Hundred moons or more, he's been howling - Catelyn

El pequeño septo estaba casi terminado. El regalo que Lyarra Stark le había hecho dándole un trozo de su tierra natal, de sus costumbres en un lugar que sentía a veces ajeno y otras tan familiar como si se hubiese criado allí. Las máscaras que adornarían las paredes de la pequeña capilla eran perfectas. Reflejos de Los Siete en materiales recios, que soportarían el paso del tiempo pero al mismo tiempo mostraban parte de la naturaleza de los dioses que representaban.

Aún así, Catelyn se había acostumbrado a pasear y pensar en el bosque de los Dioses de la fortaleza. En aquel lugar, era imposible no aceptar la existencia de aquellos conocidos como los Antiguos Dioses. Al contrario que muchos de los seguidores de Los Siete, Catelyn nunca se había cerrado en banda ante ellos. Y ahora, más que nunca en el que los tiempos venideros no serían menos turbulentos, necesitaba toda la paz mental que pudiese amasar. Y, de alguna forma mística, se sentía cerca de Brandon a pesar de la distancia cuando posaba sus ojos sobre la madera blanca del arce y se atrevía a cobijarse bajo sus ramas en los días de nieve. Sobre todo desde aquellos cuervos plagados de preocupaciones con respecto a Eddard y Lyanna.

—Lady Stark, Lord Stark ha vuelto a Invernalia —informó la voz dulce y suave de Astraea sacándola de sus pensamientos bajo el arciano. Se había encariñado con rapidez con la joven Karstark con quien conversaba de vez en cuando sobre aquel sueño que la despertase en mitad de la noche. Algo que se había añadido a los misterios de aquellas tierras que quería ir desentrañando con el tiempo. Ante la noticia que le dio, un suspiro de alivio brotó de sus labios poniéndose en pie para partir en su busca. Hubiese esperado poder darle buenas nuevas a su regreso, pero el Maestre decía que aún era pronto para asegurar nada. Que debía ser paciente.

Conteniendo sus instintos de salir corriendo hacia los muros para buscarle en el horizonte con la vista, Catelyn se puso en pie despidiéndose en silencio del arciano y tomó la mano de la doncella para que juntas volvieran sobre sus pasos hacia el interior de la fortaleza. Se encontraba nerviosa y emocionada al mismo tiempo. ¿Habría cambiado en el tiempo que no se habían visto? Quería creer que sí, que parecería más... adulta. Caminó con paso lento, sosegado pero en cuanto sus orbes azules se posaron sobre el rostro de Brandon y su propia cara se iluminó con alegría plena no pudo contener el impulso de ir a su encuentro y abrazarse a él con toda la fuerza que tenía aferrándose a las pieles que vestía de forma firme.

—Has vuelto a mí. Te he echado mucho de menos... —dijo en voz baja pegando su cabeza al centro de su pecho antes de levantar la mirada y encontrarse con aquel orbe gris acero que tanto había extrañado.