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El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
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El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
La hospitalidad de Piedra de Runas era más que aceptable. Aquel era el pensamiento que cruzaba la mente del joven mientras paseaba por las murallas de la fortaleza de los Royce, al abrigo de su oscura capa de viaje y de la mañana, aprovechando antes de que el sol imponga su calor y los insectos su presencia. Era el momento del canto de los pájaros. Había llegado el día anterior y la cena que le ofreció el Lord estuvo a la altura de sus modales y solemnidad. Petyr venía de Puerto Gaviota y aunque en la urbe, como en otros sitios del Valle, los nobles eran austeros y transparentes, en ese castillo que recorría ahora todo eso parecía exagerarse, envolviéndolo todo con un aroma ancestral. Esa esencia le entró por la nariz, invasiva, hasta alcanzar su pecho con el recuero del acero de Stark.
De frases cortas, silencios evaluadores y mirada profunda, aquella gravedad y cortesía gélida le resultaban familiares a Meñique. Así era como se desenvolvía Lord Yor, un hombre curtido en la guerra y un líder de soldados... alguien que a pesar de que no comprendía como un Heredero de los Dedos podía no ostentar ni optar a un título de caballero, no se molestaba en destacarlo. Le bastaba con mostrar una expresión en su rostro y ofrecer más comida. El Recaudador llegó a la conclusión de que ese hombre no tenía mucho interés en lo que ocurriera en el Nido de Águilas y que las preguntas que le había formulado habían sido por gentileza. Sus hijos parecen callar y acatar, muy centrados, al menos en público. No sabría decir quien de los tres Royce se habría levantado el primero aquella mañana para acatar sus responsabilidades, ya fueran auto impuestas o no.
Apoyó los brazos sobre la piedra y se inclinó hacia el exterior, mirando las copas de los árboles del bosque de dioses, al pie la fortaleza. ¿Donde estaría la lealtad de esta gente? Parecían impasibles en su madriguera y las cuestiones de tributos que servían como coartada para su visita no había manera de hacerlas relevantes: el honor que exhibían les podría llevar hasta a pagar los impuestos por adelantado. Inconscientemente, trató de imitar el sonido de las pequeñas aves que revoloteaban unos metros más abajo.
Re: El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
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Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
La llegada de Petyr Baelish a Piedra de las Runas había sido anticipada con varios días de antelación. Un cuervo proveniente del Nido de Águilas había avisado que el nuevo recaudador de —valga la redundancia— nuevo Señor del Valle estaría próximo a visitar la casa de los Royce. Ysilla conocía lo suficiente a su padre como para saber que a él no le agradaba la llegada del joven Baelish. No estaba segura si era porque el muchacho era un Baelish o por el mero hecho de que era alguien de confianza de los Belmore. Algo en su interior la hacía sospechar que era la segunda.
El recibimiento fue hecho a la altura de los Royce. Como Señora de su casa la joven se dedicó a observar que todo estuviera perfecto, pues lo último que deseaba era que el joven Baelish fuera con una mala imagen de su familia ante Lord Belmore. Los estándares de la Casa estaban perfectamente bordados y alineados, no había rastro de polvo en ninguna mesa o ventana pues había sido exigente con las sirvientas en que dejaran todo reluciente. No estuvo complacida hasta que cada copa, cubiertos, floreros y demás no mostrasen su reluciente reflejo en ellos. Ysilla no se tomaba las cosas a la ligera, era exigente. Y si algún miembro del servicio de la fortaleza no hacía lo que se le había ordenado... digamos que posiblemente el destino junto al Desconocido era mucho mejor que la ira de la más joven de los Royce.
Al recién llegado se le atendió con elegancia, y aunque a decir verdad a la muchacha le hubiera gustado que su padre interactuara más con él y le preguntase más sobre el nuevo Señor, agradecía a los Dioses el que su padre mantuviera la compostura y no mostrase abiertamente cuanto le irritaba la presencia de un aliado de los Belmore. Puesto a que su padre no estaba próximo a hacer algo para ganarse el favor del nuevo Señor y su familia, Ysilla entonces intervendría. Tenía sus propias ambiciones, y entre ellas se encontraba ser la próxima Señora del Valle. Y lo iba a conseguir a como de lugar.
Y qué mejor oportunidad que teniendo en su hogar al nuevo recolector del Valle.
Se levantó temprano y se fue en la búsqueda del joven Baelish. Una de sus sirvientas le había comentado que el joven había sido visto vagando por alguno de los pasillos de la fortaleza. Con una expresión de determinación en su rostro y sus cabellos castaños cayendo hasta más abajo de su cintura, Ysilla se fue a encontrarlo. Estaba segura de que su padre volvería a reprenderla y a decirle que sus deseos estaban fuera de su alcance. Aun no podía comprender el por qué. Yor Royce jamás le había negado nada, y ahora, cuando su ambición podía ayudar a su familia, su padre se negaba. E incluso Yhon. Ninguno de los dos estaba de acuerdo con su capricho. ¡Pretendían buscar a otra persona para que fuera su marido! Se obligó a mantener el semblante relajado aunque deseó apretar sus puños y chillar de indignación. ¡Quien mejor que ella para ser la Señora del Valle!
