin dejar de ver la herida que estaba tratando de coser con su pulso inquieto - Primero debemos salvarle la vida. Luego veremos lo demás.-
Stannis sentiría como los ojos se cerraban. El frío de su cuerpo ya era imposible de notarse pero mientras el escudero encendía el fuego a su lado, todas las voces se perdían haciendose una. Escuchaba y a la vez, no. En su mente, la playa lejana estaba ante él y volvió a recordar el momento en que sus ojos se perdieron en el oceano por primera vez. Un barco a lo lejos y una tormenta cayendo sobre él. El barco que era consumido por las aguas malditas, llevandose aquellas personas que él había amado.
¿Recuerdas ese momento, Stannis Baratheon? ¿Recuerdas el momento en tu fe se quebró?
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Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Para cuando hubo recuperado mínimamente la consciencia ya se encontraba bajo techo, tendido sobre un espacio firme y rodeado por numerosos hombres de media y avanzada edad. Todos hablaban, tanto entre ellos como a Stannis, aunque este apenas conseguía percibir un tenue murmullo de voz, ensordecido también por un aguzante e incesante dolor en la parte colateral del cuello, palpitante; que cada vez iba a más. Uno de ellos los encabezaba, y logró reconocerlo escabrosamente una vez se le acercó a mojarle con agua la frente: el mismísimo maestre Cressen, su mentor y segundo padre.
Lo último que recordaba era haber caído del caballo mientras el cielo oscurecía y la penumbra se cernía sobre él. La victoria había sido aplastante, diligente, rotunda; en ningún momento pudiera haber imaginado el Joven Venado que una saeta perdida pudiera haberle fatídicamente alcanzado entre toda la barahúnda de carne y acero. Una extraordinaria pero fatídica contingencia. Una maldita casualidad.
Ahora temblaba y tiritaba con fiereza y descontrol, se encontraba fuera de sí. Su mirada, irremediablemente fija en el techo, comenzó a nublarse poco a poco hasta únicamente poder vislumbrar un turbio destello blanco. Ni siquiera pudo responder ante el agravio que supuso el hecho de que le obligaran a tomar la leche de la amapola sin su permiso. El suplicio comenzó a extenderse: del cuello al resto de su cuerpo; el dolor ya no era aguzante, sino uniforme y oprimente. Se encontraba fuera de sí. Apenas ya podía distinguir donde se encontraba, con quién se encontraba, qué había pasado, quién era. Cerró los ojos, exhaló aire y comenzó a dejarse llevar por el desvarío.
Volvía a ser un niño. Veía a su hermano Robert, el mayor: extrovertido y carismático, un guerrero envidiablemente talentoso y prometedor. Luego llegó Renly, el pequeño: encantador y adorable, su antítesis. Mientras tanto Stannis, el mediano, siempre en el medio: a la sombra del primero, y eclipsado el segundo.
Una voz comenzaba a hablarle. Una voz lejana, contemplativa, mística; pero también pesarosa y traumática. — No. —Se decía para sí. Pero mentía. Sí lo recordaba. Y tanto que lo recordaba. De hecho, el delirio le transportó hasta el fatídico día: era una noche borrascosa y la tormenta arrecía con fiereza. Stannis y Robert observaban desde uno de los más altos baluartes de Bastión de Tormentas. La Orgullo del Viento no resistió al temporal y encalló contra las rocas, hundiéndose en la tempestad y llevándose consigo la vida de cientos de buenas personas, y de dos en especial. — Dioses impíos. No. No. No pueden existir Dioses tan crueles y despiadados como para permitir tal calamidad. No. No pueden existir. No es justo.
Pero ya daba igual. Todo daba igual. Robert, Renly, Cressen: los había perdido a todos, para siempre. O mejor dicho, ellos le habían perdido. Aunque no tenía nada claro que llegase a resultar una gran pérdida, al menos, emocionalmente.
Ahora, Cassana y Steffon le esperaba. La primera le sonreía con complicidad, solo como una buena madre lo haría; el segundo, le esperaba con los brazos abiertos y gritaba con alborozo su nombre, como hacía antaño, cada vez que volvía a casa de un largo viaje. Como nunca ocurrió aquella fatídica noche de Tormenta.
