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The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
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The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
Día XX - Mes VII - Año 284
Irónico. Definitivamente era irónico. Había algo que la impelía a desear siempre exactamente eso que no podía tener. ¿Acaso la burla de los Dioses no se acababa nunca? No… ¿qué Dioses podían permitir la muerte de unos niños? ¿Con qué cara podían mirar los asesinos a la Estrella de Siete Puntas y rezar diciéndose que habían cumplido el deber? ¿Y qué Dioses serían capaces de atender las súplicas de tales criminales y no los llantos desconsolados de los inocentes? Los Dioses nunca habían existido, y, si es que lo hacían, no era justamente para ella.
Su único Dios era su propia vida, su propia supervivencia. Hacía años había aprendido esa lección, de lo contrario quizás ya habría estado muerta, tan muerta como su medio hermano Baelor, o como su dulce Alerie; tan muerta como los cientos y miles que habían matado entre los Ríos y el Valle, entre el Norte y el Sur.
Contempló sus manos: ya no había ni sombras de la marca de la pinchadura del día anterior y sin embargo podía seguir sintiéndola, así como podía seguir sintiendo de alguna forma los gritos de dolor en el asalto a Altojardín aún sin haber estado ellí.
‘Sonríe’, se dijo a sí misma, ‘tú iluminas tu camino a tu manera. Sonríe y que nadie vea las heridas en el Faro’.
Pensó en su prometido, y la idea no la consoló más que el pensar en aquel bello sueño que por momentos se presentaba inalcanzable. Por lo menos con Robert Baratheon podían compartir el dolor de la pérdida, suponía, ya que nada más parecía unirle. Una pieza en un tablero… ¿intercambiable?, quizás, pero por ahora útil.
Pensó entonces en Arthur Dayne, aquel mítico personaje del cual más de una vez había oído hablar a Rhaegar durante su época en Desembarco. El entrañable amigo del príncipe. ¿Qué tenía Lyanna Stark para haberse vuelto tan deseable para tantos hombres, para haber desencadenado por sí misma y desde una cama toda una guerra? Dos grandes hombres destruidos, quebrados por un mismo dolor, según se decía y según los hechos daban a entender.
Ella siempre había podido mirar el tablero desde afuera, contemplar la imagen que se formaba y prever las movidas de los oponentes… ¿pero podía intuir sus sentimientos? ¿Podía convencerse a sí misma de que había estado completamente al margen de los acontecimientos, que nada de lo ocurrido le hacía querer decantar la balanza hacia a un lado mientras en lo profundo sus sentimientos la llevaban a querer hacerlo hacia otro?
Indefectiblemente pensó de nuevo en el Dayne y en Robert: cada uno preso de la certeza de que el otro había sido la causa de la caída de sus amigos, y se preguntó cuántos de todos los que finalmente habían logrado sobrevivir hasta ese momento habían quedado realmente sin ninguna marca.
Y como si lo hubiese llamado con el pensamiento, se encontró exactamente con el hombre en quien había estado pensando.
-Ser Arthur -dijo y realizó una reverencia, pudorosa y educada con la mirada baja.
Re: The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
No importaba en qué parte de la fortaleza roja estuviera, cuando parpadeaba podía ver como la cabeza de Lyanna caía a sus pies, víctima de la espada de un venado. En sus oídos todavía podía oír el grito de aquella tarde en la que la princesa lobo fue herida por fugaces flechas de Stark y en sus labios todavía podía sentir el beso que había robado a su princesa aquella tarde antes de que partiera a Bastión de Tormentas.
Estar allí era una tortura, ni siquiera las escasas noches en que lograba conciliar el sueño lo hacían olvidar. Olvidar se había vuelto una necesidad para Arthur, necesitaba olvidar, ser el mismo caballero que había sido toda su vida pero nada parecía poder otorgarle esa capacidad. Y ahora se encontraba vagando por la fortaleza, su mirada buscaba una solución a todos los pensamientos que inevitablemente llegaban a su cabeza.
