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Cicatrices | Stannis Baratheon
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Cicatrices | Stannis Baratheon
Día VI Mes IV Año 282
La capa de plumas de cuervo negra había sido arreglada de forma tal que no hubiese marca que demostrase daño en ella. Pero las cicatrices se llaman así porque, justamente, siempre dejan marca. Su padre en más de una ocasión le dijo que esas marcas que llevamos nos dejan un aprendizaje que solo nosotros éramos capaces de apreciar y esa capa de plumas de cuervo tenía demasiadas marcas. ¿Cúantas peleas había visto? ¿Cuantos intentos de asesinato alcanzó a detener?
Melara nunca había sentido tan pesada aquella capa hasta ese día en que le tocó volver a vestirla despues de tanto tiempo en quietud. Su mano aún ardía pero lentamente el dolor comenzaba a desaparecer. En una ocasión, el maestre tuvo que drenar la sangre que se había detenido en uno de sus dedos. Aun le daba asco ver lo que quedaba de la uña de su índice, por donde se habría hecho la incisión para poder quitar la sangre podrida. Ella nunca tuvo mucha vanidad de su lado femenino pero había una parte de su cuerpo que siempre le parecía delicada a pesar de los entrenamientos y los callos que el uso de la espada habían formado y eran sus manos. Poseía dedos largos y más allá de estar endurecidas por el uso de armadura y combates, nunca se habían vuelto gordos como veía a la dama de compañía de su madre.
Ahora era diferente. Su mano era algo que hubiese deseado perder para nunca ver lo que se volvía con la medicina y el estigma que le atravesaba justo en el centro. Usaba una venda negra apretada para evitar que moviese los dedos y por eso, al montar solo recurría a su mano zurda.
El vocero ahora era Ser Jon Horpe, poco más joven que Ser Marcus pero que, por cuestiones de seguridad, se había quedado en Nido de Cuervos a cuidar la fortaleza en ausencia de Melara. Seguía cubriendo su rostro con el pañuelo oscuro y sus ojos claros se veían agotados a diferencia de la primera vez que pisó Bastión de Tormentas.
—Soy Lady Morrigen...— dijo antes que el vocero hablase siquiera. Extraño para los cinco hombres que le acompañaban verle decir algo así ante ellos puesto que, un vocero era aquel que la presentaba y siempre, por órden expresa, lo hacía como "lord". Ella estaba harta de eso ¿Qué tipo de Lord tenía una mano rota? Ahora no era más que una asquerosa moneda de cambio que esperaba matrimonio para mantener a su casa en pie.
Como un felino elegante, elevó su mentón y con la mano con la cual tenía la montura de su caballo negro, dejó caer el pañuelo liberando sus labios.
— ...Actual guardiana de Nido de Cuervos. Solicito una audiencia con el heredero de Bastión de Tormentas, Ser Stannis Baratheon—
Y luego de decir ese nombre, la imagen que tanto quería olvidar volvió a plasmarse en su mente.
"Lo he visto morir y lo veo vivir blandiendo en sus manos una espada en llamas para cubrirnos del mal porque la noche es oscura y alberga terrores"
¿Con qué cara podría mirar a un hombre como ese luego que sus labios fueron capaces de decir tales cosas...?
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Con la mente en otros lares y la mirada perdida: en el interior del cuenco y en sus dedos escuálidos, famélicos, que asían con desidia una cuchara y removían el interior del recipiente; con hastío e inapetencia, apáticamente.
Así se pasaba las horas y las horas Stannis Baratheon: postrado como un anciano sus últimas sobre su sillón de lisiado, aquel que Cressen le había adecentado tan cuidadosa y particularmente. Arrebujado en capas de mantas y más mantas, junto a las briosas llamas de la chimenea que ardía a pocos metros de él, y frente a una mesa de roble macizo: llena de libros, manuscritos, documentos y demás formas de entretenimiento casual.
Caldo de remolachas y zanahorias; comida de enfermos. El anciano maestre lo había preparado con sus mejores intenciones y Stannis lo sabía; mas no por ello, con el paso de las horas, seguía intacto en el mismo sitio, y frío. El joven Venado no tenía apetito alguno: algo le cerraba el estómago. Ingería lo justo y necesario para llegar al final del día.
Ya había pasado casi una luna desde que hubiese despertado. Lo sabía, pues uno de sus pocos entretenimientos era apercibir, memorizar y recordar el paso de los días. Aunque en realidad a su juicio, parecía haber transcurrido ya toda una eternidad.
Comenzaba a mejorar en muchos aspectos. Poco a poco, con mucha ayuda y una dura rehabilitación, comenzaba a volver a caminar. Si es que se le podía llamar así a aquel acto grotesco e irrisorio.
De un momento a otro, comenzó a sentirse profundamente cansado. Casi sin tiempo para apercibirse, los párpados comenzaron a pesarles y sus ojos, a entornarse. Mas justo cuando estuvo a punto de quedarse dormido, alguien se personó en los aposentos del Baratheon.
— Ser Stannis. —Proclamó a modo de saludo el joven heraldo, con voz diligente y resuelta. — Lady Morrigen de Nido de Cuervos acaba de anunciarse en el rastrillo de la fortaleza. Solicita una audiencia con vos. ¿La invito a pasar a esta estancia...?
El joven Venado se apresuró tanto como pudo en sacar una mano macilenta de entre las frazadas que le cubrían hasta los hombros y alzarla, en un claro ademán de negativa. No estaba dispuesto a que una visita le descubriese en tan lamentable estado y situación. — No. La recibiré en el salón principal. —La recibiría sentado en el trono de su hermano, como correspondía al heredero y provisional mandatario de Bastión de Tormentas.
Con notable torpeza, alcanzó junto a una de las patas de la mesa el bastón de pino que le servía de apoyo para caminar. Se levantó tan hábilmente como pudo, y haciendo un gran esfuerzo, se puso en marcha hacia el punto de encuentro.
Así se pasaba las horas y las horas Stannis Baratheon: postrado como un anciano sus últimas sobre su sillón de lisiado, aquel que Cressen le había adecentado tan cuidadosa y particularmente. Arrebujado en capas de mantas y más mantas, junto a las briosas llamas de la chimenea que ardía a pocos metros de él, y frente a una mesa de roble macizo: llena de libros, manuscritos, documentos y demás formas de entretenimiento casual.
Caldo de remolachas y zanahorias; comida de enfermos. El anciano maestre lo había preparado con sus mejores intenciones y Stannis lo sabía; mas no por ello, con el paso de las horas, seguía intacto en el mismo sitio, y frío. El joven Venado no tenía apetito alguno: algo le cerraba el estómago. Ingería lo justo y necesario para llegar al final del día.
Ya había pasado casi una luna desde que hubiese despertado. Lo sabía, pues uno de sus pocos entretenimientos era apercibir, memorizar y recordar el paso de los días. Aunque en realidad a su juicio, parecía haber transcurrido ya toda una eternidad.
Comenzaba a mejorar en muchos aspectos. Poco a poco, con mucha ayuda y una dura rehabilitación, comenzaba a volver a caminar. Si es que se le podía llamar así a aquel acto grotesco e irrisorio.
De un momento a otro, comenzó a sentirse profundamente cansado. Casi sin tiempo para apercibirse, los párpados comenzaron a pesarles y sus ojos, a entornarse. Mas justo cuando estuvo a punto de quedarse dormido, alguien se personó en los aposentos del Baratheon.
— Ser Stannis. —Proclamó a modo de saludo el joven heraldo, con voz diligente y resuelta. — Lady Morrigen de Nido de Cuervos acaba de anunciarse en el rastrillo de la fortaleza. Solicita una audiencia con vos. ¿La invito a pasar a esta estancia...?
El joven Venado se apresuró tanto como pudo en sacar una mano macilenta de entre las frazadas que le cubrían hasta los hombros y alzarla, en un claro ademán de negativa. No estaba dispuesto a que una visita le descubriese en tan lamentable estado y situación. — No. La recibiré en el salón principal. —La recibiría sentado en el trono de su hermano, como correspondía al heredero y provisional mandatario de Bastión de Tormentas.
Con notable torpeza, alcanzó junto a una de las patas de la mesa el bastón de pino que le servía de apoyo para caminar. Se levantó tan hábilmente como pudo, y haciendo un gran esfuerzo, se puso en marcha hacia el punto de encuentro.
- Dado de azar:
Si sale exitoso: Stannis consigue llegar hasta el salón principal de Bastión y allí recibe a Melara sentado en el trono de Robert.
Si sale fallido: Stannis no logra llegar a su destino, por lo que el heraldo vuelve con Melara y la invita a los aposentos del Baratheon.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
El miembro 'Stannis Baratheon' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Posibilidad' :
'Posibilidad' :
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Con la mirada ligeramente perdida en la nada ante ella, escuchaba las palabras de su vocero y uno de los guardias de Bastión de Tormentas. A decir verdad, no tenía claro con qué podría llegar a encontrarse en ese sitio, puesto que ella se marchó antes de ver a Stannis Baratheon despierto y lúcido. En Nido de Cuervos llegaron diferentes versiones de lo sucedido y una de ellas era que el joven venado estaba muerto y que Robert Baratheon se había encargado de ocultarlo. Pero ella sabía que no podía estar muerto…Por alguna razón. Melara entreabrió los labios y liberó apenas el aliento mientras bajaba la mirada y escondía nuevamente su mano diestra dentro de la capa que le cubría.
—¿Os encuentra bien, mi lady? —preguntó Marcurio, uno de los guardias más novatos de los Morrigen. Melara apenas sí había cruzado palabras con él pero le había visto pelear y el uso del arco, arma con la que se destacaba, era superior a la de muchos que habían servido durante años a los Morrigen. La mujer asintió con la cabeza pero sin decir palabra alguna mientras volvía a posar sus ojos al frente.
Fue entonces que uno de los heraldos de Bastión se presentó jovial, manifestándose en nombre de Ser Stannis Baratheon.
—Ser Stannis Baratheon, heredero de Bastión de Tormentas, os recibirá en el Salón principal, lady Morrigen.— Con elegancia los pasos de la mujer siguieron a aquel hombre, dejando a varios de sus acompañantes atrás. Cuando Ser Marcurio Roxton quiso adelantarse para acompañarle, ella negó con la cabeza, dando una orden clara. Solo permitía que Marcus le siguiese como consejero y ahora que él estaba como castellano en Nido de Cuervos, ella debía moverse sola. Primero porque Marcus fue testigo de cosas que ella deseaba que se olviden y segundo, porque no deseaba que sus hombres supiesen nada de lo sucedido aquella noche en la playa en la cual Stannis Baratheon fue atacado y ella también.
La noche del Rayo sobre la Arena. Así le había llamado su madre. Melara se preguntaba cuál sería el estado de Stannis después de aquello y por alguna razón, se sentía nerviosa como si fuese una novia que iba camino a la cama de un desconocido. Pero lejos de ser por algo emocional, la joven temía que él recordase alguna de las palabras que ella había dicho en aquella sala cuando le creyó muerto.
—"Dudo que lo haya olvidado. Yo al menos no he podido sacármelo de la cabeza"— decía con cada paso que daba siendo guiada hacia el salón.
Una vez en el salón, el heraldo le pidió que esperase un instante y ahí, en plena soledad, con algunos guardias en las puertas, la mujer se mantuvo estoica como si de una gárgola se tratase. Los minutos pasaban y lentamente comenzaba a sentirse incomoda.
Cuando escuchó pasos nuevamente, esperó encontrarse con el rostro de alguno de los Baratheon pero nuevamente, ese hombre que la había guiado al salón había vuelto solo. —Lady Morrigen, lamento mucho la espera. Ser Baratheon no puede recibirla aquí. Le pido me acompañe…— Se notaba apesadumbrado y con la mirada algo cabizbaja. Melara miró a su alrededor algo confusa y aceptó en silencio mientras era guiada por él nuevamente.
—¿Algún problema? ¿Ser Stannis no desea recibirme? — preguntó con una sensación que era una mezcla de molestia y vergüenza. Rápidamente el heraldo la sacó de sus dudas — Ser Stannis aún está débil. El maestre considera que es mejor que no se exija en su recuperación por lo que la recibirá en sus aposentos.—
La mirada de Melara se congeló un instante mientras sentía un nerviosismo mucho más mundano en su ser. Más allá de considerarse una mujer capaz de portar la espada como una parte de sí misma (antes, al menos), tenía la formación de una doncella y jamás, en sus veintidós días del nombre, había estado en los aposentos privados de hombre alguno. Mantuvo su mirada en alto más allá de sus cejas marcar algo de contradicción.
—Comprendo. Sí, es...es lo correcto... — trató de que su voz sonase con firmeza, tal como si de un caballero se tratase. Aun así, no dudaba que estaba arrepentida de tal encuentro y ahora, más que nunca, sentía que estaba a punto de enfrentarse a algo que no tenía idea.
Cuando la puerta se abrió y la luz de la habitación llegó a sus ojos, vio la silueta del heraldo anunciando que ella se encontraba ahí. Respiró profundamente y levantó la mirada, con el mentón paralelo al suelo y todo su temperamento puesto en mantener la postura estoica que no era más que un espejismo ahora más que nunca, que su mano estaba mutilada.
