FB - Venados en la intimidad

Desde que hubieran llegado a Harrenhal, Stannis no había encontrado diversión alguna más allá de la que suponían dos de sus mejores (y probablemente únicos) amigos en aquel mundo: el escudo y el acero.
Y es curioso, porque Stannis nunca fue un gran guerrero. O quizás sí: el caso es que la sombra de Robert Baratheon era tan alargada que hacía insignificante a cualquier combatiente que se preciase. Y no iba a ser diferente con su hermano menor.

Tras una intensa sesión matinal, había decidido retirarse a su tienda a descansar y desligarse de la engorrosa armadura de entrenamiento y el desagradable sudor del combate. Y allí estaba, recostado sobre su butaca, frente a su improvisado escritorio, revisando documentos y escritos cuando de pronto... << Maldita sea >>. Se levantó y raudo, abandonó su entoldado, con paso diligente en dirección al levantado por el Señor de las Tormentas.

Lo halló de frente una vez entró: despatarrado y embobado con la vista en la cubierta; despreocupado, como siempre.
Stannis rechinó los dientes. — Mi señor. —Saludó con tono severo, sin dar importancia al estado de su hermano, para acto seguido dirigirse en pos de este con un pergamino en la mano. — Acabo de darme cuenta de un fatal error que se pasó por alto durante la contabilidad de las finanzas del pasado mes. —Prosiguió, tendiendo el manuscrito a Robert para que alcanzara a leerlo. — Lord Dondarrion entregó trescientas sesenta y siete coronas en concepto de impuestos de vasallaje a Bastión de Tormentas, cuando el verdadero reintegro, como podéis observar aquí mismo, era de trescientas sesenta y nueve. —Decretó, señalando el punto del documento donde se establecía dicho estatuto. — Tendremos que tomar serias medidas contra el Señor de Refugio Negro.

Como tantas veces Robert volvió a corregirle, y como tantas veces Stannis volvió a hacer caso omiso. Eran muchas las cosas que escapaban del entendimiento de Joven Venado, gran parte de estas relacionadas con el inconsecuente comportamiento de muchos hombres, aunque pocas tan irracionales como el hecho de que a su hermano le resultase afrentoso el justo respeto por lo que era, su Señor.

Aguardó pacientemente a que su hermano se dignase a leer aquello que le indicaba sobre el escrito, aunque poca fue la demora de Robert. Por destreza para la lectura o indiferencia; más parecía que por lo segundo. Y para colmo ya no sólo su hermano mostró indiferencia por el asunto, si no que se excusó de la forma más burda posible: alardeando de un propio delito aún más agravante. Ver para creer.

Stannis rechinó los dientes. — Escribiré a Lord Dondarrion disculpándome en vuestro nombre por la deshonrosa deuda. Y a Bastión de Tormentas para que se le haga entrega del pago pendiente de forma inmediata. —Manifestó con su habitual rectitud y tenacidad, aunque ocultando tras de sí una incipiente ira contenida. — Eso es todo.

Cuando ya disponía a marcharse de nuevo por donde había venido, su hermano le ofreció en forma de mofa una copa de alcohol. Obvió el agravio: bien sabía que Stannis repudiaba el vino y demás bebidas adulteras, aunque no pudo volver a eludir la segunda pregunta, la cual le dejó estupefacto.

— Diecinueve días del nombre, mi Señor. Anunció con derechura.

Retomó con meticulosidad el manuscrito de manos de su hermano y comenzó a enrollarlo de nuevo, metódica y cuidadosamente, a la vez que atendía el injusto reproche de su hermano mayor, sin apartar su insulsa mirada azul de este.

— Así será. —Mintió. Cuanto menos, se podría ahorrar la carta de disculpas a Dondarrion, pero en cuanto saliese de la carpa de su hermano, escribiría al maestre de Bastión de Tormentas para que hiciese pago al Señor de Refugio Negro de la deuda pendiente.

— Sí. —Replicó sin más, tratando de dar crédito a la duda que Robert presentaba acerca de su propia edad. ¿Era posible que se hubiese olvidado incluso del día y del año en el que nació? Era posible, él era así. Stannis no. — Gracias... —Prosiguió retribuyendo su intrincado agasajo, a pesar de que al Joven Venado no le agradasen demasiado las lisonjas y demás trato superfluo. — Yo también siento orgullo de vos en ocasiones, hermano.

Stannis rechinó los dientes. — Un heredero... —Manifestó meditabundo, aún sin mutar la posición ni el gesto. — Aprende, obedece y aconseja. Os aconsejaría no ser moroso nunca a ojos de vuestros vasallos, mi Señor. —Concluyó con rectitud. Y esta vez no amagó con irse: se quedó en su sitio, avizor por si Robert le requería para algo más.

Únicamente mutó el gesto ante el estupor que le produjo la deliberada acción de su hermano, estrellando airadamente la copa de alcohol que sostenía contra una armadura apostada aleatoriamente en el interior del entoldado. Embravecido se levantó en pos de su hermano, iracundo y fuera de sí.

Stannis estuvo a punto de rezar ansiadamente a los Siete en su fuero interno, aunque poco tardó en recordar que era ateo. Y es que a pesar de que el Joven Venado se consideraba un hombre con una fortaleza y aptitudes físicas mínimamente notables, Robert Baratheon era probablemente uno de los nobles con más presencia y planta de Poniente si no el que más. Ya había visto lo que era capaz de hacer con y sin su martillo.

— Mi señor... —Masculló con un entrecortado tono austero, tratando de mantener como mejor podía la mirada sobre la de su hermano. — Simplemente traté de responder vuestra pregunta. No pretendía despertar vuestro lado irascible. —Prosiguió, realizando una especie de ademán entre asentimiento y venia con la cabeza. — Siempre tendréis mi consejo, hermano.

Estaba ya a punto de despedirse de forma definitiva cuando Robert le lanzó una última proposición, mas aquella vez no en forma de pregunta, si no de orden señorial. Y sin lugar a dudas, una de las más comprometidas que podía decretar al Baratheon mediano.

Stannis rechinó silenciosamente los dientes. — Mi señor. —Anunció de nuevo, volviéndose una vez más en pos de la figura de Robert. — Lo que sea por el bien de nuestra Casa y nuestro reino. Un enlace nupcial siempre es una forma eficaz de forjar una alianza tangible. —Lo cierto era que Stannis no tenía interés alguno por contraer matrimonio. No es que no sintiese atracción por el género opuesto, mas concebía a la mujer como una figura disuasoria. Numerosos eran los casos en que consortes habían corrompido y, en definitiva, llevado a la ruina a grandes hombres de Poniente. Mas el Joven Venado también concebía las múltiples ventajas de un vínculo marital, por lo que no encontraba razones fehacientes para oponerse.

Y sin más se reverenció de la forma más disimulada que pudo. Repudiaba aquel tipo de actos protocolarios. — Con vuestro permiso, hermano, me retiro. —Manifestó a modo de despedida, saliendo con paso firme de la carpa, llevando consigo en la diestra el mismo pergamino con el que había entrado y un nuevo encuentro desafortunado con el Venado mayor para su recuerdo.