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El invierno está aquí - Libre.
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El invierno está aquí - Libre.
Recuerdo del primer mensaje :
© HARDROCK
Fortaleza Roja
Los caballos habían dado todo de sí. Rickard y su comitiva habían partido de Aguasdulces al día siguiente de la partida de Brandon, quien había aprovechado la caída del sol para irse de la Tierra de los Ríos sin la autorización de su padre. Lyarra partía hacia El Norte y Rickard había dejado en claro a Ned que no bajara del Nido. Aquel cuyos años de experiencia habían enseñado a ser pacientes trataba de establecer su liderazgo sobre lo que quedaba de manada. Brandon se había salido de control y su Sangre de Lobo lo había llevado a las fauces del dragón. Esperaba llegar a tiempo para rescatar algo.
El viaje fue rápido, la comitiva no mayor a cinco personas, arribó a Desembarco del Rey con el amanecer. Uno de los guardias portaba el estandarte de los Stark, lo que permitió adentrarse en la ciudad con mayor rapidez mientras los plebeyos abrían pasos murmurando sobre la presencia de otro Lobo. Cuando quisieron ingresar a la Fortaleza Roja se encontraron con las puertas trabadas.
-La Fortaleza está cerrada. Nadie puede ingresar- Rickard tensó la mandíbula. Cuando el Rey se encerraba…. -Soy Lord Rickard Stark, Señor de Invernalia y Guardián del Norte. Exijo hablar con su inmediato superior- Dijo a viva voz mientras las controlaba las riendas del caballo. Aquellas palabras lograron mover a algunos guardias mientras la comitiva esperaba. Eran cinco, tres de los cuales eran hombres de armas y confianza de Rickard, y dos consejeros. Uno de ellos, Tristan Cerwyn, hermano de Lord Cerwyn y que había crecido con Rickard como pupilo en Invernalia. De la misma manera estaba Bernard Dustin, primo de Lord Dustin. Eran el trío que le había roto la cabeza al padre de Rickard y fieles amigos del Señor del Norte -Esto no me gusta- Dijo el regordete Dustin mientras se acercaba a Rickard -Ni a mí- Añadió Tristan con tono seco, pese a ser el bufón del grupo.
A los pocos minutos el Lord Comandante de las Capas Doradas, Aegon Velaryon, creía recordar Rickard, se detuvo desde la muralla para observar al grupo y ordenó abrir las puertas. El Señor del Norte frunció el ceño al percatarse de que no pidió excusas ni nada sino que simplemente los dejó entrar. Lo que Rickard desconocía es que los nobles de la Fortaleza creían que respondía al cuervo enviado por la Mano del Rey, del cual el Stark no tenía idea. Detrás de él, las puertas se cerraron nuevamente.
Espoleó su caballo hasta la entrada de la Fortaleza y se detuvo ante las puertas de esta cuando los guardias cerraron con sus armas el paso solicitando su descenso del caballo. Pudo escuchar los murmullos de sus amigos negándose a hacerlo pero Rickard igualmente bajo -Tengo que ver al Rey- Se excusó e ingresó con paso rápido al salón del trono.
Ingresó a las fauces del dragón. Tras acostumbrarse a la luz del salón desenfundó a Hielo en un acto instantáneo ante la dantesca escena que sus ojos estaban contemplando. Rickard se quedó atónito ante la locura que podía tener el Rey Aerys. No podía seguir hincando la rodilla. El corazón del Norteño, como pocas veces en la vida, percibió el calor que generaba su ira derritiendo cada ápice de hielo en éste. Sus ojos de acero se posaron en los de su hijo, o lo que quedaba de él, antes de subir la mirada hasta el Rey Aerys. En el fondo podía escuchar los sonidos de sorpresa de sus compañeros mientras ingresaban al Salón del Trono de Hierro
-Esto no es aceptable. He venido a reclamar a mis hijos... y sus amigos-
Mes I.
El viaje fue rápido, la comitiva no mayor a cinco personas, arribó a Desembarco del Rey con el amanecer. Uno de los guardias portaba el estandarte de los Stark, lo que permitió adentrarse en la ciudad con mayor rapidez mientras los plebeyos abrían pasos murmurando sobre la presencia de otro Lobo. Cuando quisieron ingresar a la Fortaleza Roja se encontraron con las puertas trabadas.