Se encontraba casi desorientado, ajeno al mundo. Arthur solo quería paz en Poniente, cuando la hubiera, él también estaría en paz, pero sabía que jamás conseguiría paz si asesinatos, pues si algo había entendido, es que la sangre era la que escribía las historias.
En un principio pensó que todas las atrocidades que se habían cometido eran inaceptables, un ejemplo claro de ello habían sido las masacres cometidas a grandes familias que habían sido vasallas de la corona por más de doscientos años, como la Tyrell o la Tully, cuyos niños habían sido asesinados, muchos de ellos no poseían más de diez días del nombre, algunos todavía no salían de la cuna, pero a palabras de los consejeros reales y del rey habían sido muertes necesarias, algo que él no había terminado de comprender hasta después de la campaña contra el Valle en la que él mismo había erradicado a varios Arryn de la faz de Poniente.
Y sí, había sido necesario, necesario para la paz que la gente tanto ansiaba, para la paz que él ansiaba y desde aquél momento se había implantado en él la idea de sofocar las demás rebeliones él mismo, terminar lo que él había empezado con Rhaegar, lo que había traído su muerte. Pero eso debía de hablarlo con el rey, que a esas horas muy posiblemente estuviera durmiendo u obligando a quién sabe qué chica a fornicar con él.
El rey había sido cruel con quizás demasiadas personas, con todas menos aquellas que en verdad lo merecían. Robert Baratheon había liderado sus tropas contra él, había comenzado todo aquello, había hecho que más de tres reinos se rebelaran y prácticamente se había declarado rey y Aerys simplemente le otorgó un juicio por combate en el que el venado había asesinado a su mejor hijo. Si Arthur hubiese llegado antes, si tan sólo lo hubiese hecho, él habría sido el campeón de Rhaegar y sería otra la historia que contar.
El tan sólo imaginar como Robert Baratheon moría gracias a su espada le traía a Arthur la satisfacción que nadie jamás había podido darle. Él, y sólo él, había sido el causante de todo lo que ahora estaba sucediendo, de la muerte de su amada, de la muerte de su príncipe, de la muerte de tantas personas. El gran venado estaba sentado ahora, muy probablemente bebiendo, pero se preguntó cuánto tiempo pasaría para que volviera a traicionar a la Corona, porque hombre como Arthur o como Robert no se quedaban quietos demasiado tiempo.
Una voz lo trajo de vuelta a la realidad, fuera de todos esos pensamientos cínicos y hasta sádicos, dignos del mismísimo rey loco. Arthur se preguntó qué le estaba sucediendo. Quizás era el sueño, quizás la sed de venganza, pero nada de eso justificaba todo lo que hace unos segundos se le había pasado por la cabeza y que le habían convertido, por unos segundos, en un loco.
—Lady... —comentó Arthur, intentando recordar el nombre de la mujer—, milady —finalizó, dándose por vencido—, ¿qué la trae por aquí a estas horas? ¿necesita de mi ayuda? —comentó. Las palabras salían de su boca casi tropezándose, torpes como nunca antes. Arthur se había vuelto un desastre.
Estar allí era una tortura, ni siquiera las escasas noches en que lograba conciliar el sueño lo hacían olvidar. Olvidar se había vuelto una necesidad para Arthur, necesitaba olvidar, ser el mismo caballero que había sido toda su vida pero nada parecía poder otorgarle esa capacidad. Y ahora se encontraba vagando por la fortaleza, su mirada buscaba una solución a todos los pensamientos que inevitablemente llegaban a su cabeza.
Se encontraba casi desorientado, ajeno al mundo. Arthur solo quería paz en Poniente, cuando la hubiera, él también estaría en paz, pero sabía que jamás conseguiría paz si asesinatos, pues si algo había entendido, es que la sangre era la que escribía las historias.
