Ya de por sí estar encerrada en la Fortaleza Roja sin nadie con quien hablar, huyendo constantemente de la presencia del temible rey que todo lo veía estaba haciendo meollo en sus nervios. Stannis parecía ocupado con temas que ella no comprendía y ahora había alguien más en ese sitio que parecía volverse, lentamente, la mano derecha de su esposo.
No por orgullo Lysa empezaba a buscar la forma de comprender los engranajes que giraban a su alrededor sino por seguridad y necesidad. Sabía que prontamente habría un matrimonio entre el hermano de su esposo y una Hightower. Sabía que se acercaba el cumpleaños del hijo del Rey y la excusa de no presentarse no era una opción. Necesitaba encontrar una defensa en ese horrendo lugar donde el aroma dulce de los perfumes de las doncellas apestaba casi tanto como la sangre que había sido derramada más de una vez en su suelo.
Acompañaba a Stannis como una doncella más y a veces le daba terror pensar que cualquiera de esas arpías que volaban y se arrastraban en la fortaleza llegase a quitarle su lugar. ¿Tenía que ganarse su puesto así ella estuviese casada con él? ¿Cómo? Ella no sabía jugar el juego que todos parecían comprender a la perfección, hablando en susurros y observándole de reojo como si se tratase de una mujer tonta que no sabía que era vista con desdén.
No toleraba a la doncella que le habían asignado, siempre buscando información de ella y preocupándose por la situación de su embarazo que aun no era un hecho. “Es importante para las mujeres tener hijos, mi señora”.
“Antes Robert Baratheon era el más interesante de los hermanos Baratheon pero luego de la guerra y después de todo lo sucedido, Stannis ha ganado puntos entre muchas mujeres ¡He oído, por supuesto! Todas tienen más que claro que él es su esposo”
Lysa tuvo que mantener los estribos mientras sentía sus manos temblar ferozmente. No podía echarla ¿Y si el rey la había enviado a burlarse de ella? Tenía que aguantar.
Pero las dudas eran más poderosas que cualquier arma. No había un vínculo amoroso que la atase a Stannis Baratheon. Ella lo veía casi como vería a un amigo de su padre de no ser por el pequeño detalle de que compartían lecho. Tristemente, todos murieron antes de explicarle cómo debía ganarse el afecto de él y entonces fue cuando, de pie en la puerta de su despacho, la idea comenzó a tomar forma. Stannis era su esposo y se había casado con ella por el poder de su familia; una familia que ya no existía. ¿Qué tal si él deseaba luego cambiarla y conseguir un mejor partido dejándola sin nada? Podía hacerlo. Era amigo del rey, y quizás eso era lo que las doncellas querían decirle y trataban de hacer ahora.
Tocó suavemente la puerta del despacho teniendo en su mano una bandeja de frutas y una jarra de vino traído, según le dijeron, de las tierras de Dominio. Una doncella debería de haber hecho eso pero ella lo evitó y la interceptó con voz cortante aunque temblorosa.
—Buenas tardes, mi Lord. Pensé que podría tener hambre. Espero no interrumpirle...—más allá de su suave voz, todas las palabras parecían salir a la vez, mientras sus ojos verdes se paseaban por el despacho y la cantidad de libros y pergaminos que había en él. Aun no se atrevía a tutearlo puesto que, no era ajeno para ninguno, que a pesar de ser marido y mujer no se conocían.
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Aprendiendo el Juego
Aprendiendo el Juego
Re: Aprendiendo el Juego
Stannis estaba intranquilo, le preocupaban demasiadas cosas. De vez en cuando se detenía, descansaba para tomar un poco de agua, entrecerrar los ojos durante segundos, y masajearse las sienes, tratando de liberar parte de aquel peso inherente y mayúsculo que conllevaba el significado del deber. Le preocupaba la seguridad de Desembarco del Rey, uno de los cometidos a los que debía responsabilidades desde que aceptara su cargo como alto funcionario real, y al que probablemente menos soluciones había logrado dar desde entonces. Alrededor de la Colina Alta de Aegon, la vida era conflictiva, bulliciosa, casi caótica. Inestable. Creía tener una posible solución para aquello, un nombre. Alguien en quien confiar tan ardua tarea. Desde su entrada al Consejo, había aprendido la importancia de algo que antaño le había costado contemplar: subordinar.
