De Lord a Lord [Melara Morrigen]

Aquello era vida. Un camino, un grupo de hombres armados a su lado, y algo de vino a mano. El señor de la Tormenta se sentía más vivo que nunca ahora que recorría su reino de nuevo. Había sido dichoso en el Valle, buenos años y mejores recuerdos pero su corazón pertenecía a la Selva, a la Bahía de los Naufragios y al áspero clima de su tierra. Un reino pequeño, belicoso como pocos y pobre. Demasiado pobre y disperso. Echaba en falta una gran ciudad en su reino, algo que si tenían todos sus iguales.

Llegaron a Nido de Cuervos evitando las tierras Connington. La guerra no había empezado pero Robert no olvidaba que Jon era de los pocos amigos que tenía Rhaegar, y mejor que no supiera de sus movimientos, por el momento al menos. Ante los muros del hogar de los Morrigen desmontaron todos los jinetes, unos veinte caballeros. Su portaestandarte le anunció al vigía mientras Robert alzaba el mentón para acariciar su cuello y pensar.

¿Estás preparado, Rob? Está guerra no será un juego, ni una campaña breve. No eres un noble díscolo. La tormenta a desatar podría ser del calibre de la primera rebelión Fuegoscuro. Todo un continente teñido de sangre. ¿Y todo por qué? ¿Una mujer? ¡Has tenido más de cien! Apretando los dientes acalló aquella voz interior. Ninguna como ella, se dijo. Es todo lo que deseo y por su retorno arrasaría Poniente y Essos si hiciera falta.

Con la mano en las riendas de su montura alzó la vista hasta el estandarte ondeante de los Morrigen y de allí al cegador brillo del astro rey. Cerró los ojos y la clara imagen de los ojos grisáceos de su prometida aparecieron ante él. ¿De verdad me amas? Fue su escueta pregunta, y allí, en el interior de sus pensamientos, Lord Baratheon enmudeció sin poder responder a la profundidad de su poderosa mirada.

El ruido metálico de dieciséis cascos le devolvió a la realidad y al presente, arrebatando la fantasmagórica figura de su amada de su mente. Abrió los ojos y observó a un pequeño grupo que suponía salía a recibirle. Acariciando la crin de su azabache equino le pillaron al llegar a su presencia. Besó el cuello del animal antes de dirigirse a la comitiva Morrigen.

—Gracias, Ser. Es un honor visitar las tierras de quienes aplastaron a los bandidos con tanta pericia no hace mucho. –dijo orgulloso de la maestría demostrada por sus vasallos en aquella escaramuza con los bandidos. Hizo una leve inclinación de cabeza como signo de respeto no al Señor de Nido de Cuervos, sino a los caballeros que habían luchado junto al mismo al lado de Stannis.

No se separó mucho de su montura cuando Lord Morrigen le salió al paso. Parecía confabulado con las sombras, y vistas sus vestimentas, bien podría decirse que tenía ante sí un Blackwood de Árbol de los Cuervos. Bueno, recapacitó, los Morrigen tienen tanto derecho o más que los ribereños para lucir aquella capa. Por su parte, Robert vestía un sencillo pantalón de cuero negro, cubría sus hombros con una librea dorada más una capa negra de lana. Sin mayores ornamentos.

—El… placer es nuestro, mi señor de Morrigen. Aceptamos con gusto vuestra hospitalidad. –le respondió enarcando una ceja al oír aquello de placer. Robert no era muy docto en protocolo ni cortesía pero tenía entendido que honor era lo correcto entre caballeros y la formula placer más adecuada al trato con mujeres. Intentó no darle mucha importancia, quizás el señor de Nido de Cuervos era un sodomita solamente, y su verborrea le había traicionado. Aquello a Rob le daba igual en el fondo, que cada persona se diera a sus pasiones, de Morrigen solo esperaba la lealtad que ya había demostrado recientemente.

Hizo un gesto a Garin Wensington para que se ocupara de su bestia mientras Robert seguía en compañía de su anfitrión. —Me gustaría comunicaros que viajo hasta Nocturnia para ajusticiar al bandido que ayudasteis a capturar. Agradezco el apoyo mostrado a mi hermano en toda esa campaña, según me informaron os debo la vida de mi herdero. Ni yo ni Bastión no lo olvidaremos. –le prometió sincero, esperando poder recordar aquello si algún día le tomaban la palabra, pues el cabeza de la casa Baratheon era conocedor de su facilidad para olvidar sus promesas. Mirando la zona con sus ojos azules parecía buscar algo en los alrededores. Finalmente le espetó al regente de aquel feudo. —¿Qué tal la caza en la zona, milord?

