Tras la tempestad... [Robert Baratheon]

La postura de Robert no cambió con la llegada de Stannis. Al contrario, pareció afianzar su cuerpo sobre el trono ancestral de Casa Baratheon. Manifestaba más seguridad ante la presencia de su hermano que en solitario, estableciendo un innecesario punto ante los guardias. Sus ojos rojos, inyectados en sangre de tantas noches sin paz, se fijaron en el segundo hijo de Steffon.

— Déjennos solos. Es mi hermano, maldita sea, estoy seguro en su compañía— anunció con timbre estridente, produciendo el retiro inmediato de los centinelas. No quedó claro qué mensaje buscaba manifestar entrelineas, si hacía referencia a la confianza que depositaba en su sangre o en la, aparente, incapacidad de Stannis de causar algún daño a su hermano mayor.

Aun cuando joven, Robert siempre fue un cretino con aquellos que no se hacían valer mediante la fuerza. Stannis era una de aquellas personas, metódicas y racionales. Así que no sería del todo extraño que hiciera referencia a la segunda acepción.

— Viajaré a El Nido, mañana con el alba. Prefiero dar de comer mi verga a los perros que esperar otro día. Me llevaré treinta jinetes y me mantendrás informado de cualquier movimiento extraño en nuestra tierra—. Duras como roca, las palabras de Robert hacia Stannis fueron áridas y escuetas.

No había recelo hacia su hermano, pero si podía palparse una distancia avasallante entre ambos. De no ser por sus rasgos marcados por la fuerte sangre Baratheon, difícilmente podrían reconocerse como familia. Todo se remontaba a la fría relación que fueron construyendo con el paso de los años.

Durante una parte de su infancia, Robert deseó ser más cercano a su adorado Stannis, el niño con el cual deseaba compartir desventuras e historias. Pero, tal anhelo duró tan poco como el más joven de los venados comenzó a desarrollar su carácter austero y templado. Empeoró aún más cuando comprendió las letras y el refugio que los libros proveen.

Ahora ante él se encontraba un hombre formado, rígido como ningún otro y el cual sentía un amor por el deber que escapaba absolutamente de su entendimiento. Tras cada reunión con Stannis, se preguntaba si debería intentar forjar su relación con el joven Renly. Aún era tiempo, quizás existía una oportunidad de ahogar el vacío que separaba a los Hijos de la Tormenta.

Pero, no ahora. Aquella mañana no cuestionó su vínculo con sus hermanos. No cuando una tempestad se aproximaba en el horizonte. Esa tarde, Robert no veía al niño que nunca comprendió, sino a un general de guerra que alzaría sus estandarte ante los eventos próximos.

— ¿Y por qué crees que te he llamado, Stannis?— vociferó huraño y, haciendo eco temible de su voz, expresó molestia. — No voy a confiar Bastión de Tormentas en las manos de Lomas Estermont. ¡El jodido Lomas Estermont! No, no él, tampoco su hermano. Si Elbert quiere demostrar su lealtad, deberá buscar otro camino, no arrastrarse hasta mi asiento esperando dominar las Tormentas. En mi ausencia, tú tomarás el control de nuestra familia. Harás un buen trabajo—.

Los ojos de Robert se clavaron en la expresión lacónica de Stannis, escudriñando su mirada solemne y distante. En silencio, bebió amargo hasta que la jarra de vino encontró su final. Entonces, bufó agobiado.

— Viene una guerra, Stannis. ¿Sabes eso?— anunció cansado, liberando un peso de su pecho. Se levantó del trono y caminó hacia el centro de la habitación, recogiendo uno de los largos clavos que esparció durante el arrebato que tuvo con el trofeo de cacería. — Confío en ti y sé que nuestro hogar estará seguro bajo tu vigilia. No debería ser extraño para un hombre admitir estas palabras hacia su hermano, es algo que se espera suceda de forma natural. Como saber cómo coger, ¿me entiendes? Pero, ya han pasado demasiados años y cada día se siente más extraño, creciendo como una sombra sobre mis hombros. Cuando la guerra estalle, te quiero ahí, de mi lado. Confío en ti.—.

Robert, quien observaba el vacío, separó sus labios para continuar su inesperado discurso. La quinta jarra de vino había aflojado su lengua y abierto la puerta de demonios que cada noche intentaba ahogar con vino y otras distracciones. En los ojos de Stannis encontró la mirada de su madre, Cassana, y se sintió enjuiciado por ensuciar el nombre de Casa Estermont hace unos momentos. Balbuceó un sonido incomprensible, sellando sus labios, y endureció su rostro.

— Encárgate de la comitiva, pero no ocupes demasiados hombres. Sé cuidarme. Debes resguardar nuestra tierra ahora y, por los siete infiernos, llámame Robert— añadió cortante, cerrando el umbral a la confesión anterior. Tomó la jarra de vino vacía y dejó caer el clavo en su interior, remeciéndola para llamar a la servidumbre. La intención era clara, más vino.

Stannis nunca se doblega, aun cuando los vientos soplan terribles y la tormenta arremete furiosa. Un auténtico hijo de aquel Bastión. Que no doblara la rodilla era una de las escasas cualidades que Robert reconocía en su hermano. No era ningún pusilánime y aquello era invaluable.

No obstante, Robert no recibió en gracia sus siguientes palabras. Sus labios se comprimieron en disgusto, adquiriendo un tono blanquecino y espantando a la doncella que acababa de ingresar. La muchacha ya había experimentado la cólera irracional de Lord Baratheon durante los últimos días, apresurando su corta estadía en el salón. Robert guardó silencio hasta que la soledad los volvió a unir.

Sus mejillas se inflaron antes de elevar su voz.

— No soy estúpido— remarcó con fuerza, desvinculándose del racional argumento de su hermano. — No actué durante ese condenado torneo, no cabalgué cuando me enteré que el vil Rhaegar Targaryen cruzó la línea y raptó aquello que es mío por derecho, y no tomé partido con Brandon Stark en su visita a Desembarco del Rey. El corazón de la podredumbre de los Siete Reinos debe responder y yo estoy aquí, sentado en mi fortaleza, escondido como un cobarde. Jon Arryn sabrá cómo proceder. También, allá se encuentra Eddard Stark y, Stannis, puedes comenzar a tener fe en algo, ese hombre es el más honorable que jamás he conocido. El infierno se congelará y él no traicionará su palabra. El Valle, el Norte y las Tormentas, unidos como una fuerza. ¿Es eso imprudente, hermano? Debo ir para formar una alianza, no para ser incinerado en las llamas de un Rey Loco. No me arrojaré a sus brazos, no me atraparán en mi camino y, mantén tus ojos en el horizonte, porque cabalgaré con un puñado de hombres, pero regresaré con un ejército—.

Robert caminó hacia la puerta, alcanzando al segundo hijo de Steffon. Sin observarlo, reposó su diestra sobre el hombro de Stannis. La furia visceral de sus entrañas cedió al cansancio, filtrándose como un dejo agobiado en su mirada.

— Harás un buen trabajo— reiteró solemne, retomando su marcha hacia su recámara sin voltearse a observarlo. Posiblemente, esa sería la última vez que hablara con él hasta su retorno. No le importó. Afianzar los vínculos con sus hermanos era importante, así lo hubieran querido sus padres…

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