— Padre, madre. —Les decía, mientras comenzaba a notar cómo se desprendía de su cuerpo y comenzaba a volar, lejos, fuera de aquel mundo. — Ya estoy cerca. Esperadme. Ya voy con vosotros.
Lo último que recordaba era haber caído del caballo mientras el cielo oscurecía y la penumbra se cernía sobre él. La victoria había sido aplastante, diligente, rotunda; en ningún momento pudiera haber imaginado el Joven Venado que una saeta perdida pudiera haberle fatídicamente alcanzado entre toda la barahúnda de carne y acero. Una extraordinaria pero fatídica contingencia. Una maldita casualidad.
Ahora temblaba y tiritaba con fiereza y descontrol, se encontraba fuera de sí. Su mirada, irremediablemente fija en el techo, comenzó a nublarse poco a poco hasta únicamente poder vislumbrar un turbio destello blanco. Ni siquiera pudo responder ante el agravio que supuso el hecho de que le obligaran a tomar la leche de la amapola sin su permiso. El suplicio comenzó a extenderse: del cuello al resto de su cuerpo; el dolor ya no era aguzante, sino uniforme y oprimente. Se encontraba fuera de sí. Apenas ya podía distinguir donde se encontraba, con quién se encontraba, qué había pasado, quién era. Cerró los ojos, exhaló aire y comenzó a dejarse llevar por el desvarío.
Volvía a ser un niño. Veía a su hermano Robert, el mayor: extrovertido y carismático, un guerrero envidiablemente talentoso y prometedor. Luego llegó Renly, el pequeño: encantador y adorable, su antítesis. Mientras tanto Stannis, el mediano, siempre en el medio: a la sombra del primero, y eclipsado el segundo.
Una voz comenzaba a hablarle. Una voz lejana, contemplativa, mística; pero también pesarosa y traumática. — No. —Se decía para sí. Pero mentía. Sí lo recordaba. Y tanto que lo recordaba. De hecho, el delirio le transportó hasta el fatídico día: era una noche borrascosa y la tormenta arrecía con fiereza. Stannis y Robert observaban desde uno de los más altos baluartes de Bastión de Tormentas. La Orgullo del Viento no resistió al temporal y encalló contra las rocas, hundiéndose en la tempestad y llevándose consigo la vida de cientos de buenas personas, y de dos en especial. — Dioses impíos. No. No. No pueden existir Dioses tan crueles y despiadados como para permitir tal calamidad. No. No pueden existir. No es justo.
Pero ya daba igual. Todo daba igual. Robert, Renly, Cressen: los había perdido a todos, para siempre. O mejor dicho, ellos le habían perdido. Aunque no tenía nada claro que llegase a resultar una gran pérdida, al menos, emocionalmente.
Ahora, Cassana y Steffon le esperaba. La primera le sonreía con complicidad, solo como una buena madre lo haría; el segundo, le esperaba con los brazos abiertos y gritaba con alborozo su nombre, como hacía antaño, cada vez que volvía a casa de un largo viaje. Como nunca ocurrió aquella fatídica noche de Tormenta.
— Padre, madre. —Les decía, mientras comenzaba a notar cómo se desprendía de su cuerpo y comenzaba a volar, lejos, fuera de aquel mundo. — Ya estoy cerca. Esperadme. Ya voy con vosotros.
Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Vienen con la Tormenta- Día 2 del mes II
Con Stannis Baratheon
El cuerpo de Stannis Baratheon comenzó a temblar. El Maestre Cressen rapidamente acudió a él para tratar de detener aquella terrible convulsión mientras indicaba a los soldados que le ayudasen a sostener a Stannis y mantenerlo quieto.
-¡Si se sigue moviendo, se abrirá la herida! - gritó. El escudero se lanzó sobre la parte superior de Stannis mientras uno de los soldados buscó sostener su cabeza. La sangre que había perdido podría haber causado un problema cerebral pero era imposible saberlo.
Los gritos del maestre se perdieron en los pasillos pero Stannis lejos estaba de poder escucharlos. En su mente todo comenzaba a ser lo que una vez fue. Podía ver el semblante severo de su padre y reconocer que había un aire tan notorio a su hermano mayor que se tornaba incomodo. Pero en ese instante las cosas no eran cómodas o incomodas, simplemente eran.
