El Camino Real || FB

La noche parecía tranquila y despejada, pero el frío era suficiente para que los Capas Doradas que acompañaban la comitiva de la Reina Rhaella tuvieran que aferrar sus dichosas prendas con brío. Dos líneas paralelas de dichos soldados guardaban el frente y la retaguardia, aproximadamente una veintena de ellos. En la parte de atrás de la formación estaba el carro de la Reina y el de las provisiones, así como el destinado a la servidumbre. El Camino Real era seguro, o eso se afirmaba, pero en su locura el Rey Aerys había insistido que el viaje comenzara de noche...

Jaime a esa altura no tenía ánimos de discutir ni con él mismo. Hizo lo que se le dijo y ya... aunque solía hacerlo siempre de todas formas. El invierno era cruel incluso a la altura de los Ríos, incluyendo la parte Sur de la región, por lo que el caballero vestía una versión particularmente gruesa de la Capa Blanca que tanto orgullo debía dar, pero que tantas desdichas estaba causando al Joven León. Se sentía como un prometedor miembro de la manada que, separado de los suyos, dejaba de brillar de a poco... como si su manto dorado se fuera opacando producto de mala salud. Apretó las muelas y se quitó el yelmo, dejando que la brisa golpeara su cara. Montaba sobre un destrero de guerra de ancho pecho y potente cruz, casi criado para la batalla y, por lo tanto, inquieto pero fiel. Jaime nunca se había apegado demasiado a los caballos de todas formas, pero agradecía la firmeza y seguridad que le daba el animal.

Se encontraba en el centro de la formación, algo atrás de la Reina que, curiosamente, había preferido cabalgar a usar su carro. El Lannister tampoco protestó al respecto, estaba demasiado desanimado como para siquiera simular que le interesaba. No era por la mujer... después de todo él sentía cierta pena e, incluso, empatía por ella, sino por la situación en general. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la presencia de la dama, que se acercó a su posición, algo mas rezagada. El caballero alzó las cejas y detuvo su montura para quedar a la altura de Su Majestad, inclinando el rostro respetuosamente. "No lo lamente, Mi Reina. No es ni vuestro designio ni vuestra responsabilidad... además, mi deber es para con la Familia Real." afirmó con seguridad el león, mirando directamente a los ojos amatistas de la mujer, enfrentándolos con los propios de tonalidad esmeralda. Se dio cuenta, por primera vez ya que nunca la había visto de cerca, que se trataba de una fémina en extremo bella y elegante. "Lamento que vos estéis en la misma situación en todo caso..." aseguró, extendiéndole su pésame.

Debió retirar la mirada del rostro de la Reina por mera decencia, pero era un espectaculo para admirar. Si bien Jaime encontraba que su hermana no tenía igual en cuanto a comparación femenina, la lejanía prolongada con ella hacía que notara la belleza de otras. Además, Rhaella Targaryen poseía esa propia de los de sangre valyria... casi de otro mundo. Pero, como ya se había dicho, siquiera pensar eso era indigno de un caballero... se dijo que de nuevo su juventud le jugaba en contra y se concentró en el camino. Pero mientras su cuerpo se mecía levemente debido a como su destrero movía su anatomía mientras andaba, la dama siguió buscando conversación. Él dejó de responder meramente por cortesía, porque las palabras de ella no eran ciertas del todo. Ladeó el rostro, nuevamente mirándola a los ojos.

"Mi Señora, mi... devoción no merece agradecimientos. Es el trabajo de la Guardia Real el proteger al Rey... y a su familia." añadió, casi avergonzado. En éso último él parecía el único con la intención de hacerlo, pero al ser el más joven de la Guardia y el menos experimentado ninguno de sus hermanos juramentados lo tenían en cuenta. Él sufría cuando el Loco ponía sus manos sobre la indefensa Reina, y se notaba en el gesto de furia que solía poner cuando escuchaba los gritos... Pero sin embargo estaba condenado a decir solo lo políticamente correcto... aunque... "Ojalá pudiera hacer más." murmuró, sabiendo en el momento que no debería haber dicho semejante cosa.

La risa de la Reina despertó su curiosidad, pero ésta tenía intenciones de preguntar otras cosas. Lo tomó por sorpresa, no podía negarlo, pero se recompuso en seguida. Él entonces sonrió de igual forma que su Reina, de forma afilada pero alegre en algún sentido. "Sinceramente, su Majestad..." sintió que podía hablar con honestidad con esa mujer, pero tenía miedo de que interpretara la verdad detrás de lo que podía llegar a decir. "Hubiera elegido a mi madre... pero al no poder hacerlo, habría elegido a mi hermana, Majestad." declaró, mirando al frente, a la columna de lanzas de los Capas Doradas. "No he conocido muchas mujeres, y solo me vienen a la mente para nombrar a las pocas que algo hicieron por mi. En éste caso mi madre, quien me trajo al mundo y de quien tengo conocimiento de su belleza en vida y mi hermana, por otro lado, que siempre me acompañó mientras nos faltó nuestra progenitora y fue un sostén en ausencia de mi padre." aseguró con firmeza. Era completamente verdad, pero solo porque había obviado el hecho de lo que significaba Cersei para él.