En un principio pensó que todas las atrocidades que se habían cometido eran inaceptables, un ejemplo claro de ello habían sido las masacres cometidas a grandes familias que habían sido vasallas de la corona por más de doscientos años, como la Tyrell o la Tully, cuyos niños habían sido asesinados, muchos de ellos no poseían más de diez días del nombre, algunos todavía no salían de la cuna, pero a palabras de los consejeros reales y del rey habían sido muertes necesarias, algo que él no había terminado de comprender hasta después de la campaña contra el Valle en la que él mismo había erradicado a varios Arryn de la faz de Poniente.
Y sí, había sido necesario, necesario para la paz que la gente tanto ansiaba, para la paz que él ansiaba y desde aquél momento se había implantado en él la idea de sofocar las demás rebeliones él mismo, terminar lo que él había empezado con Rhaegar, lo que había traído su muerte. Pero eso debía de hablarlo con el rey, que a esas horas muy posiblemente estuviera durmiendo u obligando a quién sabe qué chica a fornicar con él.
El rey había sido cruel con quizás demasiadas personas, con todas menos aquellas que en verdad lo merecían. Robert Baratheon había liderado sus tropas contra él, había comenzado todo aquello, había hecho que más de tres reinos se rebelaran y prácticamente se había declarado rey y Aerys simplemente le otorgó un juicio por combate en el que el venado había asesinado a su mejor hijo. Si Arthur hubiese llegado antes, si tan sólo lo hubiese hecho, él habría sido el campeón de Rhaegar y sería otra la historia que contar.
El tan sólo imaginar como Robert Baratheon moría gracias a su espada le traía a Arthur la satisfacción que nadie jamás había podido darle. Él, y sólo él, había sido el causante de todo lo que ahora estaba sucediendo, de la muerte de su amada, de la muerte de su príncipe, de la muerte de tantas personas. El gran venado estaba sentado ahora, muy probablemente bebiendo, pero se preguntó cuánto tiempo pasaría para que volviera a traicionar a la Corona, porque hombre como Arthur o como Robert no se quedaban quietos demasiado tiempo.
Una voz lo trajo de vuelta a la realidad, fuera de todos esos pensamientos cínicos y hasta sádicos, dignos del mismísimo rey loco. Arthur se preguntó qué le estaba sucediendo. Quizás era el sueño, quizás la sed de venganza, pero nada de eso justificaba todo lo que hace unos segundos se le había pasado por la cabeza y que le habían convertido, por unos segundos, en un loco.
—Lady... —comentó Arthur, intentando recordar el nombre de la mujer—, milady —finalizó, dándose por vencido—, ¿qué la trae por aquí a estas horas? ¿necesita de mi ayuda? —comentó. Las palabras salían de su boca casi tropezándose, torpes como nunca antes. Arthur se había vuelto un desastre.
Re: The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
‘Por supuesto: necesito borrar a Alester Florent del mapa, ¿podríais prestarme vuestro brazo y vuestra fuerza para hacerlo?’, pensó. Por un momento la posible pena que hasta momentos antes había sentido por el Capa Blanca se convirtió en un torbellino de emociones: ¿cómo es que juraban defender a los inocentes al volverse caballeros y sin embargo no habían movido dedo alguno para protegerlos? Luego decían que ciertas cosas eran de mujeres y dornienses, pero ni los unos ni los otros habían jurado jamás nada. De por sí Lynesse nunca había sido una mujer demasiado pía pero el nivel de injusticia implícita en el acto la volvía casi peor que al Rey Loco.
Alzó la mirada tras efectuar la impecable reverencia con cándido pudor, como si la sola visión del caballero pudiese llegar a romperla, y con igual de frágil tono de voz y aspecto de avecilla delicada, comentó: -disculpadme mi señor, pero estamos en el septo y es de mañana… He acabado de decir mis rezos, ¿venís a rezar vos? -le preguntó, y la mentira sonó tan natural como otras que solía decir encubriendo el falaz argumento puesto que no sólo no creía en los Dioses sino que jamás rezaba, al menos no si podía evitarlo.- Aunque… aunque quizás sí podríais ayudarme en algo… -le dijo sonrojándose aún más, tímidamente- he escuchado el sonido de una lira en algún lugar de la Fortaleza… ¿sabéis de casualidad de dónde podría venir? -le preguntó, ‘inocentemente’, provocándolo en el intento de aprovechar su evidente desconcierto.- Alguien me dijo que solía oírsela en el Bosque de Dioses pero no recuerdo dónde está... -comentó.
