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Antigua — Año 282
Ya entrada la noche, un navío con el emblema de la casa Lannister había llegado a Antigua desde las costas de Occidente.
La leona venía sola, había tenido que ser así. Damon y su hijo iban a acompañarla en aquel viaje, pero su marido se había negado a abandonar Roca Casterly, con la esperanza de que Ella se quedara con él. Pero en cuanto la mujer soltó aquel iré con o sin ti, el león sabía que no se echaría atrás. Durante un par de años se había atrevido a encararla, pero a estar alturas sabía que era inútil, así que dejó que marchara. Sin embargo, no cedió a que Damion fuera con ella.
Ella estaba decidida a visitar Antigua porque ansiaba desde hacía mucho tiempo ir allí, y por fin había encontrado una excusa para hacerlo, con o sin su marido. Amaba Roca Casterly, pero al mismo tiempo la hastiaba. Había nacido y crecido allí, pocos lugares habían visto sus ojos más allá de Occidente y Desembarco del Rey, y no estaba dispuesta a seguir enjaulada en aquel sitio por más tiempo. Quería conocer Poniente y a sus señores, y tanto aquella vieja ciudad como su nuevo lord la intrigaban.
La lady relucía como la luna en la penumbra, avanzando hacia la inmensa estructura que se alzaba ante ella mientras su vestido blanco se balanceaba a un lado y a otro. La Lannister no creía haber visto nunca un edificio más alto que aquel. No, no lo creía, estaba segura. Cuando llegó a las puertas del Faro ni siquiera podía alcanzar a ver la punta, solo la luz entorno a ella.
No obstante, no se entretuvo mucho en admirar la colosal torre, pospuso su visita para el día siguiente. Primero ordenó que le comunicasen a lord Hightower que estaba demasiado agotada por el viaje para un encuentro aquella noche, y luego se retiró a los aposentos que le habían preparado. Ella odiaba sentirse en la obligación de hacer algo, así que no tuvo el menor reparo en hacer esperar al lord hasta la mañana siguiente.
Antes de que los primeros rayos de sol empezaran a asomar, la leona insomne hizo honor a su título. Se dio un baño y luego se enfundó en un ceñido vestido rojo, pero aún entonces el amanecer seguía posponiendo su llegada. Peinó su cabellera dorada, y se deleitó con el olor a rosas que desprendía, no sin antes sonreír con ironía al espejo y pensar en lo ofensivo que sería que la confundieran con una Tyrell. No, nadie lo haría. Ostentaba los colores de su casa, con el orgullo altivo de los Lannister y rubíes decorando sus dedos y cuello en un alarde de riqueza.
No tardó mucho en hartarse de esperar. Apenas comió algo antes de abandonar aquella habitación y aventurarse a conocer el Faro por sí misma. Una doncella le preguntó si debía despertar a lord Hightower, pero la leona negó. A decir verdad, tampoco le preocupaba perderse. Avanzó por los pasillos de la torre, subiendo escaleras y más escaleras, con todos aquellos ojos curiosos siguiendo atentamente sus pasos.
♥ & ♥
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Año 282 | El Faro de Antigua
El poder traía nuevas cosas que atender. Durante su estadía en Essos había administrado los cofres de los Segundos Hijos y antes de eso había sido entrenado por Maestres para hacer cuentas y cálculos administrativos, pero con una razón: para ayudar a quien gobernaría Antigua a futuro, que sería Baelor Hightower. Pero las cosas habían cambiado drásticamente, puesto que ahora él era el Señor del Faro y no había un primo que le ayudara en nada. Estaba él… él, su intelecto y su astucia. A parte de los asuntos administrativos, había algo que era, quizás, mucho más interesante que requería su atención: Los Señores.
Con el paso de los días había recibido las felicitaciones, y condolencias en igual medida, por su nueva condición de muchas maneras. Cuervos y presencia de enviados, pero la mejor parte era ver a los señores en persona acudir ante él y dialogar lo más amigablemente posible. Los juramentados de los Hightower, sobre todo, fueron los primeros en asistir y en usar palabras bonitas y buenos deseos. Él sabía que eso si era sincero, puesto que Baelor había sido un completo mentecato como Señor del Faro. Más de todas las felicitaciones y lamentos la que llamó poderosamente la atención no fue la de un Noble del Dominio, sino de una Lady de Occidente.
Ella Lannister era una leona de la Roca, emparentada directamente con Lord Tywin. Se decía de ella que no era una dama con la cual se podía tontear y que era muy lúcida, que lo había sido desde que había tenido uso de razón. Muchas cosas se decían de la Lannister, y quizás demasiadas para ser una mujer normal y justamente por eso era que cuando recibió un cuervo del puño y letra de la susodicha, él alzó una ceja y sonrió levemente. ¿Qué interés tendría la fémina en él? Algo le dijo de inmediato que debería tener cuidado si la susodicha pisaba Antigua, pero era de muy mala educación negar una visita y menos a una noble de alta alcurnia.
