Donde habitan los fantasmas - FB [Lyanna Stark]

La noche fue larga para Robert. Cuando volvió del pabellón Stark tuvo que apagar una pelea entre dos soldados Baratheon que prometía con destrozar toda su tienda. Más tarde le reclamaron para ir a por su escudero, que completamente ebrio estaba peleando con un árbol. Maldito fin de torneo. Buscó un lugar tranquilo detrás de la tienda y se sentó para masajearse las sienes. Intentó ordenar sus quehaceres mentalmente. Tenía que conseguir una promesa de enlace para Stannis. Cuando volviese al hogar tenía que poder alardear de algo. Sus tíos lo habían respaldado como Señor pero si veían que los asuntos no eran resueltos de manera efectiva, podrían pensar que no estaba preparado, los Baratheon no podían ser dirigidos por hombres dubitativos ni por hombres que no consiguiesen objetivos tan sencillos como casar a un heredero. Los tormenteños estaban solos, su líder debía ser infatigable y contundente en todas sus acciones. Las dudas Baratheon siempre habían significado una sola cosa: Muerte.

Al final consiguió dormirse pensando en la muerte. Se levantó sobresaltado tras soñar con la fatídica travesía que acabó con la vida de sus padres. Se secó la frente perlada de sudor. Sin jubón fue al río para lavarse la cara y espabilarse echando agua en su espalda desnuda. No pudo evitar encoger la espalda del frío. Clavó su mirada en la corriente del río mientras introducía su mano en él. Estaba gélida, como la muerte. Otra vez la parca. Siempre la misma canción, frío y muerte, y fuego ardiendo dentro de mí. Así era su mundo. Una larga cadena de acero sobre sus hombros y sangre derramada por doquier, propia o extraña, que más daba. No era tan idiota para no darse cuenta de que cada muerte que obtuviese se llevaría pedacitos de su alma. Así fue la primera vez que mató, y las siguientes. Todos salvajes de las montañas de la Luna. Si, se vanagloria de ello con chanzas y bebidas fuertes, pero el hecho era innegable. Le perseguían los espíritus de las vidas arrancadas. Removió el agua para alejar los espectros, maldito Harrenhal, donde habitan los fantasmas.

Se vistió con lo primero que encontró y enfiló al pabellón de los Huargos, con una pregunta rondando en sus oídos, ¿podré romper esa cadena de frío y muerte que me rodea? Sabía que no. No se llamaba a engaños, que otros lo hiciesen, él no lo haría. -Buenos días, ¿desayunamos? –dijo con su vozarrón, encerrando en lo más hondo de su ser sus miedos y temores.

Un atisbo de sorpresa cruzó sus pupilas azules al contemplar el pabellón de los huargos listo para el desayuno. Sin saber bien el motivo, había esperado otra cosa menos encorsetada, más informal. Lo último que quería era un desayuno protocolario teniendo la oreja pegada de Lady Stark detrás de algún biombo. Ni hablar.

—Esto… ¿vamos a desayunar aquí? –preguntó pasando su mano por aquel amago de barba que decoraba su rostro. —No, de ninguna manera. –dijo al final, caminando hasta donde estaba dispuesta la mesa con el frugal desayuno. Retiró el motivo floral sin reparar en que era su regalo de la noche anterior y recogió todo haciendo un ovillo con el mantel. Acabado de recoger, se volteó hacia su prometida reparando en su fino y practico vestido azul marino. Ignoró el efecto producido por aquellas perlas en su terso cuello y se concentró en la profundidad de su mirar y aquellos malos pelos indómitos.

Que Robert había estado con muchas mujeres era cierto. ¿Qué hijo de gran casa no? Se preguntó. Brandon y el propio Elbert deberían ser iguales. Iba con la condición carismática de sus rangos. El caso era que habiendo estado con mujeres de varios rangos distintos, ninguna pasaba del plano carnal. ¿Qué tenía entonces aquella jovencita norteña? Su belleza era algo silvestre y salvaje. Por muy enamorado que estuviera, debía admitir que mujeres más bellas habían pasado por su lecho. ¿Entonces Robert? Su aura, fue toda la respuesta que se le ocurría.