—¿Os encuentra bien, mi lady? —preguntó Marcurio, uno de los guardias más novatos de los Morrigen. Melara apenas sí había cruzado palabras con él pero le había visto pelear y el uso del arco, arma con la que se destacaba, era superior a la de muchos que habían servido durante años a los Morrigen. La mujer asintió con la cabeza pero sin decir palabra alguna mientras volvía a posar sus ojos al frente.
Fue entonces que uno de los heraldos de Bastión se presentó jovial, manifestándose en nombre de Ser Stannis Baratheon.
—Ser Stannis Baratheon, heredero de Bastión de Tormentas, os recibirá en el Salón principal, lady Morrigen.— Con elegancia los pasos de la mujer siguieron a aquel hombre, dejando a varios de sus acompañantes atrás. Cuando Ser Marcurio Roxton quiso adelantarse para acompañarle, ella negó con la cabeza, dando una orden clara. Solo permitía que Marcus le siguiese como consejero y ahora que él estaba como castellano en Nido de Cuervos, ella debía moverse sola. Primero porque Marcus fue testigo de cosas que ella deseaba que se olviden y segundo, porque no deseaba que sus hombres supiesen nada de lo sucedido aquella noche en la playa en la cual Stannis Baratheon fue atacado y ella también.
La noche del Rayo sobre la Arena. Así le había llamado su madre. Melara se preguntaba cuál sería el estado de Stannis después de aquello y por alguna razón, se sentía nerviosa como si fuese una novia que iba camino a la cama de un desconocido. Pero lejos de ser por algo emocional, la joven temía que él recordase alguna de las palabras que ella había dicho en aquella sala cuando le creyó muerto.
—"Dudo que lo haya olvidado. Yo al menos no he podido sacármelo de la cabeza"— decía con cada paso que daba siendo guiada hacia el salón.
Una vez en el salón, el heraldo le pidió que esperase un instante y ahí, en plena soledad, con algunos guardias en las puertas, la mujer se mantuvo estoica como si de una gárgola se tratase. Los minutos pasaban y lentamente comenzaba a sentirse incomoda.
Cuando escuchó pasos nuevamente, esperó encontrarse con el rostro de alguno de los Baratheon pero nuevamente, ese hombre que la había guiado al salón había vuelto solo. —Lady Morrigen, lamento mucho la espera. Ser Baratheon no puede recibirla aquí. Le pido me acompañe…— Se notaba apesadumbrado y con la mirada algo cabizbaja. Melara miró a su alrededor algo confusa y aceptó en silencio mientras era guiada por él nuevamente.
—¿Algún problema? ¿Ser Stannis no desea recibirme? — preguntó con una sensación que era una mezcla de molestia y vergüenza. Rápidamente el heraldo la sacó de sus dudas — Ser Stannis aún está débil. El maestre considera que es mejor que no se exija en su recuperación por lo que la recibirá en sus aposentos.—
La mirada de Melara se congeló un instante mientras sentía un nerviosismo mucho más mundano en su ser. Más allá de considerarse una mujer capaz de portar la espada como una parte de sí misma (antes, al menos), tenía la formación de una doncella y jamás, en sus veintidós días del nombre, había estado en los aposentos privados de hombre alguno. Mantuvo su mirada en alto más allá de sus cejas marcar algo de contradicción.
—Comprendo. Sí, es...es lo correcto... — trató de que su voz sonase con firmeza, tal como si de un caballero se tratase. Aun así, no dudaba que estaba arrepentida de tal encuentro y ahora, más que nunca, sentía que estaba a punto de enfrentarse a algo que no tenía idea.
Cuando la puerta se abrió y la luz de la habitación llegó a sus ojos, vio la silueta del heraldo anunciando que ella se encontraba ahí. Respiró profundamente y levantó la mirada, con el mentón paralelo al suelo y todo su temperamento puesto en mantener la postura estoica que no era más que un espejismo ahora más que nunca, que su mano estaba mutilada.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Stannis asió el bastión con toda la certeza y convicción que le habían abandonado por completo semanas atrás. Se levantó con cuidado, apoyándose con firmeza en uno de los reposabrazos del asiento, apretando la mandíbula ante el dolor cegador que subía como un rayo de una desde una de sus piernas, temblorosas, hasta la cabeza. Cegador.
Y vaya si lo intentó. Testigo fue el joven heraldo de la tenacidad del Baratheon. Y los Dioses, si es que realmente existía deidad alguna. Lo intentó innumerables veces, durante varios minutos. Y al final desistió.
Se dejó caer con desgana una vez más sobre su asiento y lanzó airado báculo hacia la otra punta de la sala. Arrojó por los aires el cuenco de sopa tibia, que rompió en mil pedazos cuando cayó al suelo. El recadero salió de la pieza con diligencia, mientras Stannis miraba a la nada con enfurecimiento inenarrable, rechinando los dietes con denuedo latente.
Durante la espera, un nuevo criado entró a la sala para limpiar los estropicios coléricos del joven Venado. Este aguardó sentado, de brazos cruzados, con el gesto duro y el ceño fruncido, mirando a través de la única ventana de la sala. Al mar.
Probablemente en aquel momento comenzaba a sentir una sensación jamás experimentada. Pues ya conocía otras tales como la pena, el abatimiento, la desgana, el enfado consigo mismo... y ahora se sentía por primera vez impotente. Incapaz.
Al rato la puerta se abrió y dos personas entraron en la sala. La primera, un heraldo, que anunció la llegada. — Lady Morrigen de Nido de Cuervos.
— Lord. —Corrigió Stannis con tono férreo.
Levantó su rostro consumido para mirar ahora a la segunda, a la joven. Parecía transmitir firmeza y serenidad, aunque a la vista estaba que no era más que no era más que una careta. O eso pensaba Stannis, que se estremeció al volver a verla. Vestía una capa de plumas de cuervo y, tal y como sabía por lo que le contó Cressen, disimulaba su mano. Mutilada.
Pasaron varios segundos sin que el Baratheon mediase palabra. — Ser Stannis de la Casa Baratheon. Anunció vacilante el heraldo, sin saber bien que hacer en aquella posición arbitraria.
— Dejadnos solos. —Ordenó el joven Venado al momento. Consciente de lo incómodo que le iba a resultar permanecer en soledad con una mujer casi desconocida en la misma pieza, pero era necesario. Lo que hablasen, debía quedar entre ambos.
El joven se apresuró en salir de la habitación, una vez más. Stannis no quitaba ojo a su invitada. Había un sitio libre justo frente a él, al otro lado del escritorio.
Y vaya si lo intentó. Testigo fue el joven heraldo de la tenacidad del Baratheon. Y los Dioses, si es que realmente existía deidad alguna. Lo intentó innumerables veces, durante varios minutos. Y al final desistió.
Se dejó caer con desgana una vez más sobre su asiento y lanzó airado báculo hacia la otra punta de la sala. Arrojó por los aires el cuenco de sopa tibia, que rompió en mil pedazos cuando cayó al suelo. El recadero salió de la pieza con diligencia, mientras Stannis miraba a la nada con enfurecimiento inenarrable, rechinando los dietes con denuedo latente.
Durante la espera, un nuevo criado entró a la sala para limpiar los estropicios coléricos del joven Venado. Este aguardó sentado, de brazos cruzados, con el gesto duro y el ceño fruncido, mirando a través de la única ventana de la sala. Al mar.
Probablemente en aquel momento comenzaba a sentir una sensación jamás experimentada. Pues ya conocía otras tales como la pena, el abatimiento, la desgana, el enfado consigo mismo... y ahora se sentía por primera vez impotente. Incapaz.
Al rato la puerta se abrió y dos personas entraron en la sala. La primera, un heraldo, que anunció la llegada. — Lady Morrigen de Nido de Cuervos.
— Lord. —Corrigió Stannis con tono férreo.
Levantó su rostro consumido para mirar ahora a la segunda, a la joven. Parecía transmitir firmeza y serenidad, aunque a la vista estaba que no era más que no era más que una careta. O eso pensaba Stannis, que se estremeció al volver a verla. Vestía una capa de plumas de cuervo y, tal y como sabía por lo que le contó Cressen, disimulaba su mano. Mutilada.
Pasaron varios segundos sin que el Baratheon mediase palabra. — Ser Stannis de la Casa Baratheon. Anunció vacilante el heraldo, sin saber bien que hacer en aquella posición arbitraria.
— Dejadnos solos. —Ordenó el joven Venado al momento. Consciente de lo incómodo que le iba a resultar permanecer en soledad con una mujer casi desconocida en la misma pieza, pero era necesario. Lo que hablasen, debía quedar entre ambos.
El joven se apresuró en salir de la habitación, una vez más. Stannis no quitaba ojo a su invitada. Había un sitio libre justo frente a él, al otro lado del escritorio.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Sentía que caminaba directo hacia un juicio sin saber por qué. La frialdad de sus extremidades solo era apaciguada por el pesado tapado que había pertenecido a su padre y antes, a su abuelo. Pero cuando dio el paso que le llevó a ingresar a la alcoba del Venado herido, el aroma a encierro y comida llegó a su olfato con suma rapidez. Bajó al suelo la mirada transparente mientras pasaba saliva por su garganta y sentía la punzante sensación de su palma oculta sin saber por qué.
Al levantar los ojos, se encontró con un hombre decaído por el tiempo y el dolor. La tez que ella reconocía como blanca ahora parecía amarillenta y enfermiza, como si el encierro y el cansancio estuviesen haciendo magulladuras no solo en su cuerpo, sino también en su espíritu. Escuchó con claridad la voz férrea que corregía al heraldo y sintió que, por alguna razón, eso le atravesaba el alma. No era un Lord. Un Lord debía pelear y ella no podía hacerlo. Pero ¿Debía aclararlo? ¿Acaso debía dejar en claro que sentirse minusválido volvía a un hombre menos hombre ahora que se encontraba ante aquel que, según parecía, sufría más que ella misma? Melara al menos podía caminar. Podría atravesar el pasillo corriendo de desearlo. Stannis en cambio lejos estaba de portar esa porte con la cual le conoció y eso se debía a algo que nadie le había dicho antes y ni siquiera se molestaron en aclararle: La noche del ataque, el venado había caído y había perdido más que la vida por un instante.
La mirada del joven hacia ella hizo que su postura se doblase y no por timidez, sino por vergüenza. Todo el camino que había recorrido desde Nido de Cuervos hasta Bastión de Tormentas había sido una recreación de las mil y un diferentes cosas que Lord Baratheon podría llegar a decirle.
“¿Qué demonios fue eso aquella noche?”
“¡Eres una pagana blasfema!”
“¿De qué sirve un Lord si no puede esgrimir una espada? ¿Ahora vienes porque necesitas un marido que le de poder a tu casa?”
Cada oración inventada por sus propios fantasmas hacía que Melara sintiese más ganas de abandonar esa habitación. Pero aun así, se mantuvo de pie. El Heraldo entonces le llamó Ser y ella pestañeó un instante. Por supuesto que era Ser. Lord Baratheon había retornado.
La soledad era algo que, por una parte anhelaba para recibir la reprimenda o las preguntas a solas pero, cuando aquel hombre se marchó dejándole con Stannis, sintió todo el peso de su mirada sobre sus hombros. Tensó su mano y sintió el dolor insoportable en la costra que se formaba en su palma, pero lo disimuló apretando los labios. Y entonces, asintió ante el ciervo, caminando lentamente hacia él.
Pero antes de poder sentarse frente a él, Melara bajó la mirada y posteriormente, dejó caer la rodilla sobre el suelo ante Stannis Baratheon. Apretaba la mandíbula y sentía su labio inferior temblar mientras miraba el suelo a los pies del joven; aquel que había muerto y vuelto a la vida sin saber por qué.
-Ser Stannis Baratheon, no tengo palabras para pediros disculpas. Reconozco cada una de mis fallas esa noche. Debí protegerle de esa flecha; debí evitar que le hiriesen ¡Le juré lealtad en nombre de mi casa y aun así, no pude hacer nada para evitarle esto!-
Aun tenía su mano oculta, cubierta de varios trozos de vendas y telas pero, además, camuflada por el tapado mismo.
Al levantar los ojos, se encontró con un hombre decaído por el tiempo y el dolor. La tez que ella reconocía como blanca ahora parecía amarillenta y enfermiza, como si el encierro y el cansancio estuviesen haciendo magulladuras no solo en su cuerpo, sino también en su espíritu. Escuchó con claridad la voz férrea que corregía al heraldo y sintió que, por alguna razón, eso le atravesaba el alma. No era un Lord. Un Lord debía pelear y ella no podía hacerlo. Pero ¿Debía aclararlo? ¿Acaso debía dejar en claro que sentirse minusválido volvía a un hombre menos hombre ahora que se encontraba ante aquel que, según parecía, sufría más que ella misma? Melara al menos podía caminar. Podría atravesar el pasillo corriendo de desearlo. Stannis en cambio lejos estaba de portar esa porte con la cual le conoció y eso se debía a algo que nadie le había dicho antes y ni siquiera se molestaron en aclararle: La noche del ataque, el venado había caído y había perdido más que la vida por un instante.