El día que ella arribaría comenzó con él siendo notificado de que la mujer no pensaba ir al Faro en seguida, que estaba cansada y que descansaría en una taberna acorde a su condición de noble. Le llamó la atención que la Lannister viniera sola, sin su marido e hijo pero eso hablaba de algo: era una mujer muy independiente. Acostumbrado a las damas de carácter, el Señor de Antigua no hizo nada para impedirle a la leona que hiciera como quisiera esa noche, pero la mañana siguiente trajo más sorpresas respecto a Ella. Como si se tratara de un fantasma, la occidental no se mostró por el Faro en ningún momento de la mañana, aun cuando él ya estaba despierto. Garth atendió sus asuntos una vez que entendió que la Lannister no quería ser encontrada, pero la curiosidad no dejó de picarlo.
Finalmente un guardia le reportó que la occidental ya estaba en el faro moviéndose con total libertad. Él se rió entonces y decidió ir en persona a buscarla. Vestía una chaqueta gris de cuero acolchado y una camisa negra debajo, con un cinturón de hebilla de plata y varias torres que hacían de adorno sobre el buen cuero trabajado. El pantalón era blanco para honrar la indumentaria de su casa, y las botas también tenían punteras de acero, pero que no hacían ruido al caminar por estar revestidas del fino material de origen animal. Vigilancia, la espada ancestral de su casa, descansaba en la cadera del Señor como perenne amiga. Era un objeto que él valoraba más como símbolo que como otra cosa…
Caminando solo, encontró a la mujer en el tercer piso del Faro. Era imposible no verla con su escultural figura enfundada en un vestido escarlata y el oro adornando el resto. Él se detuvo en un arco de las escaleras y la observó con ojos entrecerrados mientras ella inspeccionaba tan atentamente. Se apoyó en la pared, descansando el hombro y habló en voz audible, profunda y característica de él. “Mi Lady, pensé que quizás os gustaría un guía por el Faro. Admiro vuestra voluntad para perderse en este enorme baluarte y por sobre todo, admiro vuestra libertad, pero yo quedaría como un pésimo anfitrión si no ofrezco, al menos, mis servicios.” Garth Hightower no era un Lord normal. Su concepción acerca de Poniente estaba muy teñida por la vida que había llevado en Essos y, por lo tanto, no trataba a sus iguales de la misma forma que… sus iguales a él. Le gustaba bromear, pero no burlarse… simplemente bromear, como había hecho con Ella.
Se acercó entonces, relajado y buscando los ojos de la rubia dama. Entonces se dio cuenta que, efectivamente, era una leona por su manera de observar. “Por más que ya sepa quién soy, me presento. Soy Garth Hightower… y solicito que tengáis la amabilidad de pasear conmigo.” Sus ojos grises se clavaron en los de su interlocutora y le tomó la mano con suavidad para besar el dorso como era costumbre.
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Antigua — Año 282
Le costaba reconocer que se había equivocado al juzgar aquella torre, la cual, si bien era la más alta que había visto nunca, la esperaba mucho más cerrada y estrecha. Pero no era así. Desde el interior era amplia, aunque, lógicamente, su longitud no se expandía, sino que se alzaba hasta el mismo cielo, al contrario que Roca Casterly y muchas otras fortalezas, que ocupaban una gran superficie. Aún así, seguía prefiriendo la típica edificación convencional, le resultaba mucho más cómodo moverse libremente en cualquier dirección que tener que pasar por una serie de pisos para llegar a una estancia en concreto. Se trataba de una construcción extraordinaria, imponente y colosal, sin duda, pero poco práctica a ojos de la Lannister. Para vivir en ella, al menos.
Advirtió al instante la presencia del joven, mas no la identificó como la del lord de Antigua hasta que este hubo hablado, fue entonces, y solo entonces, cuando desvió la mirada hacia él con cierta curiosidad. Dejó que hablara, con rostro casi inexpresivo.
—«Quedaría como un pésimo anfitrión»; «solicito que tengáis la amabilidad de pasear conmigo» —lo citó, haciendo hincapié en el quedaría de la primera frase y el solicito de la segunda, imitando aquella característica entonación galante de los hombres—. Sois sin duda un lord, Hightower —sentenció finalmente, en un halago con un leve deje sarcástico acompañado de una discreta sonrisa.
Señores siempre preocupados por la imagen que mostrarán, como, por otro lado, se esperaría de ellos. Esforzándose en emular el aspecto cortés e intachable de los personajes irreales sobre los que cantaban los bardos, por aquellos príncipes y caballeros por los que suspiraban las ladies más jóvenes. Ensayando la sonrisa, los gestos, las palabras de cortesía siempre recicladas con la seguridad que debe mostrar un lord. Ruego, solicito, más tarde exijo. Y así, aquella imagen idílica por la que tanto se esforzaban en sostener a ojos de los demás, se volvía ilusoria hasta desvanecerse cuando osabas acercarte demasiado.
—O al menos habláis como uno —añadió seguidamente—. ¿Lo sois?
Por supuesto que el hombre que tenía frente a ella ostentaba aquel título, pero lo que ella quería saber era si se adecuaba a aquel arquetipo que tenía en mente. Podía reconocer sin miedo que en ocasiones pecaba de prejuiciosa.
