FB: Despues del Torneo || Catelyn Tully

El silencio entre ambos no era extraño. Catelyn siempre me ha parecido hermosa y en más de una ocasión me había sorprendido viéndole pero nunca imaginé que terminaría casado con ella. Será que en el fondo de mi alma pensaba que mi mujer sería norteña…

Sin embargo en ese momento no estaba viéndole a ella, sino escuchando los murmullos que aun venían desde atrás nuestro como si juzgasen todo lo sucedido. Apreté los puños y volví a ver hacia atrás, esperando que por la voluntad de los Antiguos, uno de los Targaryen viniese tras de nosotros. Nadie venía. Solo éramos ella y yo.

¿Cómo iniciar una plática después de lo que pasó, con mi mente tan lejos de ella? Después de un tiempo que no puedo determinar en que estuvimos caminando hasta poder dejarla en su tienda, detuve mis pasos y volví el rostro hasta el camino recorrido. Ella era tan pequeña a mi lado y admito que nunca me había puesto a medir eso ¿Qué hubiese hecho yo si de no coronar a Lyanna, el príncipe hubiese coronado a Catelyn? Bajé la cabeza luego de imaginar esa escena para entonces, volver a verle los ojos ¿Qué podía decirle? Ella no entendería lo que era para mi, un hijo del Norte, ver a un principe cualquiera humillarnos ante todos. Ella era distinta. Mientras yo era salvaje, como ya muchos me habían llamado antes, ella era delicada.

Solté un suspiro luego de pelear con mi propio temperamento –Lamento mucho lo que ha visto, mi lady – dije y entonces, recordé la voz de Ned en mi mente, cuando veía ante mis ojos la espalda del príncipe. “Mira a tu prometida, Brandon. Parece asustada”.

No sé por qué eso me llenó por un instante de vergüenza. Ella sería mi esposa y si había algo en mi mundo que debía proteger de todo, incluso del miedo, era Catelyn Tully. Dejé caer la cabeza sobre mi hombro apenas y le observé por un momento. Era hermosa. Podía romper todos mis esquemas de esposa pero por los Antiguos, Catelyn Tully era de las mujeres más bellas que jamás había visto. –Lamento que me haya visto así... -

Más allá que sus palabras tratasen de doblegarme y decirme que no me preocupase, no lograba creer que ella estuviese siendo sincera conmigo. Todos sabemos cómo funcionan estas cosas. Incluso mi madre me había dicho una vez que cuando se casó no estaba del todo enamorada de mi padre y, si bien aprendió a amarlo después, al inicio había sido una situación rara y forzosa. –Trata de hacerme sentir mejor, lady Tully- estaba desanimado ante ello. Me costaba creer que realmente me aceptase tal y cómo era-. Debo disculparme si eso causa malestar –

Deber y querer. Dos cosas tan diferentes entre sí como el Norte y el Sur.

Hay cosas que debo admitir de mi propio ser. Por un lado, sé que no soy el caballero ideal y también sé que mientras Ned es el inteligente, yo soy el que habla y luego piensa. Por mucho tiempo me burlé de mi hermano por no ser como yo a pesar que en el fondo de mi ser siempre deseé que jamás lo fuese. Ned y Benjen debían ser mejores que yo y mantenerse a salvo, tanto a ellos como a nuestra familia. La vieja nana me dijo una vez que las llamas más intensas se apagan rápido y esas palabras no tuvieron sentido para mi hasta que casi muero peleando con un oso en el norte por vanidad. Supe en ese instante que era sabio ser como Ned y deseaba que él nunca se pareciese a mí en ningún aspecto.

Traté de controlar mi carácter por años pero noté que no había forma. Yo no controlaba al lobo; él me controlaba a mí. Y hubiese deseado tener la facilidad de poder explicárselo a Lady Catelyn de esa forma pero hay una realidad: podía hablar sin reparos con la mujer que despertó a mi lado la noche anterior pero con Catelyn Tully era como si una parte en mi interior me frenase y dijese “Controla tus palabras, Brandon. No arruines esto.” Sin saber por qué quería que ella me viese como algo más que el hermano mayor de los Stark que arregla las cosas con los puños en lugar de las palabras. Mi madre me había hecho entender que no había sido buena idea humillar a Petyr Baelish aquella vez que se atravesó ante mí pero ¡A mis ojos no era humillación! Humillante habría sido que le dijese que me daba tanto asco que no pelearía con él para no herirlo por estima a Catelyn. Yo le había dado dignidad más allá que otros me hayan visto como la bestia que lo hizo consciente de cuál era su lugar.