La mirada del joven hacia ella hizo que su postura se doblase y no por timidez, sino por vergüenza. Todo el camino que había recorrido desde Nido de Cuervos hasta Bastión de Tormentas había sido una recreación de las mil y un diferentes cosas que Lord Baratheon podría llegar a decirle.
“¿Qué demonios fue eso aquella noche?”
“¡Eres una pagana blasfema!”
“¿De qué sirve un Lord si no puede esgrimir una espada? ¿Ahora vienes porque necesitas un marido que le de poder a tu casa?”
Cada oración inventada por sus propios fantasmas hacía que Melara sintiese más ganas de abandonar esa habitación. Pero aun así, se mantuvo de pie. El Heraldo entonces le llamó Ser y ella pestañeó un instante. Por supuesto que era Ser. Lord Baratheon había retornado.
La soledad era algo que, por una parte anhelaba para recibir la reprimenda o las preguntas a solas pero, cuando aquel hombre se marchó dejándole con Stannis, sintió todo el peso de su mirada sobre sus hombros. Tensó su mano y sintió el dolor insoportable en la costra que se formaba en su palma, pero lo disimuló apretando los labios. Y entonces, asintió ante el ciervo, caminando lentamente hacia él.
Pero antes de poder sentarse frente a él, Melara bajó la mirada y posteriormente, dejó caer la rodilla sobre el suelo ante Stannis Baratheon. Apretaba la mandíbula y sentía su labio inferior temblar mientras miraba el suelo a los pies del joven; aquel que había muerto y vuelto a la vida sin saber por qué.
-Ser Stannis Baratheon, no tengo palabras para pediros disculpas. Reconozco cada una de mis fallas esa noche. Debí protegerle de esa flecha; debí evitar que le hiriesen ¡Le juré lealtad en nombre de mi casa y aun así, no pude hacer nada para evitarle esto!-
Aun tenía su mano oculta, cubierta de varios trozos de vendas y telas pero, además, camuflada por el tapado mismo.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Recordó en aquel momento la primera vez que había recibido a aquella mujer; recordó, con pena y dolor. Fue el mismo día del fatídico accidente, aquel que casi le cuesta la vida.
También recordaba como apenas la había tenido en consideración. Al principio ni siquiera supo de la muerte de su señor padre; y cuando conoció su actual posición como Lord de Nido de Cuervos, ni siquiera le había dado importancia a ello.
Y el resto... ya es historia. Lo que pasó aquella noche: Stannis no estuvo consciente para presenciarlo. Algunos de los que sí se encontraban en aquella sala lo atribuyen al espíritu poderoso y a la temible fuerza de voluntad del joven Venado, cosa con la que este no estaba para nada de acuerdo. Y otros hablaban de dioses. Y de magia.
Nadie sabría la verdad jamás. Salvo una cosa, en la que todos coincidían: aquella noche, en Bastión de Tormentas, el corazón del Baratheon se paró y volvió a latir; murió, para volver a vivir.
Y los que atribuyen lo sucedido a hechos extraordinarios, que escapan al entendimiento humano, coinciden en que aquella joven tuvo algo que ver. Stannis no podía evitar mirarla ahora a los ojos y sentir cierta aprensión: le habían contado que sanó el tajo fatal de su cuello únicamente con plasma de su mano mutilada... magia de sangre.
Se llevó instintivamente una palma al lugar sobre el que se escondía su ya cicatrizada herida. Observó de soslayo como el Lord de Nido de Cuervos se arrodillaba ante él, y comenzaba a implorar su perdón. Aunque en vano: Stannis tenía la mirada perdida en cualquier punto de la sala, con los ojos muy abiertos y los labios apretados, figurando conjeturas y creencias que hasta hace unos meses le habían resultado inconcebibles; y años atrás, impensables.
— Dicen que vos salvasteis mi vida aquella noche. —Declaró sin titubeos, otorgando a las súplicas con el silencio. No necesitaba perdón alguno. Simplemente quería de ella una cosa: explicaciones.
La miró de nuevo fijamente a los ojos, frunciendo el ceño. Seguía palpando los apósitos de su cuello sobre los que yacía el tajo cicatrizado. Su voz sonaba un tanto temblorosa. — Me he estado documentando por mi cuenta las últimas semanas. Sé que existe en algunos lugares la práctica de la denominada magia de sangre. También sé que el discurso que recitasteis aquella noche mientras me... —Hizo una pausa. Durante un par de segundos: entrecerró los ojos, y tomó aire. — Es atribuible a la religión de los adoradores de una prominente deidad de Essos. El Dios Rojo. —Manifestó con cautela. Dudaba haber podido pronunciar correctamente su nombre original.
Tragó saliva, antes de formular la dichosa pregunta que le rondaba la mente de manera incesante. — ¿Sois una bruja?
También recordaba como apenas la había tenido en consideración. Al principio ni siquiera supo de la muerte de su señor padre; y cuando conoció su actual posición como Lord de Nido de Cuervos, ni siquiera le había dado importancia a ello.
Y el resto... ya es historia. Lo que pasó aquella noche: Stannis no estuvo consciente para presenciarlo. Algunos de los que sí se encontraban en aquella sala lo atribuyen al espíritu poderoso y a la temible fuerza de voluntad del joven Venado, cosa con la que este no estaba para nada de acuerdo. Y otros hablaban de dioses. Y de magia.
Nadie sabría la verdad jamás. Salvo una cosa, en la que todos coincidían: aquella noche, en Bastión de Tormentas, el corazón del Baratheon se paró y volvió a latir; murió, para volver a vivir.
Y los que atribuyen lo sucedido a hechos extraordinarios, que escapan al entendimiento humano, coinciden en que aquella joven tuvo algo que ver. Stannis no podía evitar mirarla ahora a los ojos y sentir cierta aprensión: le habían contado que sanó el tajo fatal de su cuello únicamente con plasma de su mano mutilada... magia de sangre.
Se llevó instintivamente una palma al lugar sobre el que se escondía su ya cicatrizada herida. Observó de soslayo como el Lord de Nido de Cuervos se arrodillaba ante él, y comenzaba a implorar su perdón. Aunque en vano: Stannis tenía la mirada perdida en cualquier punto de la sala, con los ojos muy abiertos y los labios apretados, figurando conjeturas y creencias que hasta hace unos meses le habían resultado inconcebibles; y años atrás, impensables.
— Dicen que vos salvasteis mi vida aquella noche. —Declaró sin titubeos, otorgando a las súplicas con el silencio. No necesitaba perdón alguno. Simplemente quería de ella una cosa: explicaciones.
La miró de nuevo fijamente a los ojos, frunciendo el ceño. Seguía palpando los apósitos de su cuello sobre los que yacía el tajo cicatrizado. Su voz sonaba un tanto temblorosa. — Me he estado documentando por mi cuenta las últimas semanas. Sé que existe en algunos lugares la práctica de la denominada magia de sangre. También sé que el discurso que recitasteis aquella noche mientras me... —Hizo una pausa. Durante un par de segundos: entrecerró los ojos, y tomó aire. — Es atribuible a la religión de los adoradores de una prominente deidad de Essos. El Dios Rojo. —Manifestó con cautela. Dudaba haber podido pronunciar correctamente su nombre original.
Tragó saliva, antes de formular la dichosa pregunta que le rondaba la mente de manera incesante. — ¿Sois una bruja?
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
“Dicen” susurró él y Melara cerró sus ojos como si sintiese una mano invisible en torno a su cuello. Apretó los labios y mantuvo la mirada al suelo. Pero entonces levantó los ojos y la melena salvaje de sus cabellos negros cayeron sobre su espalda por encima de la capucha de plumas. Sus ojos se mantuvieron en los de Ser Stannis y su corazón sentía el palpitar del juicio inherente sobre su persona. No es que temiese daño de su parte sino que su mayor miedo residía en como aquello que “decían” continuaría dañando su reputación.
Un raro temblor recorrió su cuerpo mientras escondía su mano y sentía que ésta palpitaba. “Magia de sangre”. Ante ese concepto ella mantuvo sus ojos puestos en los ajenos y bajó sus hombros de forma agotada. Se puso de pie nuevamente, altiva pero notoriamente dañada, como si cada palabra dicha por esos labios hubiesen dado estocadas perfectas a cada uno de sus miedos. Se parecía a un cuervo que acaba de tocar tierra luego de enfrentar una tempestad.
— No— formuló certeramente con sus labios decididos. — No, Ser, no soy una bruja del Dios Rojo—
No mentía a pesar de todo. Ella creía en los Dioses por encima pero nunca les dio identidad siquiera. Para ella, la divinidad era más que el Padre, la Madre o los demás nombres. Sentía la religión como aquello que vivía más allá de todos y todo lo envolvía, como si, en alguna extraña manifestación de su mente en las pocas veces que había hablado de ello, creyese que los Dioses eran más que rostros; como si fuesen uno y muchas caras alrededor.
— No soy una mujer devota y mi madre pudo haber tenido que ver en ello. Ella deseaba que sea la Doncella la que me iluminase pero mi padre siempre dijo que la bendición sobre mi era la del Guerrero— caminó hacia la silla vacía. Con una de sus manos, la sana, liberó sus hombros de la pesada capa no sin dificultad y se mostró con la armadura negra y en detalles verdes de los Morrigen; esa que lucía el cuervo en su tallado. — Pero no le mentiré. Mi vida, o mejor dicho, una línea de sangre en mi familia está vinculado a la… decir magia es decir mucho. Antes a mis ojos era superstición y ahora, después de lo que pasó, no sé explicarlo siquiera. ¿Lo extraño, tal vez?—
Sin la capa de plumas negras que parecían pulidas, Melara hacía notar que no era un hombre. Más allá de todo, más allá de su altura, era en su cuello donde se delataba su género. Odiaba su cuello de niña. Y ahora, sin la contención y el escudo de su propia capa, se veía la mano herida cubierta por vendajes de seda y cuero.
— No he tenido contacto con esa deidad extranjera. Pero cuando mi padre agonizaba, un sacerdote de las tierras extranjeras, predicador de esa deidad, pidió asilo en Nido de Cuervos. Me habló del rostro de la luz y de este dios.— Melara tenía la mirada perdida ante ella, rememorando a aquél extraño en su hogar. No había nada raro en él. Ni siquiera fue capaz de mostrarle uno de sus grandes milagros y por eso, ella había dicho sin preámbulos que el Dios de la luz no era más que otra cara de otro Dios. Sonrió al notar que fue en esa plática cuando descubrió esa extraña lógica acerca de las deidades quienes, para ella, siempre habían sido ajenas. Levantó entonces sus ojos transparentes y negó con la cabeza.
— No sé qué pasó. Puedo decirle que tenía mi mano atravesada y sentía que palpitaba. Pero en mi cabeza, creí que estaba muerto, Ser Stannis. Me llevaron a otra habitación para verificar que no había perdido ninguna falange y tratar la herida pero entonces…— la mirada de Melara se mantenía en Stannis Baratheon y por primera vez en su corta vida se sintió intimidada. Hay cosas que nadie cuenta por miedo a que lo tomen por loco y, ese hombre ante ella, parecía juzgar todo con su sola mirada. Los ojos de la mujer se humedecieron ante esa impotencia y, además, ante aquel recuerdo del cuál había hablado una y otra vez con su madre y con su Castellano. Un recuerdo que se volvía anécdota.
— …Lo escuché. No una voz, sino, el llanto. El eco del llanto. Y algo que me empujaba a verlo. Porque sabía que moriría y sabía que no moriría. ¿Le ha pasado que le dicen algo y usted no cree que eso sea cierto y necesita verlo para verificarlo? — preguntó, formándose una grieta ligera en su entrecejo, como si tuviese que elegir las palabras y evitar perderse en su propio relato.— Cuando lo vi sobre la mesa, pálido, simplemente supe que no era correcto. Que todo lo que pasaba no estaba bien y no debía ser así. Y ante mis ojos, cuando me giré dispuesta a no verlo más, cerré los ojos y volví a verlo pero esta vez, estaba de pie. Y de pie dirigía una tropa contra la oscuridad misma. Nada iluminaba esa oscuridad más que la mano que blandía una espada de fuego. Y en ese momento supe como quien conoce y ve la verdad de las cosas. Stannis Baratheon no debía morir...—
Melara se congeló. La voz se volvió silencio mientras llevaba sus dedos a sus propios labios y notaba que tenía los ojos empañados en una emoción indescriptible. — Porque la noche es oscura y alberga horrores. —
Entonces sintió que su piel se erizó por completo por el helado y tajante frío que no sabía siquiera que existía en la habitación.
Un raro temblor recorrió su cuerpo mientras escondía su mano y sentía que ésta palpitaba. “Magia de sangre”. Ante ese concepto ella mantuvo sus ojos puestos en los ajenos y bajó sus hombros de forma agotada. Se puso de pie nuevamente, altiva pero notoriamente dañada, como si cada palabra dicha por esos labios hubiesen dado estocadas perfectas a cada uno de sus miedos. Se parecía a un cuervo que acaba de tocar tierra luego de enfrentar una tempestad.