-La Fortaleza está cerrada. Nadie puede ingresar- Rickard tensó la mandíbula. Cuando el Rey se encerraba…. -Soy Lord Rickard Stark, Señor de Invernalia y Guardián del Norte. Exijo hablar con su inmediato superior- Dijo a viva voz mientras las controlaba las riendas del caballo. Aquellas palabras lograron mover a algunos guardias mientras la comitiva esperaba. Eran cinco, tres de los cuales eran hombres de armas y confianza de Rickard, y dos consejeros. Uno de ellos, Tristan Cerwyn, hermano de Lord Cerwyn y que había crecido con Rickard como pupilo en Invernalia. De la misma manera estaba Bernard Dustin, primo de Lord Dustin. Eran el trío que le había roto la cabeza al padre de Rickard y fieles amigos del Señor del Norte -Esto no me gusta- Dijo el regordete Dustin mientras se acercaba a Rickard -Ni a mí- Añadió Tristan con tono seco, pese a ser el bufón del grupo.
A los pocos minutos el Lord Comandante de las Capas Doradas, Aegon Velaryon, creía recordar Rickard, se detuvo desde la muralla para observar al grupo y ordenó abrir las puertas. El Señor del Norte frunció el ceño al percatarse de que no pidió excusas ni nada sino que simplemente los dejó entrar. Lo que Rickard desconocía es que los nobles de la Fortaleza creían que respondía al cuervo enviado por la Mano del Rey, del cual el Stark no tenía idea. Detrás de él, las puertas se cerraron nuevamente.
Espoleó su caballo hasta la entrada de la Fortaleza y se detuvo ante las puertas de esta cuando los guardias cerraron con sus armas el paso solicitando su descenso del caballo. Pudo escuchar los murmullos de sus amigos negándose a hacerlo pero Rickard igualmente bajo -Tengo que ver al Rey- Se excusó e ingresó con paso rápido al salón del trono.
Ingresó a las fauces del dragón. Tras acostumbrarse a la luz del salón desenfundó a Hielo en un acto instantáneo ante la dantesca escena que sus ojos estaban contemplando. Rickard se quedó atónito ante la locura que podía tener el Rey Aerys. No podía seguir hincando la rodilla. El corazón del Norteño, como pocas veces en la vida, percibió el calor que generaba su ira derritiendo cada ápice de hielo en éste. Sus ojos de acero se posaron en los de su hijo, o lo que quedaba de él, antes de subir la mirada hasta el Rey Aerys. En el fondo podía escuchar los sonidos de sorpresa de sus compañeros mientras ingresaban al Salón del Trono de Hierro
-Esto no es aceptable. He venido a reclamar a mis hijos... y sus amigos-
Mes I.
Re: El invierno está aquí - Libre.
El despertar había sido duro. Mareada, dolorida y aquejada por las nuevas heridas que su esposo le había infringido durante la noche, la reina había tardado en recomponerse. Para cuando por fin despertó de su desmayo, el sol estaba alto y se encontraba sola en su alcoba. Aún escuchaba la risa de Aerys mientras sentenciaba a los jóvenes a sus terribles destinos. Habían querido hacerle daño a Rhaegar, su hijo, su primogénito. Pero, ¿merecían tal destino? Rhaella estaba segura de que, de haber tenido sensatez, su esposo habría buscado otra forma de solucionarlo. Pero no. La cordura le había abandonado hacía mucho y no podía hacer nada al respecto. Al menos, no sola. Y en aquel momento, se encontraba más abandonada de lo que se había sentido en mucho tiempo.
Con la ayuda de dos de sus doncellas más cercanas, la mujer cubrió sus heridas y pudo vestirse no sin antes ahogar en lo profundo de su pecho los quejidos de sus músculos doloridos. Ordenó que Viserys no saliese de sus aposentos bajo ninguna circunstancia. El movimiento fuera de los suyos la estaba poniendo nerviosa pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía que saber lo que estaba por ocurrir y lo que, irremediablemente condenaría a todos de una forma u otra. Era en momentos como aquellos en los que la soberana, sabía muy dentro de sí que, al final, no habían escapado a la maldición como habían pensado.