Por una vez, quiso equivocarse en sus suposiciones. Esperaba del nuevo Señor del Faro algo más que el clásico lord convencional. No porque tuviese altas expectativas en alguien de quien sabía poco más que el nombre, sino porque ya estaba al tanto de su estancia en Essos. Debía haber visto y conocido muchas más culturas que la mayoría de señores de Poniente; más que ella. Algo habría aprendido y adoptado de tierras extranjeras, lo que a ojos de la leona le daba un toque de aire fresco a lo que estaba acostumbrada: Señores que jamás habían abandonado sus amados castillos si no era para librar la estúpida guerra de un gran señor para así conservar la cabeza y regresar nuevamente a sus castillos.
Advirtió al instante la presencia del joven, mas no la identificó como la del lord de Antigua hasta que este hubo hablado, fue entonces, y solo entonces, cuando desvió la mirada hacia él con cierta curiosidad. Dejó que hablara, con rostro casi inexpresivo.
—«Quedaría como un pésimo anfitrión»; «solicito que tengáis la amabilidad de pasear conmigo» —lo citó, haciendo hincapié en el quedaría de la primera frase y el solicito de la segunda, imitando aquella característica entonación galante de los hombres—. Sois sin duda un lord, Hightower —sentenció finalmente, en un halago con un leve deje sarcástico acompañado de una discreta sonrisa.
Señores siempre preocupados por la imagen que mostrarán, como, por otro lado, se esperaría de ellos. Esforzándose en emular el aspecto cortés e intachable de los personajes irreales sobre los que cantaban los bardos, por aquellos príncipes y caballeros por los que suspiraban las ladies más jóvenes. Ensayando la sonrisa, los gestos, las palabras de cortesía siempre recicladas con la seguridad que debe mostrar un lord. Ruego, solicito, más tarde exijo. Y así, aquella imagen idílica por la que tanto se esforzaban en sostener a ojos de los demás, se volvía ilusoria hasta desvanecerse cuando osabas acercarte demasiado.
—O al menos habláis como uno —añadió seguidamente—. ¿Lo sois?
Por supuesto que el hombre que tenía frente a ella ostentaba aquel título, pero lo que ella quería saber era si se adecuaba a aquel arquetipo que tenía en mente. Podía reconocer sin miedo que en ocasiones pecaba de prejuiciosa.
Por una vez, quiso equivocarse en sus suposiciones. Esperaba del nuevo Señor del Faro algo más que el clásico lord convencional. No porque tuviese altas expectativas en alguien de quien sabía poco más que el nombre, sino porque ya estaba al tanto de su estancia en Essos. Debía haber visto y conocido muchas más culturas que la mayoría de señores de Poniente; más que ella. Algo habría aprendido y adoptado de tierras extranjeras, lo que a ojos de la leona le daba un toque de aire fresco a lo que estaba acostumbrada: Señores que jamás habían abandonado sus amados castillos si no era para librar la estúpida guerra de un gran señor para así conservar la cabeza y regresar nuevamente a sus castillos.
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Año 282 | El Faro de Antigua
No se sorprendió al corroborar una cosa: Ella Lannister era una rareza de dama. La entonación que usó de sus propias palabras, digna forma de burlarse en parte de él, le dio la pauta inmediata de aquello. Garth enarcó una ceja ante la afirmación, inspeccionando cuidadosamente a la mujer. Se trataba de una dama segura de sí misma, arrogante incluso… y que tenía motivos para serlo. Después de todo, su belleza no estaba aplacada por el paso del tiempo y el hijo que había dado a luz, probablemente producto de un linaje admirable y los cuidados personales. Miraba a los ojos y no tenía expresiones que pudieran ser legibles con la mirada, dando cuenta de un controlado lenguaje corporal.
“En primer lugar, Mi Lady, parece que primero afirmáis que soy un Lord… pero luego lo ponéis en duda, eso es algo curioso cuanto menos.” Comenzó, alzando levemente una ceja y colocando ambas manos en su espalda, manteniéndose a distancia educada de ella, pero mirándola con atención. El sol se filtraba por una ventana y los rayos daban en el costado de su rostro y en la melena dorada de su interlocutora. “Lo que me lleva a pensar que estáis preguntando “¿En que aspecto sois Lord?” o “¿Hasta cuanto de Lord sois?” Jugó con las palabras antes de mirar por la ventana y respirar el aire fresco. “Un Lord sabe que la cortesía no pasa de moda, es como una historia que se repite de forma indefinida. No la hace buena el contenido necesariamente, sino el narrador, y eso le puede responder cualquier bardo ambulante.”
Sonrió levemente pensando en la comparación entre señores y bufones antes de girar su cabeza de nuevo para encarar a la Lannister. “Para no aburriros, sí. Soy un Señor si hablamos de cortesía, pero lo demás… lo demás os invito a averiguarlo vos misma. Soy el peor juez de mí mismo a pesar de encontrar errores en mi forma de actuar y pensar.” Hizo una pausa y paladeó sus palabras, para luego chasquear de forma imperceptible la lengua. “¿Entonces… sería una ofensa que ofreciera escoltarla o una oportunidad para que descubra que tan Señor soy?” Tras lo cual le tendió el brazo. Los ojos grises del Hightower brillaban con una mezcla de desafío e insondable intención.
