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Arrival — Viserys Targaryen
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Arrival — Viserys Targaryen
Día 14 del mes 7, 284 AC
Ya era noche cerrada cuando la comitiva que acompañaba a la joven Lady Belmore cruzó las murallas de la Fortaleza Roja. Se suponía que debía haber llegado unos días antes, junto a su hermano Darren, pero un retraso a la hora de recibir el regalo para el Príncipe Viserys había hecho que la muchacha se quedara atrás, esperando en El Valle. Hubo un momento en el que, incluso, temió no llegar a tiempo. Unas cuantas horas más y no sólo no habría estado presente en las celebraciones en honor a su futuro marido, sino que éste habría recibido tarde su regalo y eso era algo que no podía suceder. Había rezado a Los Siete para que les permitieran tener un viaje tranquilo, carente de imprevistos y, ante todo, rápido. Finalmente estaban allí y por fin podría descansar tranquila esa noche.
Estaba cansada, exhausta más bien, pero seguía conservando aquel aspecto impecable. Sus prendas eran sencillas, cómodas para el viaje, pero dejando adivinar su clase social; los tejidos eran de buena calidad, sin muchos adornos, pero nadie negaría que la hermosa joven de rubios cabellos se trataba de una dama de la alta nobleza. La prometida del príncipe, sin ir más lejos. Se habían encargado de enviar un cuervo avisando de su llegada para que hubiera alguien esperándolos. Observaba las calles oscuras de Desembarco del Rey a través de la pequeña ventana de su carruaje, sin asomarse demasiado para no ser vista. Incluso allí dentro llevaba puesta su capa de viaje, cubriendo con la capucha su hermoso cabello dorado.
Por fin el movimiento se detuvo y supo que había llegado a su destino. Esperó a que uno de los soldados que la acompañaban para garantizar su seguridad abriera la puerta del carruaje y así descender. Aquellos hombres también merecían su descanso después del largo y apresurado viaje. Seguramente lo merecían más que ella.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
La carta... ¡La carta por fin había llegado a sus manos! Cuando el Gran Maestre le informó de la misma, Viserys sintió que el corazón se le aceleraba de impaciencia y emoción. ¡Por fin! ¡Por fin su prometida, Priscila Belmore, visitaría Desembarco del Rey! Su hermano mellizo, Darren, ya estaba allí y el Príncipe lo había conocido. Un joven muy agradable, pero ingenuo. ¿Sería Priscila, siendo melliza de él, un calco del joven en ese aspecto también, o sería algo más lista de lo que era el varón?
No lo sabía, pero tampoco tardaría en averiguarlo. Se había preparado de la mejor manera posible. Se había puesto una camisa de seda negra y, por encima, un jubón de cuero teñido de púrpura que realzaba perfectamente sus ojos lilas. El jubón estaba asegurado tanto por la lazada de encima del pecho como por botones confeccionados en oro macizo, que quedaban perfecto junto al morado de la tela. Llevaba también unos pantalones negros con unas botas del mismo color, aunque en cada costado de los pantalones había cosidos, a manera de ornamento, diminutos y brillantes granates con forma de dragones. Sus cabellos de plata, cortos, estaban perfecta y elegantemente peinados; un finísimo aro de hierro negro con pequeños rubíes incrustados se ceñía en torno a su cabeza, señal de su estatus como Príncipe.
Había enviado a los mejores hombres a recibir a la comitiva recién llegada del Valle, él por su parte se había quedado en un pequeño y reservado salón de la Fortaleza, sentado a una mesa llena de banquetes y manjares. Tenía las manos entrelazadas y se acariciaba los dedos, en señal de impaciencia... ¿Cuánto tardarían? ¿Por qué aún no habían llegado ante él? ¡Maldita sea! ¿Es qué tenía que hacer todo él? ¿No podía confiar en los demás ni siquiera para algo tan simple? Bufó, algo fastidiado y se puso de pie con rapidez, comenzando a avanzar a paso firme hacia la puerta... Pero antes de que llegase a ella, la misma se abrió y los guardias de la Casa Targaryen que había enviado, encabezados por el Guardia Real Jonothor Darry hicieron acto de presencia en el lugar. Ser Darry anunció:
- ¡Lady Priscila Belmore, del Valle!
Se hizo a un lado y permitió que Viserys la observara. El joven Targaryen se quedó impresionado. No se había equivocado en el hecho de que fuera atractiva como su hermano... De hecho había subestimado su atractivo. Era simplemente hermosa. Era una delicada y bella flor. Conservaba la belleza de Lady Diana, pero su juventud parecía realzarla aún más, tanto en rostro como en cuerpo. Los ojos del Príncipe la observaron de arriba abajo, con atención. No debía demostrar lo embelesado que había quedado, al menos en su primera impresión. Al menos eso borraba una de sus aprensiones con respecto al matrimonio arreglado: Priscila Belmore no era para nada fea, en realidad era absolutamente todo lo contrario.
La sorpresa de tal belleza fue tan grande, que Viserys se dio cuenta de que estaba tardando más de lo normal en reaccionar. Parpadeó un par de veces, para después acercarse a ella, con una sonrisa muy amplia adornando sus labios. Le tomó de la mano y la saludó dándole un cortés beso en el dorso de la misma:
- Buenas noches, Lady Belmore... Os esperaba ansioso. Espero que vuestro viaje haya sido tranquilo.
No lo sabía, pero tampoco tardaría en averiguarlo. Se había preparado de la mejor manera posible. Se había puesto una camisa de seda negra y, por encima, un jubón de cuero teñido de púrpura que realzaba perfectamente sus ojos lilas. El jubón estaba asegurado tanto por la lazada de encima del pecho como por botones confeccionados en oro macizo, que quedaban perfecto junto al morado de la tela. Llevaba también unos pantalones negros con unas botas del mismo color, aunque en cada costado de los pantalones había cosidos, a manera de ornamento, diminutos y brillantes granates con forma de dragones. Sus cabellos de plata, cortos, estaban perfecta y elegantemente peinados; un finísimo aro de hierro negro con pequeños rubíes incrustados se ceñía en torno a su cabeza, señal de su estatus como Príncipe.
Había enviado a los mejores hombres a recibir a la comitiva recién llegada del Valle, él por su parte se había quedado en un pequeño y reservado salón de la Fortaleza, sentado a una mesa llena de banquetes y manjares. Tenía las manos entrelazadas y se acariciaba los dedos, en señal de impaciencia... ¿Cuánto tardarían? ¿Por qué aún no habían llegado ante él? ¡Maldita sea! ¿Es qué tenía que hacer todo él? ¿No podía confiar en los demás ni siquiera para algo tan simple? Bufó, algo fastidiado y se puso de pie con rapidez, comenzando a avanzar a paso firme hacia la puerta... Pero antes de que llegase a ella, la misma se abrió y los guardias de la Casa Targaryen que había enviado, encabezados por el Guardia Real Jonothor Darry hicieron acto de presencia en el lugar. Ser Darry anunció:
- ¡Lady Priscila Belmore, del Valle!
Se hizo a un lado y permitió que Viserys la observara. El joven Targaryen se quedó impresionado. No se había equivocado en el hecho de que fuera atractiva como su hermano... De hecho había subestimado su atractivo. Era simplemente hermosa. Era una delicada y bella flor. Conservaba la belleza de Lady Diana, pero su juventud parecía realzarla aún más, tanto en rostro como en cuerpo. Los ojos del Príncipe la observaron de arriba abajo, con atención. No debía demostrar lo embelesado que había quedado, al menos en su primera impresión. Al menos eso borraba una de sus aprensiones con respecto al matrimonio arreglado: Priscila Belmore no era para nada fea, en realidad era absolutamente todo lo contrario.
La sorpresa de tal belleza fue tan grande, que Viserys se dio cuenta de que estaba tardando más de lo normal en reaccionar. Parpadeó un par de veces, para después acercarse a ella, con una sonrisa muy amplia adornando sus labios. Le tomó de la mano y la saludó dándole un cortés beso en el dorso de la misma:
- Buenas noches, Lady Belmore... Os esperaba ansioso. Espero que vuestro viaje haya sido tranquilo.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Como había imaginado, una pequeña comitiva de los hombres del príncipe esperaban su llegada. Priscila tomó con su habitual delicadeza la mano del soldado que se ofreció para ayudara a descender el par de escalones que separaban la cabina de su carruaje del suelo. Imaginaba que, con lo tardía que había sido su llegada, la mayoría de la gente en palacio estaría en sus aposentos ya. Lo cierto es que la joven dama soñaba con comer algo antes de poder darse un baño y acostarse, pero ni lo solicitó ni pensaba hacerlo. Caminaba un par de pasos por detrás de Ser Darry —así era como se había presentado ante ella—, creyendo que la llevaría a sus aposentos. Pronto supo que no era así, que el príncipe estaba despierto y parecía querer verla. Echó hacia atrás la capucha que cubría su cabello dorado para intentar domar los bucles rubios de manera que pareciera un poco más presentable. No creía que su aspecto fuera el más adecuado, no sólo para conocer a su príncipe, sino a su futuro esposo.
Le habría gustado asearse un poco, al menos, después del largo día de viaje, pero parecía que no iba a tener esa oportunidad. Aunque deseaba saber si su madre y Darren estarían esperándola con el Príncipe Viserys, fue una pregunta que no se atrevió a plantear. Sus ojos claros estudiaban las paredes, observando todo a su alrededor. Podría perderse allí dentro, lo sabía con certeza, por lo que esperaba no ponerse en ridículo durante sus primeros días en la fortaleza. Al menos creía poder memorizar los caminos rápido para así evitar retrasos o posibles ofensas hacia aquellos que estuvieran esperándola.
Ser Darry anunció su llegada con aquella voz varonil y grave, en un tono que podría haber hecho que se sobresaltase. El hombre se hizo a un lado, permitiendo que Priscila avanzara unos cuantos pasos. Había esperado al príncipe sentado a la mesa, no de pie en medio de la sala con la clara intención de salir de allí. Fue inevitable, sus mejillas, ya sonrosadas por el calor del carruaje y los nervios de conocerlo por fin, se tornaron de un color rojizo más intenso cuando los ojos de su futuro esposo se fijaron en ella. Entonces volvió a plantearse que sus ropas de viaje, sencillas, no era la vestimenta más adecuada para conocer al príncipe. Esperó a que él hablase primero, sintiendo cómo el corazón le latía en las sienes al verse sometida a un exhaustivo examen por sus orbes violeta. Ya había oído hablar del atractivo de Viserys, creía que no quedaba doncella en Poniente que no conociera tal hecho, pero debía decir que conocerlo en persona resultaba todavía más impresionante de lo imaginado. Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida y delicada, inclinándose en una respetuosa reverencia cuando él besó el dorso de su mano. —Buenas noches, alteza, es un placer conoceros. He de disculparme por el retraso, pero imagino que mi hermano ya le habría avisado de ello. —respondió. Su voz era femenina, suave, delicada... Exactamente igual que toda ella. —Ha sido tranquilo, sí. Los Siete nos han bendecido con un viaje sin altercados, aunque temíamos no llegar a tiempo para las celebraciones en vuestro honor. —No sabía si Darren le había hablado del motivo de su retraso, pero, creyendo que podía ser descortés indicar que la espera por su regalo había sido la razón por la que la joven había tenido que quedarse en El Valle no dijo nada al respecto. Y no lo haría a no ser que se lo preguntara. —Es muy tarde ya. Pensábamos que encontraríamos a todo el mundo dormido en la Fortaleza. —Con movimientos fluidos, soltó el broche que mantenía sujeta su capa de viaje, doblándola sobre su brazo.