Sus pasos la llevan por los pisos superiores. En ocasiones cuando su esposo no la requería a su lado, prefería observar todo desde las alturas y los balcones que daban a la sala del trono proporcionaban la ocultación necesaria para no ser avistada por Aerys si no la hacía llamar. Estoica, observó desde su posición el nombramiento de la nueva mano, las acusaciones del guardián del norte y las respuestas de su esposo. Además de la inactividad por parte de guardias y nobles presentes.
Fue la entrada del piromante lo que le heló la sangre y la risa de Aerys junto a los alaridos agónicos del guardián norteño lo que hizo que la reina tuviese que apoyarse en la barandilla de roca para evitar caer al suelo, débil como estaba de la noche anterior. Y, sin embargo, no apartó la mirada de las llamas, consciente de que semejante sufrimiento merecía ser reconocido, atestiguado. Lágrimas brotaron de los ojos de Rhaella cayendo por sus mejillas como ríos silenciosos de lo que estaba por ocurrir. De lo que acababa de pasar ante los mandatarios del reino. Ante aquellos que se suponía que debían proteger al pueblo de todo mal.
—Sangre y fuego... Ése será el fin que nos espera —murmuró para sí en apenas un hilo mísero de voz rasgada por la congoja interior que ocultaba tras su rostro humedecido por las lágrimas cerrando los ojos clavando las uñas en la roca hasta que sus nudillos palidecieron y el chirriar de los anillos que portaba se escuchase apenas en aquella tumba de mármol y hueso.
Con la ayuda de dos de sus doncellas más cercanas, la mujer cubrió sus heridas y pudo vestirse no sin antes ahogar en lo profundo de su pecho los quejidos de sus músculos doloridos. Ordenó que Viserys no saliese de sus aposentos bajo ninguna circunstancia. El movimiento fuera de los suyos la estaba poniendo nerviosa pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía que saber lo que estaba por ocurrir y lo que, irremediablemente condenaría a todos de una forma u otra. Era en momentos como aquellos en los que la soberana, sabía muy dentro de sí que, al final, no habían escapado a la maldición como habían pensado.
Sus pasos la llevan por los pisos superiores. En ocasiones cuando su esposo no la requería a su lado, prefería observar todo desde las alturas y los balcones que daban a la sala del trono proporcionaban la ocultación necesaria para no ser avistada por Aerys si no la hacía llamar. Estoica, observó desde su posición el nombramiento de la nueva mano, las acusaciones del guardián del norte y las respuestas de su esposo. Además de la inactividad por parte de guardias y nobles presentes.
Fue la entrada del piromante lo que le heló la sangre y la risa de Aerys junto a los alaridos agónicos del guardián norteño lo que hizo que la reina tuviese que apoyarse en la barandilla de roca para evitar caer al suelo, débil como estaba de la noche anterior. Y, sin embargo, no apartó la mirada de las llamas, consciente de que semejante sufrimiento merecía ser reconocido, atestiguado. Lágrimas brotaron de los ojos de Rhaella cayendo por sus mejillas como ríos silenciosos de lo que estaba por ocurrir. De lo que acababa de pasar ante los mandatarios del reino. Ante aquellos que se suponía que debían proteger al pueblo de todo mal.
—Sangre y fuego... Ése será el fin que nos espera —murmuró para sí en apenas un hilo mísero de voz rasgada por la congoja interior que ocultaba tras su rostro humedecido por las lágrimas cerrando los ojos clavando las uñas en la roca hasta que sus nudillos palidecieron y el chirriar de los anillos que portaba se escuchase apenas en aquella tumba de mármol y hueso.
♥ & ♥
Re: El invierno está aquí - Libre.
Final del Capitulo 1 - Cuchillo en las Sombras
"El campeón de los Targaryen era el fuego y como tal, destrozó en un juicio por combate a mi padre, Rickard Stark, Guardián del Norte. Los gritos que emergieron de su garganta llegaron a los oídos de todos, dentro y fuera de la Fortaleza Roja, firmando Aerys II con sangre una sentencia que cambiaría la historia de Poniente para siempre. La piel fue deshecha rápidamente mientras la armadura ardía sin piedad convirtiéndose en un horno para la carne. Y rememorando a los antiguos hombres que se oponían a Aegon y sus dragones, el fuego valyrio volvió a marcar en las retinas de los presentes lo que sucedía con los traidores. Y eso no bastó para el deseo asesino de ese cruel y asqueroso rey. Cortó la cabeza de mi padre y pidió que le arrancaran los dientes así como a mi hermano, no sin antes tomar la espada de nuestra casa, Hielo, con sus asquerosas y ponzoñosas garras.
