Respiro del Muerto [Ronan Warock]

Reventando caballos llego en el último día del tiempo en que se me espera. Una capa fina de lluvia me sigue y precede, haciendo de mi, cubierto en mi capa de viaje, una masa pesada de humedad, cuero y metal. Bajar del caballo sobre el barro mojado no es nada fácil, pero agarrado a las bridas con firmeza se hace algo más manejable. Conmigo viajan tres de mis hombres, el resto quedan unos días de viaje atrás y no harán más que aguardar mi señal, para moverse o seguir esperando. Mientras tanto tienen un campamento que formar, así que no se aburrirán cuando lleguen a mi altura.

Escucho a Dientegris mascullar sobre el clima mientras me deshago de la capa de viaje y la enrollo en un fardo que acomodo sobre el caballo, para recuperar otra de abrigo en su lugar. Dientegris casi siempre acompaña la palabra de un "puto", parece que no sabe vivir sin ella. A su lado su hermano, idéntico a el, sonríe y le golpea la espalda animoso mientras recoge su espada y escudo del animal de carga. —Gran Tom, tu asegúrate de que los caballos no se caen muertos aquí mismo— me dirijo al más grande de ellos, a quien por razones obvias debe su apodo. —Busca las cuadras, que los refresquen y luego te nos unes— le lanzo una moneda, para que se encargue de pagar al mozo de cuadra. Luego me adentro en la posada seguido de los gemelos.

No busco hacer ruido ni llamar la atención, pero indudablemente nuestra indumentaria habla por nosotros solos. Capas de abrigo de oso, cuero, malla y armas. Metal resonando contra metal, a medida que nos acercamos a la barra. Por debajo de la capa, aun visto el viejo jubón de mi casa, cuadros negros y rojos, sobre los que se enarbolan las hachas y la calavera. Estoy un poco cansado del viaje, no mentiré, pero cuanto antes sepa de que va este asunto, antes me sentiré mejor. Los hermanos murmuran a mis espaldas mirando el local. Pido cerveza y unos platos calientes, pan y queso, para cuatro. —Iros a sentaros por allí, cerca del fuego, que ahora nos llevan de comer.—

Solo cuando han obedecido, me giro de nuevo hacia el tabernero y hablo en más confianza. Entre el y yo, no tiene porque escucharnos nadie más. Apoyo el peso de mi cuerpo sobre mi codo, y acerco mi cara a la del tipo. —Estoy buscando a un hombre. Ha debido llegar por aquí hace unos días— ni siquiera se como se habrá presentado el, pero dado el misterio de la cara, asumo que no habrá ido de pompa y boato y lo único que se seguro, es lo que se habla en el camino real. —Es un Lord, que se hace acompañar de caballeros.— Lo que que acompaña a una comitiva de hermanas silenciosas me lo guardo, porque no me veo a la Mano del Rey, entrando con un muerto en una taberna. Seguro que eso sería para oírlo.

¿Adulador u hombre sincero? No se apreciar la diferencia, pero desde luego la Mano del Rey sabe como hacer una presentación. Estoy viendo al hombre correcto, al que conocia solo de vista y oidas, pero por aquel entonces no llevaba un broche con tanto poder. Me llevo un puño al pecho y pronuncio el lema de mi casa en señal de reconocimiento a sus palabras. —Hueso y Acero—

Espero que no sea uno de esos hombres importantes a los que se les sube a la cabeza las ganas de mandar, aunque a mí, mientras me pague poco va a importarme el como quiera tratarme, si de perro de caza o de antiguo lord. He tenido patrones variopintos, y el tiempo es quien los pone en su lugar... bueno eso, y una daga en la oscuridad, aunque no sea yo quien la empuñe.

—No es tarea sencilla movilizar a la pandilla— sonrío comedido, yendo a su lado. Puede que el ya me haya anunciado, pero yo quiero que se siga sin saber a cuantos a pesar de que el ya lo sepa. Las noticias en las tabernas corren más largo que la meada de una burra. Tome asiento, haciendo un gesto a los gemelos para que se quedaran en la suya.  

—He reventado un par de caballos, solo para estar aquí mi lord— digo en confianza, tomando la jarra de vino para servirme en la copa que me acerca el tabernero. —Cuando la mano llama, el cuerpo acude.— Al menos para que el oido preste atención y la cabeza piense si le interesa o no la propuesta. Aunque ya mejor me dejo de rollos, siempre me ha gustado ir al grano.

Apuro el trago, que no es mucho y os miro con atenció, cruzando los brazos por delante mía sobre la mesa. —Vos direís de que se trata, llevaís mucho hierro detrás para un paseo campestre— digo haciendo incapie en mi compañia. No creo que mis hombres estuviesen de acuerdo en volver sobre sus pasos y los bolsillos vacios.