Alzó la mirada tras efectuar la impecable reverencia con cándido pudor, como si la sola visión del caballero pudiese llegar a romperla, y con igual de frágil tono de voz y aspecto de avecilla delicada, comentó: -disculpadme mi señor, pero estamos en el septo y es de mañana… He acabado de decir mis rezos, ¿venís a rezar vos? -le preguntó, y la mentira sonó tan natural como otras que solía decir encubriendo el falaz argumento puesto que no sólo no creía en los Dioses sino que jamás rezaba, al menos no si podía evitarlo.- Aunque… aunque quizás sí podríais ayudarme en algo… -le dijo sonrojándose aún más, tímidamente- he escuchado el sonido de una lira en algún lugar de la Fortaleza… ¿sabéis de casualidad de dónde podría venir? -le preguntó, ‘inocentemente’, provocándolo en el intento de aprovechar su evidente desconcierto.- Alguien me dijo que solía oírsela en el Bosque de Dioses pero no recuerdo dónde está... -comentó.
Re: The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
—No soy un señor, milady, jamás lo seré —comentó, aunque en esos momentos desearía poder serlo.
Dorne siempre se había mantenido ajeno a los problemas de los demás reinos, apenas y había movido tropas en toda la guerra y el príncipe Martell tampoco parecía tener intenciones de ayudar a sofocar las rebeliones moviendo tropas, así como tampoco había hecho movimientos importantes con la Corona.
El rey Aerys habría de estar preocupado de Dorne, pues jamás había tenido tantas razones para mostrarse en rebelión abierta como ahora, luego de que su princesa se hubiera suicidado por la muerte de su marido. Dorne podía defenderse de todas las tropas gracias a su gran posición geográfica, así como había hecho durante más de cien años antes de la aparición de ambos Daeron, pero al parecer eso poco le importaba al gobernante de los Siete Reinos, quien prefería acostarse con muchachas indefensas e inocentes a mantener la paz.
Los Siete Reinos se caían a pedazos, se desmoronaban, se convertían en polvo y los míticos Targaryen no parecían querer controlar la situación. Él, como un simple caballero de la Guardia Real tampoco podía hacer mucho, pero todo sería diferente si pudiera comandar los ejércitos, dar órdenes a las casas, si fuera él el que tuviera el poder... pero no era él, eran los dragones los que poseían las coronas, los títulos, la legitimidad y nada de lo que él hiciera haría cambiar eso.
—Lo siento, señorita, dejé de rezar hace un par de años —aún tras sus constantes oraciones, ningún Dios había impedido la muerte de Lyanna, ni de Rhaegar, no se habían interpuesto en las masacres del Valle, Dominio o de los Ríos, además seguían permitiendo que Robert estuviera con vida, que él mismo estuviera con vida— Si los Dioses realmente existieran, no serían buenos y si no son buenos, ¿por qué habríamos de rezarles? —sentenció.
Realmente, Arthur no recordaba cuándo había sido la última vez que había venido al septo simplemente a rezar. Es más, no recordaba cuándo había sido la última vez que había venido al septo por voluntad propia. Quizás después de la muerte de Rhaegar, para su funeral, o quizás después, para visitarlo, ya lo había olvidado y tampoco quería recordarlo, no tenía necesidad de hacerlo y no pensaba hacerlo.
Su corazón se detuvo un segundo en el momento en que escuchó «he escuchado el sonido de una lira en algún lugar de la Fortaleza» de parte de la mujer, pues sólo un tonto no se habría dado cuenta que aquello era una provocación, algo para hacerlo enfurecer. Y por un momento, aquella dama había logrado su cometido, por unos míseros segundos la ira se apoderó de Arthur y apretó con fuerza el mango de su espada, envainada a su costado.