Stannis vio por un momento esa playa y la visión de sus padres se remontó a otra. Era el rostro del hombre que lo había acusado de no ser Lord de nada. Jeor Tormenta, quien había comenzado todo. ¿Qué había en ese hombre que tanto odio parecía tenerle? Sus dientes podridos, su mirada enfurecida y su dedo señalandole.
¿Por qué recordar a ese hombre hacia arder su sangre? ¿Qué le había dicho que había activado su lado más primitivo?
La mente de Stannis fue cubierta por un vacío completo. Lentamente la respiración comenzaba a acortarse. Debía separar los labios para poder liberar el aire atrapado en sus pulmones y lo único que escuchaba era el palpitar de su corazón en un mundo donde solo existía oscuridad.
Desde la puerta, Renly Baratheon observaba. A su pequeña edad, apenas pudo formular palabra. Cuando Cresser lo vio, exigió que se lo llevasen. Mientras uno de los soldados se llevaba al pequeño, Cresser colocó su oído en el pecho del Baratheon mediano. Sus ojos parecían vidriosos enfocados en el punto más lejano del techo del lugar.
-¡Está muriendo! - gritó desesperado. - Lord Stannis...¡Stannis, por los Dioses, no!- empezó a decir con tanta fuerza en su voz, que ésta llegó a la habitación que estaba pasando el pasillo.
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Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Stannis acudía raudo al encuentro con sus padres, con el candor y la inocencia del niño que murió por dentro el día del fatal naufragio. Ahora se desprendía en cuerpo y alma de su ser para abandonar aquel mundo, cruel e inhumano, al que tanto había tratado de dar y que tan mal le había tratado.
Sin embargo a medida que se acercaba, una distante destello blanco emborronaba el camino. A medida que se acercaba, más lejos estaban Steffon y Cassana de él. Y de pronto desaparecieron. Y el destello blanco comenzó a oscurecer, y para cuando quiso darse cuenta se encontraba de nuevo en Bastión de Tormentas, en el transcurso de una noche borrascosa y huracanada; diluviaba con rigor, y el mar, embravecido, colisionaba con fiereza contra las escarpadas costas de la Bahía de los Naufragios.
Pero aquel no era el día en el que murieron sus padres. Stannis no se encontraba en los baluartes de Bastión junto a Robert sino en la costa; sólo, rodeado de sombras. Ya no era un niño, si no un joven lozano e intrépido. Sobre su montura y empuñando un acero, pudo distinguir de entre todas las sombras antropomórficas una cuya faz y semblante reconocía, y le resultaban terriblemente familiares: tenía un rostro atrozmente marcado por cicatrices, dientes podridos y una mirada enfurecida y colérica. Su dedo, acusador, señalaba al Joven Venado, mientras blasfemaba en dirección a este sin consideración. "¡Ataquen al Mediano! ¡Él no es el Lord de nada!".
Stannis enfureció. Espoleó su montura y se encumbró a arremeter contra aquella odiosa sabandija, pero de repente, un grito retumbó a sus espaldas. El grito de un hombre mayor, clamando su nombre. El Lord de nada frenó en seco cuando ya era demasiado tarde: una lluvia de saetas volaron de ningún lado, un diluvio de flechas que, sin compasión, se clavaron en las carnes del Baratheon, haciéndolo clamar de suplicio antes de caer al albero de la playa y perder el conocimiento, y la vida.
De repente el dolor volvió. Aguzante e ininterrumpido en la parte lateral del cuello, a ráfagas más lacerantes que nunca. No conseguía dilucidar dónde estaba, ni que ocurría a su alrededor. Tenía los oídos totalmente entumecidos y los ojos borrosos, al borde de la ceguera: únicamente distinguía un techo empedrado, y voces distantes sobre y junto a él: gritos y clamores, y algún llanto lejano. Instintivamente trató de rechinar los dientes; en balde, únicamente logró mover torpemente la mandíbula y articular algún sonido irrisorio debido al insondable dolor punzante que afligía con intensidad. Tal era que sintió como una arcada henchida le subía por el esófago, desistiendo casi al final debido a la impotencia. Los párpados le pesaban, y el suplicio era cada vez más insoportable; tenía frío, mucho frío. Acabó desistiendo y tornó los ojos. Pero ya no deliraba. Tenía la mente en blanco, y no sentía más que el ritmo de su respiración y el aire que entraba a sus pulmones y salía con dificultades de su boca, y la monótona cadencia de los latidos de su corazón. Todo era oscuro: pero se trataba de una oscuridad confortante, conciliadora, lenitiva. En paz consigo mismo, Stannis se preparó para morir.