Encontró a lo lejos al Baelish. Parecía ser que éste observaba el bosque de los dioses al pie de la fortaleza. Aquel espacio cubierto de árboles era uno de los lugares predilectos de su madre, según su padre. No estaba segura si era verdad pues no la recordaba; había muerto cuando ella era solo una niña de cuatro días del nombre. —Lord Petyr,— le saludó con cortesía. No sabía como llamar al joven frente a ella, pues a pesar de ser el heredero de Los Dedos él no contaba con un título de Ser. Tampoco podía llamarle Lord al no ser el Señor de su casa y decirle simplemente "Petyr" se le antojaba de mal gusto. —Espero que vos haya descansado bien en vuestros aposentos. Me esforcé porque todo estuviera en perfecto orden para vuestra llegada.— comenzó con voz suave y amigable. Aquella era la Ysilla que se presentaba ante sus amigas y demás personas que llegaban a Piedra de las Runas. Jamás mostraba su rostro arrogante y caprichoso, esos solo lo conocían su padre y hermano. —Anoche no os pude preguntar, pero, ¿cómo se encuentra vuestra familia?—
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Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
Los pájaros no le aceptaron como uno de los suyos: apenas un momento les bastó para saber que sus silbidos eran simulados y no llegaron a reaccionar con ningún trino. Debía de conformarse con el instante ese en el que se voltearon tensos, con sus negros e inexpresivos ojos, como pozos de oscuridad, dispuestos a desenmascararle. En unos segundos ya le habrían olvidados y él escuchó el reclamo de los de su especie, la cantarina voz femenina entonando su nombre. Se giró despacio y una vez establecido el contacto visual con su anfitriona, entonces dejó que sus rasgos se agudizaran, esgrimiendo una sonrisa ladeada y dejando reír a sus propios ojos con el tipo de brillo que carecían las aves menores.
—Lady Ysilla, me honráis de veras con vuestras dulces atenciones —respondió acompañando las palabras con un movimiento de su capa, un gesto que se acercó a una inclinación— el colchón de plumas era cómodo y el baño caliente resultó reparador. ¿Fue idea vuestra el mandar el pan y la sal a la habitación antes de la cena? —preguntó entonces, sabiendo que ese era un gesto sagrado de hospitalidad. Petyr se encontró esa ofrenda antes de la cena. Ladeó la cabeza tras la pregunta y le escudriñó con una mirada muy alejada del frío escrutinio al que le había sometido a él mismo Lord Jor, pues buscaba algo de complicidad.
Así que ella era la responsable, en la sombra, de la organización del servicio y el castillo ante la visita. La presentación de la dama el día anterior había sido breve y formal, un protocolo más antes de sentarse a la mesa. Meñique se había sentado el padre y el hermano, y ello lo había hecho con un grupo de doncellas. Por ello no pudo preguntar por su familia, como hacía en aquel momento.
—Mis padres están bien, gracias —asintió con la cabeza. La posición de los Baelish era un poco mejor que antes de la guerra, ya no tenían que vivir como pobres cocinando huevos de gaviota y sopa de algas. Al acabar el invierno, su padre estaba mejor de la gota o al menos eso decía él— me temo que ya se han habituado a no verme por casa —añadió con una sonrisa juguetona. El hijo de Perceval servía habitualmente en el Nido de Águilas pero también visitaba Puerto Gaviota y Desembarco del Rey cuando le correspondía, como seguro que imaginaba Ysilla. Lo que quizás no sabía era que antes fue pupilo en Aguasdulces y que, por lo tanto, tenía poco arraigado el hogar.
Quiso añadir algo más, pero prefirió esperar a que le dijera sobre el pan y la sal. Suponía que le llevaría ante su padre para orar o algo parecido. Se imaginaba a Lord Royce como alguien sujeto a la religión y no eran pocas las fortalezas en las que los Señores empezaban el día pidiendo la guía de los Dioses, ya fueran los nuevos o los antiguos. Controló la expectación para que no le devorara por dentro.
