Las cartas dicen lo que los hombres callan

VI del Mes III

—La primer carta es la torre—

Una lámina se abrió sobre la mesa. Su dorso era oscuro y tenía el dibujo de un cuervo detrás. Pero al girarla, la figura era la de una torre rompiendose en pedazos por la caída de un rayo. Hombres y mujeres eran lanzados por las ventanas.

—La torre que rompe la corona y dos hombres caen. Un hombre y una mujer, ambos caen...—

Melara se encontraba sentada frente a la mesa circular hecha de piedra negra con una mano, la derecha, envuelta en paños negros para ocultar su daño que ahora, como estigma, había paralizado su mano. Los ojos claros de la hermosa mujer parecían apagados mientras veía las cartas ante ella. Vestía de luto, negro como el cuerpo y con una postura tan sumisa que pocos la reconocerían como el gran señor Morrigen, aquél que vestía de negro y se autonombraba Lord.

Cassandra Belmore, la madre de la una vez guerrera y ahora doncella, sentía en su corazón el dolor de su hija pero, extrañamente con esa mutilación a su cuerpo comprendía que los Dioses habían dado un mensaje.

—La próxima carta representa al desconocido. El esqueleto de los guerreros y toda la fortuna rota. La caída física, el cuerpo dañado. El aliento de la muerte en nuestra espalda— la voz de la madre era poetica, puesto que con esas extrañas láminas parecía hablar mejor que con los vivos mismos —.El rey caído en una lucha por lo inevitable y al final muere, sin importar cuánto ha luchado por ello—

Melara cerró los ojos. Una lágrima transparente emergió de sus ojos de cristal pero mantuvo el silencio perpetuo. Cada imagen en su vida se había vuelto errada y todo lo que sabía hacer se había perdido. Marcus le decía que algo que ella hizo había salvado a Lord Stannis pero ella estaba negada a esa idea. Se le hacía absurda. ¿Por qué poder salvar a Stannis Baratheon, quien lejos estaba de ser importante para ella cuando no pudo hacer nada para, siquiera, salvar a su padre del dolor martirizante de la enfermedad? Y ahora estaba ahí, mutilada e inutil, incapaz de hacer todo lo que deseaba hacer como levantar el apellido de su padre y clavarlo en la historia.

—Es suficiente...— se puso de pie y la oscura cayó sobre el suelo pero Cassandra rapidamente intervino.

—La tercer carta, hija mía, habla del cambio. Un cambio que no querías llevar a cabo y por eso los Dioses te han obligado— Melara ya le daba la espalda mientras iba a salir de la habitación. —.Melara, tú lo hiciste. Repitete una y mil veces que no fue así. Atribuyelo a los dioses en los que no crees si lo deseas pero en el fondo lo sabes y eres la unica que sabe esa verdad. ¡Fueron tus palabras! ¡Fueron tus manos! Él estuvo muerto y volvió a la vida.—

Los pasos de Melara abandonando esa habitación resonaron entre las pesadas y gruesas paredes de la fortaleza. Demasiado era para ella siquiera pensar en aquello. Lo único que quería saber era que el cabecilla de aquel movimiento estaba muerto y que había una forma de volver a tener el respeto de las casas tormenteñas ahora que ni siquiera podía pelear como un soldado normal. Años, tantos años echados a la basura y ahora, un estigma que la marcaría como bruja para aquellos que realmente creyeron que ella había logrado hacer que un muerto despertase.