Sin embargo a medida que se acercaba, una distante destello blanco emborronaba el camino. A medida que se acercaba, más lejos estaban Steffon y Cassana de él. Y de pronto desaparecieron. Y el destello blanco comenzó a oscurecer, y para cuando quiso darse cuenta se encontraba de nuevo en Bastión de Tormentas, en el transcurso de una noche borrascosa y huracanada; diluviaba con rigor, y el mar, embravecido, colisionaba con fiereza contra las escarpadas costas de la Bahía de los Naufragios.
Pero aquel no era el día en el que murieron sus padres. Stannis no se encontraba en los baluartes de Bastión junto a Robert sino en la costa; sólo, rodeado de sombras. Ya no era un niño, si no un joven lozano e intrépido. Sobre su montura y empuñando un acero, pudo distinguir de entre todas las sombras antropomórficas una cuya faz y semblante reconocía, y le resultaban terriblemente familiares: tenía un rostro atrozmente marcado por cicatrices, dientes podridos y una mirada enfurecida y colérica. Su dedo, acusador, señalaba al Joven Venado, mientras blasfemaba en dirección a este sin consideración. "¡Ataquen al Mediano! ¡Él no es el Lord de nada!".
Stannis enfureció. Espoleó su montura y se encumbró a arremeter contra aquella odiosa sabandija, pero de repente, un grito retumbó a sus espaldas. El grito de un hombre mayor, clamando su nombre. El Lord de nada frenó en seco cuando ya era demasiado tarde: una lluvia de saetas volaron de ningún lado, un diluvio de flechas que, sin compasión, se clavaron en las carnes del Baratheon, haciéndolo clamar de suplicio antes de caer al albero de la playa y perder el conocimiento, y la vida.
De repente el dolor volvió. Aguzante e ininterrumpido en la parte lateral del cuello, a ráfagas más lacerantes que nunca. No conseguía dilucidar dónde estaba, ni que ocurría a su alrededor. Tenía los oídos totalmente entumecidos y los ojos borrosos, al borde de la ceguera: únicamente distinguía un techo empedrado, y voces distantes sobre y junto a él: gritos y clamores, y algún llanto lejano. Instintivamente trató de rechinar los dientes; en balde, únicamente logró mover torpemente la mandíbula y articular algún sonido irrisorio debido al insondable dolor punzante que afligía con intensidad. Tal era que sintió como una arcada henchida le subía por el esófago, desistiendo casi al final debido a la impotencia. Los párpados le pesaban, y el suplicio era cada vez más insoportable; tenía frío, mucho frío. Acabó desistiendo y tornó los ojos. Pero ya no deliraba. Tenía la mente en blanco, y no sentía más que el ritmo de su respiración y el aire que entraba a sus pulmones y salía con dificultades de su boca, y la monótona cadencia de los latidos de su corazón. Todo era oscuro: pero se trataba de una oscuridad confortante, conciliadora, lenitiva. En paz consigo mismo, Stannis se preparó para morir.
Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Cada paso que daba le recordaba a los sueños. Ese estado en el cuál hombres y mujeres se pierden en un mundo que parece alternativo. Aquel mundo donde de las paredes emergen los fantasmas y aun así, nunca llegan a tocarnos. Pero en el caso de Melara, ella no tenia miedo de esos muros y sabía que no habría fantasmas en ellos. Cuando posó sus ojos claros, transparentes como el agua sobre la mesa donde estaba acomodado el Lord, su mano sana se aferró al umbral de la puerta. Aun así, se mantuvo de pie, estoíca. Veía la figura de Stannis Baratheon postrada pero, a su vez, veía algo más allá.