— No— formuló certeramente con sus labios decididos. — No, Ser, no soy una bruja del Dios Rojo—
No mentía a pesar de todo. Ella creía en los Dioses por encima pero nunca les dio identidad siquiera. Para ella, la divinidad era más que el Padre, la Madre o los demás nombres. Sentía la religión como aquello que vivía más allá de todos y todo lo envolvía, como si, en alguna extraña manifestación de su mente en las pocas veces que había hablado de ello, creyese que los Dioses eran más que rostros; como si fuesen uno y muchas caras alrededor.
— No soy una mujer devota y mi madre pudo haber tenido que ver en ello. Ella deseaba que sea la Doncella la que me iluminase pero mi padre siempre dijo que la bendición sobre mi era la del Guerrero— caminó hacia la silla vacía. Con una de sus manos, la sana, liberó sus hombros de la pesada capa no sin dificultad y se mostró con la armadura negra y en detalles verdes de los Morrigen; esa que lucía el cuervo en su tallado. — Pero no le mentiré. Mi vida, o mejor dicho, una línea de sangre en mi familia está vinculado a la… decir magia es decir mucho. Antes a mis ojos era superstición y ahora, después de lo que pasó, no sé explicarlo siquiera. ¿Lo extraño, tal vez?—
Sin la capa de plumas negras que parecían pulidas, Melara hacía notar que no era un hombre. Más allá de todo, más allá de su altura, era en su cuello donde se delataba su género. Odiaba su cuello de niña. Y ahora, sin la contención y el escudo de su propia capa, se veía la mano herida cubierta por vendajes de seda y cuero.
— No he tenido contacto con esa deidad extranjera. Pero cuando mi padre agonizaba, un sacerdote de las tierras extranjeras, predicador de esa deidad, pidió asilo en Nido de Cuervos. Me habló del rostro de la luz y de este dios.— Melara tenía la mirada perdida ante ella, rememorando a aquél extraño en su hogar. No había nada raro en él. Ni siquiera fue capaz de mostrarle uno de sus grandes milagros y por eso, ella había dicho sin preámbulos que el Dios de la luz no era más que otra cara de otro Dios. Sonrió al notar que fue en esa plática cuando descubrió esa extraña lógica acerca de las deidades quienes, para ella, siempre habían sido ajenas. Levantó entonces sus ojos transparentes y negó con la cabeza.
— No sé qué pasó. Puedo decirle que tenía mi mano atravesada y sentía que palpitaba. Pero en mi cabeza, creí que estaba muerto, Ser Stannis. Me llevaron a otra habitación para verificar que no había perdido ninguna falange y tratar la herida pero entonces…— la mirada de Melara se mantenía en Stannis Baratheon y por primera vez en su corta vida se sintió intimidada. Hay cosas que nadie cuenta por miedo a que lo tomen por loco y, ese hombre ante ella, parecía juzgar todo con su sola mirada. Los ojos de la mujer se humedecieron ante esa impotencia y, además, ante aquel recuerdo del cuál había hablado una y otra vez con su madre y con su Castellano. Un recuerdo que se volvía anécdota.
— …Lo escuché. No una voz, sino, el llanto. El eco del llanto. Y algo que me empujaba a verlo. Porque sabía que moriría y sabía que no moriría. ¿Le ha pasado que le dicen algo y usted no cree que eso sea cierto y necesita verlo para verificarlo? — preguntó, formándose una grieta ligera en su entrecejo, como si tuviese que elegir las palabras y evitar perderse en su propio relato.— Cuando lo vi sobre la mesa, pálido, simplemente supe que no era correcto. Que todo lo que pasaba no estaba bien y no debía ser así. Y ante mis ojos, cuando me giré dispuesta a no verlo más, cerré los ojos y volví a verlo pero esta vez, estaba de pie. Y de pie dirigía una tropa contra la oscuridad misma. Nada iluminaba esa oscuridad más que la mano que blandía una espada de fuego. Y en ese momento supe como quien conoce y ve la verdad de las cosas. Stannis Baratheon no debía morir...—
Melara se congeló. La voz se volvió silencio mientras llevaba sus dedos a sus propios labios y notaba que tenía los ojos empañados en una emoción indescriptible. — Porque la noche es oscura y alberga horrores. —
Entonces sintió que su piel se erizó por completo por el helado y tajante frío que no sabía siquiera que existía en la habitación.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Si ya de por sí el encuentro no estaba resultando de lo más holgado y manejable para el joven Venado dadas las circunstancias que acaecían, a aquello había que sumar la singular presencia de la joven Señora que ya le resultaba, de por sí, un tanto espeluznante.
Diría que Lady Morrigen podría clasificarte dentro del perfil de "Dama guerrera", estrato autodenominado por el propio Baratheon. Perfil que de hecho, tanto abundaba en las Tierras de las Tormentas.
Más allá de la opinión que tenía acerca de ello, lo cuál prefería reservarse -para bien de todos-, concebía en ella algo más. Puede que ese algo se diera a una cierta lóbrega presencia, acentuada notablemente por sus oscuros atuendos. O al rigor de sus palabras, a una determinación ciertamente inédita en gran mayoría del género femenino; cosa que en realidad, agradecía y valoraba bastante de ella. O puede que se diese a algo aún más profundo.
Escuchó atentamente su discurso, sin mutar un ápice su posición y gesto facial, con la fría mirada clavada severamente sobre el Lord de Nido de Cuervos, escrutando cada uno de sus movimientos. Le costaba entender muchas cosas de las que decía; aunque por otra parte, otras le llamaban cuantiosamente la atención.
— No sois una bruja roja, pero hacéis magia roja. —Reflexionó en voz alta, con austeridad. Se llevó la mano al mentón para comenzar a acicalarse con desdén la barbilla, bajo la barba rala de varios días sin afeitarse. — Cressen y otros muchos afirman que sobreviví gracias mi empeño y persistencia. Otros lo achacan a la piedad de la... Madre. —Explicó, con retintín burlón en esta última palabra. — Pero ambos sabemos que no es así. Vos me salvásteis: no se cómo, pero lo hicisteis. —Se reclinó ahora hacia adelante, con tal de indagar mejor ahora a su contertulia. — ¿Podríais curarme la cojera?
La última parte del discurso fue, sin lugar a dudas, la que más le llamó la atención. Y la que más le impactó. Con la última frase, por su parte, aquella dichosa, sintió un intenso escalofrío.
¿Qué quería decir aquello? ¿Un ejército en la oscuridad? — ¿Una mano que blande una espada de fuego? — Preguntó fascinado, recordando sueños -o más bien pesadillas- con alegorías similares. — Cuéntame más acerca de eso. —Decretó con cierto tono impaciente.
Diría que Lady Morrigen podría clasificarte dentro del perfil de "Dama guerrera", estrato autodenominado por el propio Baratheon. Perfil que de hecho, tanto abundaba en las Tierras de las Tormentas.
Más allá de la opinión que tenía acerca de ello, lo cuál prefería reservarse -para bien de todos-, concebía en ella algo más. Puede que ese algo se diera a una cierta lóbrega presencia, acentuada notablemente por sus oscuros atuendos. O al rigor de sus palabras, a una determinación ciertamente inédita en gran mayoría del género femenino; cosa que en realidad, agradecía y valoraba bastante de ella. O puede que se diese a algo aún más profundo.
Escuchó atentamente su discurso, sin mutar un ápice su posición y gesto facial, con la fría mirada clavada severamente sobre el Lord de Nido de Cuervos, escrutando cada uno de sus movimientos. Le costaba entender muchas cosas de las que decía; aunque por otra parte, otras le llamaban cuantiosamente la atención.
— No sois una bruja roja, pero hacéis magia roja. —Reflexionó en voz alta, con austeridad. Se llevó la mano al mentón para comenzar a acicalarse con desdén la barbilla, bajo la barba rala de varios días sin afeitarse. — Cressen y otros muchos afirman que sobreviví gracias mi empeño y persistencia. Otros lo achacan a la piedad de la... Madre. —Explicó, con retintín burlón en esta última palabra. — Pero ambos sabemos que no es así. Vos me salvásteis: no se cómo, pero lo hicisteis. —Se reclinó ahora hacia adelante, con tal de indagar mejor ahora a su contertulia. — ¿Podríais curarme la cojera?
La última parte del discurso fue, sin lugar a dudas, la que más le llamó la atención. Y la que más le impactó. Con la última frase, por su parte, aquella dichosa, sintió un intenso escalofrío.
¿Qué quería decir aquello? ¿Un ejército en la oscuridad? — ¿Una mano que blande una espada de fuego? — Preguntó fascinado, recordando sueños -o más bien pesadillas- con alegorías similares. — Cuéntame más acerca de eso. —Decretó con cierto tono impaciente.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
El gesto de Melara se vio turbado de repente cuando escuchó aquella afirmación. Stannis no mentía; había hecho magia roja pero no tenía idea de cómo. Comprendía lo que eso significaba porque su madre, luego de contarle una y mil veces lo que había sucedido, le había explicado que, quizás, la sangre de Melara hizo contacto directo con la sangre de Stannis y ahí, algo pasó. ¿Ese "algo" había sido magia roja?
—No sé qué es eso, Ser— y no estaba mintiendo al decirlo. Nunca lo había estudiado y nunca fue su intención llevarlo a cabo. Hubo un instante, un único momento en el cual una herida se unió a la otra y la mano herida dolió, tanto más que en el momento en que había sido lastimada. Pero fuera de eso no hubo más. Ni palabras, ni conjuros.
—Puede que Maestre Cressen no esté errado. Es más lógico creer que su voluntad de hierro lo salvó de la muerte a que yo lo hice. Porque de poder salvar vidas, le aseguro que habría salvado a mi padre de su enfermedad.— sus facciones se marcaban en ira contenida en cada uno de sus músculos faciales y, manifiestos, en una mirada totalmente fiera. Melara no se perdonaba eso y solo aquellos que la conocían sabrían lo mucho que se culparía a sí misma de descubrir que era capaz de algo semejante y utilizarlo en un hombre que, si bien podía llegar a respetar, no amaba ¡Malditos los dioses de hacerla partícipe en un juego tan macabro y retorcido como ese!. Sus ojos de tormenta se posaron sobre la mirada insistente de Stannis Baratheon y sus labios se presionaban con firmeza —No lo sé, Ser Stannis. A diferencia de un maestre que sabe por qué las cosas suceden, no sé qué sucedió. Le he contado lo que vi, lo que sentí y lo que hice y de ser una bruja que oculta magia, no habría hecho tal acto frente a mis hombres.—
La hija de Morrigen tenía un temperamento fuerte. Siempre quiso ponerse a la altura de otros hombres y en más de una ocasión se tenía que detener a pensar en sus impulsos. Ahora estaba ante Ser Stannis Baratheon, hermano de Lord Robert Baratheon y sus palabras tenían que ser controladas al extremo. Se detuvo a pensar un instante respirando después de un incómodo silencio y un pesado suspiro.
—Lo que escucha. No vi más que oscuridad. Era como ver la noche sin luna en una habitación cerrada y la soledad más absoluta. El silencio que ensordece y el dolor que causa lágrimas. Esa oscuridad traía algo, como si fuese una pesadilla. Y lo vi de pie, sosteniendo una espada, como la que sostuvo en la playa, pero esta espada estaba envuelta en llamas. Y toda esa angustia; esa soledad, ese miedo…desapareció— Melara observó a Stannis fijamente y tal cómo había sucedido en esa visión, sintió ese alivio extraño ante la terrible furia que contenía en su interior. Ese hombre ante ella, era el de su visión. No era Robert, no era otro. Era ese venado porque lo supo al instante. Pero el hombre en su visión caminaba y lejos estaba de ser la sombra de lo que había sido, por el contrario.
—El hombre en mi visión era Stannis Baratheon, el venado del medio, que lejos de estar en las sombras, las producía. — mantuvo su mirada en las facciones por vez primera. Estaba casi estudiando y tratando de recordar aquel momento distante que tristemente, la memoria podía estar tiñendo de anhelos y no de realidad.— Estuvo muerto, Ser. Y regresó. De mi mano, de la de los Dioses, de la del maestre o de vuestra propia fuerza de voluntad. Regresó de la muerte ¿Qué vio ahí? Más allá del daño en vuestras piernas, ¿qué mas trajo del otro lado?— los ojos de Melara se llenaron de lágrimas que lejos de buscar causar emoción en su interlocutor eran un claro signo de ruptura — Yo también necesito una señal. También necesito saber si lo que pasó fue así. Que fui capaz de... — "salvarle". No terminó la oración pero quedó claro lo que callaba.
—No sé qué es eso, Ser— y no estaba mintiendo al decirlo. Nunca lo había estudiado y nunca fue su intención llevarlo a cabo. Hubo un instante, un único momento en el cual una herida se unió a la otra y la mano herida dolió, tanto más que en el momento en que había sido lastimada. Pero fuera de eso no hubo más. Ni palabras, ni conjuros.