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Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
Desde muy joven le habían enseñado a atender a los huéspedes de Piedra de las Runas con elegancia y tacto. Los mejores tratos debían ser para aquellos que llegaban a la fortaleza, ya fuera de visitas amistosas o por cuestiones políticas, como sospechaba que era la presencia del joven frente a ella. Ysilla era la persona más exigente en todos los aspectos del mantenimiento de la casa que existiera en el Valle. Y sin embargo, ella había olvidado por completo enviar algún tipo de aperitivo antes de la cena al Baelish. "Sin duda alguna tuvo que haber sido una de las criadas que lo recordó," pensó, manteniendo la compostura para no dejar a entrever que ella no había tenido nada que ver en ello. —Me alegra que vuestra habitación haya sido de vuestro agrado,— comenzó. —Pensé que vos agradecería algo antes de la cena. Es solo un gesto para que vos se sintiese cómodo con vuestra llegada a Piedra de las Runas.— La mentira rodó por su lengua con tranquilidad. No era la primera vez que se achacaba el crédito de otra persona.
Y ciertamente tampoco sería la última.
—Gracias a los Siete que vuestros padres están bien. Creo que la última vez que vi a Lord Baelish fue...— "en una celebración de los Arryn en el Nido de Águilas." Aquellas palabras sin duda alguna no podría decirlas. El nombre de los antiguos Señores del Valle era casi un tabú durante aquellos días. Ysilla imaginó que eso ocurría cuando había un cambio de mando en el vasallaje; pensó que así debió haber sido cuando Orys Baratheon se hizo con Tierra de las Tormentas luego del largo linaje de los Durrandon. Sonrió de lado. —No importa, fue hace tanto tiempo que probablemente no recuerde bien la fecha,— finalizó con toda la educación que pudo manifestar. Había estado a punto de meter la pata y mencionar a los Arryn frente al nuevo recolector de Lord Belmore, y algo dentro de ella le decía que tal vez aquella movida habría sido una barrabasada.
Asintió lentamente. —Pero imagino que vuestros padres han de estar sumamente orgullosos por vos, mi lord. En tan corta edad ha logrado llegar a tan honorable posición. Estoy segura que vos ha de ser el mayor de los orgullos de Lord Baelish.— No estaba segura, pero daba igual. Los padres eran padres, así que aquellas palabras debían de tener algún tipo de verdad dentro de ellas.
Faltaban un par de minutos para que su padre saliera de sus aposentos para sus plegarias diarias. Lo Royce eran conocidos por su apego a la fe de los Siete y por tener ese estilo de vida tan honorable y apegado a las viejas costumbres. —Pronto comenzarán las plegarias mañaneras, pero mientras tanto, ¿vos gusta de acompañarme a un paseo?— preguntó, esperanzada de que aceptara. Deseaba preguntarle algunas cosas sobre los Belmore, especialmente sobre el nuevo señor.
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Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
Sus sospechas parecieron confirmarse: la joven Lady tenía que haber estado detrás de aquel detalle de hospitalidad que venía a posicionarle, simbólicamente, bajo la protección de sus anfitriones, mientras durara la visita. Una visita que no se prolongaría un día más, pues sus hombres empezarían a preparar a los caballos y la carreta en cuanto desayunaran. No iba acompañado de relucientes caballeros honorables sino de soldados buscavidas que habían compartido servicio con su padre en las Tierras de las Discordia, así como de los hijos de éstos. Le parecía divertido que los hombres de Royce miraran a los suyos de una manera parecida a la que el propio Lord le dedicaba a Petyr.
—La memoria es bastante traicionera, no os fiéis de ella —bromeó el Baelish aunque su sonrisa que ahora sí que parecía ocultar algo, venenosa, demostrando que comprendía el lapsus que había tenido su acompañante. Para él no suponía problema alguno nombrar a los Arryn: ya hubieran sido unos traidores o no, ya estaban muertos y no se sentía responsable de nada de los que ocurrió con ellos— espero que no empiece a fallarle a mi señor padre o su orgullo se desvanecerá —rió con mesura pero sin fingimiento, imaginando a su padre envejecido y perdiendo sus recuerdos. Aún se acordaba con que palabras le había recibido en Los Dedos tras su paso por Aguasdulces: “Que venga aquí a pelarme este huevo de gaviota mientras me explica porque se le ocurrió retar a un chico que le sacaba dos cabezas y aún más años”. Los comentarios de Perceval siempre parecían buscar ridiculizarle, ya fuera en su duelo con Brandon Stark o su pretensión de casarse con una Tully, aunque en sus ojos no podía ocultar cierto orgullo por la osadía demostrada. Pero un cargo para la Corona no era algo que valorara su padre.
Meñique no disimuló el aburrimiento que le causaba la idea de los rezos. Los Dioses nunca le dieron nada, motivo suficiente para darles la espalda y buscarse la vida por sí mismo. Pero si debía de mostrarse pío, lo haría, al menos mientras le favoreciera esa pose.