De repente, alguien llamó a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó inmediatamente, antes de ofrecer su permiso. La puerta se abrió: su esposa. El venado llevó sus ojos hasta la bandeja que transportaba Lysa con sus manos, el obsequio que le traía. Sin levantarse de su asiento, admitió sus intenciones, con un simple asentimiento de cabeza.
No esperaba la visita. Rehizo el desorden que gobernaba la mesa, apilando todos los pergaminos y documentos metódicamente a un lado de esta. La tarea no le llevó más que unos pocos segundos. Se puso en pie, retirando la silla para salir con holgura del encaje de su escritorio. Posó una mano sobre el respaldo del asiento, manteniéndose en una postura recta pero ligeramente informal.
—Podéis dejarlo sobre la mesa —indicó, refiriéndose a la bandeja y a la jarra. Miró a Lysa, pero rápidamente rehusó al contacto visual. La presencia de su esposa aún le producía cierta incomodidad, principalmente por un deber de cumplimiento bastante diferente al que estaba acostumbrado—. ¿Habéis… cenado?
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Lysa era una mujer que lejos estaba de ser perfecta. Catelyn siempre tenía una forma más aguda de esconder las cosas. Siempre le había dicho que si su padre se veía nervioso, lo mejor era consolarlo antes de preguntar. Pero Lysa era más infantil y, en aspectos, mucho más ingenua, llegando a irrumpir con flores en las manos en los estudios de su padre, sonriendo, notando que él no le devolvía la sonrisa y preguntando de repente “Padre, ¿Os duele algo? Parece que está de mal humor”. Esa ingenuidad podía ser de mal gusto para muchos pero ella nunca comprendió por qué. Petyr le decía que había cierto encanto en ello más allá que Catelyn le reclamaba que no fomentase aquellos comportamientos en su hermana menor. Que a ese paso jamás se casaría porque aquello que él llamaba “encantadora ingenuidad” para muchos era atrevimiento. Como Lysa siempre creyó que se casaría con Petyr, nunca se dio el tiempo para cambiar esas formas suyas y con los años, hasta los más desafortunados defectos tienden a acentuarse.
Pudo ver cómo Stannis reacomodaba las cosas de la mesa y sonrió al gesto hasta que se encontró con los ojos enrojecidos del venado por solo un segundo. Siendo totalmente sincera, si él le hubiese mantenido el contacto visual, ella habría bajado la vista, como siempre había sucedido. No fue difícil notar que había pasado más horas de las convenientes encerrado ahí, sin ver la luz del sol, solo letras y papeles llenos de polvo. No supo por qué pero apretó apenas los labios mientras acercaba la bandeja a la mesa.
—¿Os encuentra bien, mi señor? Quizás vuestra vista necesite un descanso — fue lo primero que pasó por su cabeza mientras retiraba los platillos de la bandeja con cuidado, poniendo toda su capacidad motora y mental para evitar generar un gran desastre entre los papeles de su esposo. —No es correcto que cene sola si mi esposo desea compañía. Pero tampoco era correcto interrumpiros para saber si deseaba mi compañía. Aunque si no lo hacía, posiblemente llegaría la hora de dormir y no hubieseis comido nada como ya ha pasado. — soltaba palabras sin medirlas y luego de meditarlas cortos instantes, bajaba la cabeza, para evitar que él pensase que le estaba llamando la atención.
Notó entonces que en la bandeja no había flores, cosa que se le hizo desagradable. Siempre debía haber flores en las bandejas, tal como le había dicho a las doncellas. Una única orden, la única que se había atrevido a dar y ni eso eran capaces de cumplir. No pudo evitar fruncir el ceño mientras se disponía a volver la vista a Stannis.
—Es mi deber que esté sano y feliz. Si me permite puedo acompañarle más allá de no ser tan interesante como estos pergaminos — agregó.