—Por cierto, ¡buenos días, Lyanna! –exclamó, dándose cuenta de que había obviado el saludo con la sorpresa de comer bajo aquella carpa. Allí de pie, ante sus ojos de embrujo de su amada y con un hatillo con el desayuno envuelto de manera improvisada, Lord Robert de la casa Baratheon, Señor Supremo de las Tierras de la Tormenta y de Bastión de Tormentas, se rascaba la cabeza dubitativo. —¿Crees qué podremos desayunar fuera, Lyanna? Y por tus dioses, si llamo a tu hermano Ned, no me trates a mí de Lord o Caballero.  –le pidió distraído mirando en derredor, improvisando un plan alternativo al establecido de antemano.

—¿El río? Si, buen lugar. Jon siempre dice que hay que acampar cerca de una fuente de agua. Serías una buena comandante, Lyanna. –le dijo apretando su hombro como señal de aceptación ante su idea, siendo de las primeras veces que tocaba a la mujer que proclamaba amar. La segunda parte de su plan le gusto ya menos, y así lo mostró su ceño fruncido pero no dijo nada. Solo se detuvo a contemplar a la loba y su atrayente aura. Sonrió finalmente desmontando aquel ceño fruncido al alargar su mano para estrechar la suya y salir de aquel pabellón en busca de unas monturas adecuadas, todo ello sin soltar el hatillo donde portaba los alimentos a degustar.

—Me parece, Lyanna. Pero solo si no vuelves a vosearme. ¿Sí? –le pidió por segunda vez, esperando no tener que mostrar su enojo una tercera vez. Fuera su prometida o no, era de su familia por el simple hecho de ser hermana de Ned. Eso era lo primero que quiso dejar claro el joven venado. Si quería pompa, tendría toda la que toleraba en el Valle o en Tormentas. Robert no quería eso, deseaba las sencillas maneras de los norteños. Su naturalidad. Queriendo romper el hielo de su último comentario le dijo al detenerse en la esquina de un edificio cercano a los establos. —La única gracia que me agrada eres tú. Teniendo eso, todo lo demás estará siempre bien. –a sus azules ojos marinos se asomó la picardía de una travesura tras aquel comentario más sincero de lo que que el propio Baratheon se atrevería a confesar. —Ahora escucha, Lyanna. Te necesito para una cosa. Ves al muchacho de la cota acolchada. –le indicó un zagal de unos catorce años, que vestía los colores de los Whent, parejos a los Baratheon.

—¿Crees que puedes alejarlo de la puerta del establo durante un rato? No quisiera tener que golpearle. –le comentó con el tono más natural del mundo. Sin darse cuenta, y por puro instinto, una de sus manos había ascendido hasta su hombro mientras la otra se posó con el afecto de la camaradería en la parte trasera de su terso cuello al solicitar la bella Stark su complicidad en su improvisado (y muy alocado) plan.

Robert rascaba su barba de manera reflexiva. Bien ciertas eran las palabras de su prometida. Supuso de repente que desde su más tierna infancia había sido educada en ser cortés y en aquel voseo. Solo podía compararla con Alys Arryn y con la rubia así era. Maldijo para adentro por su falta de tacto y paciencia. —Sí, eso veo. Lo tendrás… desde luego. –dijo algo molesto con todo aquello. A Robert le gusta la campechanía y el trato cercano. ¿Por qué? Se preguntó. Quizás por haber perdido a sus familiares cercanos a tan pronta edad y haber sido enviado a la corte más protocolaria posible. Una de las cunas de la Fe de los Siete y garante de la caballerosidad y la cortesía. Aquellas cosas que le importaban tan poquísimo a Robert. Palabras vanas y vacías. Como huérfano que era prefería mil veces un cálido abrazo a tropecientas mil palabras amables carentes de sentimiento.

Olvidando su forma de ver el trato entre ambos le sonrío no sin poder evitar cierto deje de tristeza en aquella sonrisa ante su segunda frase. —Cierto, habrá que ser pacientes, mi señora Loba. –dijo al final, claudicando al poder indomable de sus directas y profundas pupilas.

—Si, a ti, claro. ¡ja, ja! –exclamó recobrado, con pasmosa facilidad sea dicho de paso, su natural estado risueño. Ahora enseguida el zape le cayó a él. ¿Qué tenía de malo se plan? Era muy perfecto, ella entretenía al mozo, y mientras Robert cogía prestados dos caballos y marchaban al campo furtivamente. Era una chiquillada, lo sabía, pero mucho más divertido que ir hasta su pabellón y coger alguna de las monturas que tenía a mano. Perplejo se quedó en silencio por el malestar repentino de Lyanna y boquiabierto la vio partir a los establos, a nada más y nada menos, que dialogar con aquel palafrenero.