—Puede que Maestre Cressen no esté errado. Es más lógico creer que su voluntad de hierro lo salvó de la muerte a que yo lo hice. Porque de poder salvar vidas, le aseguro que habría salvado a mi padre de su enfermedad.— sus facciones se marcaban en ira contenida en cada uno de sus músculos faciales y, manifiestos, en una mirada totalmente fiera. Melara no se perdonaba eso y solo aquellos que la conocían sabrían lo mucho que se culparía a sí misma de descubrir que era capaz de algo semejante y utilizarlo en un hombre que, si bien podía llegar a respetar, no amaba ¡Malditos los dioses de hacerla partícipe en un juego tan macabro y retorcido como ese!. Sus ojos de tormenta se posaron sobre la mirada insistente de Stannis Baratheon y sus labios se presionaban con firmeza —No lo sé, Ser Stannis. A diferencia de un maestre que sabe por qué las cosas suceden, no sé qué sucedió. Le he contado lo que vi, lo que sentí y lo que hice y de ser una bruja que oculta magia, no habría hecho tal acto frente a mis hombres.—
La hija de Morrigen tenía un temperamento fuerte. Siempre quiso ponerse a la altura de otros hombres y en más de una ocasión se tenía que detener a pensar en sus impulsos. Ahora estaba ante Ser Stannis Baratheon, hermano de Lord Robert Baratheon y sus palabras tenían que ser controladas al extremo. Se detuvo a pensar un instante respirando después de un incómodo silencio y un pesado suspiro.
—Lo que escucha. No vi más que oscuridad. Era como ver la noche sin luna en una habitación cerrada y la soledad más absoluta. El silencio que ensordece y el dolor que causa lágrimas. Esa oscuridad traía algo, como si fuese una pesadilla. Y lo vi de pie, sosteniendo una espada, como la que sostuvo en la playa, pero esta espada estaba envuelta en llamas. Y toda esa angustia; esa soledad, ese miedo…desapareció— Melara observó a Stannis fijamente y tal cómo había sucedido en esa visión, sintió ese alivio extraño ante la terrible furia que contenía en su interior. Ese hombre ante ella, era el de su visión. No era Robert, no era otro. Era ese venado porque lo supo al instante. Pero el hombre en su visión caminaba y lejos estaba de ser la sombra de lo que había sido, por el contrario.
—El hombre en mi visión era Stannis Baratheon, el venado del medio, que lejos de estar en las sombras, las producía. — mantuvo su mirada en las facciones por vez primera. Estaba casi estudiando y tratando de recordar aquel momento distante que tristemente, la memoria podía estar tiñendo de anhelos y no de realidad.— Estuvo muerto, Ser. Y regresó. De mi mano, de la de los Dioses, de la del maestre o de vuestra propia fuerza de voluntad. Regresó de la muerte ¿Qué vio ahí? Más allá del daño en vuestras piernas, ¿qué mas trajo del otro lado?— los ojos de Melara se llenaron de lágrimas que lejos de buscar causar emoción en su interlocutor eran un claro signo de ruptura — Yo también necesito una señal. También necesito saber si lo que pasó fue así. Que fui capaz de... — "salvarle". No terminó la oración pero quedó claro lo que callaba.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Muchas cosas habían cambiado tras la muerte de Stannis Baratheon. El nuevo concebía en su fuero interno un amalgama de ideas, percepciones y juicios que lo mismo antaño le podrían haber parecido inconcebibles, y viceversa. Ya no sentía simbolizar el rigor y la disciplina de la que antes podía presumir. Ya no repugnaba y oponía el arquetipo de Fe como antes; representaciones de deidades foráneas podían resultar mucho más reales de lo que jamás hubiera imaginado. Ya no diferenciaba con seguridad el bien del mal, ya no concebía con certeza el límite entre la justicia y la inequidad. Ya no tenía ni una ínfima parte de la seguridad en sí mismo que hubiera detentado antes de su vuelta a la vida.
Pero seguía siendo un hombre excepcional. O eso creía él. Pues poseía un don inapelable y poco común que llevaría consigo a la tumba: la sinceridad.
El joven Venado estaba siendo totalmente franco con la Morrigen, ¿estaba siéndolo ella con su anfitrión? Él tenía sus dudas. Cierto era que, tras todo lo ocurrido, tras todo lo sufrido y sacrificado, tenía razones para creer en ella pero, ¿y qué? Stannis Baratheon no se fiaba de nadie. Al menos, de momento.
— Dejad las lisonjas conmigo. —Intervino de repente, cortando en seco al Lord de Nido de Cuervos con un tono riguroso. — ¿Quién en su sano juicio podría pensar eso? ¿Acaso conocéis algún hombre que haya conseguido eludir la ineludible llamada de la muerte, solo por su "voluntad de hierro"? —Preguntó con gesto y acento serio, y con la mirada fija en Morrigen, sin entrever emoción alguna tras sus estrictas palabras. — Sabe cualquiera que lo conociese que Steffon Baratheon brilló por la tenacidad que uno jamás detentó ni detentará, por mucho que lo desee. ¿Le sirvió eso para salvar su vida? ¿Y a Lady Cassana? —Inquirió, incorporándose hacia adelante sin mutar el gesto. — ¿Y a vuestro padre? ¿No, verdad? —Se dejó caer de nuevo hacia atrás, con cuidado de no lastimarse la espalda. — Cressen es un viejo. Hace bien lo que debe, pero de esto no tiene ni idea. Pero os creo, Melara Morrigen. Y también creo que hicistéis brujería, aunque no sepáis cómo.
Entrecerró los ojos brevemente mientras atendía al relato de la mujer, con las manos entrelazadas sobre la mesa y el ceño levemente fruncido. Trataba de recrear lo que narraba: ciertamente, se asemejaba bastante a muchas de sus visiones. Las que le devolvieron a la vida: Silencio. Oscuridad. Luz; llamas. Dolor, y fuego. Una espada que ardía...
Abrió los ojos lentamente, y se topó con la mirada cristalina y congestionada de Lord Melara, llena de lágrimas y congoja. Se preguntó si había dicho o hecho algo malo, aunque no halló razón alguna. La situación le incomodaba. Comenzó a hablar, a decir lo que él vio. — En mi agonía, deliraba. No era consciente, pero soñaba. Soñé con el naufragio de mis padres, también soñé con la batalla de la playa. —Indicó, haciendo una breve pausa para reponerse. — Soñé con Jeor Tormenta, y soñé que moría. Sentí que moría, lo di por hecho y lo llegué incluso a aceptar. Probablemente llegué a morir. —Desvió la mirada a un punto perdido de la sala, y rechinó los dientes. — Luego escuché la condenada frase. Aquella que dijisteis antes. Un grajo de fuego voló de entre la oscuridad y me atravesó el cuello. —Explicó, sorprendiéndose de la poca credulidad que daba a sus palabras. — Y luego, viví. —Volvió a mirar a Morrigen. — Dejad de llorar. —Replicó. ¿Quién era ella? Y, ¿quién era ahora él? — ¿Habéis oído hablar de un tal Azor Ahai?
Pero seguía siendo un hombre excepcional. O eso creía él. Pues poseía un don inapelable y poco común que llevaría consigo a la tumba: la sinceridad.
El joven Venado estaba siendo totalmente franco con la Morrigen, ¿estaba siéndolo ella con su anfitrión? Él tenía sus dudas. Cierto era que, tras todo lo ocurrido, tras todo lo sufrido y sacrificado, tenía razones para creer en ella pero, ¿y qué? Stannis Baratheon no se fiaba de nadie. Al menos, de momento.
— Dejad las lisonjas conmigo. —Intervino de repente, cortando en seco al Lord de Nido de Cuervos con un tono riguroso. — ¿Quién en su sano juicio podría pensar eso? ¿Acaso conocéis algún hombre que haya conseguido eludir la ineludible llamada de la muerte, solo por su "voluntad de hierro"? —Preguntó con gesto y acento serio, y con la mirada fija en Morrigen, sin entrever emoción alguna tras sus estrictas palabras. — Sabe cualquiera que lo conociese que Steffon Baratheon brilló por la tenacidad que uno jamás detentó ni detentará, por mucho que lo desee. ¿Le sirvió eso para salvar su vida? ¿Y a Lady Cassana? —Inquirió, incorporándose hacia adelante sin mutar el gesto. — ¿Y a vuestro padre? ¿No, verdad? —Se dejó caer de nuevo hacia atrás, con cuidado de no lastimarse la espalda. — Cressen es un viejo. Hace bien lo que debe, pero de esto no tiene ni idea. Pero os creo, Melara Morrigen. Y también creo que hicistéis brujería, aunque no sepáis cómo.
Entrecerró los ojos brevemente mientras atendía al relato de la mujer, con las manos entrelazadas sobre la mesa y el ceño levemente fruncido. Trataba de recrear lo que narraba: ciertamente, se asemejaba bastante a muchas de sus visiones. Las que le devolvieron a la vida: Silencio. Oscuridad. Luz; llamas. Dolor, y fuego. Una espada que ardía...
Abrió los ojos lentamente, y se topó con la mirada cristalina y congestionada de Lord Melara, llena de lágrimas y congoja. Se preguntó si había dicho o hecho algo malo, aunque no halló razón alguna. La situación le incomodaba. Comenzó a hablar, a decir lo que él vio. — En mi agonía, deliraba. No era consciente, pero soñaba. Soñé con el naufragio de mis padres, también soñé con la batalla de la playa. —Indicó, haciendo una breve pausa para reponerse. — Soñé con Jeor Tormenta, y soñé que moría. Sentí que moría, lo di por hecho y lo llegué incluso a aceptar. Probablemente llegué a morir. —Desvió la mirada a un punto perdido de la sala, y rechinó los dientes. — Luego escuché la condenada frase. Aquella que dijisteis antes. Un grajo de fuego voló de entre la oscuridad y me atravesó el cuello. —Explicó, sorprendiéndose de la poca credulidad que daba a sus palabras. — Y luego, viví. —Volvió a mirar a Morrigen. — Dejad de llorar. —Replicó. ¿Quién era ella? Y, ¿quién era ahora él? — ¿Habéis oído hablar de un tal Azor Ahai?
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
No había dudas que lo que Stannis decía era cierto. Volver de la muerte con la fuerza de voluntad era algo más milagroso que creer en deidades y aun así, por alguna extraña razón, todos sentía más comodidad con aceptar eso antes de pensar siquiera en una fuerza superior que podría guiar y definir una vida de otra.
La mirada de Melara continuaba puesta sobre el venado, siendo sus ojos tan penetrantes como los de los cuervos cuyo estandarte representaban. — Nadie puede vencer a la muerte, Ser Stannis. Y mírese aquí. Vi como una flecha le abrió la mitad del cuello y vi cómo su piel se tiñó de blanco como una mortaja pálida…Y ahora lo veo frente a mí. —
Si había algo que Stannis Baratheon no tenía era cuidado en sus palabras. No temía tomar entre sus manos aquello que hería a los demás y exponerlo ante la mesa como si se tratase de lo más común del mundo. Raro, extraño y desagradable y por alguna razón, a Melara no le desagradaba. Como Lady su madre siempre insistía en las mismas falacias de que uno debía decir lo que los demás querían escuchar y era interesante cuando eso no se aplicaba. Aun así no podía no preguntarse si Ser Baratheon reaccionaría igual de tener una réplica en su mismo tono. Recordó entonces a Jeor Tormenta desafiándolo y la ira del venado estallando en su interior.
“Seguramente no.” —pensó.
Las palabras de él captaron su interés. No había notado lo intrigada que se encontraba con el tema y ante la definición de fuego, su rostro se vio ligeramente confuso. Ella vio fuego, pero era diferente. Pestañeó un par de veces y observó aquella herida, latente aun en el cuello cubierto y descuidado por su dueño. Sintió una punzada en la mano.
Cerró los ojos ante sus palabras. El llanto era la herramienta de las mujeres pero por los dioses en los que le costaba creer, no podía expresar su frustración de otra forma. Por un lado un don que no había pedido y que no sabía siquiera por qué se había manifestado y por el otro, una mano muerta que lejos estaba de ser lo que había sido una vez. Ella se reconocía antes como una guerrera. Lord vestido de plumas negras, hija de Morrigen, defensora y guardiana de Nido de Cuervos. ¿Y ahora qué era? Si hasta las brujas sabían lo que podían hacer.
—Disculpe— apretó los labios y desvió la mirada. Cerró los ojos nuevamente. Esa mirada grisácea heredada de su madre mientras esa palabra llegaba a su mente. Frunció el ceño por un instante y luego algo vino a su cabeza.
—Sí. Sí lo he escuchado — no tardó en recordar la voz grave de aquél hombre que le decía ese nombre. Aquel hombre que apareció hace relativamente poco en Nido de Cuervos clamando asilo. —"Nissa Nissa, desnuda tu pecho y recuerda que te amo por encima de todo lo que hay en este mundo." — Por alguna razón esa era la única frase que recordaba de aquella figura.