No podía decir que amaba a Stannis Baratheon pero, algo en él le hacía pensar que, a diferencia de todas las personas dentro de Desembarco, era lo que veía. Luego de pensar y repensar lo que había escuchado en la puerta de su despacho aquella vez, Lysa llegó a creer que algo motivaba a Stannis, más allá de ser el miembro del Consejo de ese horrible rey ¿Qué pasaría si el Rey despiadado buscaba dañarle sin ninguna razón? ¿Stannis lo permitiría? Era ese momento en que se preguntaba qué ganaría entre la fuerza del poder monárquico y la lealtad y el honor de un temperamento de hierro.
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Frunció el ceño y apretó la mandíbula cuando la antaño Tully hubo conseguido colocar el plato metálico sobre su habitual mesa de trabajo, aquella era su forma de mostrar aprobación. Quizás con Lysa Baratheon le unía algún tipo de vínculo emocional, pero estaba lejos de ser afectuoso. Sus manos estaban manchadas de la sangre de su familia, de su padre.
—Ya he terminado. Has sido oportuna —tamborileó los dedos sobre el respaldo de la silla antes de desprenderse de él, y anduvo lo suficiente para situarse frente a la bandeja. Le apetecía una manzana, así que tomó la primera que vio, con mano diestra. ¿Estaría sana? Lysa nunca había intentado envenenarlo, pero podía tener razones para ello. Eso pensaba a veces Stannis, un hombre paranoico. La sopesó con su mano hábil y la examinó, como si el juicio de una persona real se tratara, y la atacó con un mordisco certero por el lado más brillante.
Bajó la mirada nuevamente a la bandeja, y vio la jarra de vino. No le gustaba mezclar alcohol y trabajo. El repudio se dibujó en su rostro, mas no dijo nada. Pensó que Lysa debería saberlo ya, pero estaba demasiado cansado como para increpárselo.
—Si estos pergaminos son interesantes, mal rayo me parta. Se me ocurren miles de cosas más sugestivas que pasarme horas sellando decretos para que cada señor feudal cague en su respectiva letrina —Pero era su deber. Anduvo por la pieza, dando mordiscos de vez en cuando a la pieza de fruta, y manteniéndose silente mientras masticaba. Se detuvo frente a la ventana, con efecto nulo. Ya era de noche—. Coged algo de comer también, si tenéis hambre. Seguro que podéis contarme algo que resulte menos martirizante que la tarde de hoy.
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Sus ojos verdes no pudieron no ver cómo Stannis analizaba la manzana que tenía en su mano. Por un momento se preocupó ¿Acaso estaba dañada? Le recordaba a ella misma mirando constantemente la fruta para asegurarse que no tuviese magulladura alguna puesto que una vez, de pequeña, vio como Catelyn se ponía blanca del asco al morder una fruta que tenía dentro un pequeño gusano. Empalideció al instante con el solo recuerdo. Abrió los labios para decir algo pero justo su esposo dio un sonoro mordisco que le permitió respirar.
La respuesta de él fue muy tosca, por lo que la mujer entendió que no disfrutaba lo que hacía. Ante aquello su rostro se vio ligeramente apesadumbrado, como si tuviese dudas de algo. Tomó asiento ante él y miró aquellos papeles ¿Realmente tenía que analizar cosas tan banales? Juraría por los dioses de ser necesario que Stannis adoraba hacer esas cosas. Eso, al menos, era la impresión que le causaba. Su padre tenía muchas obligaciones pero se tomaba el tiempo para hacer cosas que disfrutaba, como observar los Rios o caminar por las orillas para pensar. No recordaba haber visto a Stannis hacer algo así nunca. Ni siquiera recordaba verlo salir de ese despacho para quedarse viendo alguna justa o cosa similar.
—Pensé que disfrutaba hacer eso. — dijo con ingenuidad y real preocupación. Quizás él podía ofenderse de notar que su esposa lo creía un obsesionado con los decretos que sonreía por única vez cada vez que sellaba uno pero, aquellas palabras le habían tomado por sorpresa. Lo observó moverse por el despacho, quizás estirando su espalda mientras veía por la ventana oscura y rápidamente obedeció sin siquiera detenerse a pensar.
¿Tenía hambre? No mucha. Recordar ese gusano muerto entre los dientes de Catelyn le había quitado todo el apetito. Sin embargo, tomó un trozo de fruta cortada en un plato con un tenedor.