Un ciervo herido en el cuello; un ciervo que volvía a levantarse...
Sangre diferente, linaje particular, magia en la que no creía. Una sola vez quiso creer que era capaz de salvar una vida y fue ante la enfermedad de su padre, Damon Morrigen. Día y noche, junto a él, observando cual testigo silencioso como una enfermedad terrible lo consumía. Con los días Damon dejó de parecerse al hombre alto y grande que era. Con los días se volvió pequeño y cansado llegando ese instante en el cual la muerte parece ser más piadosa que todo lo demás y que uno se siente egoísta por desear mantenerlo en el mundo de los vivos.
En ese momento ella había querido creer que sus manos servían para algo más que blandir una espada y aprendió que la magia y los dioses lejos estaban de acercarse.
—No puedo hacer nada...— solo ella se escuchaba decir aquello mientras veía a los soldados observar con pena aquello que debía de ser un cadaver. Notaba como el anciano lloraba y sentía deseos de volver a nido de Cuervos, a la seguridad de su propia fortaleza. Pero algo parecía decirle que no había mejor sitio para ella en todo Poniente que aquél donde estaba en ese momento.
Sentía las punzadas en su mano y de nuevo, esa duda que le ahogaba surgía en su cabeza — No puedo siquiera sanar mi mano. Debo irme de aquí. Lord Baratheon ha muerto—
Por un instante se giró y dio la espalda a la escena. Sus pies se congelaron en el umbral y bajó la cabeza al suelo. Recordó el momento en que vio a Stannis siendo alcanzado por una flecha y como su primer reacción había sido bajar del caballo para ayudarle. ¿Eso era lo que tenía que hacer? Pero había fallado al ayudarle una vez. ¿Cómo podía ayudar ahora que él había muerto?
Cerró los ojos y se llevó la mano sana al rostro cubierto de polvo, liberando un suspiro tembloroso. Apretó los labios y se volteó con fiereza. Sus cabellos negros se mecieron en un salvaje huracán mientras caminaba decidida hacia Lord Stannis Baratheon. Evitó ver a cualquiera de los presentes. No notó ni al anciano ni a los soldados. Marcus detrás de ella veía estupefacto desde la puerta sin entender qué iba a hacer. ¿Hablarle? No eran tan cercanos. ¿Llorar junto a él ? Definitivamente era menos probable.
—¿Melara? —olvidó que era Lord como debía llamarle pero la mujer de cabellos negros lejos estaba de escucharlo.
—Stannis Baratheon, primero en su nombre. Heredero de las Tormentas...— sus labios temblaban y su mano sana se colocó donde estaba la cicatriz cocida en hilos negros que el maestre había realizado. Era áspera despues de haberla usado en combates, lejos estaba de ser suave pero en ese momento temblaba como si lo fuese. Cual doncella tocando a un hombre que no conoce más allá de notarse en su mirada la determinación— ...He visto un ciervo levantarse con una herida que era mortal. Vi un ciervo sombrío caminar entre los hombres de nuevo y dirigirlos. Le he visto pelear en las llamas de mis sueños. Lord Stannis, lo he visto caminar en un barco que pretendía llevarlo al otro mundo y volver de éste victorioso. Lo he visto morir y lo veo vivir... —
Bajó su rostro al rostro de él y posó ambas manos sobre la herida de su cuello. La sangre de Melara se mezcló con la de Stannis y los labios de ella rozaron su frente transpirada.
—...blandiendo en sus manos una espada en llamas para cubrirnos del mal porque la noche es oscura y alberga terrores—
Un ciervo herido en el cuello; un ciervo que volvía a levantarse...
Sangre diferente, linaje particular, magia en la que no creía. Una sola vez quiso creer que era capaz de salvar una vida y fue ante la enfermedad de su padre, Damon Morrigen. Día y noche, junto a él, observando cual testigo silencioso como una enfermedad terrible lo consumía. Con los días Damon dejó de parecerse al hombre alto y grande que era. Con los días se volvió pequeño y cansado llegando ese instante en el cual la muerte parece ser más piadosa que todo lo demás y que uno se siente egoísta por desear mantenerlo en el mundo de los vivos.