—Por supuesto que acepto, no me importaría visitar esos árboles —admite, sabiendo que ella había irrumpido cuando observaba el Bosque de Dioses y era tontería negar el interés que despertaban. Con un movimiento ágil, similar a un truco de prestidigitación, volvió a jugar con su capa de manera terminó por ofrecerle el brazo por si se quisiera asir de él y así empezar el paseo— en Los Dedos teníamos un ermitaño, un hombre que se fue a vivir a una cueva para en esa soledad estar más cerca de los dioses. No creo que ningún hombre haya rezado más que él —le informó de aquello con intención de iniciar una conversación así, para empezar el camino— no sé si habréis conocido a alguien que sea tan religioso... —tanteó, esperando su respuesta. Aquel podría ser un buen inicio para una charla que terminara en algo interesante sobre los Royce, aunque fuera para él y no para sus superiores. La religión tiene una facilidad pasmosa para mutar en política.
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[quote="Ysilla Royce"]
—Cierto,— respondió ante el comentario de la memoria, una sonrisa incomoda mostrándose en sus rosados labios. Se pateó mentalmente por aquel descuido. "Una simpleza como esa, escuchada por oídos extraños, podría provocar el fin de todo." Quizás sonaba como una exageración, como algo totalmente estúpido por el cuál morir, sin embargo, Ysilla recordaba perfectamente cuan demente era el dragón del sur. Aquel que había asesinado a Lord Stark y a dos o tres jóvenes por haber ido a reclamar a la doncella lobo. Para la doncella era bastante coherente pensar que la sola mención de una familia traidora sería capaz de provocar la furia de alguien como el Rey.
Por cosas más tontas personas habían visto rodar sus cabezas.
—Rogaré a los Siete porque algo así no suceda,— la realidad era que no le importaba en lo más mínimo si Lord Baelish perdía o no la memoria, pero debía mantener aquella façade de doncella aduladora de dioses y preocupada por sus alrededores. Ysilla se preocupaba por su familia; todo lo que sucediera a su alrededor le importaba muy poco. Lo importante para ella era que su familia continuara con su poder e influencia sobe el Valle. —Creo que una de las doncellas de la fortaleza conoce de algunos remedios para mejorar la memoria, mi lord. Si os soy franca, no recuerdo si tenía que ver con un te de alguna especie. Luego le preguntaré y os informaré para que vos lo utilicéis con vuestro padre.—
Le tomó del brazo y comenzó a caminar al paso del muchacho, dirigiéndose al bosque de los dioses de Piedra de las Runas. —¿Un ermitaño?— preguntó interesada cuando él comenzó con la corta historia. Ysilla ladeo su cabeza. —Mi padre es devoto de los dioses y siempre comienza su día con sus plegarias,— suspiró. Ella creía en los Siete, pero era más bien una costumbre no porque realmente creyera en ellos. En varias ocasiones se había descubierto aburrida mientras se encontraba junto a su familia rogándole a los Siete. —Pero me dicen que mi madre sí lo era. Rezaba a los Siete una o dos veces al día, y por ello su lugar predilecto era este bosque.— Lady Royce había muerto a los cuatro años de haber nacido Ysillla; unas fiebres y un aborto espontáneo la habían empujado a los brazos del Desconocido. Desde aquel entonces, Lord Yor no había vuelto a contraer nupcias. —No estoy segura de esos detalles pues murió cuando yo aún era una niña, pero imagino que es cierto. Mi padre me lo ha dicho.— Y Yor Royce no iba con mentiras. Ante aquel tema Ysilla aprovechó para traer el tema que tanto le estaba carcomiendo la mente. —He escuchado que hay un bosque así de hermoso en la Casa de los Belmore en Rapsodia, pero si os soy sincera, nunca he ido al asentamiento Belmore. ¿Es cierto?— preguntó manteniendo su voz desinteresada. —Si es así, imagino que Lord Belmore habrá de sentirse extraño en el Nido de Águilas, pues a pesar de ser una estructura hermosa, no cuenta con un bosque como estos.— Ysilla no entendía cuál era la fascinación de los Arryn de vivir tan arriba. Imaginó que todo se debía a algún tipo de ventaja militar.
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—Cierto,— respondió ante el comentario de la memoria, una sonrisa incomoda mostrándose en sus rosados labios. Se pateó mentalmente por aquel descuido. "Una simpleza como esa, escuchada por oídos extraños, podría provocar el fin de todo." Quizás sonaba como una exageración, como algo totalmente estúpido por el cuál morir, sin embargo, Ysilla recordaba perfectamente cuan demente era el dragón del sur. Aquel que había asesinado a Lord Stark y a dos o tres jóvenes por haber ido a reclamar a la doncella lobo. Para la doncella era bastante coherente pensar que la sola mención de una familia traidora sería capaz de provocar la furia de alguien como el Rey.
Por cosas más tontas personas habían visto rodar sus cabezas.