—No sabía que disfrutaba tan poco su tarde, mi Lord. Mi tarde fue…no suele ser mejor generalmente. —no le veía. Sus ojos estaban puestos en el plato y el recuerdo de la doncella acomodando sus rizos para presentarse ante Lord Stannis Baratheon. Lysa no estaba segura qué fue lo que sintió en ese momento, porque para estar celosa debería quererlo pero…definitivamente le molestó aquello. —Hoy he decidido que yo os traeré la comida cuando se quede en vuestro despacho. No me gustan las doncellas que vienen aquí. Siento que tienen intenciones particulares y que no me respetan. — nuevamente su voz era torpe, pero tajante. Definitivamente había mucho enojo contenido en cada tierna palabra que podía salir de sus pequeños labios y demasiado agobiada debería de estar para justo elegir a Stannis Baratheon para confesar aquello.
Sus ojos se abrieron de repente y sintió el temblor en la mano que sostenía el tenedor al instante. Levantó la mirada y le observó como quien acaba de cometer la mayor idiotez de la tierra y no podía volver el tiempo atrás.
—A menos que usted desee ello, señor. A menos que usted desee que ellas sean quienes le visiten. En tal caso, no diré nada…— temblaban sus labios ahora y sus ojos estaban ligeramente humedecidos. Lysa se conocía demasiado bien y sabía que de no haberse sentado, hubiese salido de la habitación a paso veloz. Sin embargo estaba sentada y así se quedó, completamente congelada.
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Stannis volvió a darle un bocado a la manzana, en el lado opuesto al anterior mordisco. Mientras masticaba, se limpió con la manga de su vestimenta el poco jugo que le bajaba por el mentón y había quedado impregnado en su incipiente bozo. Era raro con verle con barba, no transcurrían un par de días sin que se pasara la cuchilla por el rostro.
Ignoró las consecuentes palabras de Lysa, aquellas que lamentaban la falta de disfrute por su trabajo. La ignoraba a menudo, hablaba demasiado para su gusto. Muchas otras veces no entendía lo que decía, aunque aquello quizás era más culpa de él. Miró por última vez por la ventana, observando la oscuridad de la noche desembarqueña y las lejanas luces que alumbraban las almenas de la fortaleza allí, en la cima de la Colina Alta de Aegon, antes de girarse y caminar en pos de la otra esquina de la alcoba.
—No deberíais pensar tanto en las mujeres que vengan a traerme comida —le replicó tajante y serio, aunque en el fondo y a su manera, se lo decía de corazón y por su bien. Todo alimento que le era entregado, previamente había sido probado y examinado, así que no corría peligro. Además, las damas y doncellas de la Fortaleza Roja le generaban el mismo interés que la idea de ver a dos ratas peleando por un trozo de carne. «¿Tanto se aburrirá?», pensó, recordando a lo que su hermano y otros tantos le habían instando en numerosas ocasiones: darle un hijo a Lysa. Era cierto, Stannis sabía que las mujeres estaban siempre ocupadas cuando tenían la responsabilidad de un crío. El problema y su impedimento era ponerse manos a la obra.
Le dio un par de bocados más a su manzana, grandes y austeros. Ya la tenía casi por la mitad.
—Me importa poco quién venga a servirme el almuerzo o la cena. Y sois mi esposa, tenéis más derecho que el resto —declaró, deteniéndose junto a un énser en forma de cajonera y pasando dedo índice y corazón de su mano libre sobre sus acabados de roble; cabizbajo, con la mirada fija en la superficie del mismo—. He hablado con Syreo, aunque vos ya lo sabéis —prosiguió, cambiando de tema, sin rehusar a soltarle aquella pequeña puya. Alzó la mano del mueble y comenzó a jugar con la pequeña capa de polvo que había quedado impregnada entre sus dedos—. Pronto viajaremos a Aguasdulces. Tengo que asegurarme de que todo marcha como debe ser.
