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La Pequeña Política
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La Pequeña Política
La Pequeña Política
Día XVII | Mes VII | Año 284 | Fortaleza Roja
Tras el gran evento el joven habitante del Valle, en lugar de regresar a su Reino, continuó con su estancia en Desembarco del Rey. Como no era el más ilustre de los invitados, en lugar de pernoctar en la Bóveda de las Doncellas, lo hacía en una posada. No era inconveniente para él pues estaba acostumbrado a hacerlo en sus habituales viajes. Los Kettleblack solían rondar por allí y se encargaban de que todo estaba en orden mientras él visitaba la corte, y era algo que hacía a menudo, ya fuera por trabajo o por ocio.
Aquella mañana se había estado procurándose nuevo vestuario ya que la presencia de la realeza y los nobles de más alta cuna hacía de la capital el lugar ideal para esas adquisiciones. En el Valle todo era demasiado sobrio y era una cualidad que alcanzaba a las propias vestimentas para disgusto del Baelish. Así fue que por la tarde, cuando tenía concertado un encuentro con lady Belmore, estrenó un ceñido y cerrado chaleco gris de sutiles arabescos en color beige y hombros en pico sobre los que reposaban sendos broches de la capa, que en esta ocasión era larga, suave y negra. Pensaba combinar esa prensa con otros complementos en el futuro.
Según unos guardias le escoltaban hacia la Viuda Blanca, Meñique no podía evitar pensar que sería el más distinguido del Nido de Águilas una vez que regresara a la otrora fortaleza de los Arryn. Finalmente unas pesadas puertas se abrieron para él y una magnífica sala con balcón se relevó como el escenario escogido por la anfitriona para el encuentro. Se detuvo y estático se giró hacia la Querida del Rey.
—Lady Diana —la aguda sonrisa no se hace esperar, así como el hecho de una pierna se retrase para que el gesto cortés de la cabeza inclinada para abajo se acompañe del giro de una mano que termina tendida, aunque sólo un momento. Petyr era de muy baja cuna y no pretendía besarle el dorso de la mano— lucís como una perla entre tanta ostra —le adula con facilidad pasmosa, destacando el tono habitual de la Belmore como un tesoro entre aburridas y vulgares ostras.
Re: La Pequeña Política
Las palabras que había intercambiado con su hijo habían sido realmente emocionantes. Aparentemente, y recalcaba, aparentemente, en El Valle todo iba bien. Sin embargo, Diana no se creía ni un ápice. Bien lo decía el lema de los Belmore: “En la guerra, victoria; en la paz, vigilancia”; con lo cual Diana nunca podía bajar la guardia y se lo hizo saber a su hijo. Era mucho más cansino, sí, pero aún así Darren debía aprender que no debía confiar en nadie más que en ella y debido a que ella no estaba allí era, sin duda, un serio problema y una preocupación constante así que Diana se había encargado de averiguar un poco más. Sobretodo sobre cierta persona…
Lord Petyr, heredero de Los Dedos, así como su casa había demostrado su…¿valía?. Los Baelish habían sido parte crítica del levantamiento de los Belmore al tomar el toro por los cuernos, es decir, dar un severo escarmiento a los salvajes que estaban atacando las tierras y las vías de suministros de El Valle mientras Jon Arryn, en su Nido, oculto, planeaba una rebelión. Ella se había encargado de asegurarse de que el territorio de su hijo y del resto de lores estuviese protegido y los Baelish habían capturado a uno de los salvajes que los había guiado hasta alguno de los nidos donde se escondían estos tipejos. Por ende, cuando cayeron los Arryn, Diana se encargó de reconocer el trabajo de Petyr Baelish con un puesto dentro del Consejo de Darren. Algunos dirían ten a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca, digamos que Baelish no le había dado ningún tipo de sospecha pero aún así… ¿Qué fácil fue traicionar a los Arryn desde el inicio, no? ¿Qué le aseguraba su lealtad? Ya lo veríamos.
La excusa perfecta de su posición como contador era exquisita para tener otra larga charla con el muchacho, a quien le llevaba poco más de 10 años de vida, vivencia y sabiduría y que, por supuesto, conocía muy bien la capacidad de la Viuda Blanca. Fue invitado a un salón con un balcón, en una mesa lejana había distintos vinos importados de los reinos de Poniente y algunas frutas, aunque Diana últimamente no tenía apetito para nada. La apertura de la puerta le hizo saber que el hombre había llegado, Lady Celtigar siguió observando hacia el mar, apreciando el paisaje con el cual había crecido e ignoró los comentarios de Petyr, manteniéndose en silencio un rato simplemente para organizar sus ideas. Unos minutos después se giró hacia el vallense con una sonrisa estudiada -Lord Petyr- Y en suma elegancia, le reverenció porque aunque Diana era una persona que sabía perfectamente que sus casas, todas ellas, eran superiores a la Baelish, eso no quería decir que fuese maleducada.