Todo lo que pensaba se deshizo mientras sus manos tomaban una de las mías y la acunaban. Sonreí ante eso sin dejar de mirarle. ¿Por qué en mi interior sentía que la haría infeliz si yo lo que más deseaba era no hacerlo?
En silencio escuchaba sus palabras y, sin poder evitar que mi rostro se congelase como los muros de Invernalia cuando de sus labios surgió aquella confesión que podía esperar de cualquiera pero no de ella, me quedé un instante en silencio.

Otras me habían declarado su amor antes y mi única respuesta era una sonrisa instantánea. Había amado a muchas mujeres pero nunca me había sentido enamorado de ninguna. Nada me atraía más que las tierras del Norte, allá donde los lobos corren libres y se pierden entre los árboles. Muchas decían amarme pero solo querían un compromiso. Catelyn tenía el compromiso y, aun así, decía algo semejante.

-Catelyn...- la caricia de sus dedos logró doblegarme por completo al instante. No podía decir que la amaba pero algo en mi corazón decía que no sería difícil hacerlo-. Estamos comprometidos. Pronto seréis mi esposa y habéis visto tantas cosas de mí que desearía no conocieses jamás. Esperaba vuestro rechazo luego de lo que sucedió entre Baelish y yo- detuve mis palabras mientras mi mano tomaba la de ella ahora. Extraño era que yo, capaz de ponerme a pelear con el príncipe sin el menor reparo, perdiese las palabras ante una doncella.

– ¿Os causo amor en lugar de…- apreté los labios sin dejar de mirar sus ojos. Quería creer que ella me mentía pero ver sus ojos solo terminaba por darme una certera respuesta que yo no sabía leer. -… miedo?-

Y si ella me estaba mintiendo, por los Antiguos, lo estaba haciendo muy bien.

Por un instante dudé de todo cuando los ojos claros de Catelyn me vieron como si estuviese conteniendo algo que no entendía. Hay muchas cosas que nunca pude entender y una de ellas era las mujeres. A veces se mostraban fuertes como una fortaleza incapaz de ser traspasada y en otros momentos, cuando yo mismo empezaba a tratarlas como trataría a un igual, era como romper el más fino cristal. No es raro que nunca tuviese una relación o algo que durase más que la mera fantasía. Pero ella, esa dama de cabellos rojos y mirada transparente sería la mujer que caminaría a mi lado en la vida y debía tratar de entenderla. Al verle de manera tan vulnerable me sentí extrañamente fuera de lugar, casi como si temiese que si la rozase con mis manos pudiese romperla. Desde niño siempre rompía las cosas…No sabía tratarlas como merecían.

Tragué mis palabras cuando ella respondió. Hablaba de Baelish pero su visión era diferente a la que mi madre me había hecho apreciar. No pude más que abrir los ojos algo confuso ante sus palabras y seguramente de mis labios salió una sonrisa media idiota ante la sorpresa. Llevé la mirada al suelo y luego alrededor puesto que no sabía cómo responderle. Tenía una imagen de ella realmente distinta a lo que me estaba mostrando y por momentos temía ver algo que yo quería y no lo era en realidad.

-Iba a atravesarle el cuello.- solté casi sin pensarlo recordando al flaco y escuálido sujeto que, en el suelo, parecía seguir buscando hacerme enojar. Decir que lo hice con ira sería mentir. En un momento hasta me dio pena el pobre diablo echado en el suelo, tratando de controlar un arma que no sabía utilizar. – Yo no podría vivir habiendo perdido de tal manera pero…hay una cosa que debo admitir-

Apreté los labios y paseé mis ojos alrededor. No quería mirarle cuando dijese eso, no sabía bien la razón –Debió amarla demasiado, mi lady. Solo eso justificaría tanta estupidez. – bajé la mirada por un instante y recordé las palabras de Baelish y su extraña y particular devoción. Mi interior volvió a regocijarse como en aquél momento cuando le lancé al suelo sin ninguna dificultad. Y entonces, posé mis ojos en Catelyn y sentí una extraña sensación de vergüenza. Yo nunca había peleado por ella sino por mí. Porque ella sería mía y Baelish la quería. – No justifico eso pero lentamente empiezo a entenderlo a él. Ha de ser difícil perder a una mujer como vos, Catelyn- Le miré a los ojos y sentí que algo arañaba mi interior. A pesar de todo y de haber visto mi peor cara no una, sino dos veces, ella seguía ahí como un ángel de la guarda, diciéndome que había algo bueno más allá de todo.

