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El Gran Rey Dragón - Soliloquio

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El Gran Rey Dragón - Soliloquio

Mensaje por Aerys II Targaryen Miér Abr 06, 2016 6:04 am

Aerys II Targaryen había pasado sus últimos años encerrado en su castillo, tan grande y vasto como terrorífico y opulento. Poco a poco el gran Rey Dragón lo había convertido en su nido. Los huesos de sus ancestros dragones decoraban distintas partes del castillo, durante el invierno las paredes eran bañadas con fuego valyrio para alejar el frío y los ventanales solían permanecer cerrados para protección de su magnánima majestad. Ya sea que lo vieras por dentro o por fuera jamás dudarías de que era el hogar de un extraordinario dragón. Y lo era. Podrá ser muchas cosas malas y otras pocas buenas, pero el Rey Dragón era extraordinario.

Lealtades pueden comprarse, oro hay en todas las esquinas, apellidos importantes sobran en Poniente, pero mantener siete reinos atados a su voluntad a base de puro miedo, eso es extraordinario.

Tras años de ver asesinos en las sombras, de desconfiar incluso de sus propias decisiones, a veces incluso de confirmar sus sospechas, la mente del Rey se había vuelto completamente inestable. Su psiquis agotada y rabiosa solía predominar sobre todo lo demás, pero había pequeños momentos en los que el Rey actuaba con la decisión del Rey que había sido. Aquel que había dado prosperidad y verano a su reino entero, aunque tales bendiciones hayan durado poco.

Todo se fue a la mierda cuando los siervos que le debían su pleitesía y su vida se vieron contra él, encerrándolo como a un simple ladrón. Si algo quedaba del buen Rey, aquel que había tomado la sabia decisión de nombrar a Tywin Lannister, Mano del Rey, había muerto ese día. Jamás volvería a suceder algo así, ya nadie vería su lado justo, ahora solo conocerían su fuego.

La situación empeoro cuando no solo cada persona era un enemigo, sino que también los objetos lo eran. La orden de su majestad fue clara, ningún objeto afilado permanecería cerca de él, ni para cortarse el cabello, ni para recortar sus uñas. A su parecer había sido una sabia decisión, cada vez parecía más un dragón. El único filo permitido era el de Hermana Oscura. El Rey estaba orgulloso de haber rescatado esa espada de acero valyrio y, después de sí mismo, era a quien más confianza tenía. Receloso había ordenado una funda especial para esta, una funda que solo él pudiera abrir.
Un hombre de espaldas anchas, con cabello blanco, como la nieve, que caía desaliñado hasta su cintura, con uñas tan largas que parecían dedos estirados, tan flaco que debía dar dos y hasta tres vueltas a los cintos para que sus ropas no flotaran a su alrededor. Un hombre que no podía dormir sin ser destruido mil veces por los fantasmas que lo acechaban, el hombre que una noche despertó llorando por sus pesadillas, y que, creyendo que su esposa lo había visto, la molió a golpes solo para asegurarse de que no recordaría nada más que eso a la mañana siguiente. Ese, era el hombre que sometía Siete Reinos. Ese era el gran Rey Dragón.
No os equivoquéis con estas palabras, porque él era un Gran Dragón.



Y el Gran Dragón hoy se encontraba extasiado. A pesar de haber comenzado como un terrible día, las perspectivas habían mejorado notablemente cuando un par de voluntarios se presentaron para su prueba de fuego. Se creían dignos de enfrentarse a su majestad, pues él probaría cuan dignos eran.
Aerys tomó asiento en su trono. Con cuidado de no herirse con las aún afiladas espadas. Ahora sí, estaba en su lugar, por encima de todos los demás, simples siervos a sus órdenes, deseos y caprichos. Ahora el Rey podía volver a verlos como los seres sin voluntad que eran, pequeñas piezas de su gran tablero. Aerys pudo sentir que había estado allí desde siempre, como si él mismo hubiera creado el reino entero, que su reinado duraría siglos por venir.
Y allí estaban, las cinco mierdecillas que habían ido a las puertas de su fortaleza con deseos de muerte y, lamentablemente para ellos, hoy el Rey se sentía con ganas de complacer. Los guardias los ataron al suelo con cadenas y los despojaron de cualquier muestra de nobleza que cargaran, solo quedando con camisa y pantalón.


En medio, estaba el cadáver del Mallister. El Rey quería poder verlo mientras hablaba, eso lo ponía de buen humor. Los capas blancas se encontraban al pie del trono de hierro, a un lado el Consejero Florent, al otro nadie. El Rey observó la escena, y contempló que sería algo maravilloso de ver para su esposa. Así que envió a Jaime Lannister para traerla a su lado. Le gustaba darle ese tipo de tareas, era una forma de hacerle pagar el ser hijo de Tywin Lannister, y por supuesto, no confiaba en él para su defensa.
Una vez su esposa se encontraba a su lado, el “juicio” continuó.