Jaime no recordaba la última vez que había hablado sobre su madre. Era un tema poco grato para su padre, irrelevante para su hermana y doloroso para Tyrion a quien no se lo había protegido debidamente al respecto. El Joven León no sabía que pensar al respecto. Obviamente le dolía la muerte de su progenitora, pero al mismo tiempo había estado tan concentrado en las atenciones y cuidados de su hermana que ésto no había sido muy traumante para él. Pero siempre había estado ahí, latente como si se tratara de un fantasma que nadie podía ni debía nombrar.

De repente se dio cuenta que no debería haber sacado el tema de Joanna tan ligeramente. Después de todo, muchos eran los rumores que circundaban a la figura de la esposa de Tywin Lannister y sus... implicancias en la corte. Además, por esos mismos rumores era que había sido alejada de la Fortaleza Roja y jamás volvió a tocar las Tierras de la Corona. Jaime observó de costado a Rhaella antes de asentir. "Agradezco vuestros buenos deseos, Majestad... y lamento haber traído un tema tan escabroso como el de mi madre a colación." ni sabía por que se disculpaba, si su intención no era la de lastimar sentimentalmente a la reina.

No supo de donde vino el razonamiento de la real mujer, pero tampoco hizo demasiados comentarios al respecto. "Por suerte..." murmuró simplemente. El viento aumentó, y la noche se hacía cada vez mas oscura. Las antorchas que la comitiva llevaba, si bien no se apagaban debido a estar encendidas en aceite, no alumbraban tanto como antes y el Lannister casi que agradeció que la Targaryen decidiera detenerse... salvo por su tono de voz afilado que hizo que alzara una de sus doradas cejas. Pero sabía su lugar y no la interpeló al respecto. Levantó un puño y la formación se detuvo para colocar las tiendas de campaña.


El pabellón de la Reina ocupaba el centro del campamento y no tenía comparación en tamaño con las tiendas de los capas doradas y de la servidumbre. Jaime, por supuesto, no tenía permitido dormir... no se lo permitía a él mismo. Diez guardias estaban rondando todo el campamento mientras los otros veinte comían y bebían tranquilamente, bromeando y lanzándose puyas idiotas. El león, en cambio, estaba justo en la puerta del pabellón de Rhaella, guardando como fiel caballero que se suponía que era.

Era el tercer día de viaje, y el Lannister se encontraba más a gusto protegiendo allí a la Reina que a Aerys en la Fortaleza Roja. Al menos aquí la mujer estaba a salvo, lejos de las garras pútridas del horrible hombre. No sabía por que dichos pensamientos llegaban a su cabeza... él toda la vida había querido ser un caballero de leyenda, de esos que protegían a los débiles y castigaban al abusador. Cuando se ciñó la capa blanca comenzó a hacer exactamente lo contrario, pero ahí... ahí estaba mas cerca de los caballeros de leyenda que de sus hermanos juramentados que tanto había admirado antes de formar parte de ellos. De repente, sintió movimiento dentro de la tienda e ingresó desenvainando la espada... alarmado.

La primera emoción del Joven León fue alivio al ver a la Reina a salvo... pero duró poco. Al principio el caballero no entendió lo que veía, pero a medida que los segundos hicieron que la imagen fuera procesada en su cerebro, éste se escandalizó con él mismo. La piel suave y humeda de la mujer se encontraba plagada de cicatrices, algunas mas graves que otras, pero siempre alejadas de su cuello y rostro. Aerys, en su infinita locura era poseedor de cierta cruel cordura, pues no dejaba marcas en las partes visibles de su mujer. El Lannister frunció el ceño, asqueado y furioso, apretando con fuerte su mandíbula y rechinando los dientes.

Pero fue en el momento en que Rhaella se terminó de envolver en su delicada tela para secarse que Jaime se dió cuenta que había observado demasiado. De hecho... no debía haber observado nada en ningún momento. Su expresión cambió radicalmente cuando sus ojos viajaron a los de ella, serios y taciturnos... como si no hubiera absolutamente ninguna falta en todo el asunto... pero la había. El caballero hincó la rodilla y se quedó mirando el suelo a una velocidad que le era completamente desconocida. "Lo... lo lamento, Majestad... éscuché la silla caerse y pensé que se trataba de otra cosa. Debí haber llamado..." Obvio que debería haber llamado, que idiota era. Era el pabellón de la Reina, no un prostíbulo en el Lecho de Moscas.

Estuvo quieto, escuchando por si la noble dama tenía algo para decir mientras pensaba que había visto a la mujer desnuda, o casi desnuda... mierda que estaba seguro al respecto. Pensó que la única otra mujer que había visto así de natural era su hermana y pese a que Cersei no tenía igual en su cabeza, Rhaella hera bellísima pese a las monstruosas huellas de heridas que el malviviente del Rey había dejado en ella. Nuevamente, la frustración se reflejó en el escondido rostro de Jaime, que apretó el puño que tenía apoyado en la tierra. "Es un monstruo..." murmuró, refiriéndose a Aerys. Curiosamente su voz estaba medio quebrada, como si estuviera a punto de llorar o profundamente amargado. Ese monstruo gobernaba sobre los Siete Reinos, y lastimaba buenos hombres y mujeres solo por sus viles deseos.

Se irguió, evitando mirar a la mujer por educación y pudor. "Lamento de verdad la intromisión, Majestad... si considera que debo ser castigado, estoy dispuesto a recibir dicho castigo." Su inexperiencia también hablaba por él allí, por ser el mas joven de los miembros de la Guardia. Se quedó mirando la puerta del pabellón, sin atreverse a hacer ningún movimiento.