-No debe pedirme perdón. No habría hecho mucho con matarlo pero, no negaré que el deseo vuelve a mi cuando recuerdo que él está…- detuve mis palabras y mis labios se sellaron por un instante. ¿Sería que la dama ante mí tenía el don de lograr que los hombres peleasen por ella con su sola presencia? – No importa- Mi voz se perdió ante la cercanía mientras el calor de mi cuerpo empezaba a alimentar mis músculos a medida que mi corazón se aceleraba. Ella realmente lograba captar mi atención y si podía hacer que mi cuerpo le deseara, entendía que no tendría problemas en capturar mi corazón. Lentamente lo conseguía con esa dulzura que nunca había reconocido en alguien más.

Tomé su mano, aquella que se levantaba por mi pecho y con mi derecha la cubrí para entonces, acercarme a ella mientras buscaba alejarse. Debía controlarme, lo sabía. Ella era mi prometida y en un futuro tendría la oportunidad de llegar más allá. Pero luego de lo sucedido con Rhaegar y la dulce contención que ella me había brindado, entendía que lentamente empezaba a desear más. Y en ese momento el príncipe y mi hermana desaparecieron de mi mente y la única mujer que debía tomar el control de ella estaba ante mí.

-No diré nada para haceros cambiar de opinión – me escuché decir a mi mismo mientras bajaba apenas el rostro para ver el ajeno, a la vez que mi mano libre buscaba tocar su rostro, casi en una caricia que no supe controlar –; porque el único que debe temerme es aquel que busque dañaros, Catelyn Tully. En toda mi vida nunca creí ser capaz de amar una mujer pero cuando os veo me hago la idea de que sería el demente más grande del Norte si no lo hiciera –

Nunca he sido bueno para las palabras. Ese arte era más de mi padre y quizás, de mi hermano. Yo era de demostrar mis acciones. Podía enfrentarme al príncipe sin que me temblase el pulso pero ahí estaba, ante ella. Era más pequeña que yo, más frágil y aun así, sentía mi pulso a flor de piel. No me di cuenta que buscaba acercar a ella mi rostro y conocer el sabor de sus labios. No pensé que podrían vernos y que, quizás, podrían regañarnos por algo así.

Pero ella lograba eso. Lograba que dejase de pensar en los demás y centrase mi mente en su ser.
Sí, ella podía llegar a enamorarme. Ninguna mujer había captado mi atención antes de tal manera.

Catelyn sonrió y no era para menos. Para las doncellas es algo muy notorio que los caballeros peleen por ellas y, si bien nunca pude catalogar de caballero a Petyr Baelish, seguramente andar detrás de Catelyn como perro faldero alimentaba en algo el ego propio de la dama. Como si necesitase recordar que era una mujer hermosa y que, de no ser porque estaban todos viendo como idiotas lo que sucedía con el príncipe Rhaegar, varios ojos se hubiesen posado en ella.

Dentro de mi mente escuché las palabras de Barbrey, la hermosa mujer del Norte que había dormido en mis brazos antes de ir al Torneo. Por alguna razón su voz llegó a mí y me recordó aquella noche hace semanas, cuando me dijo tajantemente que yo no podía amar a nadie; menos a alguien que no fuese del Norte. ¿Por qué la recordaba ahora? Ella no se parecía en nada a Catelyn, muy por el contrario. No temía mostrar su femeneidad para atraerme y en más de una ocasión noté que ella era la que provocaba nuestra cercanía y no al revés. Además, su cabello era negro como el ébano y sus ojos tenían un dejo de oscuridad de los que Catelyn carecían.

-Amas el Norte, Brandon Stark. Y solo podrás amar una mujer del Norte- me había sentenciado y a decir verdades, se me había olvidado por completo hasta ese momento. Ahora ante la dama sonriente frente a mí, mientras el calor de mi cuerpo se elevaba y sentía un deseo incontrolable de levantarla entre mis brazos y esconderme con ella en cualquier sitio donde solo nosotros estuviésemos, esas palabras volvieron. Maldita mujer norteña. Sabía qué decir y quizás, por eso había elegido esas palabras. Había lapidado mi posibilidad de amar a alguien que no fuese ella con una soberbia que se me hizo desagradable de repente. Pero ahí estaba yo, el lobo norteño, sintiendo las caricias de esa doncella de las aguas dueña de la suavidad que nunca había sentido antes. “Déjame disfrutar esto, Barbrey…vete de mi mente y déjame disfrutar esto” decía, maldiciéndola por dentro. Nunca he conocido una bruja pero Barbrey siempre me recordó a una. Esa mirada que atraviesa e intimida y se decía capaz de conquistar a los lobos solo con la mirada. Llegué a dudar si podría hacerlo.