-Muy bien muy bien… sí… - El rey masajeaba sus cienes con los nudillos, como si tratara de recordar que debía decir, aunque en realidad lo que buscaba era acallar las voces que gritaban en su mente. La emoción era tanta que sus antepasados querían dar todos la orden, pensaba. Una oportunidad única para darles una lección a los salvajes del norte, los cobardes de las montañas y los bastardos sangre sucia de los ríos. Una lección que habían olvidado durante tantos años de paz. –Habéis olvidado vuestro lugar. Habéis olvidado mis leyes, la peor parte… habéis olvidado con quién hablaban.- La mano del rey señaló temblorosa a los cuatro jóvenes, casi no podía contener su furia. El lobo y al águila morirían, sufriendo por supuesto, pero los otros dos por lo menos habían permanecido en silencio frente a su majestad, por lo que considero darles una muerte rápida… pero desechó la idea.


Era el turno de Kyle Royce. –Morirás empalado.- Los guardias levantaron al joven y lo llevaron hacia donde se estaba preparando una estaca. Los llantos y pedidos del joven de nada servían, al Rey poco importaban. Cuando ya estaba todo listo y la ejecución del Royce comenzaba el rey volvió su vista a Ethan Glober.-Tú, vivirás... Si tu gran compañero de aventuras muere sin emitir sonido-. Para el Rey no era un juego, crease o no, estaba de buen humor y este era su lado amable. Claro que no pudo evitar disfrutar las caras de sorpresa y pánico de los presentes mientras rogaban por perdonar a Royce y a la vez pedían a Royce que callara. Durante unos segundos el hombre lo aguantó. Podía verse su cara de muerte, las venas reventaban a través de su piel y la sangre corría por todos los orificios, pero durante unos segundos el joven aguantó. Aerys impaciente ordenó apurar con la ejecución, pero el verdugo debe de haber comprendido mal la orden, porque la apuró tanto que Kyle Royce murió antes de poder gritar, y solo un gorgoteo se arrastró fuera de su garganta, era solo el extremo de la enorme estaca.-¡¡IMBÉCIL!!- Las palabras salieron escupidas de la boca del Rey. Cuando terminara con los lorecitos tendría otro más que castigar. Miró nervioso a Ethan Glover que por un momento, entre el terror de lo que acababa de presenciar, veía como sus posibilidades de vida habían aumentado. Todavía no había aprendido la lección, Aerys vio esta esperanza en sus ojos, “Qué llama más patética”, pensó. –Inclinaos ante mí siervo, y declara tu lealtad eterna hacia tu Rey.- El joven, inclinado ante el Trono de Hierro hizo lo que el Rey ordenó.-Muy bien. Tu lealtad será recompensada- Aerys dirigió su vista hacia uno de los alquimistas que había mandado a llamar. Este se acercó al joven, traía consigo una botella pequeña que resplandecía luz verde y con la ayuda de un guardia hizo que el joven tomara una pequeña porción del líquido. El desquiciado aspecto del loco alquimista no le llegaba ni siquiera a los pies de la que el Rey poseía. Sin demora todos se alejaron del joven que se puso en pie como pudo y comenzó a ahogar sus palabras con sangre mientras rasgaba su ropa y la piel de su pecho. El fuego que lo consumía debía ser insoportable, estaba rompiendo el instinto más básico humano de no hacerse daño a sí mismo. –Servirás en mi nombre al Desconocido- Las palabras del Targaryen sonaban bajo mientras el joven se ahogaba e intentaba gritar, era una escena tan grotesca que hasta se permitió una pequeña sonrisa. Al final el humeante cadáver calló a los pies de Brandon Stark en una lluvia de sangre burbujeante y trozos de piel.
-Bueno… tanto escándalo… - El fuego había revitalizado al Rey, ahora quería ver más. –¿Cómo dijo que era el castigo para el salvaje Consejero Florent? Ah sí, sí. Cortadle la lengua… -
Mientras le cortaban la lengua el Rey se dedicó a hablar con su hermana y esposa sobre lo compasivo que había sido, y sobre las hermosas visiones que el fuego le había dado. Tales visiones sobre un nuevo hijo, uno más poderoso que cualquier otro. Tanta tortura, asesinato y fuego habían dejado al Rey necesitado de la carne de una mujer. Y como ya había tomado un juramento sobre su fidelidad, era su esposa quien debería calmar su apetito.


-Cállenlo!- Los ruidos y gritos de los jóvenes que quedaban con vida exasperaban al Rey. –Consejero Florent, llevad con usted al alquimista Jefe, y procurad que el salvaje sea bañado con tres gotas de fuego valyrio cada vez que escuche el sonido de una puerta, pero que sobreviva hasta mañana. Mientras tanto, encerrad al otro en la mazmorra de junto, y dejadlo con sus tres queridos amigos.-


-El juicio ha concluido. Los cinco son hallados culpables de conspirar contra el Príncipe Rhaegar Targaryen, de insultar el nombre Real, de faltar el respeto a la familia Real, de intentar asesinar al Rey y conspirar contra él. Vuestros padres deberán pagar el resto de la condena que ustedes recibieron.-

El rey se retiró junto con su esposa desesperado por satisfacer sus enfermos deseos sexuales y de dolor. Estaba excitado y la reina pagaría ese precio. Sentía que volvía a ser el Gran Rey Dragón.


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