De una forma o de otra, el Torrenegra se adelantó para comenzar a hablar. “Agradezco vuestra visita. Inesperada, sobre todo debido a vuestra… falta de compañía. Digno de las mujeres de las Ciudades Libres quizás, pero poco común en tierras de los ándalos.” Él en su vida de mercenario había visto cosas muy fascinantes en las Bastardas Pendencieras de Valyria, entre ellas el poder que podían ostentar los individuos del sexo femenino. Mucho más que algunos hombres incluso, sobre todo en Volantis y Lys. En Braavos las cortesanas tenían tanto poder sobre la información que la compañía de cada una de ellas era tan o más cara que una tropilla de caballos de guerra, además de ser intocables para los agentes violentos.
Luego estaba el episodio del poder femenino relacionado… a algo más físico, que Garth prefería olvidar en un manto de ropajes color fuego.
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Antigua — Año 282
Afirmaba que era un lord porque vestía como un lord, se comportaba como un lord, ostentaba el título de lord. Pero no por ello se adecuaba necesariamente a la imagen que tenía Ella de un lord, por eso, luego de afirmarlo de primeras, había acabado poniéndolo en duda. Pero no interrumpió el discurso del Hightower, quien pronto se explicó mejor y probó que sabía a qué se estaba refiriendo la leona, a lo que esta, complacida, esbozó una sonrisa mientras sus ojos lo seguían atentamente.
Solo estaba en desacuerdo con una cosa. Ni siquiera una cosa, un matiz: la cortesía no era una moda. Se llevaba arrastrando desde hacía siglos. Es más, se atrevería a asegurar que se trataba de un requisito indispensable en un lord. Claro que el joven tal vez ni siquiera había reparado en aquel detalle, y era ella quien analizaba en demasía cada palabra. Pero tenía razón. "No la hace buena el contenido necesariamente, sino el narrador". Lo cierto es que Ella le concedía más importancia al contenido que a la forma, aunque del mismo modo disfrutaba del arte de la oratoria, de los mensajes crípticos, el lenguaje literario, el uso de metáforas. Porque, a veces, la forma podía revelarte lo que el contenido trata de ocultar, del mismo modo que los pequeños gestos traicionan a las palabras.
Aún así, no objetó nada, limitándose a añadir un simple comentario.
—No subestiméis a los bardos —le advirtió en tono burlón, aunque no pretendía ser sarcasmo. La Lannister admiraba a aquel que dedicaba su vida a viajar y a conocer historias que luego transmitir a otros a través del arte: la música y, una vez más, las palabras. Fueran ciertas o no.
Cuando el Señor de Antigua respondió a su pregunta clavó la mirada en sus ojos grises, tratando de ver la verdad, o la mentira, en ellos. ¿Era falsa humildad? A la leona realmente le asqueaba, tal vez por eso los Lannister despertaban tanta envidia y tanto odio: se mostraban como eran, poderosos y orgullosos. No había falsa humildad en ellos. Y aunque muchos no quisieran creerlo, tras los escudos de acero cubiertos de pan de oro de los señores de Lannister, y la exquisita joyería y riqueza de vestidos tras las leonas, había algo más que simple apariencia. No por nada eran una de las casas más poderosas de Poniente. Por supuesto que eran orgullosos, tenían motivos para serlo.
Aquella tenue sonrisa no se borró del rostro de la dama, quien aceptó la propuesta del Hightower y tomó su brazo para acompañarle.
—¿A las mujeres de las Ciudades Libres sus maridos no las llevan de la correa? —Preguntó con fingida sorpresa, sin ningún filtro ni finura en sus palabras. Aquel era un tema que, como mujer de alta cuna educada para ser la lady ideal, la crispaba bastante. Luego, sin embargo, recuperó un todo de voz mucho más serio y sincero—. Si las mujeres de Poniente no dan un paso sin un hombre es porque no se les tiene permitido y, de hacerlo, serán juzgadas por ello. —Era el caso de las señoras regentes, y de toda aquella mujer que ocupase cierto cargo o estatus, como sucedía con la Querida del Rey, nacida en una casa vasalla de los Targaryen.
—El miedo es el mejor arma que posee el hombre para domesticar a un animal —añadió después. Por supuesto, ella no rebajaba a la mujer al nivel de un animal, pero era así cómo se las veía (no solo entre los caballeros, sino también entre las ladies; así eran educadas). Efectivamente, eran arrastradas con una correa, como mascotas, allá donde la voluntad de su señor las dirigiese. Y si no obedecían... solo hay una forma de educar a un animal salvaje, y aquella era la peor de todas.
Solo estaba en desacuerdo con una cosa. Ni siquiera una cosa, un matiz: la cortesía no era una moda. Se llevaba arrastrando desde hacía siglos. Es más, se atrevería a asegurar que se trataba de un requisito indispensable en un lord. Claro que el joven tal vez ni siquiera había reparado en aquel detalle, y era ella quien analizaba en demasía cada palabra. Pero tenía razón. "No la hace buena el contenido necesariamente, sino el narrador". Lo cierto es que Ella le concedía más importancia al contenido que a la forma, aunque del mismo modo disfrutaba del arte de la oratoria, de los mensajes crípticos, el lenguaje literario, el uso de metáforas. Porque, a veces, la forma podía revelarte lo que el contenido trata de ocultar, del mismo modo que los pequeños gestos traicionan a las palabras.