Verla conversando con el muchacho le permitió no obstante disfrutar su figura desde lejos y sin riesgo de parecer lujurioso. No eran las formas que más agradaban a Robert pero seguía sintiendo una fuerte atracción por aquella esbelta muchacha, que muchos otros considerarían insípida. Embelesado por la Stark rozó la plenitud de la felicidad al verla orgullosa de su victoria para mirarle con los brazos en jarra. ¿Acaso no era la más bella visión del mundo? Viéndola en tal pose, comprobó lo soso de su plan y lo que le había gustado su determinación. Recortó las distancias algo más enamorado de ella por su acto y le espetó al llegar a su lado mientras esperaban al joven mozo de cuadras de los Belmore. —Ahora empiezo a creerme que eres hermana de Ned. –su cabeza negaba con resignación al ver destrozada su diversión.  —No tenía intención de golpear al zagal, Lyanna. Por eso quería que lo entretuvieras. Era mucho más divertido obtener los caballos de manera furtiva. –claudicando otra vez ante ella encogió los hombros.

—Bueno, no sé porque me sorprende, Ned además me hubiera sermoneado. –añadió riendo a su lado. En el fondo nunca lo hubiera pensado, pues por la forma en que Ned hablaba de su hermana no les veía muy parecidos. Sin embargo ahí estaban las similitudes. ¿Tendré yo también ciertos comportamientos innatos similares a Stannis y Renly? No, eso lo dudaba. Los Baratheon estaban hechos cada uno de un metal distinto, teniendo en común nada más que su negrísimo cabello, y aquellos ojos azules e intensos. Antes de formular una pregunta que le había venido a la mente antes de ser abandonado por ella se rascó la nuca y ladeó la cabeza. —¿Por qué os molestó antes lo de golpear al mozo? ¿Es alguien para ti? –preguntó por curiosidad y con inocencia, pues durante el tiempo de espera quiso evitar los largos silencios.

—No, no, por el respeto no. No me entiendas mal, tu hermano es respetuoso. Era más bien por el hecho de… ¿pensar en las consecuencias? Sí, creo que esa es la definición más acertada. –le iba diciendo mientras su rostro hacia unos claros esfuerzos al pensar, casi como si le costara encontrar las palabras adecuadas. Escuchó mirándola de lado lo que podría haber pasado con el mozo si hubieran tomados prestados los caballos. Siendo sincero consigo mismo, tenía que admitir que no había pensado en eso. En realidad no le importaba mucho. La vida era así. ¿Alguien le pidió permiso para arrebatarles a sus padres? Desde luego que no. Simplemente los condenados dioses habían decidido destrozar su navío delante de la atenta mirada de Stan y Rob, sin importarle lo más minino las consecuencias que pudieran ocasionarles a los tres huérfanos.

—Puede ser. No te voy a engañar, no lo había pensado. Aunque a lo mejor hubiéramos vuelto antes de que nadie echase en falta las monturas. Bien, tampoco es una justificación válida, lo sé. Podría decirte que quizás eso hubiera hecho al muchacho más atento y fuerte, más preparado en definitiva para la dureza de este mundo pero igualmente se me antoja una excusa pobre por mi parte. –desarmado por su propia incapacidad para ver más allá se quedó un rato en silencio hasta que ella quebrantó para bien aquel molesto silencio.

—No, tienes de nuevo razón. Ned me habría mirado con sus ojos grises y sin mediar palabra me habría pedido con ellos que me sentara. ¿Sabes? Tu hermano es mucho más de lo que el mismo piensa y cree. –le confesó en la línea de Robert, de manera totalmente improvisada y risueña.

Desconcertado se mostró cuando ella le relató que no conocía al mozo. ¿Entonces por qué tanto lío? Bueno, recordó lo dicho por ella. La verdad es que Lady Belmore era una bruja, todo el Valle lo sabía. A lo mejor flagelaba al zagal hasta la muerte. En ese preciso instante fu cuando el muchacho reapareció con dos excelentes bestias, Robert no pudo sino admirar las maneras de hacer las cosas de Lyanna. Si hubiera entrado furtivamente, tendría que haber pillado el primer jamelgo que tuviese a mano, por el contrario el joven había seleccionado dos soberbios equinos.