Volvió los ojos de Stannis Baratheon y empezó a buscar en los profundos rincones de su memoria. — Ese extranjero decía que esperaba al Azor Ahai. Y me contó una historia pero de la misma solo recuerdo eso. Un sacrificio de sangre para formar un arma. El héroe que sacrificó lo que amaba para poder vencer a la oscuridad...Porque la noche es fría y esconde horrores — nuevamente como un eco que envolvía sus recuerdos esa frase llegó a ella y le dio un escalosfríos. Y sus ojos se clavaron en la mirada de Stannis Baratheon casi rogando que le dijese que no era más que un mito. Que no esperaba creer en esa historia y que la misma no era más que una tragica leyenda.
La mirada de Melara continuaba puesta sobre el venado, siendo sus ojos tan penetrantes como los de los cuervos cuyo estandarte representaban. — Nadie puede vencer a la muerte, Ser Stannis. Y mírese aquí. Vi como una flecha le abrió la mitad del cuello y vi cómo su piel se tiñó de blanco como una mortaja pálida…Y ahora lo veo frente a mí. —
Si había algo que Stannis Baratheon no tenía era cuidado en sus palabras. No temía tomar entre sus manos aquello que hería a los demás y exponerlo ante la mesa como si se tratase de lo más común del mundo. Raro, extraño y desagradable y por alguna razón, a Melara no le desagradaba. Como Lady su madre siempre insistía en las mismas falacias de que uno debía decir lo que los demás querían escuchar y era interesante cuando eso no se aplicaba. Aun así no podía no preguntarse si Ser Baratheon reaccionaría igual de tener una réplica en su mismo tono. Recordó entonces a Jeor Tormenta desafiándolo y la ira del venado estallando en su interior.
“Seguramente no.” —pensó.
Las palabras de él captaron su interés. No había notado lo intrigada que se encontraba con el tema y ante la definición de fuego, su rostro se vio ligeramente confuso. Ella vio fuego, pero era diferente. Pestañeó un par de veces y observó aquella herida, latente aun en el cuello cubierto y descuidado por su dueño. Sintió una punzada en la mano.
Cerró los ojos ante sus palabras. El llanto era la herramienta de las mujeres pero por los dioses en los que le costaba creer, no podía expresar su frustración de otra forma. Por un lado un don que no había pedido y que no sabía siquiera por qué se había manifestado y por el otro, una mano muerta que lejos estaba de ser lo que había sido una vez. Ella se reconocía antes como una guerrera. Lord vestido de plumas negras, hija de Morrigen, defensora y guardiana de Nido de Cuervos. ¿Y ahora qué era? Si hasta las brujas sabían lo que podían hacer.
—Disculpe— apretó los labios y desvió la mirada. Cerró los ojos nuevamente. Esa mirada grisácea heredada de su madre mientras esa palabra llegaba a su mente. Frunció el ceño por un instante y luego algo vino a su cabeza.
—Sí. Sí lo he escuchado — no tardó en recordar la voz grave de aquél hombre que le decía ese nombre. Aquel hombre que apareció hace relativamente poco en Nido de Cuervos clamando asilo. —"Nissa Nissa, desnuda tu pecho y recuerda que te amo por encima de todo lo que hay en este mundo." — Por alguna razón esa era la única frase que recordaba de aquella figura.
Volvió los ojos de Stannis Baratheon y empezó a buscar en los profundos rincones de su memoria. — Ese extranjero decía que esperaba al Azor Ahai. Y me contó una historia pero de la misma solo recuerdo eso. Un sacrificio de sangre para formar un arma. El héroe que sacrificó lo que amaba para poder vencer a la oscuridad...Porque la noche es fría y esconde horrores — nuevamente como un eco que envolvía sus recuerdos esa frase llegó a ella y le dio un escalosfríos. Y sus ojos se clavaron en la mirada de Stannis Baratheon casi rogando que le dijese que no era más que un mito. Que no esperaba creer en esa historia y que la misma no era más que una tragica leyenda.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
A veces las mayores cualidades y virtudes de un hombres no eran si no armas de doble filo, que lo mismo podían tornarse provechosas y favorables en determinadas circunstancias, como lacerantes y mortíferas en tantas otras. Stannis era riguroso e inclemente, tanto como para lo bueno como para lo malo; Stannis era un hombre que tenía muy claras las decisiones cuando se trataba de juzgar lo ajeno, y a su vez, era muy poco definido en sus propios pasos. Irremediable condición de una persona que era puro hierro: duro, oscuro, fuerte. Y frágil. Stannis Baratheon como el hierro, se quiebra antes de doblarse.
Y es por ello que, a pesar de enjuiciar a Morrigen, de decretarla y de valorarla bajo su estricto código moral, necesitaba a su vez su opinión. Su consejo, sus pareceres, sus indicaciones. No es algo que tuviera consideración de pedirle, simplemente, era algo que esperaba de ella. Lo necesitaba decidir sus propios pasos. No es algo que hiciese a propósito: simplemente, Stannis Baratheon era así.
— No es necesario que volváis a recordármelo. —Manifestó disgustado, eludiendo su descripción. No le resultaba ni mucho menos reconfortante recordar aquel infame momento, pues al fin al cabo, él había sido consciente. Mucho más de lo que cualquier hombre hubiese deseado: al menos, hasta su desfallecimiento. El flechazo le supuso un dolor cegador y un desmayo instantáneo y momentáneo, hasta que se vio tumbado sobre un lecho en las dependencias de Cressen. El suplicio, la tortura, los gritos a su alrededor, la terrible sensación de aquel sudor frío... no podía hacer nada, pero lo peor sin duda, lo peor para él, era sentirse débil ante toda aquella multitud.
Y tampoco entendía por qué ella lloraba ahora. Para el joven Venado, Lord Morrigen había demostrado, ante todo y después de todo, al menos, ser una mujer fuerte y aguerrida. Después de todo, después de asumir la regencia de su Casa siendo joven y mujer, después de lo de Jeor Tormenta, después de lo de su mano y después de aquello. Stannis no lo entendía, y la miró una vez más con cierta repugnancia. — ¿Qué solucionáis llorando? Ni vuestra mano se curará, ni yo dejaré de ser tullido. Vos jugábais a ser una mujer guerrera y transformadora dentro del concepto de los grandes señores, y yo pretendía ser un heredero capaz y respetado. Pero tu dios rojo ha querido que no sea así. —Se detuvo por un segundo y en esa pausa, rechinó los dientes. — Acepta tu nueva situación. Ahora tenemos que tratar de dar la justicia que el azar, o alguna deidad, no ha querido impartir.
Tampoco entendía lo de Nissa Nissa y sus pechos, aunque no hizo demasiado caso de ese comentario. Se ciñó al resto de su réplica, con ojos implacables sobre su contertulia y entrecerrando los ojos ante un ligero escalofrío, causado por la última y dichosa frase final que tanto resonaba en su cabeza.
— Así es. Y según cuenta su historia, también blandía una espada de fuego, como yo. ¿Soy Azor Ahai? —Preguntó con determinación, reclinándose cuidadosamente sobre su asiento para atender a su respuesta.
Y es por ello que, a pesar de enjuiciar a Morrigen, de decretarla y de valorarla bajo su estricto código moral, necesitaba a su vez su opinión. Su consejo, sus pareceres, sus indicaciones. No es algo que tuviera consideración de pedirle, simplemente, era algo que esperaba de ella. Lo necesitaba decidir sus propios pasos. No es algo que hiciese a propósito: simplemente, Stannis Baratheon era así.
— No es necesario que volváis a recordármelo. —Manifestó disgustado, eludiendo su descripción. No le resultaba ni mucho menos reconfortante recordar aquel infame momento, pues al fin al cabo, él había sido consciente. Mucho más de lo que cualquier hombre hubiese deseado: al menos, hasta su desfallecimiento. El flechazo le supuso un dolor cegador y un desmayo instantáneo y momentáneo, hasta que se vio tumbado sobre un lecho en las dependencias de Cressen. El suplicio, la tortura, los gritos a su alrededor, la terrible sensación de aquel sudor frío... no podía hacer nada, pero lo peor sin duda, lo peor para él, era sentirse débil ante toda aquella multitud.
Y tampoco entendía por qué ella lloraba ahora. Para el joven Venado, Lord Morrigen había demostrado, ante todo y después de todo, al menos, ser una mujer fuerte y aguerrida. Después de todo, después de asumir la regencia de su Casa siendo joven y mujer, después de lo de Jeor Tormenta, después de lo de su mano y después de aquello. Stannis no lo entendía, y la miró una vez más con cierta repugnancia. — ¿Qué solucionáis llorando? Ni vuestra mano se curará, ni yo dejaré de ser tullido. Vos jugábais a ser una mujer guerrera y transformadora dentro del concepto de los grandes señores, y yo pretendía ser un heredero capaz y respetado. Pero tu dios rojo ha querido que no sea así. —Se detuvo por un segundo y en esa pausa, rechinó los dientes. — Acepta tu nueva situación. Ahora tenemos que tratar de dar la justicia que el azar, o alguna deidad, no ha querido impartir.
Tampoco entendía lo de Nissa Nissa y sus pechos, aunque no hizo demasiado caso de ese comentario. Se ciñó al resto de su réplica, con ojos implacables sobre su contertulia y entrecerrando los ojos ante un ligero escalofrío, causado por la última y dichosa frase final que tanto resonaba en su cabeza.
— Así es. Y según cuenta su historia, también blandía una espada de fuego, como yo. ¿Soy Azor Ahai? —Preguntó con determinación, reclinándose cuidadosamente sobre su asiento para atender a su respuesta.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
A veces Melara necesitaba ser una mujer o mejor dicho, la niña protegida que siempre había sido. Desde la muerte de su padre, esa niña se había vuelto hombre y se protegía por un control de la espada que era digno de respetar. Ahora el destino había osado jugarle una mala pasada, terrible más bien y su mano había quedado inutilizada. Solo necesitaba entender qué pasaba y por primera vez en su vida, desde la muerte de su padre, sentía que la situación la sobrepasaba. En un ambiente tan íntimo, hablando de fantasmas y magia y mitos con aquel hombre sintió que todo estaba saliendo por sus poros y terminó doblegando su temible determinación pero ahora, su mirada se había vuelto firme, más allá de continuar humedecida por las lágrimas que habían adornado su tez blanca.
Con molestia limpió su rostro y cerró los ojos por un instante mientras escuchaba esa réplica de él. Desconocía qué esperaba de Stannis Baratheon ¿Comprensión, quizás? Claro, él no era el que había perdido algo sino el que había sido vuelto a la vida. A él lo verían como el Salvador que venció a la muerte y a ella como la mujer que solía querer pelear y ahora era una bruja de un Dios extranjero. Liberó un suspiro y se puso de pie. Alta, como era, su cabellera cayó envuelta en sí misma en bucles negros y su mente comenzaba a atormentarse diciéndose a sí misma que no debía seguir. Sin embargo, posó sus manos sobre la mesa y miró a Stannis Baratheon, hermano de Lord Baratheon, Señor a quien le debía respeto. Una mirada fija como quien analiza una bestia antes de lanzarle la primera flecha.
— No es mi Dios.— cada palabra se afirmaba a sí misma. Lenta y calma, pero como la calma que precede a la tormenta. — Menciona al Azor Ahai, una historia de sacrificio. Él sacrificó lo que amaba para poder crear una espada de fuego, para poder forjarla. Atravesó con su filo el pecho de su amada y ahí surgió esa espada de luz y su nombre. ¿Quiere saber lo que es sacrificio, Ser Baratheon?—
Aun de pie, abrió su mano mala, la que había sido atravesada por una espada ajena y empezó a sacarse las vendas las cuales lanzaba sobre la mesa sin cuidado alguno.— Esto es lo que yo amaba. ¡Esto era yo! Y si hablaremos de magia de sangre, pensemos un poco. Mi sangre y la suya. Di mi sangre por usted y perdí algo importante para mí. Pero algo salió mal porque usted quedó tullido…—
Se giró de repente y le dio la espalda. Seguramente eso lo ofendería si no es que ya estaba ofendido de antes. La reacción de un hombre así no era algo que ella pudiese prever. — No debo saber de magia para entender lo que significa el sacrificio y no debo saber de Azor Ahai para entender que si tuvo que dar la vida de quien amaba para volverse un mito, ¡Él si comprendía lo que esto significa! ¿Ama algo en esta vida, Ser Stannis? ¿O acaso su peor castigo es no poder moverse ante la duda, y remarco, la duda de que quizás, es posible que vuelva a caminar? Porque en mi caso, mi mano está muerta. ¡Mírela por favor! —
La dejó caer sobre la mesa abierta. Los dedos estaban de colores pálidos y violetas. Las uñas estaban oscurecidas.
