Trama Venimos con la Tormenta: El cuervo herido

Los dedos de su mano derecha estaban helados. Podía sentir el hedor de la sangre de los hombres en su nariz y aun así no era eso lo que más asco le daba. Tenía ante ella un estigma de haber dado la espalda a un bandido mientras trataba de hacer algo por el Lord y ante eso se sentía idiota. Mientras el frío pasaba dentro de la fortaleza, el dolor volvía a su mano a la vez que peleaba consigo misma para hacer caso a las advertencias. La mente de Melara estaba lejos, reaccionando a ese momento que se llevó a cabo en la playa hacía minutos o quizás más. Recordó como Stannis fue tumbado del caballo con una flecha en su cuello y que, cuando intentó quitársela y evitar que se desangrase en la playa, un sonido la hizo voltear. ¿Un sonido en medio de tantos gritos? No, había sido otra cosa. Como un gato en medio de la nada que escucha el gruñido de un perro, así se sintió. Se giró antes de darse cuenta y buscó cubrirse con su propia mano de la puñalada que buscaba darle en el rostro. La hoja de la cuchilla pasó tan limpia que aún le generaba repulsión recordar ese momento. Mientras le quitaban a ese demente de encima, ella no dejaba de ver su propia mano derecha temblando y el dolor punzante, extrañamente no en la palma, sino en la muñeca.

Su mano se cerró sin poder controlar los dedos y una vez que se quitó la hoja ensangrentada, notó que escasamente algunos le respondían. Desesperada volvió a buscar a Stannis quien seguramente había muerto y entonces vio que lo llevaban a Bastión. Marcus fue quien hizo lo mismo con ella, creándose un grupo de hombres de Nido de cuervos que cubrían a su Lord y también su identidad. Le hablaba al oído pero ella escuchaba alrededor y notaba como varios de sus hombres creían que Stannis Baratheon había muerto. Sintió que todo el peso de su mundo caía sobre ella mientras era llevaba hacia la Fortaleza Baratheon puesto que ella había ido a ofrecer su ayuda y nada había logrado. ¿Tan inútil era?

Lo único que le quedaba ahora era volver a Nido de Cuervos como el Lord que no era. El dolor era estimulante puesto que debía darse al aun funcionar los nervios. Pero el pulgar no se doblaba. Lo que era frustración empezó a volverse temor y el temor se volvió terror.

Mientras Marcus le realizaba un torniquete, Melara se esforzaba por mover el pulgar pero este no respondía.
—¿Por qué no…?— temblaba —...¿Por qué no puedo controlar mi mano? —

Notó que sus labios temblaban y así como apretaba los mismos, buscaba con toda su fuerza mover el dedo pulgar, lo que hacía que su palma sangrase más. ¡Era su mano buena! ¡Aquella que le permitía portar una espada y usarla! Pero ante la presión del torniquete y la voz que buscaba tranquilizarla, Melara levantó la mirada. Sus ojos inquisidores se clavaron en Marcus y por alguna razón, pensó en su madre y sus terribles predicciones

— ¿Lord Baratheon está vivo?— Ella lo había visto y vio donde la flecha había impactado. Vio la sangre brotar de su cuello de forma similar a cuando veía venados ser cazados y degollados.

"Lo vengo soñando desde hace varios días, Melara. Un rayo del cielo que golpea la arena pero, no viene de la mano de los dioses. Por el contrario, es un hombre el que blande ese símbolo"

Lo que escuchaba no podía ser cierto. Una sensación de ahogo se filtró en su pecho mientras escuchaba la voz venir de la habitación donde alguien rogaba a Lord Baratheon que no muriese. Melara no podía no sentirse emocionada ante ello pero, algo en su interior parecía decirle que él no iba a morir. O mejor dicho, que no debía hacerlo.

Lo ideal habría sido quedarse donde estaba, en una acción respetuosa donde daba lugar a los tormenteños de Bastión de despedirse de su lord pero ella en lugar de eso se puso de pie. La mano sangraba y caían las gotas a su lado dejando un camino carmesí con cada paso que daba. Ya no tenía sobre sus hombros la capa de plumas sino que solo tenía las ropas que usaban debajo de la armadura.

Detrás de ella caminaba Marcus, quien la seguía con profundo respeto y ligera distancia dejando a la mujer moverse cómo desease hacerlo. Por un momento, cuando ella salió al pasillo, pareció dudar y decir algo pero Melara no le escuchó. Ella escuchaba otra cosa. Algo que susurraba más allá de los gritos, más allá del dolor.

Él no iba a morir. Él ciervo no debía morir.