—Rogaré a los Siete porque algo así no suceda,— la realidad era que no le importaba en lo más mínimo si Lord Baelish perdía o no la memoria, pero debía mantener aquella façade de doncella aduladora de dioses y preocupada por sus alrededores. Ysilla se preocupaba por su familia; todo lo que sucediera a su alrededor le importaba muy poco. Lo importante para ella era que su familia continuara con su poder e influencia sobe el Valle. —Creo que una de las doncellas de la fortaleza conoce de algunos remedios para mejorar la memoria, mi lord. Si os soy franca, no recuerdo si tenía que ver con un te de alguna especie. Luego le preguntaré y os informaré para que vos lo utilicéis con vuestro padre.—
Le tomó del brazo y comenzó a caminar al paso del muchacho, dirigiéndose al bosque de los dioses de Piedra de las Runas. —¿Un ermitaño?— preguntó interesada cuando él comenzó con la corta historia. Ysilla ladeo su cabeza. —Mi padre es devoto de los dioses y siempre comienza su día con sus plegarias,— suspiró. Ella creía en los Siete, pero era más bien una costumbre no porque realmente creyera en ellos. En varias ocasiones se había descubierto aburrida mientras se encontraba junto a su familia rogándole a los Siete. —Pero me dicen que mi madre sí lo era. Rezaba a los Siete una o dos veces al día, y por ello su lugar predilecto era este bosque.— Lady Royce había muerto a los cuatro años de haber nacido Ysillla; unas fiebres y un aborto espontáneo la habían empujado a los brazos del Desconocido. Desde aquel entonces, Lord Yor no había vuelto a contraer nupcias. —No estoy segura de esos detalles pues murió cuando yo aún era una niña, pero imagino que es cierto. Mi padre me lo ha dicho.— Y Yor Royce no iba con mentiras. Ante aquel tema Ysilla aprovechó para traer el tema que tanto le estaba carcomiendo la mente. —He escuchado que hay un bosque así de hermoso en la Casa de los Belmore en Rapsodia, pero si os soy sincera, nunca he ido al asentamiento Belmore. ¿Es cierto?— preguntó manteniendo su voz desinteresada. —Si es así, imagino que Lord Belmore habrá de sentirse extraño en el Nido de Águilas, pues a pesar de ser una estructura hermosa, no cuenta con un bosque como estos.— Ysilla no entendía cuál era la fascinación de los Arryn de vivir tan arriba. Imaginó que todo se debía a algún tipo de ventaja militar.
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El Heredero de los Dedos no quiso entretenerse mucho más en lo concerniente a la memoria, ya fuera por la joven Royce o por su propio padre. Además, no iba a darle ninguna importancia a aquello, de modo que lo que mejor podría hacer sería cerrar el tema de la mejor manera posible.
—Como huésped, agradecería ese bebedizo como regalo en el momento de mi partida —declaró invocando una vez más las sagradas leyes de la hospitalidad. Era de los mejores anfitriones el ofrecer regalos a sus invitados en el momento de la despedida y para muchos señores un enigma el encontrar el objeto a entregar, que no resultase austero ni excesivo. Meñique le daba este problema por resuelto de esta manera tan práctica. También era tradicional devolver esta entrega, pero él no lo haría.
Caminó con desenvoltura junto a la dama, aunque ella parecía aún moverse con mayor fluidez y naturalidad asida de su brazo. Petyr había sido habitante del hogar de los Tully durante muchos años y conocía a la perfección las maneras cortesanas, si bien ahora los otrora Señores de Aguasdulces eran declarados tan traidores como los mismos Arryn. Pero la fallida conjura de los rebeldes no suponía más que un exceso de ambición y deslealtad: el joven recordaba mucho de aquellos días como pupilo y sospechaba que siempre los tendría en su mente. Incluso cuando Ysilla le exponía la falta de su madre y la devoción de sus progenitores, él viajaba hacia los jardines que rodeaban el septo de Aguasdulces, aquellos que decían que eran cuidados por lady Minisa, la misma que se comenta que con su muerte se llevó parte de la vida de Lord Hoster. Parecía que los honorables señores se oscurecían al enviudar, aferrándose a sus hijos y su fe. La mención a Rapsodia le hizo regresar, poco a poco, como si viajara de regreso al Valle por el Camino Alto.
—Los árboles crecen fuertes en aquellas montañas, más silvestres que los de aquí, entre rios y lagos —le explica, pues él sí que había estado allí. Célebre fue su paso por aquel asentamiento el invierno pasado, cuando le ofreció a los Belmore los salvajes capurados por los hombres de su padre e iniciando así la cadena de acontecimientos que acabó con las invasiones de los clanes. La autoridad con la que ganaron esa batalla le brindó la autoridad moral como Guardianes del Oriente y curiosamente fue con un recurso brindando por Los Dedos— una buena tierra para la caza —sentencia y se detiene para observar el rostro de la Royce, para intentar atisbar su primera reacción ante la pregunta que le iba a lanzar— ¿Vuestro padre y vuestro hermano salen a cazar a menudo? Se dice que el señor ha de practicar el arte de la caza para conocer su territorio mejor que el enemigo y para ser capaz de defender a sus súbditos. Abandonar el Nido lleva a ausentarse durante más tiempo del deseable, por lo que invita a la reclusión y al aislamiento —descender y ascender, sobretodo después de una gran actividad, la Lanza del Gigante era algo agotador. Petyr, de hecho, muchas veces pernoctaba en las Puertas de la Luna antes y después de los viajes— pero la altura ofrece perspectiva y estoy seguro de que nuestro Lord ya comprende que no se cazan con las mismas armas a la cierva que al zorro —termina, amagando una sonrisa. No era igual cazar a un animal que a otro, aunque de momento desconocía cuales serían, si las hubiera, las presas en Piedra de las Runas.