Le habría gustado asearse un poco, al menos, después del largo día de viaje, pero parecía que no iba a tener esa oportunidad. Aunque deseaba saber si su madre y Darren estarían esperándola con el Príncipe Viserys, fue una pregunta que no se atrevió a plantear. Sus ojos claros estudiaban las paredes, observando todo a su alrededor. Podría perderse allí dentro, lo sabía con certeza, por lo que esperaba no ponerse en ridículo durante sus primeros días en la fortaleza. Al menos creía poder memorizar los caminos rápido para así evitar retrasos o posibles ofensas hacia aquellos que estuvieran esperándola.
Ser Darry anunció su llegada con aquella voz varonil y grave, en un tono que podría haber hecho que se sobresaltase. El hombre se hizo a un lado, permitiendo que Priscila avanzara unos cuantos pasos. Había esperado al príncipe sentado a la mesa, no de pie en medio de la sala con la clara intención de salir de allí. Fue inevitable, sus mejillas, ya sonrosadas por el calor del carruaje y los nervios de conocerlo por fin, se tornaron de un color rojizo más intenso cuando los ojos de su futuro esposo se fijaron en ella. Entonces volvió a plantearse que sus ropas de viaje, sencillas, no era la vestimenta más adecuada para conocer al príncipe. Esperó a que él hablase primero, sintiendo cómo el corazón le latía en las sienes al verse sometida a un exhaustivo examen por sus orbes violeta. Ya había oído hablar del atractivo de Viserys, creía que no quedaba doncella en Poniente que no conociera tal hecho, pero debía decir que conocerlo en persona resultaba todavía más impresionante de lo imaginado. Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida y delicada, inclinándose en una respetuosa reverencia cuando él besó el dorso de su mano. —Buenas noches, alteza, es un placer conoceros. He de disculparme por el retraso, pero imagino que mi hermano ya le habría avisado de ello. —respondió. Su voz era femenina, suave, delicada... Exactamente igual que toda ella. —Ha sido tranquilo, sí. Los Siete nos han bendecido con un viaje sin altercados, aunque temíamos no llegar a tiempo para las celebraciones en vuestro honor. —No sabía si Darren le había hablado del motivo de su retraso, pero, creyendo que podía ser descortés indicar que la espera por su regalo había sido la razón por la que la joven había tenido que quedarse en El Valle no dijo nada al respecto. Y no lo haría a no ser que se lo preguntara. —Es muy tarde ya. Pensábamos que encontraríamos a todo el mundo dormido en la Fortaleza. —Con movimientos fluidos, soltó el broche que mantenía sujeta su capa de viaje, doblándola sobre su brazo.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Priscila estaba vistiendo ropas de viaje, sencillas. En otras circunstancias, eso habría contrariado a Viserys, pero considerando que recién llegaba y que él mismo había estado impaciente por su arribo, desde la llegada de Darren, podía pasarlo por alto. Además, observando lo bien que le quedaban aquellos ropajes, por burdos que fueran, era suficiente como para dejarlo pasar.
"Alteza". Le gustaba como sonaba. En especial viniendo de aquellos labios. Viserys se mantuvo en silencio unos instantes, sencillamente escuchando la suave tonalidad de la voz de su prometida. Era en verdad muy dulce, como el suave murmullo de un arroyo ligero. Sus modales eran corteses y delicados, típicamente femeninos. Parecía toda una dama perfecta.
Por supuesto... ¿Qué otra clase de esposa podría tener, sino? Una que era realmente la perfección sobre dos piernas... Y sabía que Lady Diana no podría esperar menos de una mujer que fuera su hija. De pronto, se sentía excesivamente tonto por haberse preocupado tanto, o por haber pensado que el criterio de la Querida del Rey no había sido el correcto.
- Lo que vuestro hermano me dijo es que habíais planeado viajar junto a él, pero que os habéis retrasado por ciertas indisposiciones... Espero que estéis mejor de ello. - claro, quizá eso de la indisposición había sido una mera excusa para enmascarar otro tipo de motivo. Arqueó una ceja y con una sonrisa de costado le dijo: - A menos claro, que haya sido otra razón la que os impidió venir aquí con él... Y no os preocupéis. Habéis llegado justo a tiempo.
Vio como ella se quitaba la capa y entonces miró a un costado, chasqueando con rapidez los dedos. Una sierva se le acercó y tomó la capa de viaje entre sus manos, Viserys ordenó:
- Prepara las habitaciones de Lady Belmore. Luego vendrás y te quedarás fuera esperando que ella salga para guiarla hasta allí. - miró a los guardias y entonces ordenó: - Salid todos. Vos, Ser Darry, guardad la puerta.- todas las órdenes fueron obedecidas con presteza y pronto los dos prometidos se quedaron en el salón, solos, exceptuando por la presencia del Guardia Real junto a la puerta, a lo lejos. Después de todo, había que haber testigos que asegurasen que los prometidos no cometieran "indecencias" antes de tiempo. Regla que a Viserys se le hacía por demás absurda.
Hizo un leve gesto con la mano indicándole a la chica una silla y le indicó:
- Por favor, tomad asiento. Debéis tener hambre.
El mismo se sentó, justo enfrente de la silla dispuesta para la chica. Sobre la mesa había de todo un poco: un cesto con frutas, pan recién horneado, carne asada con salsa de champiñones, pollo y tocino fritos, verduras y demás, sin mencionar jarras de vino, tanto tinto como dorado. El muchacho sirvió dos copas, una de uno y la otra de otro y le ofreció la del dorado a Priscila, después de todo, era una bebida más adecuada al paladar femenino. Luego le dijo:
- Oh, es cierto que es tarde y la mayoría en el castillo duerme pero... ¿Cómo esperáis que yo pueda dormir si esperaba vuestra llegada desde hace mucho tiempo, milady? - negó con la cabeza y apoyó mejor la espalda en el respaldo de la silla - Estoy gratamente sorprendido, de hecho. Conozco vuestra belleza, al menos por palabra. Pero resulta más grande de lo que me imaginaba... En especial teniendo en cuenta que parece no verse ni un poco opacada por las ropas de viaje. - le sonrió de costado y luego dio un suave sorbo a la copa. Sus ojos lila seguían observándola, desde el rostro, hasta la figura de los grandes pechos que se apreciaban bajo la tela, su mirada la inspeccionaba con curiosidad y aprobación. - Es un alivio, si os soy honesto. No voy a negar que inicialmente me preocupaba no conoceros.
"Alteza". Le gustaba como sonaba. En especial viniendo de aquellos labios. Viserys se mantuvo en silencio unos instantes, sencillamente escuchando la suave tonalidad de la voz de su prometida. Era en verdad muy dulce, como el suave murmullo de un arroyo ligero. Sus modales eran corteses y delicados, típicamente femeninos. Parecía toda una dama perfecta.
Por supuesto... ¿Qué otra clase de esposa podría tener, sino? Una que era realmente la perfección sobre dos piernas... Y sabía que Lady Diana no podría esperar menos de una mujer que fuera su hija. De pronto, se sentía excesivamente tonto por haberse preocupado tanto, o por haber pensado que el criterio de la Querida del Rey no había sido el correcto.
- Lo que vuestro hermano me dijo es que habíais planeado viajar junto a él, pero que os habéis retrasado por ciertas indisposiciones... Espero que estéis mejor de ello. - claro, quizá eso de la indisposición había sido una mera excusa para enmascarar otro tipo de motivo. Arqueó una ceja y con una sonrisa de costado le dijo: - A menos claro, que haya sido otra razón la que os impidió venir aquí con él... Y no os preocupéis. Habéis llegado justo a tiempo.
Vio como ella se quitaba la capa y entonces miró a un costado, chasqueando con rapidez los dedos. Una sierva se le acercó y tomó la capa de viaje entre sus manos, Viserys ordenó:
- Prepara las habitaciones de Lady Belmore. Luego vendrás y te quedarás fuera esperando que ella salga para guiarla hasta allí. - miró a los guardias y entonces ordenó: - Salid todos. Vos, Ser Darry, guardad la puerta.- todas las órdenes fueron obedecidas con presteza y pronto los dos prometidos se quedaron en el salón, solos, exceptuando por la presencia del Guardia Real junto a la puerta, a lo lejos. Después de todo, había que haber testigos que asegurasen que los prometidos no cometieran "indecencias" antes de tiempo. Regla que a Viserys se le hacía por demás absurda.
Hizo un leve gesto con la mano indicándole a la chica una silla y le indicó:
- Por favor, tomad asiento. Debéis tener hambre.
El mismo se sentó, justo enfrente de la silla dispuesta para la chica. Sobre la mesa había de todo un poco: un cesto con frutas, pan recién horneado, carne asada con salsa de champiñones, pollo y tocino fritos, verduras y demás, sin mencionar jarras de vino, tanto tinto como dorado. El muchacho sirvió dos copas, una de uno y la otra de otro y le ofreció la del dorado a Priscila, después de todo, era una bebida más adecuada al paladar femenino. Luego le dijo:
- Oh, es cierto que es tarde y la mayoría en el castillo duerme pero... ¿Cómo esperáis que yo pueda dormir si esperaba vuestra llegada desde hace mucho tiempo, milady? - negó con la cabeza y apoyó mejor la espalda en el respaldo de la silla - Estoy gratamente sorprendido, de hecho. Conozco vuestra belleza, al menos por palabra. Pero resulta más grande de lo que me imaginaba... En especial teniendo en cuenta que parece no verse ni un poco opacada por las ropas de viaje. - le sonrió de costado y luego dio un suave sorbo a la copa. Sus ojos lila seguían observándola, desde el rostro, hasta la figura de los grandes pechos que se apreciaban bajo la tela, su mirada la inspeccionaba con curiosidad y aprobación. - Es un alivio, si os soy honesto. No voy a negar que inicialmente me preocupaba no conoceros.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Jamás habría podido soñar encontrarse con el príncipe esa noche. Había imaginado que los sirvientes saldrían a su encuentro para acompañarla a sus aposentos, pero, sin duda, no había esperado ver al príncipe antes de la hora del desayuno. Le vendría bien un baño y una larga noche de sueño reparador. Su aspecto distaba mucho de la primera imagen que quería darle, a pesar de que seguía siendo la joven hermosa de siempre. Puede que su rostro acusara muestras de cansancio o que su cabello no estuviera perfectamente pensado como siempre, pero si el príncipe quería conocerla esa noche, así sería. Fue incapaz de ocultar una mueca de sorpresa al descubrir la razón que Darren había dado para justificar su ausencia. —Sí, me encuentro perfectamente. Gracias por preocuparos. —Si su hermano había escogido aquella excusa, seguiría manteniendo su coartada. Priscila no era una buena mentirosa. No mentía jamás, así que incluso la más mínima de ellas ocasionaba cierto desasosiego en su interior, incluso cuando, como en aquel momento, se trataba de proteger una sorpresa como el regalo del príncipe.