Esto ya nada tenía que ver con Rhaegar y con Lyanna. Esto había ido mucho más lejos.
Ahora Aerys declaraba la guerra al Norte con la muerte de su Lord y la mutilación de mi hermano; declaraba la guerra al Tridente con la muerte de aquellos jóvenes nacidos en esas tierras y declaraba la guerra al Valle marcando como una vil burla el símbolo Targaryen en el pecho del sobrino de Jon Arryn.
Solo un hombre respondió al llamado del Rey y ese hombre ardió. ¿Arderían los demás? ¿O acaso, el dejar vivo a mi hermano en tales condiciones y a Elbert Arryn sería suficiente para evitar la colisión de las potencias del Norte con las de la Corona? ¿Tan iluso era o es que acaso su enferma mente le había hecho notar lo que acababa de hacer?
Sangre y fuego es la frase de la casa de los dragones que, por momentos, parece una epifanía y una terrible profecía para ellos. Aerys había mostrado su crueldad ante extranjeros y ante sus propios hombres también. Nadie sería ajeno ahora al destino que azotaría a aquellos que osasen faltar a su nombre.
Fue un día triste para el Norte y en Invernalia, mi nana me dijo que escuchó un terrible aullido venir de los bosques de los Ancestros. Era como un quejido de un lobo agonizante que hizo que los hombres que trabajaban dentro de la fortaleza saliesen a observar que pasaba. Hacía tiempo que los lobos habían desaparecido pero aun así, había uno que lloraba.
Sin embargo, nadie fue testigo visual de eso. Y por eso, se volvió un mito.
Cuando me avisaron de la muerte de mi padre me encontraba con el maestre. No recuerdo haber escuchado el aullido de ningún lobo...Solo recuerdo escuchar el llanto de mi madre y mis propios gritos."
Esto ya nada tenía que ver con Rhaegar y con Lyanna. Esto había ido mucho más lejos.
Ahora Aerys declaraba la guerra al Norte con la muerte de su Lord y la mutilación de mi hermano; declaraba la guerra al Tridente con la muerte de aquellos jóvenes nacidos en esas tierras y declaraba la guerra al Valle marcando como una vil burla el símbolo Targaryen en el pecho del sobrino de Jon Arryn.
Solo un hombre respondió al llamado del Rey y ese hombre ardió. ¿Arderían los demás? ¿O acaso, el dejar vivo a mi hermano en tales condiciones y a Elbert Arryn sería suficiente para evitar la colisión de las potencias del Norte con las de la Corona? ¿Tan iluso era o es que acaso su enferma mente le había hecho notar lo que acababa de hacer?
Sangre y fuego es la frase de la casa de los dragones que, por momentos, parece una epifanía y una terrible profecía para ellos. Aerys había mostrado su crueldad ante extranjeros y ante sus propios hombres también. Nadie sería ajeno ahora al destino que azotaría a aquellos que osasen faltar a su nombre.
Fue un día triste para el Norte y en Invernalia, mi nana me dijo que escuchó un terrible aullido venir de los bosques de los Ancestros. Era como un quejido de un lobo agonizante que hizo que los hombres que trabajaban dentro de la fortaleza saliesen a observar que pasaba. Hacía tiempo que los lobos habían desaparecido pero aun así, había uno que lloraba.
Sin embargo, nadie fue testigo visual de eso. Y por eso, se volvió un mito.
Cuando me avisaron de la muerte de mi padre me encontraba con el maestre. No recuerdo haber escuchado el aullido de ningún lobo...Solo recuerdo escuchar el llanto de mi madre y mis propios gritos."
Memorias de Benjen Stark
Los Siete
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Re: El invierno está aquí - Libre.
Tema Cerrado
Estimados usuarios, el tema se ha cerrado por lo que si desean escribir sus reacciones, deberá ser en temas apartes.
Por favor, pasen a pedir sus puntos en el tema correspondiente y gracias a todos por participar.
Prontamente tendremos la apertura del capitulo 2
Los Siete
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