—Gracias, chico. Si alguien te pregunta, dices que el primo del rey necesitaba de ellos. Lord Baratheon. No lo olvides. –le dijo sacando un venado de plata para dárselo con un claro gesto amistoso. Por Ned sabía que la Loba no necesitaría de ayuda para montar ni para casi nada en realidad. No pudo evitar excitarse al verla subir al caballo de manera tan grácil. Durante apenas un suspiró pensó en ella en otro contexto diferente, y aquello solo incrementó su excitación. Movió enérgicamente su cabeza para aplacar la incipiente lujuria que luchaba por poseerle y subió a su vez a su caballo.

—No tardaremos, de verdad. –dijo como despedida al mozo de cuadras, esperando en lo más hondo de su ser lo contrario. Robert no quería que aquella fugaz jornada acabase nunca. Si bien siempre se juraba que amaba a la Stark era ahora, con su presencia dominante y embriagadora engatusándolo de una manera insana cuando supo a ciencia cierta que sus sentimientos iban más allá del simple deseo conocidísimo por él. Este parecía más perdurable que aquel. Al menos eso creía.

Cuando ella ralentizó su cabalgar y quedaron a la misma altura, ya en clara soledad, le habló de lo ocurrido con el tal Howland. —La verdad es que no he oído nada del tal Howland. Siento que le acosaran e hiciste bien en defenderle, es un gesto noble por tu parte. De nuevo te pareces en eso también a tu hermano. Solo espero que no seas muy dura con esos escuderos. Muchas veces olvidamos que son solo niños. Les damos palos, a veces incluso armas reales, y les decimos golpea, golpea, y golpea más fuerte. Luego nos sorprendemos de que no sepan separar campo de batalla de un festejo como este torneo. Si le enseñas a un perro a morder, no puedes asustarte ni indignarte cuando lo hace. Eso es lo que pienso. Aunque siga pensando que hiciste bien, claro. –dijo reflexionando sobre la marcha, sin dejar de ser sincero para con Lyanna y con su propia naturaleza belicosa.

Su pregunta le erizó la espalda. ¿Le habrías pegado? Si, desde luego. Y eso no era lo peor. Quizás lo más raro era que no le habría molestado lo más mínimo. Robert era empático para muchas cosas pero la violencia no era una de ellas. Cuando a él le pegaban, nadie salía a defenderle, no ahora claro, ahora se defendía solo. En el pasado no fue siempre así. Los demás solo veían un escudero grandote y fuerte, y suponían que lo aguantaría todo. En parte era verdad. El venado era muy resistente pero no menos cierto era que lo endurecieron más cual hierro al rojo vivo a golpe de martillazos. ¿Quién le defendió a él? Nadie, esa era la pura verdad. Hasta que conoció a Ned siempre se había sentido solo como Rob, pues como Lord Baratheon siempre todo fueron risas, alegría, pura falsedad.

Tan solo al lado de la silenciosa figura de su hermano por elección había podido ser Robert. Sin títulos ni apellidos. Supuso que por eso quería a Ned y era frio con su propio hermano. Stan siempre le trato como su señor, ignorando la misma sangre que compartían. Al menos era la percepción del hijo de Steffon. Miró al frente, un momento, para evitar la escrutadora mirada de su prometida. Luego giro su cuello hacia ella y casi acariciando con sus pupilas a las suyas, le respondió.

—Sí. Podría mentirte y decir… ¡No! ¡Jamás! Pero entonces además de ser un violento me convertiría en un vil mentiroso. Entiendo que no te agrade. A tu hermano nunca le gusto mi lado más visceral puestos a decir verdades. Tampoco puedo luchar contra mi naturaleza. ¿Podrías tú dejar de montar y no sentir nunca más tus cabellos ser mecidos por ir al galope contra el viento? –nervioso apretó más fuerte las riendas de su caballo prestado. —De todos modos, creo que la pregunta que debes hacerme es la siguiente: ¿Me gusta golpear por golpear? Yo te diría que no sin caer en mentiras. Supongo que solo actuó así por frustración pero solo soy un chiquillo a los ojos del mundo, que sabré yo. –añadió al final con cierto pesar al mostrarse abiertamente a su amada por primera vez pues sabía que al igual que a Ned, aquel lado de Robert no le sería muy querido. Fue entonces cuando el mayor de los Baratheon sintió que la perdía estando tan cerca. Por ser sincero, por idiota.