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—¿Por qué es así? — preguntó en seco luego del silencio que le dedicó a cada una de sus palabras, mirándole con un poco de molestia en sus facciones de porcelana. Ella trataba de ser amable y ella tenía miedo. Cuando ella estaba asustada, en Aguasdulces, la gente se acercaba y decía algo amable por ello. Cuando ella tenía temor de no ser tan bonita como lo era Catelyn, Petyr le acariciaba el cabello y le decía que las flores eran hermosas, cada una a su forma. Pero Stannis parecía incapaz de entender lo que ella pasaba a pesar de ella poner todo de sí por comprenderlo a él.
—Todo os importa poco. Si hay mujeres que buscan llamar vuestra atención, os importa poco. Si ellas se burlan de mí o hablan de mi o no me obedecen, os importa poco. Os importó poco que hayamos venido aquí, un lugar que no conozco y mucho menos os importó darme la noticia de la muerte de mi padre y mi familia. Son traidores y lo sé pero os importa poco si me duele que lo sean o si me juzgan por lo que ellos hicieron. —Hablaba rápido y sus ojos se ensombrecieron en lágrimas que empezaban a delinear sus mejillas blancas — ¿Le importará poco si el Rey decide que soy traidora por ser la hija de Hoster Tully y quiere matarme? ¿Os importo poco por mi apellido que ahora no vale nada? —
Lysa podría tener todo en su lugar con dificultad pero cada cosa que pasaba era una gota en sus nervios. Y ahora la indiferencia de su esposo y el hecho de que él dijese tan llanamente que viajarían a Aguasdulces como si nada, era algo que le había hecho perder el control de su propio ser.
—¿Cómo puede hablarme de volver a Aguasdulces así como así sin hablarme siquiera de lo que ahí pasó y esperar que yo simplemente…sonría? — separó con sus manos la bandeja y se puso de pie, veloz y torpemente mientras se sostenía con el respaldo de la silla.
—Es mi esposo y al menos me pregunto por qué nunca sonríe pero usted le importa poco todo lo que no esté escrito en…— señaló los pergaminos y luego le miró limpiando sus lágrimas —¡En esas cosas! Si tenemos un hijo ¿le importará poco? ¿Por eso no lo hemos tenido? No es a usted a quien juzgan, es a mí. Yo soy la hija de traidor que no vale nada y ni siquiera ha tenido hijos del Gran Señor Baratheon.— se limpió el rostro torpemente viendolo con notorio juicio, decepción y dolor.
—Me importa poco quien le traiga la cena. Con permiso, Señor Stannis.— Todo aquello que había dicho terminó en lágrimas mientras ella se encaminaba a la puerta dispuesta a volver a su habitación, morada donde estaba más que acostumbrada a estar y soltar su furia y dolor contenido en un largo y amargo llanto. Dos años habían pasado desde que contrajo nupcias con ese hombre y aun así, él era un completo desconocido.
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—No tienes por qué venir a Aguasdulces si no quieres. Había pensado que te quedaras en Bastión —respondió con su firmeza habitual, una vez ella hubo acabado su emocional sermón, tuteándola ahora. No había tenido en mente que su esposa le acompañase, solo había pensado en una comitiva de soldado y hombres allegados a él. Era consciente de que la presencia de Lysa allí podía ser, además de superflua para sus intereses, hiriente para ella.
Y entonces empezó a llorar. Aquel fue el punto que comenzó a desesperar a Stannis, odiaba verla llorar. Ya lo había hecho aquella tarde, suficiente para él. Sus fosas nasales se abrieron sobremanera para airear un profundo resuello de aire, que se trasformó acto seguido en un suspiro de exhasperación.
—No te hagas la víctima, yo tampoco conocía este lugar cuando venimos. Es una excusa repugnante —espetó, visiblemente asqueado—. Yo no pedí ayuda a nadie para hacerme un hueco en la corte, ni para ganarme el respeto de muchos. Desembarco del Rey no es lugar para blandos, así que toma ejemplo con los que te rodean. Respecto a lo de tu padre, sí, fue un traidor. Al igual que tu tío. Mucha gente inocente murió por su culpa, sus propios súbditos y vasallos. Pero tú no tienes nada que ver con todo eso.