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Asintió, sonriente. Tenía exactamente un día para encontrar a la doncella que le había mencionado lo del brebaje. Ysilla no se recordaba quién era, pero algo se inventaría. No podría permitir no cumplir con su regalo; aquello pondría a la Casa Royce como una que no cumplía con sus promesas.
Y los Royce siempre cumplían.
—Me encargaré de entregársela a vos personalmente,— y no dijo nada más del asunto. Ya algo vendría a su mente para salir de aquel embrollo en el que se había metido.
Escuchó la descripción de Rapsodia con atención, forzando su inquieta mente a imaginar el lugar. No era tan dificil. Solo bastaba con quitar dos o tres cosas de Piedra de las Runas para incluir lo que Petyr mencionaba que sí poseía Rapsodia. Al final del día, las tierras debían ser un poco parecidas, ¿no? Eran iluminadas por el mismo sol enfriadas por la misma luna, y gobernadas por los mismos hombres descendientes de los ándalos. —Se escucha como un lugar interesante.— Antiguamente no había sentido ningún tipo de interés por aquellas tierras, pero el mundo cambia y así ocurre con las personas.
Asintió, sin ningún tipo de reparo. —Sí, mi padre es un gran cazador, y Yhon ha aprendido mucho de él. Son muy buenos arqueros y jinetes.— Continuó caminando, su rostro esta vez mostrando el orgullo de tener una familia tan grandiosa como la suya. —Inclusive me enseñaron como cabalgar,— añadió, orgullosa. —Padre conoce todas sus tierras como a la palma de su mano. No hay lugar en Piedra de las Runas que él no conozca,— O eso era lo que decía Yor cuando ella era pequeña y la sentaba sobre su regazo.
La mención de Lord captó su atención. —Imagino que no debe ser igual,— desconocía por completo del tema de las cacerías pues si bien le habían enseñado a montar eso no significaba que le fuera permitido cazar. —Igual nuestro Señor debe tener la más hermosa de las vistas desde allá arriba. Vos debéis sentiros dichoso, habéis podido subir hasta allá y ver todo. Dime, ¿vos habéis podido ver un poco más allá de las Montañas? ¿Hace mucho frío allá?— Quizás podría enviarle algún detalle al Lord más adelante y así mostrar su nombre ante Lord Belmore.
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Re: El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
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Un gesto de una sonrisa fugaz bastó para aceptar los términos de aquel regalo. No sabía cuando se lo entregaría a su padre, pero siempre podría guardarlo en su despacho de El Nido. Quizás en la próxima luna o la siguiente visitaría Hogar y con ello podría seguir al norte hacia Los Dedos. Esa costa pedregosa que era el lugar donde nació tenía muy poco en común con las tierras de los Belmore y de los Royce, de la misma forma que la torre en la que vivía Lord Baelish era, como mucho, una décima parte de las fortalezas de aquellas Casas. Por suerte él no tenía apenas vínculo con ese lugar, si bien al marcharse de pequeño sufrió, ahora sufriría si tuviera que vivir allí.
Tras responder la dama sobre la caza en Piedra de las Runas, Petyr quiso continuar con el paseo. Era tal y como suponía. Estos nobles seguro que practicaban ese deporte para el conocimiento de sus tierras, y para aumentar su prestigio entre sus soldados y sirvientes al traer las piezas de caza, especialmente las más grande. Había escuchado historias en Desembarco del Rey sobre la fama del Lord Mano como cazador, astuto precisamente como el zorro que era su emblema. Esa pequeña pieza era un gran desafío, sobretodo para las mentes más despiertas. Meñique admiraba esas obras, lejos de la opulencia de los jabalís y venados. No añadió nada más a ese respecto pues seguramente ya lo había dicho todo. Estaban ya en la entrada de aquel pequeño bosque en el que los insectos empezaban a despertar y los pequeños seres emplumados acechaban para comérselos.
—Yo no tengo gran pasión por alzarme sobre la grupa de esas bestias —reveló lo que no sería un gran secreto, teniendo en cuenta su no afiliación a la caballería. Los caballeros del Valle domaban a sus monturas de la misma manera que lo hacían por sus pasiones: serios, honorables y obedientes. Él había tenido que domar su pasión con humillación y golpes, mas no tenía pensado el sujetarse a ningún código— pero si tengo que viajar lo hago. Llegas antes —explica con simpleza, práctico.