Nido de Cuervos
10/2/282 AL

La humildad del Morrigen sorprendió al venado. Estaba acostumbrado a las chanzas típicas de torneos y demás arenas de combates. Era algo adherido a la vida del guerrero. Suponía que una manera de levantar muros para ocultar la verdad. —Sí, parece que a Stannis le gusta el protagonismo. Solo él hace de un estúpido encuentro contra bandidos un drama. –dijo enojado, todavía furioso por lo ocurrido. De manera hipócrita no comprendía como su heredero se la había jugado en batalla tan nimia. Si al menos lo hubiera podido zarandear para hacerle saber su rabieta algo de la misma habría disminuido. ¿Acaso no sabía el rechinador lo importante que era para él en el fondo? Robert si lo tenía claro, aunque no sabría decir si por interés o por sincero afecto.

Al menos pudo castigar a los incompetentes que habían permitido con su negligencia que su heredero y un vasallo principal fueran heridos de gravedad. —Me dijeron que os hirieron de manera bellaca, ¿cierto? Os diré que también los hombres que debían salvaguardar a los comandantes de esa batalla han sido castigados de la manera apropiada. –dijo sin entrar en detalles, algo en lo que no quería explayarse, avergonzado de sus actos. ¿Qué pensaría su Lyanna de la escena del patio de armas de Bastión? Tragó saliva de manera dolorosa al pensar solamente en la idea de que algún día se enterase.

—¿Permitir? Oh, sí, desde luego. –respondió algo desconcentrado por sus propios pensamientos al entregar las riendas de sus monturas. Otra firme mirada le escrutaba de repente y no pudo evitar acordarse de la Stark por enésima vez. Su rostro aparecía cada vez que cerraba los ojos. Al alba y al ocaso, en cada comida. Desde su secuestro, Robert había dejado de retozar con mujer alguna. Los Siete bien sabían que lo había intentado con ardor pero fue imposible. Veía su rostro en cada moza, solo conseguía aplacar la imagen a base de cantidades desmesuradas de licor. Y era evidente que en tales circunstancias poco podía hacer con hembra alguna. Algún envite y poco más. Todo ello por el sencillo recuerdo de menos de media jornada de pura inocencia y bastante conversación.

Su mano se paseó varias veces por su frente, quizás tanteando si tuviera fiebre. Robert, no paras de pensar, ¿te das cuenta? Solo reaccionó para interrumpirla —Stannis ya no se ocupa de esos menesteres, mi señor. Ha dejado de ser el señor de facto de nuestro reino. Ahora vuelve a ser mi heredero. Ni eso en realidad hasta que se recupere de sus heridas. –dijo sin el menor sentimiento de agradecimiento. ¿Así cuidas de tu hermano? Recordó Rob que le dijo en algún momento del pasado su padre. El pequeño Robert había dejado encerrado a su hermano para hacer chiquilladas con Aemon Estermont. Por tercera vez perdido en sus recuerdos volvió solo al presente por la templada voz de su interlocutora.

—Lord Stark era una persona recta, honorable a la manera norteña y de fuertes convicciones morales. Su muerte fue atroz, innecesaria y un acto de pura tiranía. No puedo deciros que sentir ni que hacer, pero es grato oír de vuestros labios que la ofensa es tomada como propia por los Morrigen. No debería haber ninguna persona a lo largo y ancho de los Siete Reinos indiferente a ese crimen, y por desgracia, los hay a miles. –le comentó, omitiendo la dolorosa parte de Lyanna Stark. ¿Por qué precisamente la parte que más le importaba de aquella pesadilla era ocultada? Posiblemente para no mostrar debilidad ante un vasallo. Prefería que pensaran que Robert Baratheon, el Venado Furioso luchaba encolerizado por la ofensa sufrida. No era cólera ni furia ciega lo que hacía brillar sus metálicos ojos. No era otra cosa que temor por perder a la mujer amada lo que los demás entendían por rabia e ira. Simple miedo.

El señor de Bastión debía controlar sus pensamientos, sus miedos y frustraciones. En eso pensaba al cruzar los viejos arcos de Nido de Cuervos. Sin pensarlo y por puro instinto ayudó a Lord Morrigen a bajar de su caballo. Le dijeron que su mano quedo bastante maltrecha. Era lo mínimo por haber sido herido por su causa. Algo más rehecho y olvidadas sus dudas interiores por un rato fue escuchando a su anfitrión. ¿Aquello era una broma? ¿Lord Morrigen era Lady Morrigen? El tono de la mujer durante toda la conversación y paseo no le había parecido burlesco. ¿Qué dragones pasaba allí?

—Dejaos de tortugas y jabalíes por el momento, por favor. ¿Qué tipo de burla es esta escenificación Lady Morrigen? ¿Y vuestro padre? –preguntó frunciendo ceño, más por desconcierto que por enojo.  —¿Por qué Otros os habéis burlado de vuestro señor? Responded de manera clara. No hagáis que olvide la alta estima que siento por vos al haber salvado a mi hermano. –dijo finalmente, sin reparar en el fundamental hecho de que estaban en el hogar de la Morrigen, totalmente a su merced. Como siempre, Robert no valoró aquella información, actuando con poco juicio  y control, pero sin alzar la voz. No había furia en la misma, solo un claro tono imperativo por saber que ocurría.

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