Se quitó la capa porque ahora que estaba en el interior, la prenda resultaba pesada y algo agobiante. —Muchas gracias. —dirigió una amable sonrisa a la mujer que tomó la prenda que la había mantenido caliente durante el viaje. Intentó alisar con sus propias manos la tela del vestido, algo arrugada después de pasar tantas horas sentada. Definitivamente, no era así cómo lucía en su imaginación cuando conocía a Viserys. El joven príncipe dio varias órdenes que se cumplieron, como era de esperar, sin queja ni demora. La presencia del guardia junto a la puerta concedió cierta tranquilidad a la dama que había temido quedarse a solas con él. Su persona resultaba demasiado imponente para ella, aunque debía reconocer que parecía más cercano de lo que había imaginado. Tomó asiento en la silla que él indico. —Lo cierto es que sí. Queríamos haber parado a cenar algo, pero no queríamos retrasar más nuestra llegada. —Esperaba que sus hombres estuvieran teniendo la misma suerte que ella y pudieran comer algo antes de ir a dormir.
Se sirvió una porción de carne con salsa y unas verduras a modo de acompañamiento. Lo cierto era que todo lo que había sobre la mesa tenía un aspecto delicioso. —¡Oh! ¿Estabais esperando por mí? Entonces siento que debería volver a disculparme por haberos tenido despierto hasta tan tarde. —dijo, claramente mortificada por haber sido una molestia para él, aunque el príncipe no pareciera ofendido. —No deberíais decir eso. Corréis el riesgo de que me crea vuestras palabras. —Respondió a su halago con lo que en boca de otra mujer podría haber sido un comentario coqueto, pero las palabras de Priscila carecían de esa picardía de los dobles sentidos; estaban cargadas de humildad y honestidad. Priscila comía con calma, sin prisa, haciendo gala de aquellos modales elegantes que dejaban clara la educación recibida. —Bueno, tendremos tiempo para conocernos a partir de ahora, ¿no? —Le obsequió con la más dulce y encantadora de las sonrisas. Ella, a pesar de lo que había oído decir sobre él, también había estado algo preocupada, pero, por el momento, lo poco que conocía del príncipe le gustaba. —¿Qué tal está mi madre, alteza? ¿Y mi hermano? Imagino que ellos sí estarán descansando ya. —Lo cierto era que si había esperado encontrarse con alguien esa noche era con su familia, no con él. Tomó un sorbo del delicioso vino dorado antes de continuar con su cena. —La comida está deliciosa. —Halagó sin dudar. No la había preparado él, obviamente, pero en su opinión era una manera de felicitar la labor que se realizaba en las cocinas del castillo.
Se quitó la capa porque ahora que estaba en el interior, la prenda resultaba pesada y algo agobiante. —Muchas gracias. —dirigió una amable sonrisa a la mujer que tomó la prenda que la había mantenido caliente durante el viaje. Intentó alisar con sus propias manos la tela del vestido, algo arrugada después de pasar tantas horas sentada. Definitivamente, no era así cómo lucía en su imaginación cuando conocía a Viserys. El joven príncipe dio varias órdenes que se cumplieron, como era de esperar, sin queja ni demora. La presencia del guardia junto a la puerta concedió cierta tranquilidad a la dama que había temido quedarse a solas con él. Su persona resultaba demasiado imponente para ella, aunque debía reconocer que parecía más cercano de lo que había imaginado. Tomó asiento en la silla que él indico. —Lo cierto es que sí. Queríamos haber parado a cenar algo, pero no queríamos retrasar más nuestra llegada. —Esperaba que sus hombres estuvieran teniendo la misma suerte que ella y pudieran comer algo antes de ir a dormir.
Se sirvió una porción de carne con salsa y unas verduras a modo de acompañamiento. Lo cierto era que todo lo que había sobre la mesa tenía un aspecto delicioso. —¡Oh! ¿Estabais esperando por mí? Entonces siento que debería volver a disculparme por haberos tenido despierto hasta tan tarde. —dijo, claramente mortificada por haber sido una molestia para él, aunque el príncipe no pareciera ofendido. —No deberíais decir eso. Corréis el riesgo de que me crea vuestras palabras. —Respondió a su halago con lo que en boca de otra mujer podría haber sido un comentario coqueto, pero las palabras de Priscila carecían de esa picardía de los dobles sentidos; estaban cargadas de humildad y honestidad. Priscila comía con calma, sin prisa, haciendo gala de aquellos modales elegantes que dejaban clara la educación recibida. —Bueno, tendremos tiempo para conocernos a partir de ahora, ¿no? —Le obsequió con la más dulce y encantadora de las sonrisas. Ella, a pesar de lo que había oído decir sobre él, también había estado algo preocupada, pero, por el momento, lo poco que conocía del príncipe le gustaba. —¿Qué tal está mi madre, alteza? ¿Y mi hermano? Imagino que ellos sí estarán descansando ya. —Lo cierto era que si había esperado encontrarse con alguien esa noche era con su familia, no con él. Tomó un sorbo del delicioso vino dorado antes de continuar con su cena. —La comida está deliciosa. —Halagó sin dudar. No la había preparado él, obviamente, pero en su opinión era una manera de felicitar la labor que se realizaba en las cocinas del castillo.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Dulce, suave. Sus modales rezumaban elegancia y excelente educación. Quizá un poco más de humildad de lo que le habría gustado. Era muy pronto para juzgarla, pero su temperamento no parecía ser excesivamente distinto al de Darren.
Si, tal vez la cabeza del joven Targaryen pensase demasiado y trabajase demasiado rápido, pero es que solía prestarle atención, tal vez excesiva hasta a los más mínimos detalles. Inspeccionaba cada uno de sus movimientos, cada gesto. El modo y el tono en el que decía cada palabra.
Por su parte, Viserys era un muchacho que, si bien excelentemente educado y conociendo perfectamente como debía comportarse frente a una mujer como Priscila, no dejaba de ser un joven. Un muchacho que estaba acostumbrado a obtener lo que quería y a tratar a la mayoría de las mujeres, entre ellas sirvientas y prostitutas, o nobles "inferiores" a él, de manera brusca y dominante. Debía hacer grandes esfuerzos para considerar a una mujer su verdadera par. Y sabía perfectamente que si quería llevar la fiesta en paz con Lady Belmore (y de paso con la peligrosa madre de la misma), lo mejor que podía hacer era realizar su mejor esfuerzo para atenuar lo máximo posible dichos rasgos de su personalidad.
- Oh, creedme que soy sincero. A pesar de haber llegado recientemente, os veis muy bien, os lo aseguro.- bebió un sorbo de su vino y entonces él también comenzó a comer, escogiendo un poco de pollo con tocino y unos pedazos de pan. Comía de manera tranquila, ahora posando su atención casi completamente en el plato que tenía frente a él. Era cierto. La había esperado. La había esperado mucho tiempo y quizá si, se había quedado despierto más de lo que le hubiera gustado. Si ella hubiera resultado decepcionante, quizá no se habría molestado en barnizar su molestia, pero ahora que la veía sentía que al menos la espera había valido la pena.
Cuando preguntó por su madre y hermano, el Príncipe asintió con la cabeza y respondió:
- Sí, así es. Ambos están bien y no dudo que los veréis mañana.- se encogió de hombros - Vuestro hermano... Un chico bastante interesante, he de admitir. Le presenté Desembarco del Rey el día que llegó, parecía estar muy entusiasmado con el brillo y los encantos de la capital.- claro, si podía decirse que un nido de víboras como Desembarco pudiera tener realmente algún brillo o encanto reales y no ser más que una fachada para los peores aspectos que realmente poseía. - Una reacción comprensible, Desembarco deslumbra a cualquiera, lástima que no hayáis llegado durante el día. Pero ya podréis visitarla con mayor profundidad en los próximos días. - luego de dar un par de bocados más a su comida y de tragar, miró a Priscila: - He oído que las diferencias entre éste sitio y el Nido de Águilas o el Valle en general, son abismales... ¿En verdad es cierto? ¿Cómo es vuestra vida en un sitio como ese? Tengo entendido que la fortaleza está en la cima de una montaña... ¿No os termina resultando aburrido estar confinada tan alto?
Si, tal vez la cabeza del joven Targaryen pensase demasiado y trabajase demasiado rápido, pero es que solía prestarle atención, tal vez excesiva hasta a los más mínimos detalles. Inspeccionaba cada uno de sus movimientos, cada gesto. El modo y el tono en el que decía cada palabra.
Por su parte, Viserys era un muchacho que, si bien excelentemente educado y conociendo perfectamente como debía comportarse frente a una mujer como Priscila, no dejaba de ser un joven. Un muchacho que estaba acostumbrado a obtener lo que quería y a tratar a la mayoría de las mujeres, entre ellas sirvientas y prostitutas, o nobles "inferiores" a él, de manera brusca y dominante. Debía hacer grandes esfuerzos para considerar a una mujer su verdadera par. Y sabía perfectamente que si quería llevar la fiesta en paz con Lady Belmore (y de paso con la peligrosa madre de la misma), lo mejor que podía hacer era realizar su mejor esfuerzo para atenuar lo máximo posible dichos rasgos de su personalidad.
- Oh, creedme que soy sincero. A pesar de haber llegado recientemente, os veis muy bien, os lo aseguro.- bebió un sorbo de su vino y entonces él también comenzó a comer, escogiendo un poco de pollo con tocino y unos pedazos de pan. Comía de manera tranquila, ahora posando su atención casi completamente en el plato que tenía frente a él. Era cierto. La había esperado. La había esperado mucho tiempo y quizá si, se había quedado despierto más de lo que le hubiera gustado. Si ella hubiera resultado decepcionante, quizá no se habría molestado en barnizar su molestia, pero ahora que la veía sentía que al menos la espera había valido la pena.