Pero luego reaccionó, su respiración se tranquilizó y él volvió a ser la misma persona que siempre, o la misma persona que había empezado a hacer hacía ya un tiempo. Se tragó todas sus palabras, todos los insultos que habría preferido proferir contra su persona, cerró los ojos por un largo segundo intentando unir las siguiente palabras que diría y exclamó:
—No, mi señora, no lo sé —comentó y tragó saliva—, hace quizás demasiado tiempo que no escucho una lira, pero he oído que en el Bosque de Dioses hay unas muy bonitas rosas, crecen fuertes y sanas en aquél lugar, son hermosas, debería verlas.
Dorne siempre se había mantenido ajeno a los problemas de los demás reinos, apenas y había movido tropas en toda la guerra y el príncipe Martell tampoco parecía tener intenciones de ayudar a sofocar las rebeliones moviendo tropas, así como tampoco había hecho movimientos importantes con la Corona.
El rey Aerys habría de estar preocupado de Dorne, pues jamás había tenido tantas razones para mostrarse en rebelión abierta como ahora, luego de que su princesa se hubiera suicidado por la muerte de su marido. Dorne podía defenderse de todas las tropas gracias a su gran posición geográfica, así como había hecho durante más de cien años antes de la aparición de ambos Daeron, pero al parecer eso poco le importaba al gobernante de los Siete Reinos, quien prefería acostarse con muchachas indefensas e inocentes a mantener la paz.
Los Siete Reinos se caían a pedazos, se desmoronaban, se convertían en polvo y los míticos Targaryen no parecían querer controlar la situación. Él, como un simple caballero de la Guardia Real tampoco podía hacer mucho, pero todo sería diferente si pudiera comandar los ejércitos, dar órdenes a las casas, si fuera él el que tuviera el poder... pero no era él, eran los dragones los que poseían las coronas, los títulos, la legitimidad y nada de lo que él hiciera haría cambiar eso.
—Lo siento, señorita, dejé de rezar hace un par de años —aún tras sus constantes oraciones, ningún Dios había impedido la muerte de Lyanna, ni de Rhaegar, no se habían interpuesto en las masacres del Valle, Dominio o de los Ríos, además seguían permitiendo que Robert estuviera con vida, que él mismo estuviera con vida— Si los Dioses realmente existieran, no serían buenos y si no son buenos, ¿por qué habríamos de rezarles? —sentenció.
Realmente, Arthur no recordaba cuándo había sido la última vez que había venido al septo simplemente a rezar. Es más, no recordaba cuándo había sido la última vez que había venido al septo por voluntad propia. Quizás después de la muerte de Rhaegar, para su funeral, o quizás después, para visitarlo, ya lo había olvidado y tampoco quería recordarlo, no tenía necesidad de hacerlo y no pensaba hacerlo.
Su corazón se detuvo un segundo en el momento en que escuchó «he escuchado el sonido de una lira en algún lugar de la Fortaleza» de parte de la mujer, pues sólo un tonto no se habría dado cuenta que aquello era una provocación, algo para hacerlo enfurecer. Y por un momento, aquella dama había logrado su cometido, por unos míseros segundos la ira se apoderó de Arthur y apretó con fuerza el mango de su espada, envainada a su costado.
Pero luego reaccionó, su respiración se tranquilizó y él volvió a ser la misma persona que siempre, o la misma persona que había empezado a hacer hacía ya un tiempo. Se tragó todas sus palabras, todos los insultos que habría preferido proferir contra su persona, cerró los ojos por un largo segundo intentando unir las siguiente palabras que diría y exclamó:
—No, mi señora, no lo sé —comentó y tragó saliva—, hace quizás demasiado tiempo que no escucho una lira, pero he oído que en el Bosque de Dioses hay unas muy bonitas rosas, crecen fuertes y sanas en aquél lugar, son hermosas, debería verlas.
