Una reprimenda... (Elric Ashford)

Elric se quería morir.

Uno podría suponer que se trataba del frío. Cuando uno está acostumbrado a climas más cálidos, donde el viento no te agrieta la cara al rozarla, vivir junto a un cubito de hielo gigante no era precisamente un buen cambio. Además, vivir en el Muro y mantenerlo no era algo que pudiera definirse como «una vida de lujo». Tampoco el hecho de que se tratara de un trabajo de obra manual, pues estos siempre eran cansados y frustrantes a la larga. Quizá, en vez de esto, uno podría suponer que el problema radicaba en la calaña que se movía por el Muro: delincuentes, violadores, asesinos y otras lindezas; y en muy contadas ocasiones, voluntarios que se arrepentían al pisar aquellas paredes. No podría decirse que Elric era voluntario, pues en realidad había sido obligado y chantajeado por su padre a unirse a las filas de los hermanos juramentados de la Guardia de la Noche. Quizá, yendo un poco más allá, el verdadero problema consistía en acatar órdenes de alguien que no necesariamente había nacido en una noble cuna como la suya. Tener que aguantar reprimendas, insultos, descalificaciones varias, y todo ello de parte de un malnacido que no debería estar al mando, no solo sacaría a Elric de sus casillas; era perfectamente comprensible que situaciones como esa pudieran desesperar a cualquiera con dos dedos de frente.

O simplemente lo que le molestaba era estar encerrado en un campo de nabos.

El caso era que Elric se quería morir. Observaba el patio de armas apoyado en una barandilla frente aquel ascensor infernal que lo elevaba siempre hasta las alturas del Muro. Si hacía frío en el Castillo Negro, ni punto de comparación había cuando se llegaba a lo más alto de aquella muralla helada. En el patio de armas, un grupo de reclutas estaba entrenando mientras el maestro de armas los evaluaba. Otros movían cajas y barriles de suministros varios como vino, carne ahumada y especias. Incluso se comentaba que en alguna de esas cajas había algunas pocas armas melladas cedidas al Muro para los entrenamientos matutinos. Se comentaba, sí, pero no a Elric. Al joven Ashford nadie le comentaba nada, nadie lo adjuntaba. Él sabía la verdadera razón: no solo no estaban a su nivel, sino que eran conscientes de ello. Fingían sus miradas de animosidad para ocultar la vergüenza y el despropósito de sus vidas al haber alcanzado tan poco en su existencia. Pero todo aquello poco importaba ya. Estaba obligado a convivir con toda esa gentuza abominable y a recibir órdenes de un Lord Comandante tirano. Todo un despropósito. Eso no significaba que no peleara todo lo posible por amargar sus existencias como pudiera, ya que ellos amargaban la suya.

Fue entonces cuando oyó a un descerebrado gritando su nombre por todo el patio de armas. Cuando miró a ver quién era, descubrió que se trataba de Deckard Ironsmith, aquel explorador sobrevalorado. Y pudo ver también cómo éste lo encontraba al fin. Elric no se molestó siquiera en mover un dedo, aquel perdedor le era totalmente indiferente. Cuando el cuervo llegó a su lado, el joven Ashford ni se dignó a mirarle.

—Que te jodan, plebeyo. Piérdete.

Sin previo aviso, Ironsmith cargó contra la barandilla con su espada, reventándola y partiéndola lo suficiente como para que Elric cayera hacia delante. No habría más de metro y medio, y cuando llegó a la altura del suelo consiguió caer de pie, tambaleándose en el proceso y dando un pequeño traspié mientras se recuperaba del susto. Los reclutas y demás hermanos juramentados empezaron a mirar en su dirección, alertados por el ruido y por el pequeño grito que Elric produjo cuando cayó hacia delante. Una vez estabilizado, miró con los ojos desorbitados de furia hacia arriba, donde el asqueroso Ironsmith lo observaba con una mirada de desprecio.

—¡¿Qué coño tienes en la cabeza, estúpido paleto descerebrado?! —Elric estaba muy alterado y avergonzado— ¿Se puede saber cuál es tu maldito problema?

Muchos habían visto el incidente, sabía que se estarían riendo por dentro y que, en el futuro, se reirían todavía más de él. Miró al resto. Estaban en silencio, observando. Seguramente deseosos de saber qué iba a pasar a continuación. Elric tragó saliva, estaba en un callejón sin salida. Miró de nuevo a esa mala bestia y su orgullo hizo acto de presencia.

—Baja aquí, apestoso, y veamos si tienes lo que hay que tener atacando a la espalda en vez de por la espalda como un paleto cobarde...

Elric desenfundó su espada y dio varios pasos hacia atrás, colocándose en la explanada del patio de armas y rezando por ganar aquella pelea de mierda.

Elric escuchó las soberbias palabras de aquel mierda que primero lo amenazaba, lo agredía, y luego iba de buenas. Miró alrededor, todos estaban atentos, pendientes de lo que podría pasar. Y Elric sabía positivamente que tenía todas las de perder. Ninguno de sus compañeros le apoyaría, él era más débil que aquella mala bestia descerebrada y lo que más deseaba era poder largarse de allí. Su temblorosa mano hacía que la espada fuera tan inestable como una fina capa de hielo sobre un lago helado. Respiró hondo, sus ojos se humedecieron y abrió la boca para hablar.

—¿Que guarde mi arma?... Un mierda como tú no es quién para decirme si tengo o no permiso para sacarla, Ironsmith. No te sobrevalores...

Se quedó un momento callado antes de continuar con una serie de improperios que tenía en la punta de la lengua. Pero no los dijo. No porque fuera inteligente no hacerlo, sino porque en el fondo, y Elric lo sabía, era un cobarde. Y los Siete eran testigos de cuánto se odiaba por ello. Envainó su espada, miró con odio a todos los presentes y le reservó una mirada de desprecio especial a aquel asqueroso norteño.

—Si parto o no, será algo que el propio Lord Comandante tenga que decirme en persona, no tú. Y desde luego tampoco serás tú quien me instruya.

Se dio la vuelta, dándole la espalda al cuervo y dirigiéndose a los aposentos del Lord Comandante, esperando explicaciones de por qué le había enviado a un matón para que le humillara delante de toda la Guardia. Luego reafirmó las últimas palabras que le dijo a aquel tipejo.

—Por encima de mi puto cadáver.