Cuando preguntó por su madre y hermano, el Príncipe asintió con la cabeza y respondió:
- Sí, así es. Ambos están bien y no dudo que los veréis mañana.- se encogió de hombros - Vuestro hermano... Un chico bastante interesante, he de admitir. Le presenté Desembarco del Rey el día que llegó, parecía estar muy entusiasmado con el brillo y los encantos de la capital.- claro, si podía decirse que un nido de víboras como Desembarco pudiera tener realmente algún brillo o encanto reales y no ser más que una fachada para los peores aspectos que realmente poseía. - Una reacción comprensible, Desembarco deslumbra a cualquiera, lástima que no hayáis llegado durante el día. Pero ya podréis visitarla con mayor profundidad en los próximos días. - luego de dar un par de bocados más a su comida y de tragar, miró a Priscila: - He oído que las diferencias entre éste sitio y el Nido de Águilas o el Valle en general, son abismales... ¿En verdad es cierto? ¿Cómo es vuestra vida en un sitio como ese? Tengo entendido que la fortaleza está en la cima de una montaña... ¿No os termina resultando aburrido estar confinada tan alto?
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Nadie podría acusar de falsa modestia a la joven Belmore por rechazar los halagos y cumplidos de su príncipe. Cualquiera que la conociese mínimamente sabría que, a pesar de ser conocedora de su propia belleza y de su físico agraciado, era consciente de que en aquel momento no presentaría el mejor aspecto. El viaje había sido apresurado y altamente extenuante para ella y sus hombres, por lo que era imposible lucir tan bien como Viserys aseguraba. A pesar de ello, agradeció sus amables palabras con una sonrisa cálida y dulce. Priscila poseía un carácter tranquilo, dócil, poco dada a organizar escándalos o a armar demasiado bullicio. Había sido educada de un modo impecable y así era, basándose en las enseñanzas recibidas a lo largo de sus quince años, como se comportaba.
Era imposible no estar mortificada por tener al príncipe despierto hasta tan tarde. Había querido avisar de su llegada, pero no con la intención de que fuera él quien esperase por ella hasta tan tarde. Lo cierto era que su único motivo había sido asegurar que sus aposentos estarían listos y que habría algún miembro de su familia, o sirviente en su lugar, aguardando para recibir a la comitiva que llegaba del Valle. Lo primero que hizo, después de servirse algo de comer, fue preguntar por su madre y por su hermano, buscando saber si se encontraban bien. Esbozó una sonrisa cariñosa y dulce cuando se refirió a Darren y lo encandilado que había quedado por una ciudad tan diferente al lugar en el que vivían. Ella no había podido observar demasiado, como Viserys pudo comprender, pero lo cierto era que estaba deseosa de conocer Desembarco. —Lo cierto es que vuestra ciudad es muy diferente al lugar del que venimos. Incluso el verdoso paisaje del camino es completamente distinto al que estamos acostumbrados. —explicó. —Así es, alteza. El Nido de Águilas está situado en lo alto de una rocosa montaña. El camino de acceso es pedregoso lo que hace que sea un punto difícil de alcanzar. —Su particular ubicación convertía la fortaleza de los Belmore en un lugar seguro, inexpugnable, al que era complicado llegar. Obviamente, eso lo único que conseguía era agudizar el ingenio de posibles atacantes que tendrían que pensar en otras tácticas. —Imagino que eso depende de las aficiones que tenga cada uno. —respondió con el mismo tono suave. —Actividades tales como el canto, la lectura y la danza pueden desarrollarse en cualquier lugar, sin necesidad de nada más. —Ella, particularmente, agradecía la calma de vivir en un lugar como el Nido. También era posible que sus aficiones fueran mucho más relajadas y que, por ello mismo, no necesitara abandonar la fortaleza. Podía pasarse días y días bordando o leyendo, sin preocuparse por salir al exterior.
—Imagino que en un futuro deberé acostumbrarme a la vida en un lugar un poco más bullicioso. —Hacía referencia, claro está, a su vida en Desembarco del Rey a raíz del compromiso que la unía al príncipe dragón. —Lo poco que sé sobre vuestra ciudad es por lo que he leído u otros me han contado. ¿Qué podéis decirme vos? —preguntó con amabilidad, siempre dejando a su elección si quería responder o no.
Era imposible no estar mortificada por tener al príncipe despierto hasta tan tarde. Había querido avisar de su llegada, pero no con la intención de que fuera él quien esperase por ella hasta tan tarde. Lo cierto era que su único motivo había sido asegurar que sus aposentos estarían listos y que habría algún miembro de su familia, o sirviente en su lugar, aguardando para recibir a la comitiva que llegaba del Valle. Lo primero que hizo, después de servirse algo de comer, fue preguntar por su madre y por su hermano, buscando saber si se encontraban bien. Esbozó una sonrisa cariñosa y dulce cuando se refirió a Darren y lo encandilado que había quedado por una ciudad tan diferente al lugar en el que vivían. Ella no había podido observar demasiado, como Viserys pudo comprender, pero lo cierto era que estaba deseosa de conocer Desembarco. —Lo cierto es que vuestra ciudad es muy diferente al lugar del que venimos. Incluso el verdoso paisaje del camino es completamente distinto al que estamos acostumbrados. —explicó. —Así es, alteza. El Nido de Águilas está situado en lo alto de una rocosa montaña. El camino de acceso es pedregoso lo que hace que sea un punto difícil de alcanzar. —Su particular ubicación convertía la fortaleza de los Belmore en un lugar seguro, inexpugnable, al que era complicado llegar. Obviamente, eso lo único que conseguía era agudizar el ingenio de posibles atacantes que tendrían que pensar en otras tácticas. —Imagino que eso depende de las aficiones que tenga cada uno. —respondió con el mismo tono suave. —Actividades tales como el canto, la lectura y la danza pueden desarrollarse en cualquier lugar, sin necesidad de nada más. —Ella, particularmente, agradecía la calma de vivir en un lugar como el Nido. También era posible que sus aficiones fueran mucho más relajadas y que, por ello mismo, no necesitara abandonar la fortaleza. Podía pasarse días y días bordando o leyendo, sin preocuparse por salir al exterior.
—Imagino que en un futuro deberé acostumbrarme a la vida en un lugar un poco más bullicioso. —Hacía referencia, claro está, a su vida en Desembarco del Rey a raíz del compromiso que la unía al príncipe dragón. —Lo poco que sé sobre vuestra ciudad es por lo que he leído u otros me han contado. ¿Qué podéis decirme vos? —preguntó con amabilidad, siempre dejando a su elección si quería responder o no.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Sí... Obviamente Viserys ya había oído hablar sobradamente de la famosa impermeabilidad del Nido de Águilas frente a los ataque de ejércitos enemigos. Pero ese atributo de su fortaleza claramente les hizo flaco favor a los Arryn. Inexpugnable o no, a la larga la familia que habitó en aquel castillo terminó siendo destruida. Era un destino que, por el bien de todo el reino, no debía repetirse con los Belmore.
Escuchó interesado el razonamiento por el cual aquel confinamiento no se le hacía aburrido a su prometida. Y era porque precisamente gozaba de las actividades que no requerían demasiado aire libre: lectura, poesía, costura y bordado... Todas cosas ellas que eran típicamente femeninas. Nuevamente, Priscila Belmore hacía muestras de comportarse como una damita perfecta y sosegada.
El Príncipe Targaryen por su parte, era un dragón. Y como dragón que era, no le gustaba estar confinado. No olvidaba lo que sucedió con los dragones reales cuando Maegor construyó el Pozo Dragón sobre la Colina de Rhaenys. El Pozo ayudó a mantener a las bestias domesticadas, pero con el considerable costo de su progresivo empequeñecimiento a medida que pasaban las décadas. Ningún dragón debería estar confinado. Después de todo, el mundo era su hogar; no algún pozo oscuro, por magnífico que fuera. Con los Targaryen funcionaba de la misma forma. Viserys no se sentía capaz de mantenerse quieto por mucho tiempo, y no digamos siquiera recluido en algún sitio. Pensaba que si su destino hubiera sido partir al Nido de Águilas, para vivir el resto de su vida allí, habría sido tremendamente infeliz. Le gustaba el aire libre, le gustaba el bullicio de las calles, la vida a su alrededor. No, definitivamente no serviría para quedarse quieto haciendo cosas "tranquilas".
- Comprendo. Mis aficiones son bastante... diferentes.- se encogió de hombros y añadió: - Imagino que conocéis la historia del Pozo Dragón del Rey Maegor, ¿verdad? La edificación construida para albergar a las criaturas de la Casa Targaryen, sobre la Colina de Rhaenys. Útil para domesticarlos... pero a largo plazo resultó un error fatal. Al final, el último de los dragones tenía el mismo tamaño que un gato.- bebió otro sorbo de vino y luego añadió: - Los dragones no están para ser confinados; y los Targaryen tampoco.
Jugó un poco con su dedo en el borde de la copa de vino, rodeándola ligeramente, casi acariciándola con la yema. Después escuchó la pregunta que ella hizo con respecto a la ciudad... ¿Qué decirle? ¿Debía responderle a Lady Belmore lo mismo que le dijo a su hermano acerca de la urbe? Darren era un varón, un hombre, y sin duda quizá pudiera lidiar con la dolorosa verdad de la peligrosidad de aquel sitio con más facilidad, pero... ¿una mujer? ¿Soportaría la verdad acerca de Desembarco del Rey una damita elegante y frágil como Priscila?
- Desembarco del Rey es... complicada.- sentenció. - Mucha vida yendo y viniendo. Muchos intereses entrecruzados. Cada habitante de ésta ciudad, desde el más encumbrado hasta el más miserable quiere algo, y la mayoría no se detendrá ante nada para conseguirlo. - suspiró y agregó: - Aunque creo que eso es algo que se cumpliría en cualquier lugar. - se cruzó de brazos y siguió mirándola: - Tiene su encanto, sin embargo. Obras de teatro, trovadores por todas partes, ver los barcos de los mercaderes arribar y zarpar, cargados de joyas y especias... -dio un bocado nuevamente a la carne y luego de tragar le dijo sonriendo: - Y todo eso sin mencionar la fantástica habilidad de los cocineros de la Fortaleza Roja, que ya habéis notado.
Escuchó interesado el razonamiento por el cual aquel confinamiento no se le hacía aburrido a su prometida. Y era porque precisamente gozaba de las actividades que no requerían demasiado aire libre: lectura, poesía, costura y bordado... Todas cosas ellas que eran típicamente femeninas. Nuevamente, Priscila Belmore hacía muestras de comportarse como una damita perfecta y sosegada.