Aún así, no objetó nada, limitándose a añadir un simple comentario.
—No subestiméis a los bardos —le advirtió en tono burlón, aunque no pretendía ser sarcasmo. La Lannister admiraba a aquel que dedicaba su vida a viajar y a conocer historias que luego transmitir a otros a través del arte: la música y, una vez más, las palabras. Fueran ciertas o no.
Cuando el Señor de Antigua respondió a su pregunta clavó la mirada en sus ojos grises, tratando de ver la verdad, o la mentira, en ellos. ¿Era falsa humildad? A la leona realmente le asqueaba, tal vez por eso los Lannister despertaban tanta envidia y tanto odio: se mostraban como eran, poderosos y orgullosos. No había falsa humildad en ellos. Y aunque muchos no quisieran creerlo, tras los escudos de acero cubiertos de pan de oro de los señores de Lannister, y la exquisita joyería y riqueza de vestidos tras las leonas, había algo más que simple apariencia. No por nada eran una de las casas más poderosas de Poniente. Por supuesto que eran orgullosos, tenían motivos para serlo.
Aquella tenue sonrisa no se borró del rostro de la dama, quien aceptó la propuesta del Hightower y tomó su brazo para acompañarle.
—¿A las mujeres de las Ciudades Libres sus maridos no las llevan de la correa? —Preguntó con fingida sorpresa, sin ningún filtro ni finura en sus palabras. Aquel era un tema que, como mujer de alta cuna educada para ser la lady ideal, la crispaba bastante. Luego, sin embargo, recuperó un todo de voz mucho más serio y sincero—. Si las mujeres de Poniente no dan un paso sin un hombre es porque no se les tiene permitido y, de hacerlo, serán juzgadas por ello. —Era el caso de las señoras regentes, y de toda aquella mujer que ocupase cierto cargo o estatus, como sucedía con la Querida del Rey, nacida en una casa vasalla de los Targaryen.
—El miedo es el mejor arma que posee el hombre para domesticar a un animal —añadió después. Por supuesto, ella no rebajaba a la mujer al nivel de un animal, pero era así cómo se las veía (no solo entre los caballeros, sino también entre las ladies; así eran educadas). Efectivamente, eran arrastradas con una correa, como mascotas, allá donde la voluntad de su señor las dirigiese. Y si no obedecían... solo hay una forma de educar a un animal salvaje, y aquella era la peor de todas.
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Re: Going up | FB
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Año 282 | El Faro de Antigua
“Jamás lo haría, y hacéis bien en señalarlo…” respondió en seguida el Hightower ante la leve reprimenda, o llamado de atención, de la mujer. Se giró levemente para mirar por sobre los hombros y continuar caminando con paso lento y tranquilo, pero seguro. Estaban paseando después de todo, y a pesar de que Garth conocía el Faro casi por completo, salvo por algún rincón ocasional, lo que ahora estaba descubriendo era la psique de una dama particular. De a poco, claro, no pretendería conocerla intercambiando dos palabras y eso, en todo caso, sería insultarla.
Se rió abiertamente ante la pregunta de su interlocutora, pero no de forma exagerada, sino de buena gana. “No. De hecho, es más común en Essos ver mujeres encadenando hombres, ya sea por cuestiones matrimoniales como por el lucrativo negocio de la esclavitud. No quiero decir con esto que tengan mas poder que los hombres, oh… para nada. Pero no tengo ningún recato en decir que la autoridad y las libertades que tienen las essossis solo son comparables a las tierras de los dornienses en los Siete Reinos.” Pero había, obviamente, sociedades que giraban alrededor de los hombres y de sus caprichos… para empezar, el Mar Dothraki y sus pueblos salvajes.
“Vuelvo sobre el ejemplo dorniense, que es la excepción. Al menos en Poniente tenemos el orgullo de ostentar damas capaces de empuñar las armas y títulos sin vergüenza a ser humilladas y a eso tenemos que agradecérselo a Nymeria de Rhoyne.” Había verdadera admiración en la profunda voz del dominiense, que luego de aquello se detuvo frente a un amplio ventanal desde donde se podía ver el Canal del Sonido Susurrante y los navíos que salían e ingresaban al Puerto. “Sin embargo, al Norte de Dorne ha habido casos de damas que domesticaron el miedo, y también a sus respectivos… hombres.” La miró a los ojos de forma significativa, como dándole a entender que había escuchado hablar de ella y de su carácter… se decía que su marido no ostentaba autoridad alguna sobre ella, y el hecho de que estuviera sola en Antigua solo ayudaba a confirmar lo dicho.
