Tiempos de pillaje [Autoconclusivo]

Tiempos de pillaje

El sonido amortiguado de casquetes sobre las rucias arenas de Dorne sirvió de aviso propicio para los saqueadores. Muchos de ellos tomaron sus monturas y huyeron, con tantos víveres y suministros como pudieron cargar, a través de los más bajos vados del Sangreverde. Otros tantos escaparon a pie, perdiéndose entre las hectáreas de olivares y campos de cultivo que se extendían aledaños al cauce del río.

Para cuando lord Vorian Wetland arribó acompañado de sus hombres, no quedaban más que los vestigios del pillaje, en forma de graneros vacíos y tierra mutilada.

—¡Maldita sea! —clamó, tras desmontar, iracundo— ¡Maldita sea! ¡Otra vez, otra vez lo han hecho! ¡Y otra vez se han vuelto a escapar!

Impotente, descargó toda su exasperación contenida con cada peñasco y obstáculo que se topó por el suelo, a patadas. Era la tercera vez en aquel mes, la tercera vez que le robaban, y cada vez había sido en un lugar diferente. Al avezado lord, que tantos años de experiencia cargaba a sus espaldas y que con tantos problemas había lidiado durante su dilatada trayectoria como señor feudal, no le cabía la menor duda de que, a diferencia de otras veces, se trataba de un grupo organizado. Y numeroso. No era él la única víctima de aquel tipo de hurtos: los ataques se intensificaban cada vez más en la zona este de Dorne, desde las Dunas Rojas hasta las tierras de Bosquepinto.

Cayó de rodillas al suelo, resignado, oprimiendo con furia el albero húmedo con sus manos. Reprimía sentimientos mayores, solo le faltaba llorar. Y no carecía de ganas. La sequía cada vez azotaba con más fuerta al más sureño de los Siete Reinos: cada vez escaseaban más los alimentos, y el agua. Sobre todo el agua. La primavera acababa de llegar. No quería ni pensar cómo haría frente al largo verano que estaba por venir.