Esas eran las mujeres que yo conocía en el Norte, Catelyn. Nunca había visto tanta pureza en una mirada antes; nunca había visto a alguien como tú. Bueno, de hecho sí, te había visto antes pero no eras más que la hija de Hoster para mí y ahora, estabas ahí, de pie, vuelta una mujer que prontamente llamaría esposa.

Un sueño…Podía entender completamente lo que decía. Mis ojos estaban clavados en los de ella que parecían dos perlas del océano. –Catelyn..- me sorprendí a mí mismo, respondiendo a sus palabras mientras mis labios se unían a los suyos y sentía la humedad de su boca como si fuese una fruta prohibida. El corazón me palpitaba como si de una fiera se tratase, arañando este cuerpo de carne para salir y tomarla sin dudarlo pero, ella no era cualquier mujer. El perfume de su piel envolvía mis sentidos y la suavidad de sus labios me torturaba.

Mis manos sostenían su rostro pequeño casi con cuidado, como si temiese herirle y a la vez, las mantenía tiesas para evitar que buscasen más allá. – Os prometo que estaré ahí cuando despierte.- dije sin siquiera pensarlo.
Barbrey estaría enfurecida si me viese. Cada vez que despertábamos, yo huía antes del alba. Pero esta vez, por alguna razón que no comprendía, el lobo solo quería descansar…

…Descansar en los brazos de la mujer de los ríos con cabellos de fuego.

Podía sentirle temblar entre mis manos y algo en aquello hacía que toda mi sangre pareciese arder. Los labios suaves de Catelyn Tully jamás se habían encontrado con otros y ahora los míos se abrían camino en ese terreno virgen. Dichoso su aroma que podía hacer que la tomase sin mucho preámbulo; desentendiendo un montón de cosas como que podrían vernos y esa situación sería difícil de explicar pero, era mi prometida ¿no? ¿Qué mejor motivación para querer casarme con ella que saber que había algo en su cabellera de fuego, su adorable timidez y sus huidizos ojos que me atraía terriblemente?

- Una vez que tienes a una mujer pierdes todo el interés, Brandon.-

-Dios, Barbrey... ¿por qué demonios pienso en ti ahora? -

El beso que empezó de forma inocente logró que algo pareciese amargo. No por Catelyn, en lo más mínimo, sino por el recuerdo de esa maldita mujer que se me había aferrado a la mente y se negaba a irse. Cuando nuestros labios se separaron me sentía un idiota por el solo hecho de no poder liberar mis pensamientos a mi antojo.
Mi lengua paseó por mis labios, sintiendo aun el sabor exquisito de la mujer de los Ríos. No pude más que esbozar una sonrisa mientras volvía a verle a los ojos -Esto no está bien. Quiero decir, está muy bien pero, si nos viesen...-

¿Desde cuándo Brandon Stark se preocupaba por que lo vieran? No, había otra cosa ahí, marcada como si fuese un anzuelo y que no lograba vislumbrar. Estaba confundido, sí, pero no por Catelyn ni por Barbrey, sino por mí.
Nuevamente el silencio se volvió incómodo y no sabía cómo hacer para que ella no lo sintiese. Quería decirle las verdades que pasaban por mi cabeza pero eran muchas. Podía amarla, lo sabía pero...
-...Pero tú sólo te amas a ti mismo, Brandon...-

Esa voz de nuevo. Esa voz molesta y ligeramente sombría que parecía hablarme como si fuese Barbrey pero que en realidad era mi propia mente. Sabía, desde el instante en que me dijeron que debía casarme que yo no estaba hecho para esas cosas. Sabía que una flor de los ríos como ella lloraría por mi causa y que siempre me odiaría por ello pero , a la vez, no podría ser el hombre que ella quería.