Re: The masks and the broken hearts [Arthur Dayne]
‘No, claro que no eres un señor, si lo fuerais seguro no os converirías en un autómata dispuesto a matar, y habríais hecho algo para parar la guerra antes de que acabara, incluyendo matar al Rey si hacía falta… Pero no, dejasteis que las cosas ocurrieran y ahora lloras ante el recuerdo del amigo que no está. La Loba herida al final logró lo que no habrían podido hacer ni diez rebeliones juntas: consiguió que mataran a Rhaegar. Y tú, tú que debiste cuidarlo ¿dónde estabas? Y ahora ¿a quién sirves?’.
-Entiendo, disculpadme el error, Ser -dijo, corrigiéndose, y agachó la cabeza en señal de sumisión. Escuchó sus siguientes palabras, unas que en definitiva respondían la pregunta no hecha que se había formulado antes: no, los asesinos no rezan, ¿cómo podrían rezar después de lo ocurrido en el Valle y los Ríos?- Quizás tengáis razón… pero… ¿son los Dioses los buenos o malos? ¿o tan sólo las intenciones de quienes oran? -le preguntó alzando ahora la mirada para verlo.
Pudo ver cómo el hombre cambiaba sutilmente la expresión y apretaba el puño de la espada tras su comentario sobre la lira y por un fugaz momento sintió vengada la cuota de dolor que aquel hombre indirectamente le infringiera. Una pieza más en el tablero ¿no era eso lo que se había vuelto?
-Os agradezco el consejo -le dijo sin inmutarse ni demostrar seña alguna de dolor.- Ciertamente me han dicho lo mismo… ¿y sabéis qué? Las rosas son capaces de florecer incluso en valles de muerte, o en medio del dominio del caos, o entre ríos de sangre… y así como las melodías a veces se extinguen, a veces también resurgen..., como las rosas… -comentó casi nostálgica.- Quizás deberíais mirar más a vuestro alrededor, Ser Dayne, a veces hay pequeños brotes de esperanzas en medio de desierto… aunque de seguro vos mismo debéis conocer las virtudes de la arena mejor que yo -agregó. ¿No sabía que el hijo de Rhaegar estaba aún vivo o no le importaba en absoluto?- Quizás si prestáis atención podríais llegar a oír el eco la lira todavía vigente...
-Entiendo, disculpadme el error, Ser -dijo, corrigiéndose, y agachó la cabeza en señal de sumisión. Escuchó sus siguientes palabras, unas que en definitiva respondían la pregunta no hecha que se había formulado antes: no, los asesinos no rezan, ¿cómo podrían rezar después de lo ocurrido en el Valle y los Ríos?- Quizás tengáis razón… pero… ¿son los Dioses los buenos o malos? ¿o tan sólo las intenciones de quienes oran? -le preguntó alzando ahora la mirada para verlo.
Pudo ver cómo el hombre cambiaba sutilmente la expresión y apretaba el puño de la espada tras su comentario sobre la lira y por un fugaz momento sintió vengada la cuota de dolor que aquel hombre indirectamente le infringiera. Una pieza más en el tablero ¿no era eso lo que se había vuelto?
-Os agradezco el consejo -le dijo sin inmutarse ni demostrar seña alguna de dolor.- Ciertamente me han dicho lo mismo… ¿y sabéis qué? Las rosas son capaces de florecer incluso en valles de muerte, o en medio del dominio del caos, o entre ríos de sangre… y así como las melodías a veces se extinguen, a veces también resurgen..., como las rosas… -comentó casi nostálgica.- Quizás deberíais mirar más a vuestro alrededor, Ser Dayne, a veces hay pequeños brotes de esperanzas en medio de desierto… aunque de seguro vos mismo debéis conocer las virtudes de la arena mejor que yo -agregó. ¿No sabía que el hijo de Rhaegar estaba aún vivo o no le importaba en absoluto?- Quizás si prestáis atención podríais llegar a oír el eco la lira todavía vigente...
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