No había día en que no se acordara de Hoster, un hombre que al principio le había llegado a causar buena impresión, por su austeridad y capacidad diplomática. Quizás todo había sido un espejismo. Meses después se había unido a la rebelión de Arryn y Stark, y había sido Stannis el encargado de aplastarla por completo, y aplastarlo a él. Su fantasma le perseguía, anímicamente hablando, pero le perseguía por Lysa, no por él.
—Te deré un hijo, si eso te hace sentirte mejor, pero no vayas inculpando a otras personas para llamar la atención. Sólo sabes hacer eso, llamar la atención —avanzó un poco más mientras ella señalaba sus pergaminos, y lloraba aún más—. Nadie te hará nada. Nadie te va a juzgar por ser hija de un traidor, no lo permitiré. Mi deber para con la Corona es el que es, pero ante todo soy Stannis Baratheon, y tú eres Lysa Baratheon, mi esposa. Juré protegerte en el septo de Aguasdulces. Y ahora, deja de llorar de una maldita vez. Ya no eres una mocosa. Hace mucho tiempo que dejaste de serlo.
Observó colérico como la ex Tully se encaminaba hacia la puerta. Sí que le importaba poco quién le trajera la cena, lo que no le importaba poco es que le hicieran un desplante como aquel. Aguardó a que su esposa rectificase, mientras la ira crecía como llama entre el follaje dentro de él. Si Lysa atravesaba el umbral de la alcoba, se iba a topar con un Stannis realmente enfadado.
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Stannis no estaba siendo justo. Era todo lo que pensaba mientras lo escuchaba decir que él había tenido la oportunidad de ganarse un puesto en la corte ¿Qué le estaba pidiendo? ¡Que ella fuese quien matase a su propio padre! ¿Por qué no podía ser más como Petyr que en lugar de atacarla cuando la veía triste, siempre terminaba consolándole? Stannis Baratheon se le hizo un hombre horrible y detestable en ese momento, acusándola de ella no tratar de ganar un puesto en ese lugar cuando era plenamente consciente que ambos odiaban estar ahí.
Lysa abría los labios para responder pero él volvía a hablar y ella tenía que callarse de nuevo, bajando la mirada concentrándose en sus nerviosas manos que ahora apretaban sus propios anillos. Fue solo cuando él llamó a su padre y su tío un traidor que ella levantó sus ojos verdes hacia él, con una mirada resentida. Iba a decirle algo terrible; incluso sus labios temblaron un momento como buscando escapar de su boca una palabra que podría a ella dejarla como traidor para su esposo. La saliva pasó por su fina garganta y empezó a respirar por la boca ante aquel extraño momento. Había algo que ella jamás pudo entender y era cómo Hoster Tully le había entregado en matrimonio a Stannis sin haber hecho una alianza con él. Todos decían que era traidor a la Corona pero ella no comprendía cómo entonces sí había existido un acuerdo previo entre Stannis y él. ¿Stannis lo desconocía o simplemente se dio vuelta en su acuerdo y decidió traicionar a su padre? Tuvo que cerrar sus ojos. Odiaba pensar en política porque era intrincada y nadie decía nunca la verdad.
Nuevamente él era hiriente. Horriblemente hiriente y frío. En ese momento, Lysa lo veía como un monstruo y se notó cuando a medida que él avanzaba, ella retrocedía.
El temperamento de la Tully siempre había sido errante. Incluso casarse fue extraño y contradictorio para una mujer que había sido idealista en su vida. Cada cuento que inventaba en su cabeza, la vida terminaba por romperlo en pedazos. Creyó que el amor y la devoción a Petyr la unirían a él pero su padre destruyó esa oportunidad. Creyó que casarse con un Baratheon le traería felicidad y amor pero, luego su familia murió y ella quedó marcada gracias a ello en un lugar que odiaba. Fue por eso que no pudo evitar sentir una sensación muy extraña en su interior cuando Stannis le aseguró que nadie le haría daño porque él la protegería. Le miró fijamente, incluso con una mano sobre la puerta puesto que todo su lenguaje corporal le decía que estaba por escapar corriendo de ese lugar pero eran tantas las dudas que tenía a sí misma que se preguntó si había escuchado bien o si había oído lo que ella quería oír.