El Príncipe Targaryen por su parte, era un dragón. Y como dragón que era, no le gustaba estar confinado. No olvidaba lo que sucedió con los dragones reales cuando Maegor construyó el Pozo Dragón sobre la Colina de Rhaenys. El Pozo ayudó a mantener a las bestias domesticadas, pero con el considerable costo de su progresivo empequeñecimiento a medida que pasaban las décadas. Ningún dragón debería estar confinado. Después de todo, el mundo era su hogar; no algún pozo oscuro, por magnífico que fuera. Con los Targaryen funcionaba de la misma forma. Viserys no se sentía capaz de mantenerse quieto por mucho tiempo, y no digamos siquiera recluido en algún sitio. Pensaba que si su destino hubiera sido partir al Nido de Águilas, para vivir el resto de su vida allí, habría sido tremendamente infeliz. Le gustaba el aire libre, le gustaba el bullicio de las calles, la vida a su alrededor. No, definitivamente no serviría para quedarse quieto haciendo cosas "tranquilas".
- Comprendo. Mis aficiones son bastante... diferentes.- se encogió de hombros y añadió: - Imagino que conocéis la historia del Pozo Dragón del Rey Maegor, ¿verdad? La edificación construida para albergar a las criaturas de la Casa Targaryen, sobre la Colina de Rhaenys. Útil para domesticarlos... pero a largo plazo resultó un error fatal. Al final, el último de los dragones tenía el mismo tamaño que un gato.- bebió otro sorbo de vino y luego añadió: - Los dragones no están para ser confinados; y los Targaryen tampoco.
Jugó un poco con su dedo en el borde de la copa de vino, rodeándola ligeramente, casi acariciándola con la yema. Después escuchó la pregunta que ella hizo con respecto a la ciudad... ¿Qué decirle? ¿Debía responderle a Lady Belmore lo mismo que le dijo a su hermano acerca de la urbe? Darren era un varón, un hombre, y sin duda quizá pudiera lidiar con la dolorosa verdad de la peligrosidad de aquel sitio con más facilidad, pero... ¿una mujer? ¿Soportaría la verdad acerca de Desembarco del Rey una damita elegante y frágil como Priscila?
- Desembarco del Rey es... complicada.- sentenció. - Mucha vida yendo y viniendo. Muchos intereses entrecruzados. Cada habitante de ésta ciudad, desde el más encumbrado hasta el más miserable quiere algo, y la mayoría no se detendrá ante nada para conseguirlo. - suspiró y agregó: - Aunque creo que eso es algo que se cumpliría en cualquier lugar. - se cruzó de brazos y siguió mirándola: - Tiene su encanto, sin embargo. Obras de teatro, trovadores por todas partes, ver los barcos de los mercaderes arribar y zarpar, cargados de joyas y especias... -dio un bocado nuevamente a la carne y luego de tragar le dijo sonriendo: - Y todo eso sin mencionar la fantástica habilidad de los cocineros de la Fortaleza Roja, que ya habéis notado.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Priscila no era ajena al hecho de que vivir en el Nido no había impedido la caída de los Arryn. Rezaba todos los días a sus dioses para pedir protección para toda su familia y aquellos que, sin estar relacionados de manera directa con ella, eran importantes para la joven dama. Era capaz de comprender que alguien como Viserys encontrara su hogar como un lugar aburrido y carente de atractivo, pero la doncella no necesitaba grandes cosas para desarrollar sus aficiones. Podía bordar en cualquier parte y lo mismo sucedía con el resto de actividades que le gustaban. Comprendía, sin embargo, que aquello fuera insuficiente para el príncipe quien disfrutaba de otro tipo de entretenimientos.
Respondió con un asentimiento de cabeza. Por supuesto, conocía la historia del Rey Maegor, pero disfrutó del relato de Viserys. Ambos parecían tener inquietudes diferentes, algo que esperaba que no trajera problemas a su futuro matrimonio. Casi sin darse cuenta se sorprendió a sí misma siguiendo el movimiento de su dedo sobre el borde de la copa, alzando la mirada hacia él cuando fue consciente de que tal hecho podría ser considerado descortés. Nadie mejor que Viserys podía hablarle de la ciudad, de sus gentes y de lo que allí podría encontrar. La oscuridad de la noche había impedido que Priscila pudiera ver con sus propios ojos las calles de Desembarco.
Estaba de acuerdo en que en todos los rincones de los Siete Reinos había quienes se movían por puro interés, a veces rezaba por sus almas. Escuchó cómo describía las bondades de su ciudad sin apartar la mirada de él. —¡Oh, sí! Vuestros cocineros son magníficos. La comida está deliciosa. —respondió. Tenía tanta hambre después del viaje que cualquier cosa le habría parecido un manjar, pero incluso en ese momento sabía diferenciar una comida bien preparada de algo que no lo era. —Me gustaría poder ir a ver los barcos algún día. —El mar siempre le había despertado curiosidad. —Parece que hay muchas cosas que hacer en la ciudad. —observó. Esperaba poder disfrutar de su estancia allí. No sabía si podría disfrutar mucho de la compañía del príncipe porque comprendía que tenía muchas obligaciones que cumplir.
Respondió con un asentimiento de cabeza. Por supuesto, conocía la historia del Rey Maegor, pero disfrutó del relato de Viserys. Ambos parecían tener inquietudes diferentes, algo que esperaba que no trajera problemas a su futuro matrimonio. Casi sin darse cuenta se sorprendió a sí misma siguiendo el movimiento de su dedo sobre el borde de la copa, alzando la mirada hacia él cuando fue consciente de que tal hecho podría ser considerado descortés. Nadie mejor que Viserys podía hablarle de la ciudad, de sus gentes y de lo que allí podría encontrar. La oscuridad de la noche había impedido que Priscila pudiera ver con sus propios ojos las calles de Desembarco.
Estaba de acuerdo en que en todos los rincones de los Siete Reinos había quienes se movían por puro interés, a veces rezaba por sus almas. Escuchó cómo describía las bondades de su ciudad sin apartar la mirada de él. —¡Oh, sí! Vuestros cocineros son magníficos. La comida está deliciosa. —respondió. Tenía tanta hambre después del viaje que cualquier cosa le habría parecido un manjar, pero incluso en ese momento sabía diferenciar una comida bien preparada de algo que no lo era. —Me gustaría poder ir a ver los barcos algún día. —El mar siempre le había despertado curiosidad. —Parece que hay muchas cosas que hacer en la ciudad. —observó. Esperaba poder disfrutar de su estancia allí. No sabía si podría disfrutar mucho de la compañía del príncipe porque comprendía que tenía muchas obligaciones que cumplir.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Viserys sonrió satisfecho. Le gustaba que Lady Belmore se mostrase contenta con lo que le ofrecía. Cuando sonreía se veía todavía mas bella, si es que eso era posible. Por enésima vez, la mirada de los ojos lilas de él se deleitó con la fantástica y casi inconcebible belleza que ella presentaba... Era demasiado bonita para ser una simple chica. Los genes valyrios parecían ser bastante fuertes en ella. Había sacado muchísimo de Lady Diana. El Príncipe no había conocido al antiguo Lord Belmore pero dudaba que un ser inferior, un ser que no tuviese la sangre de la Antigua Valyria pudiese aportar siquiera algo de relevancia a la hermosura de su progenie, si su sangre era eclipsada por la sangre del Feudo Franco. Agradecía en ese momento, más que nunca, a la Querida del Rey.
Era el mejor presente que nadie pudiera haberle hecho para su día del nombre.
Por unos instantes, pareció más centrado en observarla que en escucharla... Hasta que terminó saliendo de aquel trance, para entonces darse cuenta de lo que había dicho. Lo cual le recordaba a otra cosa.
Lo había hablado con Diana. Luego de la celebración de su onomástico, él partiría a Rocadragón; y sería acompañado por ella... Y por toda una cohorte de soldados y demás. Priscila iba a conocer su futuro hogar, la fortaleza enclavada en aquella isla en la Bahía del Aguasnegras. Además juntos debían planear un importantísimo detalle: el día en el cual se celebraría la boda.
Viserys se sorprendió ante eso, pero le parecía lo mejor. Era más probable que Priscila se sintiese más cómoda en aquellas condiciones aunque se preguntaba... ¿estaría ella preparada para establecerse con él en la antigua fortaleza de los Targaryen o sentiría excesiva nostalgia por su nativo Valle?
- No os preocupéis, veremos los barcos juntos apenas terminen las celebraciones, os lo prometo. - hizo una pausa y bebió lo que quedaba en su copa para servirse otro tanto. La miró profundamente a los ojos y luego suspiró: - De hecho... Luego de la fiesta zarparemos rumbo este. Vos y yo, milady. Nos dirigiremos a la fortaleza de Rocadragón, nuestro futuro hogar, a sugerencia de vuestra señora madre. Si os gusta el mar y los barcos, creo que tendréis de sobra como para sentiros contenta. - soltó una carcajada muy leve, y se puso de pie. El Príncipe de los ojos lilas se acercó hasta ella, y le tomó de una mano, delicadamente, echando mano de toda la cortesía y los modales que había aprendido en su entrenamiento real. Acarició el dorso de la mano con la yema de sus dedos y luego se inclinó un poco, para terminar a su altura, volviendo a mirarla a los ojos (e intentando evitar mirar la zona de su escote, por el amor de los Siete) - Intentaré hacer todo lo posible para que estéis feliz a mi lado, Lady Belmore. - y un temor recorrió toda su espina. Recordaba los gritos y la constante tristeza de su madre, de Rhaella, en los últimos tiempos junto al Rey. Recordaba que en esa última época, la Reina no era más que una sombra de lo que había sido anteriormente. Y lo mucho que a él le dolía. Lo mucho que a él le dolía a pesar del favoritismo de ella para con Rhaegar.
Quería a su padre y admiraba su manera de dominar el reino, su resolución a la hora de acabar con rebeldes y traidores, de destrozar a aquellos que se opusieran al dragón... pero aunque racionalizase que su madre se merecía aquel duro tratamiento por ser un ser débil... No podía aprobarlo del todo, simplemente no podía hacerlo. No debía ser con su esposa como el rey había sido con la suya... No quería serlo. Pero... ¿y si terminaba resultando así, por más que el no quisiera? ¿Si convertía a Priscila en un ser desdichado e infeliz?
Consideraba ingenua aquella luz y vitalidad, aquella alegría y perfección que ella demostraba, aquella pureza e inocencia... Pero así como la consideraba ingenua, también la envidiaba. En parte, quizá deseaba tener un poco de aquellos atributos. Recuperar la ilusión de que las cosas podían ir bien, de que no todo tenía que ser tan gris y oscuro como lo demostraba la corte de la Fortaleza Roja.
