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Que al pasado no nuble el futuro | FB, Cassella Fowler
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Que al pasado no nuble el futuro | FB, Cassella Fowler
Año 282, Lanza del Sol. Mañana.
El Martell era considerado alguien lejano a sus súbditos. No era inaccesible, para nada, pero resultaba raro que se lo viera conferenciando largamente con vasallos. No por eso él descuidaba sus tareas o les negara audiencias, pero las soluciones le venían de prisa intentando sesgar al mínimo su objetividad. Otro dato objetivo que jugaba a su favor: la falta de gente. Al ser pocos señores feudales, en Dorne no había muchos problemas que él tuviera que atender personalmente. Por otro lado los dornienses, fueran de piedra, arena o sal; adoraban su independencia y solían resolver sus inconvenientes y rencillas por ellos mismos.
Pero eso quería decir que había una cosa esencial que había que cultivar: Las buenas relaciones. De nuevo, Doran pecaba a veces de lejano y la incipiente enfermedad de la gota lo alejaba más de sus gentes, pero aun así se mantenía interesado por saber que ocurría en Dorne. Era su responsabilidad y dicha responsabilidad se extendía a las generaciones futuras, y justamente pensando en el futuro era que el Príncipe había invitado a los herederos de las grandes familias a Lanza del Sol para que visitaran el castillo y para que conferenciaran con él en particular. Desde hacía años que había desarrollado un cariño particular por la inocencia de los jóvenes, niños que no sabían lo que el mundo les deparaba. Observarlos en los Jardines de Agua y escuchar sus reflexiones, pero debía concentrarse en los que serían importantes para sus tierras.
Ese día caluroso de primavera el Príncipe esperaba a Lady Cassella Fowler, Heredera de Maron Fowler, Señor de Dominio del Cielo y el Guardián del Paso del Príncipe. Muchas cosas había escuchado de la muchacha y esperaba que al menos la mitad fueran ciertas. Doran estaba erguido, ignorando el escozor en sus rodillas producto de la gota y todo en contra de las recomendaciones de Caleote… pero no podía permitirse ser visto cansado y sentado en una silla todo el tiempo. Frente a él había una serie de cartas, y un tablero de Cyvasse listo para ser empezado. Comía un par de aceitunas de forma pensativa, siempre acompañado por la sombra de Areo Hotah, que lo contemplaba desde una esquina del jardín de piedra interior del castillo, que resultaba fresco debido a su arquitectura de angulosos arcos y por estar posicionado frente a la costa marítima.
Caleote hizo acto de presencia para anunciar que la dama había, finalmente, arribado a Lanza del Sol. A veces Doran se preguntaba por qué el Maestre cumplía algunas tareas que no le correspondían por obligación, como llevar un recuento de la gente que entraba y salía de Lanza del Sol y anunciárselo. El Martell sospechaba que se trataba de una forma de estar cerca de él por su condición. “Haced pasar a Lady Fowler, que no tiene por qué esperar luego de un viaje largo.” El desierto era benigno con sus hijos, los dornienses, pero no dejaba de ser cansador.
El Martell era considerado alguien lejano a sus súbditos. No era inaccesible, para nada, pero resultaba raro que se lo viera conferenciando largamente con vasallos. No por eso él descuidaba sus tareas o les negara audiencias, pero las soluciones le venían de prisa intentando sesgar al mínimo su objetividad. Otro dato objetivo que jugaba a su favor: la falta de gente. Al ser pocos señores feudales, en Dorne no había muchos problemas que él tuviera que atender personalmente. Por otro lado los dornienses, fueran de piedra, arena o sal; adoraban su independencia y solían resolver sus inconvenientes y rencillas por ellos mismos.
Pero eso quería decir que había una cosa esencial que había que cultivar: Las buenas relaciones. De nuevo, Doran pecaba a veces de lejano y la incipiente enfermedad de la gota lo alejaba más de sus gentes, pero aun así se mantenía interesado por saber que ocurría en Dorne. Era su responsabilidad y dicha responsabilidad se extendía a las generaciones futuras, y justamente pensando en el futuro era que el Príncipe había invitado a los herederos de las grandes familias a Lanza del Sol para que visitaran el castillo y para que conferenciaran con él en particular. Desde hacía años que había desarrollado un cariño particular por la inocencia de los jóvenes, niños que no sabían lo que el mundo les deparaba. Observarlos en los Jardines de Agua y escuchar sus reflexiones, pero debía concentrarse en los que serían importantes para sus tierras.
Ese día caluroso de primavera el Príncipe esperaba a Lady Cassella Fowler, Heredera de Maron Fowler, Señor de Dominio del Cielo y el Guardián del Paso del Príncipe. Muchas cosas había escuchado de la muchacha y esperaba que al menos la mitad fueran ciertas. Doran estaba erguido, ignorando el escozor en sus rodillas producto de la gota y todo en contra de las recomendaciones de Caleote… pero no podía permitirse ser visto cansado y sentado en una silla todo el tiempo. Frente a él había una serie de cartas, y un tablero de Cyvasse listo para ser empezado. Comía un par de aceitunas de forma pensativa, siempre acompañado por la sombra de Areo Hotah, que lo contemplaba desde una esquina del jardín de piedra interior del castillo, que resultaba fresco debido a su arquitectura de angulosos arcos y por estar posicionado frente a la costa marítima.
Caleote hizo acto de presencia para anunciar que la dama había, finalmente, arribado a Lanza del Sol. A veces Doran se preguntaba por qué el Maestre cumplía algunas tareas que no le correspondían por obligación, como llevar un recuento de la gente que entraba y salía de Lanza del Sol y anunciárselo. El Martell sospechaba que se trataba de una forma de estar cerca de él por su condición. “Haced pasar a Lady Fowler, que no tiene por qué esperar luego de un viaje largo.” El desierto era benigno con sus hijos, los dornienses, pero no dejaba de ser cansador.
Doran Martell
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