— ¿Protegerme? —repitió notoriamente sorprendida ante aquello. Incluso sus ojos bajaron al suelo por un momento como si analizase lo que acababa de escuchar. Estaba confundida, y mucho. Quizás era la primera vez que escuchaba tantas palabras juntas salir de la boca de él y viceversa pero se encontraba avasallada por la situación. ¿Qué haría Catelyn en ese momento? Un gesto de dolor se dibujó en sus facciones, con lágrimas secas en sus mejillas de porcelana y entonces negó con la cabeza. Nadie querría protegerla y ese hombre era un monstruo horrible. Siempre creer lo mejor le salía en contra y era tiempo de dejar de ser una niña tal como él había dicho. Y esa inocencia la que le había llevado, por tanto tiempo, a pensar que él podría ser más que lo que siempre mostraba.
Entonces se giró dándole la espalda y se dispuso a salir del lugar hacia la habitación, para encerrarse ahí para siempre.
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—La gente que sólo llora cuando no sabe qué hacer me repugna, no se merece ningún respeto. La vida está llena de problemas y con lágrimas no se solucionan, solo muestras que eres débil —arremetió con dureza, deteniéndose frente a la misma escribanía donde había estado trabajando toda la tarde.
Salió por el umbral de la puerta y miró por el pasillo; a pocos pasos de su puerta se encontraba ser Polliver, uno de los miembros de la guardia personal de Stannis, que custodiaba ahora día y noche su alcoba y el torreón en el que se hospedaba en Desembarco, al igual que el resto de sus hombres y adeptos. El Baratheon llamó su atención con un gesto.
—Ser Polliver, mi esposa desea descansar. Acompañadla hasta su alcoba, y encargaos de que no salga de ella hasta que amanezca —ordenó tajantemente, regresando inmediatamente al interior de su alcoba, sin mirar a Lysa ni siquiera.
«Si eso es lo que quiere, que lo tome. No voy a lidiar con sus dramas de niña inmadura»
Stannis Baratheon se mantuvo de pie en el interior de su alcoba, esperando a que su esposa saliera para poder cerrar la puerta, y descansar. O intentarlo, al menos. Su día había sido agotador, pero el final y su resolución le había encendido como una flama a una tea.
Re: Aprendiendo el Juego
Cerró los ojos ante esas palabras las cuales le atravesaron el corazón. ¿Qué sabía él de respeto si no respetaba nada ni nadie? Fue entonces que se giró mientras él abría la puerta antes que ella como si con esto, dedicase un mensaje completamente tácito de poder sobre ella. Ella podía caminar sola a su alcoba, lo hacía a diario pero ahora la mandaba con alguien que la vigilase ¿Cómo alguien podía ser tan despreciable y cruel? ¿Era su forma de decir que era prisionera de su propia voluntad?
Cuando Stannis le dio la espalda, Lysa se encontraba con los ojos rojos por el llanto pero también por las palabras que callaba mientras sus dedos de doncella lastimaban su palma por la terrible impotencia de la que era testigo.
—¿Qué puede saber un hombre como tú de lágrimas y dolor? —refunfuñó.
Temblaba por dos razones; una era miedo y la otra era una cosa que no entendía. Era una sensación que llenaba de calor su cuerpo y deseos de gritar en la cara de Stannis lo horrible que era y lo desdichada que era ella por casarse con él. Pero no lograba articular las palabras puesto que pensaba tan rápido y tantas cosas que su mente no le seguía. Iba a encerrarla; solo su padre había hecho algo así y ¿Ese hombre se creía mejor que él?
—Eres un monstruo. Te odio— dijo amargamente, no gritando sino como si aquello surgiese de lo más profundo de su estómago para escupirlo directamente en presencia de ese terrible hombre.
Y sin más salió de la puerta, dejando que esta golpease en seco contra el marco de la misma. Cuando el caballero dio la más ínfima impresión de querer tomarle del brazo, ella se movió como si de un conejo asustado se tratase. Por respeto a su investidura, éste no insistió pero sí cumplió al pie de la letra las órdenes de Stannis Baratheon. Lysa fue llevaba a su habitación y esa puerta no se abrió hasta que el alba mostró sus primeros rayos.
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