"Cuando un Targaryen nace, los dioses lanzan una moneda."
Locura y grandeza. ¿De qué lado podía caer la moneda?
De pronto, sintió unas intensas ganas de romper en llanto, así como lo había hecho, en secreto, cuando murió su madre, o cuando se enteró de la traición de su hermano.
¿Qué eran frente al destino? ¿Qué eran todos ellos? ¿Qué era él, o el Rey, o Lady Diana, o incluso los chicos Belmore? ¿Qué eran frente a la vasta incertidumbre y oscuridad que se extendía ante ellos? ¿En verdad existirían los dioses? ¿De algo servirían todas las enseñanzas religiosas que estaba recibiendo? ¿Eran ellos los que determinaban en verdad el destino de todos?
¿Cuál sería su destino? ¿Cuál el de Priscila?
En ese preciso instante le habría encantado tomar a Priscila, cargarla en un barco y llevársela de una vez a Rocadragón; lejos del nido de víboras de Desembarco. Lejos de las intrigas... Lejos de la madre de ella, y también de su propio padre. Lejos de todo.
Pero no... ¡Él no era débil! ¡No debía ser débil! ¡Era de la sangre del dragón! ¡El poderoso Rhaegar había muerto y él seguía allí, sobrevivía! ¡Eso quería decir algo, quería decir que él era el legítimo sucesor de Aerys y el futuro de Poniente! Sería el más grande de los Reyes Targaryen que hubieran existido alguna vez.
Oprimió levemente la mano de Priscila y le sonrió, tratando de contener el torrente de emociones que estuvo a punto de aflorar. Y tuvo bastante éxito con ello. Tragó saliva y luego, algo más tranquilo le dijo:
- Y si puedo otorgaros algo que deséeis, milady... Nunca dudéis en pedírmelo.
Era el mejor presente que nadie pudiera haberle hecho para su día del nombre.
Por unos instantes, pareció más centrado en observarla que en escucharla... Hasta que terminó saliendo de aquel trance, para entonces darse cuenta de lo que había dicho. Lo cual le recordaba a otra cosa.
Lo había hablado con Diana. Luego de la celebración de su onomástico, él partiría a Rocadragón; y sería acompañado por ella... Y por toda una cohorte de soldados y demás. Priscila iba a conocer su futuro hogar, la fortaleza enclavada en aquella isla en la Bahía del Aguasnegras. Además juntos debían planear un importantísimo detalle: el día en el cual se celebraría la boda.
Viserys se sorprendió ante eso, pero le parecía lo mejor. Era más probable que Priscila se sintiese más cómoda en aquellas condiciones aunque se preguntaba... ¿estaría ella preparada para establecerse con él en la antigua fortaleza de los Targaryen o sentiría excesiva nostalgia por su nativo Valle?
- No os preocupéis, veremos los barcos juntos apenas terminen las celebraciones, os lo prometo. - hizo una pausa y bebió lo que quedaba en su copa para servirse otro tanto. La miró profundamente a los ojos y luego suspiró: - De hecho... Luego de la fiesta zarparemos rumbo este. Vos y yo, milady. Nos dirigiremos a la fortaleza de Rocadragón, nuestro futuro hogar, a sugerencia de vuestra señora madre. Si os gusta el mar y los barcos, creo que tendréis de sobra como para sentiros contenta. - soltó una carcajada muy leve, y se puso de pie. El Príncipe de los ojos lilas se acercó hasta ella, y le tomó de una mano, delicadamente, echando mano de toda la cortesía y los modales que había aprendido en su entrenamiento real. Acarició el dorso de la mano con la yema de sus dedos y luego se inclinó un poco, para terminar a su altura, volviendo a mirarla a los ojos (e intentando evitar mirar la zona de su escote, por el amor de los Siete) - Intentaré hacer todo lo posible para que estéis feliz a mi lado, Lady Belmore. - y un temor recorrió toda su espina. Recordaba los gritos y la constante tristeza de su madre, de Rhaella, en los últimos tiempos junto al Rey. Recordaba que en esa última época, la Reina no era más que una sombra de lo que había sido anteriormente. Y lo mucho que a él le dolía. Lo mucho que a él le dolía a pesar del favoritismo de ella para con Rhaegar.
Quería a su padre y admiraba su manera de dominar el reino, su resolución a la hora de acabar con rebeldes y traidores, de destrozar a aquellos que se opusieran al dragón... pero aunque racionalizase que su madre se merecía aquel duro tratamiento por ser un ser débil... No podía aprobarlo del todo, simplemente no podía hacerlo. No debía ser con su esposa como el rey había sido con la suya... No quería serlo. Pero... ¿y si terminaba resultando así, por más que el no quisiera? ¿Si convertía a Priscila en un ser desdichado e infeliz?
Consideraba ingenua aquella luz y vitalidad, aquella alegría y perfección que ella demostraba, aquella pureza e inocencia... Pero así como la consideraba ingenua, también la envidiaba. En parte, quizá deseaba tener un poco de aquellos atributos. Recuperar la ilusión de que las cosas podían ir bien, de que no todo tenía que ser tan gris y oscuro como lo demostraba la corte de la Fortaleza Roja.
"Cuando un Targaryen nace, los dioses lanzan una moneda."
Locura y grandeza. ¿De qué lado podía caer la moneda?
De pronto, sintió unas intensas ganas de romper en llanto, así como lo había hecho, en secreto, cuando murió su madre, o cuando se enteró de la traición de su hermano.
¿Qué eran frente al destino? ¿Qué eran todos ellos? ¿Qué era él, o el Rey, o Lady Diana, o incluso los chicos Belmore? ¿Qué eran frente a la vasta incertidumbre y oscuridad que se extendía ante ellos? ¿En verdad existirían los dioses? ¿De algo servirían todas las enseñanzas religiosas que estaba recibiendo? ¿Eran ellos los que determinaban en verdad el destino de todos?
¿Cuál sería su destino? ¿Cuál el de Priscila?
En ese preciso instante le habría encantado tomar a Priscila, cargarla en un barco y llevársela de una vez a Rocadragón; lejos del nido de víboras de Desembarco. Lejos de las intrigas... Lejos de la madre de ella, y también de su propio padre. Lejos de todo.
Pero no... ¡Él no era débil! ¡No debía ser débil! ¡Era de la sangre del dragón! ¡El poderoso Rhaegar había muerto y él seguía allí, sobrevivía! ¡Eso quería decir algo, quería decir que él era el legítimo sucesor de Aerys y el futuro de Poniente! Sería el más grande de los Reyes Targaryen que hubieran existido alguna vez.
Oprimió levemente la mano de Priscila y le sonrió, tratando de contener el torrente de emociones que estuvo a punto de aflorar. Y tuvo bastante éxito con ello. Tragó saliva y luego, algo más tranquilo le dijo:
- Y si puedo otorgaros algo que deséeis, milady... Nunca dudéis en pedírmelo.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Priscila podía estar cansada después de tan largo viaje, pero la comida y, sobre todo, la inmejorable compañía ayudaban a alejar el sueño, permitiendo que fuera capaz de mantenerse despierta sin mayor problema. Conocer a Viserys había sido una de sus preocupaciones desde que se enterase de su compromiso y, a pesar de haber ido disminuyendo con el tiempo, no había desaparecido por completo hasta estar frente a él. A pesar de haber sabido, desde siempre, que su familia buscaría un matrimonio ventajoso para ella, jamás habría soñado con la idea de casarse con un príncipe.
No dudó un segundo en alabar el trabajo que se desempeñaba en las cocinas de la fortaleza, añadiendo después que conocer el puerto y ver los barcos sería una de las cosas que más llamarían su atención. Sus ojos parecieron quedarse prendidos de los de él durante toda la conversación, como si Viserys la hubiera atrapado de algún modo. Fue imposible ocultar la sorpresa ante la noticia recibida. —¿Viajaré con vos a Rocadragón? —preguntó. Si él lo había dicho así sería, pero Priscila no había sabido nada de aquel plan. No volvería al Nido, entonces. También sabía que sería una buena ocasión para conocerse, algo indispensable si iban a convertirse en marido y mujer. Entonces el príncipe se puso en pie para acercarse a ella e, igual que había hecho durante todo aquel tiempo, Priscila le siguió con la mirada.
Su promesa hizo que las comisuras de sus labios se alzasen en una tenue sonrisa. Su mayor preocupación a la hora de contraer matrimonio era la duda de no saber si podría amar al príncipe. Para Priscila aquello era indispensable para su futura felicidad. Observó el cambio en la expresión del joven frente a ella, pareciendo repentinamente afectado por algo que la doncella desconocía. —¿Os encontráis bien, mi príncipe? —preguntó en un tono suave y dulce. Sin saber si estaba cometiendo una imprudencia o si no era un gesto adecuado, alzó la mano libre para acariciar su rostro con la misma delicadeza con la que hacía todo. Pareció recomponerse y tras el breve contacto, Priscila volvió a apartar la mano de su rostro. —No deseo más de vos de lo que cualquier mujer podría desear, alteza. Tampoco pido más de lo que os daré. —afirmó. —Cariño, comprensión, compañía, apoyo incondicional... Tendréis mi corazón, seré vuestra, así que solo puedo pedir lo mismo de vos. —dijo. Para Priscila el matrimonio era más que una unión ventajosa o un modo de hacer negocios. Seguía teniendo fe en el amor y en todo lo que este representaba.
No dudó un segundo en alabar el trabajo que se desempeñaba en las cocinas de la fortaleza, añadiendo después que conocer el puerto y ver los barcos sería una de las cosas que más llamarían su atención. Sus ojos parecieron quedarse prendidos de los de él durante toda la conversación, como si Viserys la hubiera atrapado de algún modo. Fue imposible ocultar la sorpresa ante la noticia recibida. —¿Viajaré con vos a Rocadragón? —preguntó. Si él lo había dicho así sería, pero Priscila no había sabido nada de aquel plan. No volvería al Nido, entonces. También sabía que sería una buena ocasión para conocerse, algo indispensable si iban a convertirse en marido y mujer. Entonces el príncipe se puso en pie para acercarse a ella e, igual que había hecho durante todo aquel tiempo, Priscila le siguió con la mirada.