-Excelente halago, mi señor. Pero no soy de las mujeres que disfruta de ese tipo de situaciones, ni siquiera me sonrojaré y os aseguro que el Rey Aerys podría tomárselo a mal- Expresó sin ningún tipo de tono particular en la voz, ni siquiera de advertencia, simplemente le notificaba una situación que podría ayudarle en el futuro. Diana mantuvo entonces, de nuevo, el silencio mientras estudiaba el rostro tosco del Baelish. A excepción del bonito color de sus ojos era un rostro común cuyo único razgo resaltante era la sonrisa torva de aquel que sabe más de lo que dice -No podemos hablar aquí- Dijo e hizo una seña a un guardia para que abriera una puerta en el fondo de la habitación, esto los haría pasar hasta un pequeño cuarto. De allí en adelante avanzarían por un pasillo en completo silencio, siendo guiados por el guardia anteriormente mencionado. Fueron llevados hasta la parte exterior de la fortaleza donde un carruaje los esperaba. La primera en ascender, con ayuda del guerrero, fue Diana, quien observó a su alrededor el austero lugar, tan austero como el exterior del carruaje, con un gesto sobrio pero en el que se notaba la disconformidad. Miró a Baelish en cuanto se subió y alzó suavemente el hombro -Comprenderá que no confió en los oídos que tiene la Fortaleza Roja y, para que os quede claro, no confío en nadie a excepción de mis hijos- Un movimiento repentino les hizo saber que el paseo hacia ningún lugar había empezado.
Petyr Baelish.
Lord Petyr, heredero de Los Dedos, así como su casa había demostrado su…¿valía?. Los Baelish habían sido parte crítica del levantamiento de los Belmore al tomar el toro por los cuernos, es decir, dar un severo escarmiento a los salvajes que estaban atacando las tierras y las vías de suministros de El Valle mientras Jon Arryn, en su Nido, oculto, planeaba una rebelión. Ella se había encargado de asegurarse de que el territorio de su hijo y del resto de lores estuviese protegido y los Baelish habían capturado a uno de los salvajes que los había guiado hasta alguno de los nidos donde se escondían estos tipejos. Por ende, cuando cayeron los Arryn, Diana se encargó de reconocer el trabajo de Petyr Baelish con un puesto dentro del Consejo de Darren. Algunos dirían ten a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca, digamos que Baelish no le había dado ningún tipo de sospecha pero aún así… ¿Qué fácil fue traicionar a los Arryn desde el inicio, no? ¿Qué le aseguraba su lealtad? Ya lo veríamos.
La excusa perfecta de su posición como contador era exquisita para tener otra larga charla con el muchacho, a quien le llevaba poco más de 10 años de vida, vivencia y sabiduría y que, por supuesto, conocía muy bien la capacidad de la Viuda Blanca. Fue invitado a un salón con un balcón, en una mesa lejana había distintos vinos importados de los reinos de Poniente y algunas frutas, aunque Diana últimamente no tenía apetito para nada. La apertura de la puerta le hizo saber que el hombre había llegado, Lady Celtigar siguió observando hacia el mar, apreciando el paisaje con el cual había crecido e ignoró los comentarios de Petyr, manteniéndose en silencio un rato simplemente para organizar sus ideas. Unos minutos después se giró hacia el vallense con una sonrisa estudiada -Lord Petyr- Y en suma elegancia, le reverenció porque aunque Diana era una persona que sabía perfectamente que sus casas, todas ellas, eran superiores a la Baelish, eso no quería decir que fuese maleducada.
-Excelente halago, mi señor. Pero no soy de las mujeres que disfruta de ese tipo de situaciones, ni siquiera me sonrojaré y os aseguro que el Rey Aerys podría tomárselo a mal- Expresó sin ningún tipo de tono particular en la voz, ni siquiera de advertencia, simplemente le notificaba una situación que podría ayudarle en el futuro. Diana mantuvo entonces, de nuevo, el silencio mientras estudiaba el rostro tosco del Baelish. A excepción del bonito color de sus ojos era un rostro común cuyo único razgo resaltante era la sonrisa torva de aquel que sabe más de lo que dice -No podemos hablar aquí- Dijo e hizo una seña a un guardia para que abriera una puerta en el fondo de la habitación, esto los haría pasar hasta un pequeño cuarto. De allí en adelante avanzarían por un pasillo en completo silencio, siendo guiados por el guardia anteriormente mencionado. Fueron llevados hasta la parte exterior de la fortaleza donde un carruaje los esperaba. La primera en ascender, con ayuda del guerrero, fue Diana, quien observó a su alrededor el austero lugar, tan austero como el exterior del carruaje, con un gesto sobrio pero en el que se notaba la disconformidad. Miró a Baelish en cuanto se subió y alzó suavemente el hombro -Comprenderá que no confió en los oídos que tiene la Fortaleza Roja y, para que os quede claro, no confío en nadie a excepción de mis hijos- Un movimiento repentino les hizo saber que el paseo hacia ningún lugar había empezado.
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