En ese momento ella había querido creer que sus manos servían para algo más que blandir una espada y aprendió que la magia y los dioses lejos estaban de acercarse.
—No puedo hacer nada...— solo ella se escuchaba decir aquello mientras veía a los soldados observar con pena aquello que debía de ser un cadaver. Notaba como el anciano lloraba y sentía deseos de volver a nido de Cuervos, a la seguridad de su propia fortaleza. Pero algo parecía decirle que no había mejor sitio para ella en todo Poniente que aquél donde estaba en ese momento.
Sentía las punzadas en su mano y de nuevo, esa duda que le ahogaba surgía en su cabeza — No puedo siquiera sanar mi mano. Debo irme de aquí. Lord Baratheon ha muerto—
Por un instante se giró y dio la espalda a la escena. Sus pies se congelaron en el umbral y bajó la cabeza al suelo. Recordó el momento en que vio a Stannis siendo alcanzado por una flecha y como su primer reacción había sido bajar del caballo para ayudarle. ¿Eso era lo que tenía que hacer? Pero había fallado al ayudarle una vez. ¿Cómo podía ayudar ahora que él había muerto?
Cerró los ojos y se llevó la mano sana al rostro cubierto de polvo, liberando un suspiro tembloroso. Apretó los labios y se volteó con fiereza. Sus cabellos negros se mecieron en un salvaje huracán mientras caminaba decidida hacia Lord Stannis Baratheon. Evitó ver a cualquiera de los presentes. No notó ni al anciano ni a los soldados. Marcus detrás de ella veía estupefacto desde la puerta sin entender qué iba a hacer. ¿Hablarle? No eran tan cercanos. ¿Llorar junto a él ? Definitivamente era menos probable.
—¿Melara? —olvidó que era Lord como debía llamarle pero la mujer de cabellos negros lejos estaba de escucharlo.
—Stannis Baratheon, primero en su nombre. Heredero de las Tormentas...— sus labios temblaban y su mano sana se colocó donde estaba la cicatriz cocida en hilos negros que el maestre había realizado. Era áspera despues de haberla usado en combates, lejos estaba de ser suave pero en ese momento temblaba como si lo fuese. Cual doncella tocando a un hombre que no conoce más allá de notarse en su mirada la determinación— ...He visto un ciervo levantarse con una herida que era mortal. Vi un ciervo sombrío caminar entre los hombres de nuevo y dirigirlos. Le he visto pelear en las llamas de mis sueños. Lord Stannis, lo he visto caminar en un barco que pretendía llevarlo al otro mundo y volver de éste victorioso. Lo he visto morir y lo veo vivir... —
Bajó su rostro al rostro de él y posó ambas manos sobre la herida de su cuello. La sangre de Melara se mezcló con la de Stannis y los labios de ella rozaron su frente transpirada.
—...blandiendo en sus manos una espada en llamas para cubrirnos del mal porque la noche es oscura y alberga terrores—
Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Vienen con la Tormenta- Día 2 del mes II
Con Stannis Baratheon y Melara Morrigen
Stannis se sintió a sí mismo envuelto por las heladas paredes de Bastión de Tormentas pero a diferencia de la realidad, nadie estaba a su lado. Él permanecía desnudo en una mesa a la vez que cada luz de cada antorcha se apagaba suavemente y había olvidado lo que era el miedo, esperando solo el final. Su mente comenzaba a desprenderse de los recuerdos y perdía el sentido de los nombres mismos. Se desapegaba de Crasser, de sus hermanos y tambien de todo lo que había añorado. Lejos de él, ante sus ojos vio un ave acercarse y en ella reconoció la muerte siendo lo único que podía ver en medio de la perpetua oscuridad.
El corazón de Stannis Baratheon dejó de latir y las llamas de sus ojos se apagaron. Su boca semiabierta así como sus ojos dejaba una imagen terrible para los presentes que observaban a su Lord abandonar la vida. Cressen sintió como las piernas le temblaban y llegó a perder la fuerza de éstas. El joven escudero se acercó rapidamente a tomarlo, acción a la que le ayudó Marcus, vocero de Morrigen cuando notó impactado esa cruel realidad.
