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The world is a small place. [Jolene Mallister]
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The world is a small place. [Jolene Mallister]
Día I del Mes VIII
Había tenido suerte hace algunos días de salvarme de aquella comitiva dorniense. Para mi fortuna, me había quedado con toda la comida y había salido ileso. Tuvimos que compartir la mitad con el muchacho y su madre, pero valió la pena. Sin embargo, comenzaban a agotarse sus suministros y debíamos conseguir compañeros de crimen para nuestro siguiente atraco.
Mhyra desmontó y yo la seguí por atrás. Habíamos acordado que nos sentaríamos en mesas diferentes por seguridad. Si alguien nos reconocía, era mejor estar distanciados, así en caso de que a uno le atraparan, el otro tendría posibilidad de escapar. Ya pasó tiempo desde nuestro primer robo y comenzaban a conocernos por la zona, ya no era seguro para nosotros ponernos a vista de todos en un lugar público, sino más bien, pasar desapercibidos.
La taberna tenía pinta de estar abarrotada. Y comprobé adentro que mis sospechas eran ciertas. Todas las mesas estaban ocupadas. Por lo que tuvimos que permanecer de pie, merodeando los pasillos e intentando de encontrar algún sujeto o grupo que tuviera pinta o fama de bandidos. Mi siguiente atraco sería en grande, por lo que nuestro aliado debía ser prometedor. Estaba cansado de robar pequeñeces para sobrevivir algunos días y tener un futuro incierto. Quería tener algo seguro, y comenzar a construir algo de lo que podamos conseguir oro. Y también, me desagradaba la idea de robar. Pero era necesaria.
Pedí una cerveza y me apoyé en la barra. Tenía a Mhyra vigilada; debía estar preparado en cualquier caso. Cubría mi cabeza con una especie de capucha que se deprendía de mi abrigo de cuero. Era lo único que había conservado -además de un anillo- de mi antigua vida. Intenté de no pensar en ello. Debía estar alerta, no disperso en mi mente. Eché un vistazo general a mi alrededor; nada prometedor por el momento. Sólo restaba esperar.
Mhyra desmontó y yo la seguí por atrás. Habíamos acordado que nos sentaríamos en mesas diferentes por seguridad. Si alguien nos reconocía, era mejor estar distanciados, así en caso de que a uno le atraparan, el otro tendría posibilidad de escapar. Ya pasó tiempo desde nuestro primer robo y comenzaban a conocernos por la zona, ya no era seguro para nosotros ponernos a vista de todos en un lugar público, sino más bien, pasar desapercibidos.
La taberna tenía pinta de estar abarrotada. Y comprobé adentro que mis sospechas eran ciertas. Todas las mesas estaban ocupadas. Por lo que tuvimos que permanecer de pie, merodeando los pasillos e intentando de encontrar algún sujeto o grupo que tuviera pinta o fama de bandidos. Mi siguiente atraco sería en grande, por lo que nuestro aliado debía ser prometedor. Estaba cansado de robar pequeñeces para sobrevivir algunos días y tener un futuro incierto. Quería tener algo seguro, y comenzar a construir algo de lo que podamos conseguir oro. Y también, me desagradaba la idea de robar. Pero era necesaria.
Pedí una cerveza y me apoyé en la barra. Tenía a Mhyra vigilada; debía estar preparado en cualquier caso. Cubría mi cabeza con una especie de capucha que se deprendía de mi abrigo de cuero. Era lo único que había conservado -además de un anillo- de mi antigua vida. Intenté de no pensar en ello. Debía estar alerta, no disperso en mi mente. Eché un vistazo general a mi alrededor; nada prometedor por el momento. Sólo restaba esperar.
Re: The world is a small place. [Jolene Mallister]
The world is a small place
No podía quitarse de encima aquel olor a alcohol, sudor y perfume barato que la perseguía allá donde se dirigiese. Pasar tanto tiempo de nuevo en una fortaleza la había vuelto a habituar a los aromas dulces que desprendían los jardines y las damas, pero ahora que volvía a mezclarse entre las clases más bajas todo volvía a apestar. Especialmente aquella taberna, donde todos los olores se entremezclaban.