“Cambiando brevemente de tema: ¿Conocéis la historia del Faro y de cómo fue construido? Mejor dicho… ¿De quién lo construyó?” Estaba seguro que había escuchado las leyendas, así que continuó para no importunarla. “Una de las razones por las cuales se cree que efectivamente fue Brandon el Constructor el que tuvo algo que ver con el diseño de la Torre es que ésta cuenta con un sistema de ascensores similares a los que hay en el Muro, obra que se le adjudica al mencionado.” Y al decir aquello caminó con ella del brazo hasta una saliente en el centro de la Torre en donde había varias columnas que encerraban los mencionados mecanismos.
“Muchos Maestres han estudiado estas poleas, pero la fecha exacta de su construcción se les escapa… ah, y ¿Por qué os señalo esto? Porque si queréis podemos subir uno tras otro los pisos de mi hogar, pero es más sencillo bajarlos y, además, quisiera que pudiérais visitar el punto más alto del Mundo.” Refiriéndose al lugar donde ardía el fuego del Faro, que efectivamente era donde el hombre había construido con la intención de tocar los cielos. “A menos que temáis a las alturas, claro.” Se encogió de hombros con una leve sonrisa y al ver que la leona no solo le sostuvo la mirada sino que fue ella la que subió primero a la plataforma de madera, asintió e hizo lo propio.
El espacio no era estrecho, porque también se usaba para transportar provisiones o muebles, pero el mecanismo si bien era efectivo también era lento. “Volviendo al tema, en Essos tengo entendido que hay sociedades que mezclan elementos del predominio masculino con el femenino. Tomemos el caso del Patrimonio de Hyrkoon, por ejemplo, y sus ciudades Kayakayanaya, Shamyriana y Bayasabhad; donde pocos hombres se los permite crecer hasta ser… hombres completos, y las mujeres están encargadas de proteger y mantener el orden de la región. Luchan como soldados y están entrenadas para asesinar a los más salvajes enemigos. Es una relación particular entre los sexos, para calificarlo de alguna forma.”
El Torrenegra no era solo un guerrero. Había leído muchísimo en su infancia y temprana adolescencia, además de haberse interesado por la cultura de los pueblos de Essos cuando viajó y prestó sus servicios en dicho continente.
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Antigua — Año 282
Mujeres encadenando hombres, domesticándolos, empuñando armas... Sin duda Essos parecía otro mundo. Dorne también, pero de este ya tenía una idea previa. En cambio, el continente al otro lado del Mar Angosto era para la leona todo un misterio. Por supuesto, había oído muchas cosas de él, pero la mayoría de ellas le olían a simples leyendas, y Ella se mantenía escéptica. Hasta el propio discurso del Hightower sobre el rol de la mujer fuera de Poniente también parecía un mito, pero en este caso había algo que le aportaba mayor veracidad, y es que ella misma había sido testigo de algunas de aquellas mujeres excepcionales. La más cercana, su espada juramentada.
Sus labios dibujaron una curva de satisfacción.
—De modo que, entonces, podemos decir que la mujer está plenamente capacitada para llevar el rol que tradicionalmente en Poniente se le atribuye a los hombres —sentenció a modo de conclusión. No obstante, quería asegurarse de que el Hightower lo veía del mismo modo, y deslizó la mirada esmeralda hacia este—. ¿No es así?
Aún así, imaginar a féminas adoptando aquellos roles seguía siendo aún demasiado utópico. No recibían la preparación necesaria para echarse a las armas, ni tampoco tenían la posibilidad de acceder a todo el conocimiento, que se reservaba para aquellos varones que deseaban ejercer como maestres. No, la educación de una dama estaba enfocada a otras artes, todas ellas para satisfacer a reyes, príncipes, caballeros y señores. Las posibilidades de una variaban en función de su apellido y beldad. Aún así, no era algo por lo que la leona se lamentase demasiado. Las propias mujeres, en su ignorancia y misoginia interiorizada, eran unas ilusas despreciándose e infravalorándose entre ellas, e incluso a sí mismas. Pero Ella no compartía aquella visión. Oh, no. La Lannister era plenamente consciente no solo de las limitaciones que se le imponían por su condición de dama, sino también de cuáles eran sus propias armas, y sabía muy bien cómo utilizarlas.
Seguía los pasos del dominiense, deslizándose con el ritmo lento y elegante de un felino y la atención puesta en sus palabras, mientras jugaba a otear con curiosidad muy bien disimulada las estancias que atravesaban.
—Un discurso muy interesante, lord Hightower —lo elogió, con aquellas ideas divagando en su cabeza.
En ocasiones, la leona de Roca Casterly disfrutaba más escuchando a aquellos que tenían algo que aportar que compartiendo en voz alta sus propios pensamientos. Sentir que su interlocutor dominaba más el tema era una sensación que amaba y odiaba a partes iguales, y en aquel momento se encontraba ante aquella situación. Sin duda, aquel joven había conocido más culturas de primera mano que ella.
—Me encantaría corroborar en persona todo lo que relatáis, y he oído, acerca de Essos. Pero me temo que como muy lejos me quedaría en Dorne —confesó, más para sí misma que para el lord. Aún así, le restó importancia, no le gustaba lamentarse. La razón por la que no emprendería un viaje fuera de Poniente no era por falta de coraje, sino por cuestiones externas a ella.