— Perdí esta mano. Perdí lo que me hacía Lord. Y ahora deberé casarme para poder tener mi casa en alto y protegida. Usted no es el Azor Ahai hasta que entienda que éste es más que un herrero que hace espadas. Es un hombre que está dispuesto a perderlo todo para salvar un mundo que posiblemente no lo reconocerá. ¿Cree que no puede caminar? ¿Cree que soy bruja? Bien...—
Se alejó unos pasos y se quedó de pie, mirándole — Si mi señor es tan amable, en nombre del Dios que lo trajo a la vida, camine hacia mi. Si pude salvarlo de su muerte ¿por qué no podría sanar sus piernas? Veamos.—
Con el filo de su arma, un cuchillo corto que tenía a la altura de su cintura, Melara abrió la herida de su mano, ya cosida y con un poco de temor, abrió la piel de su palma. El dolor fue lacerante. El mismo dolor que había sentido mientras hablaban de esas visiones que habían visto ambos. Caminó entonces hacia Stannis y le mostró su mano.
— Esto, Ser Stannis, es un sacrificio. Si funciona, debería poder ponerse de pie ¿no es así? No hay diferencia a la vez que atravesaron su cuello —la mirada de ella estaba puesta fijamente en él, desafiandolo y odiandolo a la vez. — Camine conmigo. Si no puede, evitaré que caiga.—
Con molestia limpió su rostro y cerró los ojos por un instante mientras escuchaba esa réplica de él. Desconocía qué esperaba de Stannis Baratheon ¿Comprensión, quizás? Claro, él no era el que había perdido algo sino el que había sido vuelto a la vida. A él lo verían como el Salvador que venció a la muerte y a ella como la mujer que solía querer pelear y ahora era una bruja de un Dios extranjero. Liberó un suspiro y se puso de pie. Alta, como era, su cabellera cayó envuelta en sí misma en bucles negros y su mente comenzaba a atormentarse diciéndose a sí misma que no debía seguir. Sin embargo, posó sus manos sobre la mesa y miró a Stannis Baratheon, hermano de Lord Baratheon, Señor a quien le debía respeto. Una mirada fija como quien analiza una bestia antes de lanzarle la primera flecha.
— No es mi Dios.— cada palabra se afirmaba a sí misma. Lenta y calma, pero como la calma que precede a la tormenta. — Menciona al Azor Ahai, una historia de sacrificio. Él sacrificó lo que amaba para poder crear una espada de fuego, para poder forjarla. Atravesó con su filo el pecho de su amada y ahí surgió esa espada de luz y su nombre. ¿Quiere saber lo que es sacrificio, Ser Baratheon?—
Aun de pie, abrió su mano mala, la que había sido atravesada por una espada ajena y empezó a sacarse las vendas las cuales lanzaba sobre la mesa sin cuidado alguno.— Esto es lo que yo amaba. ¡Esto era yo! Y si hablaremos de magia de sangre, pensemos un poco. Mi sangre y la suya. Di mi sangre por usted y perdí algo importante para mí. Pero algo salió mal porque usted quedó tullido…—
Se giró de repente y le dio la espalda. Seguramente eso lo ofendería si no es que ya estaba ofendido de antes. La reacción de un hombre así no era algo que ella pudiese prever. — No debo saber de magia para entender lo que significa el sacrificio y no debo saber de Azor Ahai para entender que si tuvo que dar la vida de quien amaba para volverse un mito, ¡Él si comprendía lo que esto significa! ¿Ama algo en esta vida, Ser Stannis? ¿O acaso su peor castigo es no poder moverse ante la duda, y remarco, la duda de que quizás, es posible que vuelva a caminar? Porque en mi caso, mi mano está muerta. ¡Mírela por favor! —
La dejó caer sobre la mesa abierta. Los dedos estaban de colores pálidos y violetas. Las uñas estaban oscurecidas.
— Perdí esta mano. Perdí lo que me hacía Lord. Y ahora deberé casarme para poder tener mi casa en alto y protegida. Usted no es el Azor Ahai hasta que entienda que éste es más que un herrero que hace espadas. Es un hombre que está dispuesto a perderlo todo para salvar un mundo que posiblemente no lo reconocerá. ¿Cree que no puede caminar? ¿Cree que soy bruja? Bien...—
Se alejó unos pasos y se quedó de pie, mirándole — Si mi señor es tan amable, en nombre del Dios que lo trajo a la vida, camine hacia mi. Si pude salvarlo de su muerte ¿por qué no podría sanar sus piernas? Veamos.—
Con el filo de su arma, un cuchillo corto que tenía a la altura de su cintura, Melara abrió la herida de su mano, ya cosida y con un poco de temor, abrió la piel de su palma. El dolor fue lacerante. El mismo dolor que había sentido mientras hablaban de esas visiones que habían visto ambos. Caminó entonces hacia Stannis y le mostró su mano.
— Esto, Ser Stannis, es un sacrificio. Si funciona, debería poder ponerse de pie ¿no es así? No hay diferencia a la vez que atravesaron su cuello —la mirada de ella estaba puesta fijamente en él, desafiandolo y odiandolo a la vez. — Camine conmigo. Si no puede, evitaré que caiga.—
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Una sensación de cólera y exasperación fue haciéndose poco a poco con el joven Venado. Con ambos antebrazos sobre la mesa cerró los puños, rabioso. Sus ojos fríos y azules como el hielo se abrieron más que nunca y enrojecieron de rabia, clavados como dos puñales sobre la faz de Morrigen; sus nacaradas mejillas comenzaron a tornarse coloridas, fruto de la sangre que le subía hasta la cara. La vena del cuello se le hinchó tanto que por un momento los puntos de suturo de la herida parecieron poder estallar, y rechinó los dientes como nunca antes en su vida. — ¡No soy caballero! —Clamó realmente enfurecido, acompasando el fragor con un puñetazo de indignación sobre la mesa, y al cabo de unos segundos de irritación, volvió a la tensa calma de antes.
Porque al fin y al cabo, nada irritaba tanto a Stannis Baratheon como la afrenta gratuita hacia su persona. Lo había dicho y explicado tantas veces que ya se había cansado de hacerlo, y por eso explotó. El título de ser únicamente se otorga a caballeros, miembros de una tradición guerrera reconocida y reputada en los Siete Reinos. Su objetivo: defender los valores de la Fe de los Siete, razón por la cual el tormenteño se negaba en rotundo a aceptar dichos votos. Jamás. Jamás promulgaría la creencia de los falsos e impíos dioses que se llevaron a sus padres sin compasión.
Sin embargo y contra todo pronóstico, el resto del sermón de la joven mujer no produjo en el joven Venado sino una sensación de mayor calma y placidez. Contra todo pronóstico, pues cualquier otro hombre -su hermano Robert, por ejemplo- podría haberse sentido ofendido, insultado ante la derechura y espontaneidad del Lord de Nido de Cuervos, ante la veracidad y falta de control en sus palabras. Pero a esas alturas, no resultaba necesario remarcar que Stannis Baratheon no era un hombre cualquiera.
Al igual que nada le irritaba tanto como la afrenta gratuita hacia su persona, el tormenteño nada más apreciaba y consideraba en un tercero como la franqueza y la sinceridad. Probablemente ambos puntos resultasen chocantes a veces, pero aquello no formaba parte si no de la chocante e incierta personalidad del mediano de los Baratheon: dura y férrea personalidad, pero fácilmente fragmentable.
La confianza y la naturalidad era algo que agradecía enormemente, obviamente no a través de palabras lisonjeras ni con gestos, si no interiormente. Y por ello sentía como la conversación tornaba ahora a un terreno en el que se sentía como pez en el agua. Únicamente experimentó algo de repugnancia cuando su invitada abrió la herida de su mano y le mostró la carne putrefacta y renegrida, repugnancia que exteriorizó con un gesto de verdadero desagrado.
— Apartad eso de mí. —Ordenó asqueado cuando le acercó la mano, rechinando brevemente los dientes. — Vos hicisteis un enorme sacrificio y os estoy agradecido. Podría haber permitido que Cressen y el resto de fanáticos de los Siete os quemaran por vuestra magia roja, de no ser porque se reconocer justamente la valía de una persona. —La pregunta de si amaba algo en esta vida le resultó algo chocante, y estuvo a punto de responder "a mi", pero rectificó y se reservó finalmente. — ¿Insinuáis que tengo que atravesar el pecho de mi prometida con una espada para convertirme en Azor Ahai? —Preguntó cariacontecido, pues dudaba que Lord Hoster viese aquel acto con buenos ojos. — De igual forma os equivocáis, Melara. Sé lo que es el sacrificio. Fui herido de muerte precisamente por pelear en la vanguardia contra los bandidos de la costa, cuando cualquier otro cobarde podría haberse quedado en la zaga. ¿No es eso un sacrificio, no lo es tratar de proclamar el honor de mi hermano? —Interpeló nuevamente desagradado, tratando de evitar con la mirada la mano mutilada de Morrigen. — No. No temo ante la duda de si volveré a caminar. —Mintió.
Stannis era un hombre escéptico y receloso hasta niveles casi enfermizos, pero si algo le había demostrado aquella mujer con su último discurso es que merecía al menos parte de su confianza, dada la franqueza y sinceridad con la que le hablaba. Pensó que no tenía mucho que perder y, tras varios segundos meditando, resopló y se resignó a aceptar su desafío. — Más os vale que no me dejéis caer. —Espetó con cierta inquina, apoyando ambas manos sobre los reposabrazos de su butaca para tomar impulso. Una vez estuvo de pie se agarró de ella y, a pesar del intenso y cegador dolor que le subía por la columna desde la rabadilla hasta el cogote, hizo un esfuerzo sobrehumano y comenzó a mover los pies, temiendo caer contra el piso.
Porque al fin y al cabo, nada irritaba tanto a Stannis Baratheon como la afrenta gratuita hacia su persona. Lo había dicho y explicado tantas veces que ya se había cansado de hacerlo, y por eso explotó. El título de ser únicamente se otorga a caballeros, miembros de una tradición guerrera reconocida y reputada en los Siete Reinos. Su objetivo: defender los valores de la Fe de los Siete, razón por la cual el tormenteño se negaba en rotundo a aceptar dichos votos. Jamás. Jamás promulgaría la creencia de los falsos e impíos dioses que se llevaron a sus padres sin compasión.
Sin embargo y contra todo pronóstico, el resto del sermón de la joven mujer no produjo en el joven Venado sino una sensación de mayor calma y placidez. Contra todo pronóstico, pues cualquier otro hombre -su hermano Robert, por ejemplo- podría haberse sentido ofendido, insultado ante la derechura y espontaneidad del Lord de Nido de Cuervos, ante la veracidad y falta de control en sus palabras. Pero a esas alturas, no resultaba necesario remarcar que Stannis Baratheon no era un hombre cualquiera.
Al igual que nada le irritaba tanto como la afrenta gratuita hacia su persona, el tormenteño nada más apreciaba y consideraba en un tercero como la franqueza y la sinceridad. Probablemente ambos puntos resultasen chocantes a veces, pero aquello no formaba parte si no de la chocante e incierta personalidad del mediano de los Baratheon: dura y férrea personalidad, pero fácilmente fragmentable.
La confianza y la naturalidad era algo que agradecía enormemente, obviamente no a través de palabras lisonjeras ni con gestos, si no interiormente. Y por ello sentía como la conversación tornaba ahora a un terreno en el que se sentía como pez en el agua. Únicamente experimentó algo de repugnancia cuando su invitada abrió la herida de su mano y le mostró la carne putrefacta y renegrida, repugnancia que exteriorizó con un gesto de verdadero desagrado.
— Apartad eso de mí. —Ordenó asqueado cuando le acercó la mano, rechinando brevemente los dientes. — Vos hicisteis un enorme sacrificio y os estoy agradecido. Podría haber permitido que Cressen y el resto de fanáticos de los Siete os quemaran por vuestra magia roja, de no ser porque se reconocer justamente la valía de una persona. —La pregunta de si amaba algo en esta vida le resultó algo chocante, y estuvo a punto de responder "a mi", pero rectificó y se reservó finalmente. — ¿Insinuáis que tengo que atravesar el pecho de mi prometida con una espada para convertirme en Azor Ahai? —Preguntó cariacontecido, pues dudaba que Lord Hoster viese aquel acto con buenos ojos. — De igual forma os equivocáis, Melara. Sé lo que es el sacrificio. Fui herido de muerte precisamente por pelear en la vanguardia contra los bandidos de la costa, cuando cualquier otro cobarde podría haberse quedado en la zaga. ¿No es eso un sacrificio, no lo es tratar de proclamar el honor de mi hermano? —Interpeló nuevamente desagradado, tratando de evitar con la mirada la mano mutilada de Morrigen. — No. No temo ante la duda de si volveré a caminar. —Mintió.