La muchacha se movía con suma agilidad entre la gente, esquivando a unos y a otros mientras hacía equilibrios para que el hidromiel no se derramara. En más de una ocasión habían intentado hacerse con su vaso en un despiste, o enredarla en algunos de esos bailes que recorrían el lugar entre saltos y gritos, y hasta en cierto momento se había visto tentada de dejarse llevar. Pero no lo hizo. No estaba allí para divertirse -a veces se le olvidaba-, sino para hablar y conocer a gente que tuviese sus mismos intereses o, al menos, pudiera serle de utilidad.
Recorrió con la vista la taberna de un extremo a otro, buscando algún sitio libre, pero no lo encontró, así que se dirigió directamente a la barra intentando dar los menos rodeos posibles. Buscó algún recoveco por el que colarse, y cuando al fin logró atravesar la muchedumbre encontró algo mucho mejor: una cara conocida. O eso creía. No podía estar del todo segura, apenas alcanzó a verle el rostro un instante antes de que este voltease y quedase oculto tras una capucha.
No le costó reconocer dónde había visto antes a aquel tipo. Recordaba su cara, recordaba su apellido. Era el mismo que hacía un mes le había robado a Cassella. La chica esbozó una gran sonrisa victoriosa y sus ojos resplandecieron vigorosos. Avanzó hacia donde se encontraba el hombre y se posicionó a su lado. Al principio ni siquiera le dirigió la mirada. Dio un gran trago, y rezó a los Siete por que fuera la persona que le había parecido ver y no una mala jugada de su mente. Tomó fuerzas para iniciar aquella conversación.
—Hola —exclamó, ahora sí, fijando sus ojos claros en el desconocido con una gran curva en sus labios mientras, apoyada sobre la barra, jugaba con su vaso.
Había un pequeño detalle que no le había pasado desapercibido. Aquel día en el que habían tenido la mala suerte de cruzarse con aquel hombre en el desierto, este le había pedido piedad a la Fowler por su familia. Pero ahora estaba solo, en una taberna. ¿No tenía dinero para alimentar a los suyos pero sí para sentarse a beber? Ja. Algo no le olía bien, y esta vez no se trataba del hedor maloliente que se respiraba en el antro.
La muchacha se movía con suma agilidad entre la gente, esquivando a unos y a otros mientras hacía equilibrios para que el hidromiel no se derramara. En más de una ocasión habían intentado hacerse con su vaso en un despiste, o enredarla en algunos de esos bailes que recorrían el lugar entre saltos y gritos, y hasta en cierto momento se había visto tentada de dejarse llevar. Pero no lo hizo. No estaba allí para divertirse -a veces se le olvidaba-, sino para hablar y conocer a gente que tuviese sus mismos intereses o, al menos, pudiera serle de utilidad.
Recorrió con la vista la taberna de un extremo a otro, buscando algún sitio libre, pero no lo encontró, así que se dirigió directamente a la barra intentando dar los menos rodeos posibles. Buscó algún recoveco por el que colarse, y cuando al fin logró atravesar la muchedumbre encontró algo mucho mejor: una cara conocida. O eso creía. No podía estar del todo segura, apenas alcanzó a verle el rostro un instante antes de que este voltease y quedase oculto tras una capucha.
No le costó reconocer dónde había visto antes a aquel tipo. Recordaba su cara, recordaba su apellido. Era el mismo que hacía un mes le había robado a Cassella. La chica esbozó una gran sonrisa victoriosa y sus ojos resplandecieron vigorosos. Avanzó hacia donde se encontraba el hombre y se posicionó a su lado. Al principio ni siquiera le dirigió la mirada. Dio un gran trago, y rezó a los Siete por que fuera la persona que le había parecido ver y no una mala jugada de su mente. Tomó fuerzas para iniciar aquella conversación.
—Hola —exclamó, ahora sí, fijando sus ojos claros en el desconocido con una gran curva en sus labios mientras, apoyada sobre la barra, jugaba con su vaso.
Había un pequeño detalle que no le había pasado desapercibido. Aquel día en el que habían tenido la mala suerte de cruzarse con aquel hombre en el desierto, este le había pedido piedad a la Fowler por su familia. Pero ahora estaba solo, en una taberna. ¿No tenía dinero para alimentar a los suyos pero sí para sentarse a beber? Ja. Algo no le olía bien, y esta vez no se trataba del hedor maloliente que se respiraba en el antro.
Día I Mes VIII Año 284
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