Se aventuró a subirse en la plataforma, no sin antes fijar la mirada, desafiante, en el Señor de Antigua.
—No les temo —negó con una sonrisa confiada. Sus gestos no delataban ansia, por algo se caracterizaba por un gran autocontrol y aparente calma; y sin embargo, las palabras del dominiense no hacían sino alimentar su curiosidad. Siempre tenía aquella sensación cuando estaba apunto de descubrir o ver algo nuevo, desde que era pequeña, solo que en la actualidad había aprendido a camuflar su efusividad. Ella Lannister no era conocida por ser una mujer que dejase al descubierto sus emociones.
Paseó distraídamente los dedos finos por su cabellera dorada, con las hebras de oro acariciando y enredándose en sus uñas largas. Nuevamente escuchó al lord, pero esta vez no estaba dispuesta a seguirlo en su conversación, por lo que tomó aire y cambió descaradamente el hilo de aquella charla.
—¿Estabais muy unido a lord Baelor Hightower? —Indagó con la mirada clavada en sus ojos grises, como si pudiese sacar de ellos la verdad. O la mentira. Y en esta ocasión, no se molestó en disimular su interés. A la leona no le gustaba perder el tiempo caminando en círculos cuando tenía claro desde el principio cuál era su destino.
Sus labios dibujaron una curva de satisfacción.
—De modo que, entonces, podemos decir que la mujer está plenamente capacitada para llevar el rol que tradicionalmente en Poniente se le atribuye a los hombres —sentenció a modo de conclusión. No obstante, quería asegurarse de que el Hightower lo veía del mismo modo, y deslizó la mirada esmeralda hacia este—. ¿No es así?
Aún así, imaginar a féminas adoptando aquellos roles seguía siendo aún demasiado utópico. No recibían la preparación necesaria para echarse a las armas, ni tampoco tenían la posibilidad de acceder a todo el conocimiento, que se reservaba para aquellos varones que deseaban ejercer como maestres. No, la educación de una dama estaba enfocada a otras artes, todas ellas para satisfacer a reyes, príncipes, caballeros y señores. Las posibilidades de una variaban en función de su apellido y beldad. Aún así, no era algo por lo que la leona se lamentase demasiado. Las propias mujeres, en su ignorancia y misoginia interiorizada, eran unas ilusas despreciándose e infravalorándose entre ellas, e incluso a sí mismas. Pero Ella no compartía aquella visión. Oh, no. La Lannister era plenamente consciente no solo de las limitaciones que se le imponían por su condición de dama, sino también de cuáles eran sus propias armas, y sabía muy bien cómo utilizarlas.
Seguía los pasos del dominiense, deslizándose con el ritmo lento y elegante de un felino y la atención puesta en sus palabras, mientras jugaba a otear con curiosidad muy bien disimulada las estancias que atravesaban.
—Un discurso muy interesante, lord Hightower —lo elogió, con aquellas ideas divagando en su cabeza.
En ocasiones, la leona de Roca Casterly disfrutaba más escuchando a aquellos que tenían algo que aportar que compartiendo en voz alta sus propios pensamientos. Sentir que su interlocutor dominaba más el tema era una sensación que amaba y odiaba a partes iguales, y en aquel momento se encontraba ante aquella situación. Sin duda, aquel joven había conocido más culturas de primera mano que ella.
—Me encantaría corroborar en persona todo lo que relatáis, y he oído, acerca de Essos. Pero me temo que como muy lejos me quedaría en Dorne —confesó, más para sí misma que para el lord. Aún así, le restó importancia, no le gustaba lamentarse. La razón por la que no emprendería un viaje fuera de Poniente no era por falta de coraje, sino por cuestiones externas a ella.
Se aventuró a subirse en la plataforma, no sin antes fijar la mirada, desafiante, en el Señor de Antigua.
—No les temo —negó con una sonrisa confiada. Sus gestos no delataban ansia, por algo se caracterizaba por un gran autocontrol y aparente calma; y sin embargo, las palabras del dominiense no hacían sino alimentar su curiosidad. Siempre tenía aquella sensación cuando estaba apunto de descubrir o ver algo nuevo, desde que era pequeña, solo que en la actualidad había aprendido a camuflar su efusividad. Ella Lannister no era conocida por ser una mujer que dejase al descubierto sus emociones.
Paseó distraídamente los dedos finos por su cabellera dorada, con las hebras de oro acariciando y enredándose en sus uñas largas. Nuevamente escuchó al lord, pero esta vez no estaba dispuesta a seguirlo en su conversación, por lo que tomó aire y cambió descaradamente el hilo de aquella charla.
—¿Estabais muy unido a lord Baelor Hightower? —Indagó con la mirada clavada en sus ojos grises, como si pudiese sacar de ellos la verdad. O la mentira. Y en esta ocasión, no se molestó en disimular su interés. A la leona no le gustaba perder el tiempo caminando en círculos cuando tenía claro desde el principio cuál era su destino.