El problema con mantener a los hombres a ciegas es que a la hora de improvisar no se sabe que se puede esperar de ellos. Por eso la respuesta de la mano del Rey me es insuficiente. Como si no se fiara de mi, tampoco se lo voy a negar, porque yo mismo soy un poco paranoico con los desconocidos, pero si me quiere como su perro de presa, necesito saber que puede esperar que haga.

—Mire su excelencia— comienzo procurando no faltar el respeto a su nuevo rango —voy a necesitar más que eso, para seguir adelante. No es que no me guste la idea de servirle. Habría que ser idiota para no ver la oportunidad que ofrece— más que oro, la oportunidad de reputación y subir en la escala de patrones que podrían requerir de mi presencia en sus tierras.

Pero no voy a meterme en la boca de un animal herido, como son las tierras de los Ríos donde moran los Mallister, ahora que estos tiempos se están volviendo oscuros. No sin saber de que lado esta Hoster Tully, que por lo que he oído quería casar a una de sus hijas con Brandon Stark, y ese es un lobo que ha salido esquilado cuando ha intentado morder más de lo que dentellada tenía.

—Si me dice que variables tenía en mente, podemos ir pensando maneras de hacerlas viables, en vez de improvisar sobre la marcha.— voy directo a la cuestión, sin tomar más pausas. —No le hago ascos a casi nada, Lord Florent. No tiene porque guardarse dentro ni lo escabroso, ni lo deshonroso— digo más bajo. Nunca es fácil hacerle ver a un noble que puede dar ordenes que a otros ni se les ocurrirían, que no son ellos quienes lo hacen, sino yo y mis hombres. —Usted ordena y yo lo ejecuto— resumo.

Doy un largo silbido y no es para menos. Los objetivos que me marca no son moco de pavo y dudo que pueda cumplir con ambos a la vez, por la gran distancia a cubrir entre ambos. Aunque por supuesto la cantidad que me acaba de ofrecer cubre con sobrada eficacia los gastos de reclutamiento, armamento y viandas que voy a necesitar para tamaña empresa.

Sin embargo necesito de una explicación más clara, porque socavar a mi me suena a “asaltar caravanas” y no me gusta esa expresión. Aunque siendo una acción preventiva de guerra, no estaría manchando mi honor. — Puede hacerse mi lord— digo apoyando el peso de mis manos sobre la mesa. Con ataques relámpagos en varios puntos, que creen caos entre el enemigo.

Aunque por supuesto eso me va a poner en una posición peligrosa. No quiero ser confundido con un vulgar bandido como tantos a los que he dado caza, y desde luego el oro no es lo único que busco cosechar con esta empresa. No todos los días se tiene delante a la Mano del Rey.

— No es oro todo lo que me interesa, mi lord— Hago saber, si bien no puedo reclamar mis tierras, seguro que hay otros terruños que la corona puede proveerme en un futuro. Incluso tierras de mis primos, que se no se están organizando bien. No me importa decir que tengo ambición y que esta consiste en alzarme de nuevo. Después de todo, si lo que se avecina es una guerra, los que hagan merito no tendrán que vivir de migajas.

—Se hará como veáis mi lord, pero recordad que ningún hombre del lecho os daría la confianza de mi silencio— digo haciéndome valer. El compararme con uno de los muertos de hambre del lecho de pulgas me ha molestado, apenas un arañazo en la armadura, pero no consiento que las palabras se fijen sin esperar una respuesta. Cuando se compra mi mano, se compra calidad. Puedo ser un perro de presa, pero no muerdo la mano del que me da comer, a menos que me trate a patadas. Que lo tenga presente.

—Marchad delante pues— hablo en referencia al hombre que ha sido incapaz de mostrar no tener interés por nuestra conversación. Alester le salva la vida al conseguir intimidarlo y mandarlo lejos. De ser yo, le habría enviado a mis gemelos para deshacernos de el en un callejón tranquilo. Es lo malo de las tabernas, cualquier oído indiscreto puede estar al acecho, más en conversaciones como estas.

Alester sigue hablando con metaforas y palabras ciertas. No es nada a lo que deba contestar así que asiento en silencio y aparto mi silla para ponerme en pie. Así salgamos de una vez y nos encaminemos a nuestro destino. Mis hombres se nos unen fuera y doy ordenes rápidas a ellos, antes de montar a caballo presto a seguir las indicaciones de la Mano del Rey.

Uno de mis hombres llevara mi palabra a los Portadores, los gemelos me seguirán a mi. Son mis guardaespaldas y amigos; Con ellos, conmigo y sus hombres, Alester esta más que protegido.