Y la voz profunda de la mujer cuervo acarició el oído del joven ciervo muerto y en medio del silencio y la oscuridad, Stannis vio la forma del ave que se acercaba. Alcanzó a distinguir un cuervo que empezaba a brillar ante sus ojos y cual saeta de fuego le atravesaba el cuello.
El gran Maestre fue ayudado por los soldados y Ser Marcus le liberó de sus manos para acercarse a Melara Morrigen quien en un intento descabellado narraba palabras que nadie entendía ante los oídos de alguien que no le escuchaba.
Porque Stannis Baratheon, heredero de la Tormenta, quien había olvidado todo en aquel momento en que se acercó a la muerte y entabló una conversación silenciosa con el Desconocido había muerto.
Pero entonces el joven ciervo mediano volvía a sentir dolor y su corazón volvía a palpitar enloquecido. El aire entraba en sus pulmones y éstos se hinchaban mientras temblaba de pies a cabeza. Un alarido agonizante envolvió la habitación y Melara liberaba el rostro del muchacho presa del terror, sintiendo ella misma la herida de su propia mano arder como si su sangre fuese fuego.
La sangre del cuervo se mezcló con la del ciervo y Stannis Baratheon, quien había muerto por unos segundos, volvía a respirar.
Cressen se reincorporó y la dicha de su corazón fue grande. Los ojos del anciano, ahora cubiertos de lágrimas volvían a tratar de ayudar con el dolor del joven. El despertar fue brutal, permitiendole a Stannis ver a todos los presentes a su alrededor. Sin embargo, su cuerpo estaba cansado, su mente atontada y su espíritu dañado. Respiró un par de veces y volvió a dejarse descansar. La leche de amapola empezaba a hacer efecto y la presencia del Desconocido empezaba a sentirse cada vez más lejos.
Muchos dirían que fue porque el corazón había deseado volver a palpitar y atribuirían eso al espíritu poderoso y la temible fuerza de voluntad de Stannis Baratheon. Otros dirían que hubo una mano ajena en aquello y que Stannis había sido vuelto a la vida con magia.
Hombres que hablan; el que cree con el que no. Dioses o magia; sueño o realidad; verdad o mentira. Nadie jamás sabría la verdad pero existía una unica realidad a lo que sucedió en Bastión de la Tormenta aquella noche: Stannis Baratheon murió y volvió a vivir.
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Re: Trama Venimos con la Tormenta: El ciervo caído.
Cuando la oscuridad le rodeaba y el vacío eterno le invitaba a caer como en un precipicio a su poso sin final, Stannis se convenció de que la muerte no era tan mala como decían, o como esperaba. Ya había perdido el miedo. La auto condolencia, el pánico, la incertidumbre... todo sentimiento comenzaba a esfumarse de la mente del Joven Venado, se esfumaban como sueños de primavera. La concepción de sí mismo, de la realidad, de todo y cuánto le rodeaba, le había ocurrido y le ocurría. Cressen, Robert, Renly: se despegó de él todo recuerdo, toda añoranza, toda concepción de aquello a lo que había llegado a amar y querer en vida.
En su mente sólo reinaban el vacío y la armonía. Y una sumisa sensación de sosiego y paz: inconscientemente, se había preparado para el final.
Y de la oscuridad, repentinamente, surgió una figura negra. De figura antropomórfica, sombrío, tenebroso: la irrefutable silueta del Desconocido. ¿Qué hacía allí? Stannis era ateo. ¿Acaso había estado engañado todos estos años? ¿Acaso esto no era más que un castigo de Los Siete por su comportamiento impío? Ya daba igual; había venido a buscarle, y no había marcha atrás. La muerte personificada: se acercaba hacia él, como un lúgubre y tenue destello lejano. Y de repente, abrió las alas.
Y pronto se dio cuenta de que no era una silueta humana la que le venía a buscar, si no un ave: un grajo. Un cuervo, que sin previo aviso, voló; dejando tras de sí una estela de lumbre y combustión, de fuego. "...porque la noche es oscura y alberga terrores"; una voz de mujer resonó a lo lejos. Stannis a penas tuvo tiempo de prestar atención al eco distante, pues para cuando quiso darse cuenta, el grajo negro arremetió contra él, cual saeta en llamas. Y en aquella ocasión, el dolor fue más intenso aún, más penetrante que nunca; pero a la vez, mitigador y aliviante. Y Resucitante.