Su promesa hizo que las comisuras de sus labios se alzasen en una tenue sonrisa. Su mayor preocupación a la hora de contraer matrimonio era la duda de no saber si podría amar al príncipe. Para Priscila aquello era indispensable para su futura felicidad. Observó el cambio en la expresión del joven frente a ella, pareciendo repentinamente afectado por algo que la doncella desconocía. —¿Os encontráis bien, mi príncipe? —preguntó en un tono suave y dulce. Sin saber si estaba cometiendo una imprudencia o si no era un gesto adecuado, alzó la mano libre para acariciar su rostro con la misma delicadeza con la que hacía todo. Pareció recomponerse y tras el breve contacto, Priscila volvió a apartar la mano de su rostro. —No deseo más de vos de lo que cualquier mujer podría desear, alteza. Tampoco pido más de lo que os daré. —afirmó. —Cariño, comprensión, compañía, apoyo incondicional... Tendréis mi corazón, seré vuestra, así que solo puedo pedir lo mismo de vos. —dijo. Para Priscila el matrimonio era más que una unión ventajosa o un modo de hacer negocios. Seguía teniendo fe en el amor y en todo lo que este representaba.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Por unos instantes, Viserys se sintió turbado... ¿Tanto se había notado su cambio de ánimo? Eso no era buena señal. Diana siempre le insistía que si quería ser un buen gobernante, sus emociones solamente debían notarse cuando él quería que se notasen. Y él, en ningún momento había pretendido que Priscila se diese cuenta de su cambio de humor.
Pero aparentemente, había sido bastante notorio... Y lo más alarmante y a la vez reconfortante, fue el hecho de que ella extendiese una mano y acariciase su rostro. Su tacto era cálido, dulce. El Príncipe habría deseado que aquella mano quedase sobre su piel por toda la eternidad de ser posible. Una sonrisa de ella y un simple paso con su mano bastaron para que las dudas y temores del hijo de Aerys Targaryen se disipasen, al menos un poco y durante un tiempo.
- Me... encuentro bien.- respondió Viserys. Tenía dudas. Tenía dudas sobre si lograría ser un buen marido, tenía dudas sobre si lograría ser un buen Rey, tenía dudas sobre si ese mismo momento estaba sucediendo en verdad o era simplemente un espejismo o ilusión. Pero eran dudas que no podía airear ante Priscila. No podía angustiarla tan pronto y él, por su parte, no se permitiría flaquear de tal manera frente a una mujer.
Las siguientes palabras emitidas por la boca de la muchacha Belmore, lo hicieron reflexionar. Le recordaban la ingenuidad de su prometida; pero a su vez también le recordaba la dulzura de la que era capaz una mujer. Se la había pasado rodeado de prostitutas de alto nivel y de cortesanas obsequiosas que hacían lo que fuera con tal de conseguir algunos favores de parte del príncipe y había aprendido a disfrutarlo.
Pero era sorprendente el poder que podían ejercer argumentos que parecían tan abstractos y vacíos de sentido como el cariño, la comprensión y la compañía. Casi había olvidado lo que era una verdadera dama y tenía una enfrente en ese preciso instante.
Algo se removió en él. Sintió una profunda congoja en el corazón que le hizo estremecerse momentáneamente.
Y entonces, rió.
Soltó una carcajada ligera, bajando un poco la mirada. Tan ingenua, tan dulce y tan perfecta era. Tan noble y envidiable. Solo era necesario verla a los ojos para saber que eran transparentes como el cristal. Ella aparentaba no tener motivos secretos... Y sorprendentemente, en su caso, Viserys lo creía.
- Disculpad, mi señora. No me malinterpréteis.- señaló el Targaryen, ante la risa- Solo me río por... lo absurdo de mi pensamiento en su momento. Como os dije, sentía demasiada aprensión por el hecho de conoceros. Os imaginaréis cual es mi sensación al ver que casi todos mis temores parecen ser infundados. - negó con la cabeza.- Me siento casi como un idiota.- luego levantó la mirada para verla otra vez a los ojos, con una sonrisa muy leve de costado: - Y creedme, eso es algo sumamente difícil de decir para un príncipe. - su rostro quedó muy cerca del de ella. Pero se contuvo de hacer cualquier cosa que fuera más allá de lo "permitido", aunque se sentía tan aliviado y a la vez, tan encantado por como habían resultado las cosas que prácticamente tenía ganas de besarla simplemente por eso. Se conformó con pasar muy lentamente sus dedos por la zona de las mejillas de ella, con mucha tranquilidad y suavidad. - Lo mismo recibiréis de mí, Lady Belmore. Además, me resultaría muy difícil no dar mi cariño a una dama como vos.- y lo decía con sinceridad. Algo extraño en él puesto que jamás había destacado por ser uno de los seres más demostrativos de la Fortaleza Roja, ni con su propia madre ni con nadie.
Pero aparentemente, había sido bastante notorio... Y lo más alarmante y a la vez reconfortante, fue el hecho de que ella extendiese una mano y acariciase su rostro. Su tacto era cálido, dulce. El Príncipe habría deseado que aquella mano quedase sobre su piel por toda la eternidad de ser posible. Una sonrisa de ella y un simple paso con su mano bastaron para que las dudas y temores del hijo de Aerys Targaryen se disipasen, al menos un poco y durante un tiempo.
- Me... encuentro bien.- respondió Viserys. Tenía dudas. Tenía dudas sobre si lograría ser un buen marido, tenía dudas sobre si lograría ser un buen Rey, tenía dudas sobre si ese mismo momento estaba sucediendo en verdad o era simplemente un espejismo o ilusión. Pero eran dudas que no podía airear ante Priscila. No podía angustiarla tan pronto y él, por su parte, no se permitiría flaquear de tal manera frente a una mujer.
Las siguientes palabras emitidas por la boca de la muchacha Belmore, lo hicieron reflexionar. Le recordaban la ingenuidad de su prometida; pero a su vez también le recordaba la dulzura de la que era capaz una mujer. Se la había pasado rodeado de prostitutas de alto nivel y de cortesanas obsequiosas que hacían lo que fuera con tal de conseguir algunos favores de parte del príncipe y había aprendido a disfrutarlo.
Pero era sorprendente el poder que podían ejercer argumentos que parecían tan abstractos y vacíos de sentido como el cariño, la comprensión y la compañía. Casi había olvidado lo que era una verdadera dama y tenía una enfrente en ese preciso instante.
Algo se removió en él. Sintió una profunda congoja en el corazón que le hizo estremecerse momentáneamente.
Y entonces, rió.
Soltó una carcajada ligera, bajando un poco la mirada. Tan ingenua, tan dulce y tan perfecta era. Tan noble y envidiable. Solo era necesario verla a los ojos para saber que eran transparentes como el cristal. Ella aparentaba no tener motivos secretos... Y sorprendentemente, en su caso, Viserys lo creía.
- Disculpad, mi señora. No me malinterpréteis.- señaló el Targaryen, ante la risa- Solo me río por... lo absurdo de mi pensamiento en su momento. Como os dije, sentía demasiada aprensión por el hecho de conoceros. Os imaginaréis cual es mi sensación al ver que casi todos mis temores parecen ser infundados. - negó con la cabeza.- Me siento casi como un idiota.- luego levantó la mirada para verla otra vez a los ojos, con una sonrisa muy leve de costado: - Y creedme, eso es algo sumamente difícil de decir para un príncipe. - su rostro quedó muy cerca del de ella. Pero se contuvo de hacer cualquier cosa que fuera más allá de lo "permitido", aunque se sentía tan aliviado y a la vez, tan encantado por como habían resultado las cosas que prácticamente tenía ganas de besarla simplemente por eso. Se conformó con pasar muy lentamente sus dedos por la zona de las mejillas de ella, con mucha tranquilidad y suavidad. - Lo mismo recibiréis de mí, Lady Belmore. Además, me resultaría muy difícil no dar mi cariño a una dama como vos.- y lo decía con sinceridad. Algo extraño en él puesto que jamás había destacado por ser uno de los seres más demostrativos de la Fortaleza Roja, ni con su propia madre ni con nadie.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
La caricia de Priscila sobre la mejilla ajena fue tan ligera como cabría esperar. Una muestra de cariño y comprensión propia en ella e impropia en muchas otras. Para la joven Belmore aquella simple muestra de afecto y comprensión era mucho más de lo que cabría esperar. Siempre era discreta, correcta y no sobrepasaba los límites. En ese momento, acariciar al príncipe de un modo tan cercano, sumado al hecho de que sus ojos se negaban a apartarse de los de él, le pareció un gesto mucho más íntimo que cualquier otro. Viserys aseguró estar bien y Priscila se abstuvo de insistir o preguntar más. Ella no era nadie para hacer averiguaciones, tampoco quería agobiar al joven Targaryen con preguntas que pudieran ser incómodas para él.
La doncella Belmore tenía una idea muy clara de lo que debía ser un matrimonio. Su carácter dulce, apacible, sin pervertir por un mundo que distaba mucho de ser lo que ella veía. Priscila creía en el bien por encima de todas las cosas, cuando todo el mundo desconfiaba de los demás de manera automática, ella sorprendía a los demás con una fe casi ciega. También creía en el amor, en algo más allá de las uniones por pura conveniencia. La risa que sus palabras recibieron como respuesta logró que se sonrojara. ¿Había dicho algo fuera de lugar? Como si leyera su mente, el príncipe se apresuró para explicarle los motivos de tan alegre carcajada.
—No sois idiota, alteza. Es normal guardar reservas y tener ciertos temores en un caso como el nuestro. —reconoció. Ella tampoco había sabido qué esperar, solo que en su caso no tenía poder de decisión sobre aquel tema. —Pero si os preocupa que mis palabras y deseos puedan ser inciertos, no temáis puesto que son completamente sinceros. —La joven dama se ofrecía a él del modo más simple y al mismo tiempo del más complejo. Satisfacer los deseos de la carne era sencillo, cualquiera podría hacerlo, pero Priscila le ofrecía mucho más. No solo le ofrecería su cuerpo llegado el momento, sino también su puro corazón.
Sus rostros quedaron tan cerca que por un momento temió que fuera a besarla, sin saber si deseaba que lo hiciera o no. Además, todavía no estaban casados, no era correcto alcanzar aquellos niveles de intimidad. Sus mejillas sonrojadas irradiaban un leve calor a medida que Viserys acariciaba su rostro de aquel modo lento y cariñoso. —Eso será más que suficiente para mí. —susurró. Animada por sus caricias y porque no la había rechazado anteriormente, imitó su gesto permitiendo que las yemas de sus dedos fueran memorizando el tacto de su piel.
La doncella Belmore tenía una idea muy clara de lo que debía ser un matrimonio. Su carácter dulce, apacible, sin pervertir por un mundo que distaba mucho de ser lo que ella veía. Priscila creía en el bien por encima de todas las cosas, cuando todo el mundo desconfiaba de los demás de manera automática, ella sorprendía a los demás con una fe casi ciega. También creía en el amor, en algo más allá de las uniones por pura conveniencia. La risa que sus palabras recibieron como respuesta logró que se sonrojara. ¿Había dicho algo fuera de lugar? Como si leyera su mente, el príncipe se apresuró para explicarle los motivos de tan alegre carcajada.