Entraron en el bosquecillo, sumergiéndose en una atmósfera vegetal. El silencio de se parecía extender a su paso como si fuera una sombra que les persiguiera. Aquellos pequeños seres, discretos, seguro que pensaban que el silencio era su fortaleza. ¿Donde quedan los cantos y trinos de chicharras y aves? Pensarían que el la música estaba su poder, sobretodo de seducción en aquella época primaveral. Ellos, los humanos, tampoco eran tan diferentes. Sólo que entre aquellos árboles, de momento, no había miedo que les hiciera callar. Sólo eran sus propios enemigos, con el reflejo de sí mismos que dejaban en sus palabras. Tanto el uno como la otra.
—He visto el Valle desde todos los puntos y multitud de veces, salvo desde el mar —explica esa gran contrariedad, ya que desde el Mar Angosto era precisamente desde donde los Baelish habían llegado a aquella tierra— desde fuera, al otro lado de la Puerta de la Sangre; desde muchos de los puntos de las fértiles tierras que esconden sus cordilleras; y desde arriba, en el Nido, por encima de las brumas de Oriente —enumera al algo de retórica pero con un tono cansino, con pasión variable y hasta con una pequeña dosis de burla. Trató de darle la suficiente dosis de ambigüedad como para no resultar del todo transparente— en verdad esta es una tierra bastante gris y, sí, fría. A lo alto llegan los gélidos vientos del Norte, que llegan hasta los huesos —dice antes de reír, como si de un chiste se tratara. Ahora estaban en un clima más benigno y no era para tanto. Pero la comparativa con Aguadulces no se soportaba— pero a todo se habitúa uno, si se da el tiempo suficiente —aquella frase tenía muchos sentidos, igual se trataba de él, que de Darren, que del Valle entero asimilando el gobierno de los Belmore. Y también, naturalmente, a Ysilla— Así que no tengáis miedo a casarlos y abandonar el hogar. Ya tenéis edad de hacerlo, aunque quizás para vuestro padre no lo parezca —incluye una sonrisa con cierta ternura— ¿o acaso teméis que, sin vos, aquí se reciba a los invitados con la espada sobre las rodillas? —bromea, aunque mudó a un tono más malicioso su sonrisa por un instante— Creo que hacéis un gran papel en Piedra de las Runas —“pero vuestra dulzura vale más ahora que en el próximo año y cada vez valdrá menos, mientras que yo pienso valer cada vez más”. Eso último era lo que pensaba Petyr, cosa que no dijo con palabras.
Re: El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
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Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
Ysilla observó al joven Baelish cuando admitió que no tenía una gran pasión hacia la montura. —Creo que sois el primer hombre que escucho admitir tal cosa aquí en el Valle.— Aquellas tierras tenían fama de tener caballeros galantes cabalgando sus caballos en relucientes armaduras platinadas. Tal y como en el sur se tomaban muy en serio todo aquello de los perfectos caballeros, en el Valle poseían un código estricto en cuanto a las monturas. —No negaré que me sorprende, sin embargo, es refrescante escuchar algo así, Lord Petyr.— Aquellas palabras no habían salido con ningún tipo de burla. Ysilla se encontraba genuinamente sorprendida. —Supongo que no todos los hombres están destinados a ser perfectos caballeros en armaduras de plata. Hay otros que están destinados a otras cosas. Si son más grandes o no, es cuestión de los Siete.— El destino era una ruleta rusa. Podía tocar un premio grande o uno misero. Solo restaba esperar el contar con el respaldo de los dioses. —¿A qué crees que estáis destinado, Lord Petyr?— preguntó, sus ojos iluminados por la curiosidad.
De entre todos los lugares de Piedra de las Runas, el bosque de los dioses era el menos que le gustaba. No era un lugar lugubre y mucho menos descuidado, todo lo contrario. Su padre tenía un gran cuidado por aquel lugar pues era el favorito de su mujer y de su propia madre. Parecía ser que las mujeres Royce sentían una inclinación hacia aquel bosque. Todas, excepto ella, encontraban una gran paz en el lugar. A Ysilla le hacía sentir incomoda. Quizás se debía a que no se sentía digna de él, mucho menos pura para presentarse ante los Siete. La muchacha estaba muy consciente de que estaba muy lejos de ser un alma perfecta.
Escuchó atentamente al Baelish, forzando su mente a imaginar todo lo que decía. Era muy raro que saliera de Piedra de las Runas, salvo para el matrimonio de los Corbray y una que otra festividad en Puerto Gaviota o en el asentamiento de los Waynwood. Una vez vio desde lo lejos el Nido de Águilas y desde aquel preciso instante sintió los deseos de habitarlo. No le importaba cuan dura fuera la vida allí, Ysilla deseaba recorrer los pasillos de aquel lugar con el honor de llevar sobre sus hombros el título de Señora. Anhelaba que su nombre fuera escrito en la historia como la Señora del Valle.