-En el Norte las cosas son diferentes. Las doncellas deberían bordar, o al menos mi madre lo dice. Pero mi hermana jamás le escucha. Se mete en mi campamento cuando salgo de caza. - empecé a decir torpemente. Pero recordar los bosques y la nieve hizo que toda la amargura traída por esa extraña sensación amarga se perdiese. -Hace unos años un oso dañó a mi hermano, Ned. Y desde entonces, juré que lo encontraría y haría una alfombra con su piel. - decía mientras volvía la mirada hacia atrás, donde se encontraban las tiendas de los Tully y recordaba que no estaba en mis tierras.

El silencio volvió a posarse sobre nosotros y era porque yo sabía que había cosas que debía decirle. Sería mi esposa y no quería que su mirada se viese decepcionada cuando descubriese que yo no era un lord carismático como el caballero Lannister; el príncipe Targaryen o Robert Baratheon, el prometido de mi hermana. A diferencia de él, cuyos ojos se volvieron tormentas con la coronación de Rhaegar a Lyanna pero aun así calló su furia, yo no tenía ese control sobre mi porque, a veces, simplemente dejaba de pensar.

-Voy a enseñaros...- susurré estando aun cerca uno del otro. La volvía a sentir como un pajarillo entre mis manos. -Cuando la noche cae sobre Invernalia luego de una tormenta, se puede ver un cinturón de estrellas que atraviesan el cielo. Puedo enseñaros a leer el cielo para poder orientarse durante la cacería y...-

Me sentía como un cachorro curioso. Sin embargo, esa sonrisa de idiota se empezó a desdibujar lentamente mientras levantaba ambas cejas y mostraba los dientes en un gesto de agudeza algo tardía- Hablaba de las costumbres de mi tierra, no de las mías ¿no es así? - empecé a sonreír mientras me imaginaba a Lady Catelyn Tully haciendo las cosas que Lyanna hacía. Una doncella criada para ser la dama más perfecta de todo Poniente y yo quería invitarla a cazar con hombres para mostrarle un poco de lo que era mi naturaleza.

Sonreí. Eso era lo que me molestaba. En el fondo sentía que sería siempre mi esposa, la mujer que me esperaría en mi hogar y criaría a mis hijos, pero yo tendría una amante que nadie jamás me había podido quitar: La libertad. Mi sangre ardía cuando veía un animal salvaje moverse entre la nieve blanca. Sentía el anhelo cuando liberaba mi espada y ejecutaba a una presa que había marcado. Nada me conmovía más que una batalla y no tenía el menor temor a ensuciar el metal de mi espada con sangre. Catelyn era una flor de los ríos y yo un lobo del Norte.

¿Qué hace un lobo con una flor?

-Mis costumbres son muy diferentes a la de los hombres de aquí...O de cualquier otro sitio. - nuevamente lo sentía. Ardía mis manos y la palma de mis dedos pasaba por las telas que cubrían sus brazos blancos y perfectos. Mis ojos, en cambio, estaban puestos sobre los de ella sin siquiera pestañear. Me recordaba a un ciervo, pequeño, con esa mirada huidiza pero a la vez, tan expresiva. Hubiese dado una de mis manos por estar casado con ella en ese momento y tener la libertad de sentir su piel sin ningún tapujo. Volvía a acercar a ella mi rostro. El aliento que salía de sus labios rosados, delineados por los pétalos de las rosas lograba descolocarme. No suelo ser de los hombres que se contienen y ahí estaba, conteniéndome. - En el Norte os habría llevado ante los arcianos y os habría declarado mi mujer ante ellos. Y luego no existiría nadie, hombre, mujer, fantasma o lo que fuese que pudiese evitar que la...-

Debía contenerme. Era la flor más delicada de Harrenhal y yo estaba fuera de mí. A eso me refería. Había dos cosas que entendía a la perfección: Una era la sangre y la otra, la carne. Y no podía dejarme llevar por ninguna de las dos ante la mujer con la que me casaría. Liberé un suspiro y llevé la cabeza hacia atrás, llenando mis pulmones de aire mientras trataba de alivianar mi cabeza. Pelear conmigo mismo siempre ha sido de las cosas más complicadas.