—No sois idiota, alteza. Es normal guardar reservas y tener ciertos temores en un caso como el nuestro. —reconoció. Ella tampoco había sabido qué esperar, solo que en su caso no tenía poder de decisión sobre aquel tema. —Pero si os preocupa que mis palabras y deseos puedan ser inciertos, no temáis puesto que son completamente sinceros. —La joven dama se ofrecía a él del modo más simple y al mismo tiempo del más complejo. Satisfacer los deseos de la carne era sencillo, cualquiera podría hacerlo, pero Priscila le ofrecía mucho más. No solo le ofrecería su cuerpo llegado el momento, sino también su puro corazón.
Sus rostros quedaron tan cerca que por un momento temió que fuera a besarla, sin saber si deseaba que lo hiciera o no. Además, todavía no estaban casados, no era correcto alcanzar aquellos niveles de intimidad. Sus mejillas sonrojadas irradiaban un leve calor a medida que Viserys acariciaba su rostro de aquel modo lento y cariñoso. —Eso será más que suficiente para mí. —susurró. Animada por sus caricias y porque no la había rechazado anteriormente, imitó su gesto permitiendo que las yemas de sus dedos fueran memorizando el tacto de su piel.
Re: Arrival — Viserys Targaryen
Era exactamente el hecho de que ella no pretendiese nada más de lo que veía ante él lo que preocupaba a Viserys. Le creía. Y eso demostraba que la muchacha era realmente bondadosa y que había aprendido toda manera de cortesías y elegancias no únicamente como herramientas, sino que, de hecho, las sentía. Era una mujer buena y dulce. Y el mundo no tardaba demasiado en corromper a aquella clase de personas.
Se preguntaba si Diana había hecho bien en exponer a tal maravilla al mundo exterior. Sacarla del Nido de Águilas ¿para qué? ¿Para que se casara con él que no era mejor que la mayoría de los otros nobles, a pesar de su rango? Si, entendía a la madre de ella. Era una herramienta más en su jugada particular del Juego de Tronos. Y una válida. Pero bastante desagradable para Viserys. La chica Belmore era demasiado bondadosa para ser una simple herramienta más, y peor aún, de su propia madre.
Pero así era el juego. Consumía a todos por igual, sin distinciones. Tanto a nobles como a plebeyos; tanto a ángeles como a demonios.
Suspiró cuando ella correspondió el gesto de él. Genial. Ahora se moría por besarla. Sabía que no era correcto y que no debía hacerlo, que debía reprimir enteramente sus ansias pero, se preguntaba.... ¿Aguantaría hasta el día de la boda, en especial teniendo en cuenta que estarían juntos en Rocadragón? Oh si, seguro habría muchos ojos observando sus movimientos pero... ¿tan grave sería recibir un simple beso?
El beso no era el problema. El problema era lo que podía desencadenar dicho contacto. El Príncipe se conocía lo suficiente. Además, dudaba de que Priscila se lo tomase a bien.
"A la mierda, eres el Príncipe." pensó. Pero no hizo nada. Exactamente esa misma clase de pensamiento fue la que llevó a las peores atrocidades del reinado de su padre.
El joven Targaryen volvió a alejarse de ella, unos pasos más. Si. Lo mejor que podía hacer para contenerse, en ese instante, era alejarse un poco. Suspiró y entonces le dijo:
- No deseo robaros más tiempo, mi señora... Estáis demasiado cansada y seguro querréis descansar luego del largo viaje y demás. - si todo iba como lo planeado, la sirvienta de antes debía estar esperándola afuera, lista para conducirla a sus aposentos. Aunque ahora que la conocía mejor, era una tarea que Viserys mismo hubiera querido llevar a cabo.- Esta charla fue de lo más... fructífera, mi señora. Muchas gracias por compartir ésta comida conmigo. Es bueno darse cuenta de que aún existen personas que no tienen motivaciones ocultas ni nada semejante.- eso era una tontería en un hombre que tuviese que regir un territorio, como lo era Darren, el hermano de ella, pero en una mujer... En una mujer era una de las mejores cualidades que podría encontrar.
Se preguntaba si Diana había hecho bien en exponer a tal maravilla al mundo exterior. Sacarla del Nido de Águilas ¿para qué? ¿Para que se casara con él que no era mejor que la mayoría de los otros nobles, a pesar de su rango? Si, entendía a la madre de ella. Era una herramienta más en su jugada particular del Juego de Tronos. Y una válida. Pero bastante desagradable para Viserys. La chica Belmore era demasiado bondadosa para ser una simple herramienta más, y peor aún, de su propia madre.
Pero así era el juego. Consumía a todos por igual, sin distinciones. Tanto a nobles como a plebeyos; tanto a ángeles como a demonios.
Suspiró cuando ella correspondió el gesto de él. Genial. Ahora se moría por besarla. Sabía que no era correcto y que no debía hacerlo, que debía reprimir enteramente sus ansias pero, se preguntaba.... ¿Aguantaría hasta el día de la boda, en especial teniendo en cuenta que estarían juntos en Rocadragón? Oh si, seguro habría muchos ojos observando sus movimientos pero... ¿tan grave sería recibir un simple beso?
El beso no era el problema. El problema era lo que podía desencadenar dicho contacto. El Príncipe se conocía lo suficiente. Además, dudaba de que Priscila se lo tomase a bien.
"A la mierda, eres el Príncipe." pensó. Pero no hizo nada. Exactamente esa misma clase de pensamiento fue la que llevó a las peores atrocidades del reinado de su padre.
El joven Targaryen volvió a alejarse de ella, unos pasos más. Si. Lo mejor que podía hacer para contenerse, en ese instante, era alejarse un poco. Suspiró y entonces le dijo:
- No deseo robaros más tiempo, mi señora... Estáis demasiado cansada y seguro querréis descansar luego del largo viaje y demás. - si todo iba como lo planeado, la sirvienta de antes debía estar esperándola afuera, lista para conducirla a sus aposentos. Aunque ahora que la conocía mejor, era una tarea que Viserys mismo hubiera querido llevar a cabo.- Esta charla fue de lo más... fructífera, mi señora. Muchas gracias por compartir ésta comida conmigo. Es bueno darse cuenta de que aún existen personas que no tienen motivaciones ocultas ni nada semejante.- eso era una tontería en un hombre que tuviese que regir un territorio, como lo era Darren, el hermano de ella, pero en una mujer... En una mujer era una de las mejores cualidades que podría encontrar.
Viserys Targaryen
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Re: Arrival — Viserys Targaryen
Priscila había crecido protegida, lejos de un mundo que podría corromperla con una facilidad pasmosa, lejos de aquellos que podían apagar la cálida luz que parecía envolverla. Había vivido en El Valle prácticamente ajena a todo. Puede que por eso, por esa confianza ciega en todos los que la rodeaban y apreciaban, no veía la posibilidad de que fuera una pieza más en aquel juego que no terminaba de comprender, ya por falta de inteligencia, sino porque siempre la habían mantenido alejada de ello. Los ojos de Priscila, como todo en ella, eran completamente transparentes, dejando ver a cualquiera que pudiera querer prestar atención en interior de su alma. Caritativa, bien intencionada... Por eso le preocupaba haber visto la sombra de la desdicha en el rostro del príncipe y le gustaría hacer algo por mitigar el dolor del que apenas había tenido un atisbo.
Las yemas de sus dedos acariciaban con delicadeza los ángulos de su rostro, un contacto demasiado íntimo para ella comparado con la relación que había tenido anteriormente con el género masculino. Se sorprendió ansiando, en parte, aquel beso que nunca le habían dado, contradiciéndose con sus propios principios. ¿Qué imagen se llevaría el príncipe de ella? Y, más importante, ¿qué pensarían sus Dioses si fueran testigos de tal debilidad? Apenas se conocían y, por mucho que estuvieran prometidos, todavía no habían contraído matrimonio. Sus manos quedaron suspendidas en el aire unos segundos cuando Viserys la privó de su contacto, poniéndose en pie después. —Sí, será mejor que me vaya a acostar ya. Ha sido un viaje largo, como decís, y mañana nos espera un día más largo aún. —respondió. Sabía que todos los actos organizados en honor al príncipe resultarían agotadores, pero también imaginaba que se divertiría. Esperaba que la sirvienta que había llevado su capa se hubiera encargado de prepararle el baño porque no podía pensar en otra cosa que no fuera eso. —Soy yo la que debería agradecer vuestro recibimiento, alteza. —sonrió. Casi había olvidado al guardia que había quedado vigilando la puerta hasta que lo vio cuando dirigió la mirada hacia allí. Sus mejillas se sonrojaron por la vergüenza de que el hombre hubiera sido testigo de las caricias intercambiadas entre la pareja, inocentes a todas luces, pero que para ella habían sido especiales.
Como era de esperar, la sirvienta aguardaba en el pasillo, al otro lado de la puerta. Priscila se volvió hacia el príncipe, dedicándole una nueva y encantadora sonrisa. —Ha sido un honor para mí compartir este rato con vos, mi príncipe. —afirmó realizando una elegante reverencia.
Las yemas de sus dedos acariciaban con delicadeza los ángulos de su rostro, un contacto demasiado íntimo para ella comparado con la relación que había tenido anteriormente con el género masculino. Se sorprendió ansiando, en parte, aquel beso que nunca le habían dado, contradiciéndose con sus propios principios. ¿Qué imagen se llevaría el príncipe de ella? Y, más importante, ¿qué pensarían sus Dioses si fueran testigos de tal debilidad? Apenas se conocían y, por mucho que estuvieran prometidos, todavía no habían contraído matrimonio. Sus manos quedaron suspendidas en el aire unos segundos cuando Viserys la privó de su contacto, poniéndose en pie después. —Sí, será mejor que me vaya a acostar ya. Ha sido un viaje largo, como decís, y mañana nos espera un día más largo aún. —respondió. Sabía que todos los actos organizados en honor al príncipe resultarían agotadores, pero también imaginaba que se divertiría. Esperaba que la sirvienta que había llevado su capa se hubiera encargado de prepararle el baño porque no podía pensar en otra cosa que no fuera eso. —Soy yo la que debería agradecer vuestro recibimiento, alteza. —sonrió. Casi había olvidado al guardia que había quedado vigilando la puerta hasta que lo vio cuando dirigió la mirada hacia allí. Sus mejillas se sonrojaron por la vergüenza de que el hombre hubiera sido testigo de las caricias intercambiadas entre la pareja, inocentes a todas luces, pero que para ella habían sido especiales.
Como era de esperar, la sirvienta aguardaba en el pasillo, al otro lado de la puerta. Priscila se volvió hacia el príncipe, dedicándole una nueva y encantadora sonrisa. —Ha sido un honor para mí compartir este rato con vos, mi príncipe. —afirmó realizando una elegante reverencia.
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