Desgraciadamente, aquello parecía estar cada día más lejos.
Se rió levemente, antes de suspirar. —Es una lastima que las mujeres tengamos que simplemente conformarnos con casarnos. Sería tan interesante poder ser algo más,— Tener poder para hacer algo más que simplemente parir y verse bien. Ysilla no tenía problemas con la última, pero con la primera... había visto los horrores que provocaban los continuos partos. —Supongo que mi padre lo ha de tener todo planeado. Al menos mi vida,— dijo con cierto veneno en su voz. Su padre se estaba oponiendo a todo lo que ella deseaba. ¡Y por los Siete si eso no la irritaba! Parecía ser que él no la consideraba digna de ser la Señora del Valle. Y ella estaba completamente segura de que lo era. Solo faltaba que él lo aceptara. —En cierto aspecto os envidio, Lord Petyr. Al menos vos tiene la libertad de escoger que hará con vuestra vida.—
Re: El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
El Ruiseñor, la Alondra y el Sinsonte
Día XX | Mes VI | Año 284 | Piedra de las Runas
Había dicho un simple comentario sobre viajar a caballo y, con ello, la Royce aprovechó para destacar su sonora falta de afiliación a la caballería. Era cierto que era algo que no podía negar y que seguramente rondaba por la cabeza de cualquier miembro de una Casa importante con tan sólo conocerle. En el Tridente era el pupilo del Señor Supremo de aquellas tierra, mientras que allí era el hijo del, seguramente, menor de los señores. Una sonrisa traviesa llegó a iluminarle los ojos.
—Y seguro que cuestionarían el hecho de que sea un hombre sólo por eso —usó el humor con fluidez y así desmitifica un poco más a los caballeros. El mundo no sólo no se reducía a ellos, sino que con sólo mirarlos desde fuera, con la distancia suficiente, pueden resultar auténticos enanos. Sólo piezas concretas en el Gran Juego— pero, como el resto de mortales, se pueden equivocar en eso y en otras cosas —sigue con aquella frase que cuestionaba a los armados en la Fe, e incluso, a los Septones. Allí, por muy santos que fueran, todos meaban, cagaban y morían por igual, no estando exentos del error. A parte de que el hecho de atreverse a dudar de la virilidad del Baelish no era precisamente el más elevado y honorable de los actos.
La pregunta de ella hizo que se detuviera un momento, con más sobreactuación que otra cosa. Por desgracia no podía responderle con sinceridad. El ermitaño que había nombrado antes le había vaticinado que algún día sería un hombre, un titán, en honor a su blasón. Pero al joven no le cabía dudas que esa frase la había dicho para ganarse un buen trago de vino de manos de su padre. Los Dioses eran caprichosos y era mejor no depender de ellos: había dejado la mano de Catelyn en mínimamente cercano a un juicio por combate y el resulto no fue de su agrado. Debía de alzarse por encima de todas esas adversidades y hacerlo con la misma voluntad que tuviera un Dios. La suerte favorecía a los audaces.
—La mía es una Casa pequeña, mi ministerio es la servidumbre —dijo con una sonrisa amarga. Las mejores mentiras eran las que contenían algo de verdad— con suerte podría llegar a ser un importante consejero de un gran señor, o incluso, de un rey —con aquello era con todo lo que podría soñar alguien de su posición. Si hubiera nacido a la sombra de un hermano mayor podría haber servido en la Ciudadela o en la Fe, pero siendo el Heredero de Los Dedos su destino estaría marcado necesariamente por la guerra o la política. Se decantó por la segunda, dejando la primera simplemente en un instrumento ajeno para medrar. En ese mundo las mujeres tenían un papel más importante del que parecía, por mucho que Ysilla no fuera capaz de ver o de admitir— consolaos, el barro de los caminos y la ingratitud de clima no son dignos de las grandes damas. Seguro que podréis hacer mucho más que darle hijos a un hombre. Subestimáis el poder que pueden tener unas palabras dulces, incluso en una carta, y la cantidad de sirvientes que dependen de una señora. Desde una alcoba se pueden cambiar el mundo y dirigir a un ejército —idealiza el papel femenino en aquel orden. Y en esa parte era bastante sincero, sin faltarle admiración por aquellas cosas. Entrelaza sus propias manos y baja la mirada hacia los pulgares, en gesto pío de buen religioso— seguro que tenéis una acertada oración para este momento.
Esperó a escuchar palabras piadosas. Pronto llegaría el momento de compartir esas plegarias con el Lord, sería el momento de copiar esas mismas palabras.
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