El clamor al despertar fue intenso e incluso atemorizante para quien pudiera estar a su alrededor. Abrió los ojos con tanta violencia que poco faltó para que se salieran de sus órbitas; arqueó el torax e inhaló con ensañamiento, cargando sus pulmones de aire real, mientras su cuerpo volvía a temblar de nuevo, fuera de sí.
Le dio tiempo a mirar a su alrededor; ahora ya sí, con la vista límpida, y pudo reconocer a cuantos estaban en la sala: Cressen, el maestre, su mentor, su segundo padre. El joven escudero de Stannis, guarnicioneros y soldados de la Casa Baratheon. Todos ellos le observaban con entre temor y asombro, sin dar crédito a lo que veían. Había una mujer: era joven, y su cara le transmitía una familiaridad martirizante. Pudo observar su mano mutilada. Aunque al mirarla, como si de un vínculo se tratase, un dolor cegador atacó su tajo maltrecho del cuello. Se desmayó víctima de la tortura y la extenuación, y durmió durante minutos, horas, días.
¿Un milagro? ¿Un acto de voluntad? La explicación a aquel hecho extraordinario era lo de menos. Stannis Baratheon había muerto, se había ido para siempre. Ahora un nuevo hombre habitaba su cuerpo: un hombre nuevo, purificado, libre. Un hombre redivivo.
En su mente sólo reinaban el vacío y la armonía. Y una sumisa sensación de sosiego y paz: inconscientemente, se había preparado para el final.
Y de la oscuridad, repentinamente, surgió una figura negra. De figura antropomórfica, sombrío, tenebroso: la irrefutable silueta del Desconocido. ¿Qué hacía allí? Stannis era ateo. ¿Acaso había estado engañado todos estos años? ¿Acaso esto no era más que un castigo de Los Siete por su comportamiento impío? Ya daba igual; había venido a buscarle, y no había marcha atrás. La muerte personificada: se acercaba hacia él, como un lúgubre y tenue destello lejano. Y de repente, abrió las alas.
Y pronto se dio cuenta de que no era una silueta humana la que le venía a buscar, si no un ave: un grajo. Un cuervo, que sin previo aviso, voló; dejando tras de sí una estela de lumbre y combustión, de fuego. "...porque la noche es oscura y alberga terrores"; una voz de mujer resonó a lo lejos. Stannis a penas tuvo tiempo de prestar atención al eco distante, pues para cuando quiso darse cuenta, el grajo negro arremetió contra él, cual saeta en llamas. Y en aquella ocasión, el dolor fue más intenso aún, más penetrante que nunca; pero a la vez, mitigador y aliviante. Y Resucitante.
El clamor al despertar fue intenso e incluso atemorizante para quien pudiera estar a su alrededor. Abrió los ojos con tanta violencia que poco faltó para que se salieran de sus órbitas; arqueó el torax e inhaló con ensañamiento, cargando sus pulmones de aire real, mientras su cuerpo volvía a temblar de nuevo, fuera de sí.
Le dio tiempo a mirar a su alrededor; ahora ya sí, con la vista límpida, y pudo reconocer a cuantos estaban en la sala: Cressen, el maestre, su mentor, su segundo padre. El joven escudero de Stannis, guarnicioneros y soldados de la Casa Baratheon. Todos ellos le observaban con entre temor y asombro, sin dar crédito a lo que veían. Había una mujer: era joven, y su cara le transmitía una familiaridad martirizante. Pudo observar su mano mutilada. Aunque al mirarla, como si de un vínculo se tratase, un dolor cegador atacó su tajo maltrecho del cuello. Se desmayó víctima de la tortura y la extenuación, y durmió durante minutos, horas, días.
¿Un milagro? ¿Un acto de voluntad? La explicación a aquel hecho extraordinario era lo de menos. Stannis Baratheon había muerto, se había ido para siempre. Ahora un nuevo hombre habitaba su cuerpo: un hombre nuevo, purificado, libre. Un hombre redivivo.
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