-Nada. No haría nada. Porque debo esperar a casarnos para hacer algo y, señora mía, vuestra belleza me lo hace muy difícil.-

-No os disculpe por eso, Lady Tully. No era mi intención tentarme tampoco. Quiero decir, que en parte es mi culpa - empecé a decir y luego noté lo ridículo que podía sonar aquello que estaba saliendo de mis labios. Por los antiguos, era difícil para mí hablar con una doncella sin tener otras intenciones que una plática dado que la única cercana era mi madre y la otra mi hermana, ambas tan intocables como lo sería la llama viva. No estaba acostumbrado a esperar, en absoluto. Solo sabía que una vez casado, esa mujer sería Stark y yo compartiría con ella mi vida. Bradley me odiaría o mejor dicho, a ella, pero no era algo extraño. Se lo dije cuando nos vimos en aquella cueva días antes de partir. Sabía que ella podía amarme y entregarme el cuerpo y el alma pero de sus propios labios había emergido la frase de que un lobo libre no se podía atrapar.

No tengo conciencia para las conquistas. Ninguna mujer es forzada a enamorarse de mí, excepto aquella que estaba ante mis ojos y por eso, quizás solo por eso le tenía más estima que las demás. - ¿No se siente mal al perder las costumbres de los ribereños? - pregunté con real curiosidad en mis palabras. Quería saber de ella y saber que no hacía más que repetir lo que su padre le había dicho que dijese. Más allá de ser más lobo que hombre para muchos, yo conocía las reglas de todo y había escuchado a mí mismo padre decirle a Lyanna cómo debía comportarse ante su prometido. Mi única regla era no deshonrar a mi futura esposa y esperar el matrimonio pero las de ella eran más; muchas más. - No hace falta que suprima todo lo que es para estar conmigo. Yo no lo haría ¿por qué habría de pediros semejante cosa? -

Una de mis manos fue directa a su mentón y mi pulgar acarició su rostro suave mientras le miraba algo apesadumbrado. Sin embargo, ya no estaba en mi rostro ese pesar anterior, esa ira. Todo lo que había sentido luego de ver al dragón coronando a mi hermana se había vuelto etéreo y yo volvía a estar con ella, quizás por primera vez, prestándole la atención que merecía recibir. Liberó en mi algo parecido a la ternura de cuando veía a una niña esconderse ante un muchacho y más de una de las doncellas del Norte que lo hacían ante Ned o ante mí. Pero lo curioso de Catelyn era que ella lo hacía con real pesar. Me costaba no creer cada uno de sus movimientos y sus palabras porque, quizás, yo había visto muchas mujeres buscando conmoverme. Ella lo había logrado y no tenía nada que probar.

-Lady Tully...- la corta distancia que nos separaba se vio interrumpida y con mis brazos le envolví en un gesto que no podía ser más que sincero cariño. Sentí esa pequeña flor entre mis manos y el aroma de su cabello volvió a llegarme, tan suave como lo había sido su piel. En mi mente lentamente aceptaba que un lobo como yo podía contraer nupcias con una flor como ella y así se haría -No sienta vergüenza. Yo seré tuyo y tú serás mía. Te mostraré lo que soy y tú me mostrarás lo que eres. -

Mis ojos estaban posados en el camino mientras hablaba. Luego volví a mirarle a esos ojos similares al océano, depositando un beso en su frente - Nunca habría de deshonraros.- empecé a decir y sentí mis labios sonreír al instante muy a mi pesar - A menos que vuestro deseo sea...- volví a pensar y cerrar los ojos. Pasé saliva y sonreí bajando la mirada al suelo.

-No. ¿Le he dicho que soy muy malo en el arte del cortejo? - empecé a decir cuando noté a la comitiva de Hoster Tully acercarse lentamente. No sabía si era él pero sabía que eran sus soldados. Mis manos se abrieron y levanté la mirada a ellos. Desconocía cómo reaccionaría Lord Tully de verme tan cerca de su hija antes del matrimonio. - Espero que vuestro padre no vea mal que nos veamos antes de la boda. Mi padre suele ser muy cuidadoso con mi hermana... -

Pensé un instante y luego levanté ambas cejas y denoté que estaba marcando una clara mentira en mi rostro.

-Está bien, en honor a la verdad, yo soy el cuidadoso. Robert Baratheon no se ha acercado a Lyanna una sola vez sin yo estar presente por más que a Ned le agrade.- dije sonriendo sin pena alguna. Esa niña que era Lyanna era algo que adoraba más allá de soportarla poco. Mi madre una vez me había dejado más que claro que posiblemente yo sería un padre terrible puesto que correría a los pretendientes de mis hijas más rápido de lo que un lobo aprende a caminar.

En ese momento reí con ganas; nunca había imaginado tener hijas.