Stannis era un hombre escéptico y receloso hasta niveles casi enfermizos, pero si algo le había demostrado aquella mujer con su último discurso es que merecía al menos parte de su confianza, dada la franqueza y sinceridad con la que le hablaba. Pensó que no tenía mucho que perder y, tras varios segundos meditando, resopló y se resignó a aceptar su desafío. — Más os vale que no me dejéis caer. —Espetó con cierta inquina, apoyando ambas manos sobre los reposabrazos de su butaca para tomar impulso. Una vez estuvo de pie se agarró de ella y, a pesar del intenso y cegador dolor que le subía por la columna desde la rabadilla hasta el cogote, hizo un esfuerzo sobrehumano y comenzó a mover los pies, temiendo caer contra el piso.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
El miembro 'Stannis Baratheon' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Un hombre que había visto la muerte de sus propios padres y que se encontró cara a cara con la propia, no toleraba lo que significaba. La muerte era putrefacción y asquerosidad. La muerte era inutilidad. Melara levantó una ceja altivamente por primera vez mientras volvía a atraer su mano, o lo que fuese aquello que portaba en su diestra ante la órden de él. La mirada, aun así, estaba puesta en un costado de la habitación mientras envolvía nuevamente ese trozo de sí misma en telas ante las palabras de él. Hacerla quemar como bruja roja era exactamente el destino que tanto temía y por eso su corazón se había vuelto un puño cuando supo que había sido llamada por Stannis Baratheon. Volvió a mirarle de reojo, con esos delineados ojos transparentes envueltos en las pestañas espesas y, a la vez, inquisidores cómo ellos solos.
—Solo nos llegan retazos de historias que fueron. Uno puede amar una mujer, un hombre, un título, a uno mismo. Me pide mi opinión y la mía es esa. El Azhor Azai habla del sacrificio de lo más querido. ¿Su prometida es lo más querido para usted? — no dudó en hacer esa pregunta sabiendo la respuesta del joven venado, ahora tan pequeño dado su descuido ante ese poder que le había dado a ella para ponerse de pie y alimentar su furia.
Aun así esas facciones severas de la mujer parecieron cincelarse por un momento ante aquellas palabras ¿Era eso sacrificio? ¿Ella había hecho un sacrificio a sabiendas de lo que hacía o solamente lo hizo por inercia, llevada por algo que no tenía idea qué era?
—Yo estaba ahí. No fue un sacrificio pensado. Él lo desafió y usted actuó de forma que no debía actuar llevado por la ira. Cualquiera hace eso, Lord Stannis. Cada día que mis hombres pedían apoyo, yo iba a dárselos para asegurarles que como mujer podía hacerlo. EL sacrificio es hacer algo que no queremos, que no deseamos y usted, en esa playa, deseaba destrozar cada hueso de ese bandido. — su voz ya no era agresiva, al contrario. Estaba tratando de atar los cabos que ambos habían terminado tejiendo entre ellos, quizás buscando significados demasiado complejos para un hombre como él y una mujer como ella — Pero de todos los Baratheon que existieron y existen, siento que usted es capaz de sacrificar todo por algo que está más allá de sus propios deseos. Se casará por órdenes siguiendo un bien superior; mantuvo en alto Bastión, siguiendo un bien superior. Yo vi un Baratheon con una espada de fuego que combatía la oscuridad y no era Lord Robert, y no era Lord Renly — sonrió con el revés de los labios, y por un instante supo que al venado aun le faltaba recorrer mucho para poder ser lo que debía pero que el primer paso lo había dado ya.
No presto atención a su aclaración puesto que sin importar lo que pasará, Melara Morrigen no dejaría caer al hombre que tenía su palabra de protección y a quien, directa o indirectamente, le debía la vida. Cuando el peso de él se sintió sobre sus piernas, la mujer se mantuvo de pie como una escultura, pasando el brazo por la cintura del hombre y funcionando a forma de muleta para él. Por un instante el peso muerto de su cuerpo sobre ella le demostró que por más que intentase, las piernas de él no tenían fuerza. Era indudable que sentía dolor pero ella se mantenía con la mirada al frente. —No lo haré, Lord Stannis. Puede que no logre mover una espada ahora, pero puedo ser sus piernas si hace falta. Porque siento, por alguna razón, que su camino será pesado pero que usted ha sido elegido para caminar por él dado que… — la mirada de Melara dejó de ver al frente y volvió al perfil de su Señor , notando én este el gran esfuerzo que estaba realizando — …Pocos nos levantaríamos después de lo que usted ha pasado —
—Solo nos llegan retazos de historias que fueron. Uno puede amar una mujer, un hombre, un título, a uno mismo. Me pide mi opinión y la mía es esa. El Azhor Azai habla del sacrificio de lo más querido. ¿Su prometida es lo más querido para usted? — no dudó en hacer esa pregunta sabiendo la respuesta del joven venado, ahora tan pequeño dado su descuido ante ese poder que le había dado a ella para ponerse de pie y alimentar su furia.
Aun así esas facciones severas de la mujer parecieron cincelarse por un momento ante aquellas palabras ¿Era eso sacrificio? ¿Ella había hecho un sacrificio a sabiendas de lo que hacía o solamente lo hizo por inercia, llevada por algo que no tenía idea qué era?
—Yo estaba ahí. No fue un sacrificio pensado. Él lo desafió y usted actuó de forma que no debía actuar llevado por la ira. Cualquiera hace eso, Lord Stannis. Cada día que mis hombres pedían apoyo, yo iba a dárselos para asegurarles que como mujer podía hacerlo. EL sacrificio es hacer algo que no queremos, que no deseamos y usted, en esa playa, deseaba destrozar cada hueso de ese bandido. — su voz ya no era agresiva, al contrario. Estaba tratando de atar los cabos que ambos habían terminado tejiendo entre ellos, quizás buscando significados demasiado complejos para un hombre como él y una mujer como ella — Pero de todos los Baratheon que existieron y existen, siento que usted es capaz de sacrificar todo por algo que está más allá de sus propios deseos. Se casará por órdenes siguiendo un bien superior; mantuvo en alto Bastión, siguiendo un bien superior. Yo vi un Baratheon con una espada de fuego que combatía la oscuridad y no era Lord Robert, y no era Lord Renly — sonrió con el revés de los labios, y por un instante supo que al venado aun le faltaba recorrer mucho para poder ser lo que debía pero que el primer paso lo había dado ya.
No presto atención a su aclaración puesto que sin importar lo que pasará, Melara Morrigen no dejaría caer al hombre que tenía su palabra de protección y a quien, directa o indirectamente, le debía la vida. Cuando el peso de él se sintió sobre sus piernas, la mujer se mantuvo de pie como una escultura, pasando el brazo por la cintura del hombre y funcionando a forma de muleta para él. Por un instante el peso muerto de su cuerpo sobre ella le demostró que por más que intentase, las piernas de él no tenían fuerza. Era indudable que sentía dolor pero ella se mantenía con la mirada al frente. —No lo haré, Lord Stannis. Puede que no logre mover una espada ahora, pero puedo ser sus piernas si hace falta. Porque siento, por alguna razón, que su camino será pesado pero que usted ha sido elegido para caminar por él dado que… — la mirada de Melara dejó de ver al frente y volvió al perfil de su Señor , notando én este el gran esfuerzo que estaba realizando — …Pocos nos levantaríamos después de lo que usted ha pasado —
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
Aquella era una pregunta interesante con una clara respuesta: no. Lysa Tully no era lo más querido para Stannis, y era algo tan obvio que incluso Melara debía saberlo, e incluso el joven Venado lo sabía. Y de hecho, tenía la certeza absoluta de que nunca sería así. De hecho, ni siquiera amaba a la desconocida con la que se casaría y, puede que en un futuro, llegase a experimentar algún tipo de afecto por ella, por eso de ser la madre de sus futuros hijos. Pero nada más. La relación con la hija de Lord Tully no sería nunca de amor sino de correspondencia e intereses políticos.
¿Qué era lo más querido para Stannis? Difícil hallar una respuesta. En cuanto a personas, obviamente quería a Robert y a Renly pues, al fin y al cabo, era la única familia que le quedaba. Incluso al viejo maestre Cressen, su tutor, el que le había enseñado casi todo. Pero Stannis era hierro puro: fuerte e indoblegable, y lo mismo podía amar que despreciar e incluso sentenciar a Robert, Renly o Cressen si, llegado el momento, sobrepasasen el particular código ético por el que regía su filosofía de vida.
Entonces, podríamos decir que lo más querido para Stannis en vida era eso: la justicia, la institución de la equidad.
— Claro que no. —Respondió con desagrado y la boca pequeña, mirando desde abajo con cierto hastío al cuervo enfurecido. Rechinó los dientes. — No soy tan idiota como para querer a alguien más que a mí mismo.
Al principio pudo haberse sentido molesto por la resolución de Morrigen. De hecho así fue: enfureció un tanto, mas no lo exteriorizó. En el fondo, muy en el fondo, sabía que tenía razón, y que no había actuado con más causa que su ira aquel fatídico día en la playa. Era impulsivo e iracundo cuando sentía que vejaban su nombre, aunque esta resaltable condición de su personalidad se veía neutralizada cuando alguien era sincero y franco con él. Como lo estaba siendo el Lord de Nido de Cuervos; así que asintió, se calmó y siguió oyéndola atentamente, con el ceño fruncido.
Pero las siguientes palabras del discurso de la mujer consiguieron calmar su enojo interno e incluso agradarle. Cualquier persona en la faz de la tierra y en su sano juicio se sentiría contentado ante cualquier tipo de enaltecimiento o elogio como estaba haciendo Melara hacia su persona; y además, a través de sus argumentos, Stannis concluyó que tenía razón. ¿Quién si no iba a pasar el resto de su vida con una mujer que no amaba? ¿Quién ha guardado durante meses una fortaleza que no era suya, sin recibir nada a cambio? ¿Quién actúa solo para con el bien de su casa, persiguiendo únicamente un bien superior? Sólo él, y nadie más. Stannis Baratheon concluyó entonces que Melara tenia razón, y se convenció entonces que tenía que llegar a ser el Azor Ahai. — Yo seré el Azor Ahai. —Manifestó con decisión.
Cuando sus piernas inertes fallaron y temió por un instante caer contra el piso, Morrigen consiguió atraparlo por la cintura, salvándolo del golpe. — Otra vez. —Ordenó, apoyándose sobre los cantos de la mesa. — Lo consiga o no, podréis iros. —Comenzó a soltarse de nuevo, poco a poco. Estaba claro que Stannis Baratheon no era el estereotipo de hombre convencional. Tenía una personalidad compleja, llena de taras. Stannis Baratheon era duro como el hierro, y se rompería antes de doblarse; aquello podía ser algo bueno, o algo malo, dependiendo la circunstancia. Pero en aquel caso, significaba que no se rendiría hasta volver a caminar.
¿Qué era lo más querido para Stannis? Difícil hallar una respuesta. En cuanto a personas, obviamente quería a Robert y a Renly pues, al fin y al cabo, era la única familia que le quedaba. Incluso al viejo maestre Cressen, su tutor, el que le había enseñado casi todo. Pero Stannis era hierro puro: fuerte e indoblegable, y lo mismo podía amar que despreciar e incluso sentenciar a Robert, Renly o Cressen si, llegado el momento, sobrepasasen el particular código ético por el que regía su filosofía de vida.
Entonces, podríamos decir que lo más querido para Stannis en vida era eso: la justicia, la institución de la equidad.
— Claro que no. —Respondió con desagrado y la boca pequeña, mirando desde abajo con cierto hastío al cuervo enfurecido. Rechinó los dientes. — No soy tan idiota como para querer a alguien más que a mí mismo.
Al principio pudo haberse sentido molesto por la resolución de Morrigen. De hecho así fue: enfureció un tanto, mas no lo exteriorizó. En el fondo, muy en el fondo, sabía que tenía razón, y que no había actuado con más causa que su ira aquel fatídico día en la playa. Era impulsivo e iracundo cuando sentía que vejaban su nombre, aunque esta resaltable condición de su personalidad se veía neutralizada cuando alguien era sincero y franco con él. Como lo estaba siendo el Lord de Nido de Cuervos; así que asintió, se calmó y siguió oyéndola atentamente, con el ceño fruncido.
Pero las siguientes palabras del discurso de la mujer consiguieron calmar su enojo interno e incluso agradarle. Cualquier persona en la faz de la tierra y en su sano juicio se sentiría contentado ante cualquier tipo de enaltecimiento o elogio como estaba haciendo Melara hacia su persona; y además, a través de sus argumentos, Stannis concluyó que tenía razón. ¿Quién si no iba a pasar el resto de su vida con una mujer que no amaba? ¿Quién ha guardado durante meses una fortaleza que no era suya, sin recibir nada a cambio? ¿Quién actúa solo para con el bien de su casa, persiguiendo únicamente un bien superior? Sólo él, y nadie más. Stannis Baratheon concluyó entonces que Melara tenia razón, y se convenció entonces que tenía que llegar a ser el Azor Ahai. — Yo seré el Azor Ahai. —Manifestó con decisión.
Cuando sus piernas inertes fallaron y temió por un instante caer contra el piso, Morrigen consiguió atraparlo por la cintura, salvándolo del golpe. — Otra vez. —Ordenó, apoyándose sobre los cantos de la mesa. — Lo consiga o no, podréis iros. —Comenzó a soltarse de nuevo, poco a poco. Estaba claro que Stannis Baratheon no era el estereotipo de hombre convencional. Tenía una personalidad compleja, llena de taras. Stannis Baratheon era duro como el hierro, y se rompería antes de doblarse; aquello podía ser algo bueno, o algo malo, dependiendo la circunstancia. Pero en aquel caso, significaba que no se rendiría hasta volver a caminar.
Re: Cicatrices | Stannis Baratheon
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