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Going UP | FB
Año 282 | El Faro de Antigua
Ellla Lannister tenía más similitudes con una esfinge que con una leona. Garth arribó a esa conclusión en el momento en que la occidental le preguntó a él lo que pensaba sobre la posición de las mujeres y no como las había visto en Essos. Además, lo había hecho con un deje completamente perezoso, como si estuviera concentrada en otra cosa al mismo tiempo que en su intercambio de palabras, y el andar propio de un felino se congraciaba perfecto con los gestos femeninos de la dama de la Roca. La combinación era perfecta para evocar a una de las estatuas que descansaban en las puertas de los bancos o de edificaciones importantes en todo Essos e, incluso, allí en Antigua a la entrada del Cuartel del Escriba de la Ciudadela.
“Teóricamente sí.” Alegó sin duda alguna el Señor del Faro, una vez estuvieron en el elevador de poleas, constatando que Ella no temía a las alturas o a la extraña sensación de moverse sin hacerlo, similar al que provocaba una embarcación en altamar. “Lejos está Poniente de ver a las mujeres como se ven en el continente aledaño, pero es teóricamente posible. El sexo femenino no es inferior en capacidad al masculino y nuestra propia historia ha demostrado que las damas a las que se le ha dado una oportunidad han hecho grandes cosas, incluso superiores a las obras de muchos hombres. Basta mirar a Nymeria, Rhaenyra o la bondadosa reina Alysanne.” Ladeó apenas el rostro, pensativo. Buenas o malas, correctas o equivocadas… las damas debían tener la oportunidad de probarse. Quizás la formación de Garth entre libros en su niñez era lo que más lo influenciaba a pensar así.
Pero a medida que subieron sintió que la leona no tenía demasiado interés en seguir la conversación. ¿Quizás por frustración al no conocer a lo que él se refería? Y luego de un encantador gesto con sus largas uñas acariciando la densa melena de oro, el Torrenegra se vio interpelado en un tema sensible. Luego de la pregunta de la Lannister, Garth se giró para encararla por completo, manteniéndole la mirada con una media sonrisa, acostumbrada en él a esas alturas. La estudió, por lo menos un minuto, buscando en esos ojos esmeraldas alguna pista de segundas intenciones… pero la mujer era, además, prácticamente insondable. “No. No éramos unidos.” La voz profunda del dominiense ahora estaba despojada de toda diversión. “En la niñez, quizás. Pero a medida que crecíamos las rivalidades se volvieron más acentuadas, y luego él probó ser un inepto.” No tenía empacho en decirlo. Durante el breve gobierno de Baelor, Antigua había sufrido… eso no era novedad.
Las cadenas los habían elevado, por fin, hasta el piso más alto del Faro. Allí donde él tenía su habitación y su estudio personal, pero más importante… allí estaba la vista más elevada del Mundo Conocido, incluso más elevada que desde el Muro. Salió al pasillo, volviéndole a ofrecer el brazo y los guardias se pusieron en firmes, disciplinados cual estatuas. “Vos sois una esfinge, Ella Lannister” declaró de repente el Hightower, enigmático. “Hacéis preguntas, pero a su vez sóis insondable. Me pregunto si habéis venido hasta el Faro con el simple objetivo de indagar sobre mi ascenso a Señor de Antigua…” esa sugerencia era un tanteo de terreno, pero no de forma agresiva. Estaba jugando el juego.
“Lo que me lleva a haceros la pregunta de forma directa. ¿Qué buscáis aquí?¿Que buscáis de mi persona?” estaba claro que la mujer prefería las conversaciones directas, y eso hizo. Ingresaron al estudio del Hightower, que contaba con una gran biblioteca adosada a la pared, y otro mueble lleno de pergaminos y mapas en la otra. Dos escritorios amplios había en cada extremo de la habitación y uno más que los cruzaba… tras éste estaba el ventanal y el balcón. A la izquierda había un arco de entrada que llevaba a la recámara de Garth. Las riquezas Hightower eran completamente visibles en ese estudio, puesto que las alfombras eran de tejido Pentosi, las cortinas myrenses y los cuadros tyroshis. Los colores de madera oscura, dorado y gris eran los más abundantes en una armonía que parecía intentar mantenerse lo más posible. “¿Vino?” preguntó el anfitrión, dirigiéndose al mueble donde guardaba el alcohol, de diversas cepas por supuesto.
Re: Going up | FB
Going up
Antigua — Año 282
Nymeria, Rhaenyra, Alysanne. No era necesario remontarse tan atrás, a nombres ya gastados que habían sido repetidos hasta la saciedad. Muchas mujeres capaces habitaban actualmente Poniente, a la sombra de algún lord. Les susurraban al oído, los dirigían hacia donde ellas deseaban que caminasen, y, si eran lo suficientemente astutas, les hacían creer que eran ellos quienes tomaban las decisiones. Eso era justo lo que ella llevaba haciendo durante años con Damon. Los hombres eran demasiado orgullosos para permitir que la voz de una mujer sonase sobre la de ellos, y precisamente era eso lo que les impedía ver cuando una dama sembraba una duda, o una idea, en su mente, atribuyéndosela más tarde con orgullo como propia. La leona había aprendido con ello mejor que nadie que ser subestimado, más que una ofensa, era el arma perfecta para hacer creer al contrario que él posee el control, lo que a su vez lo convierte en una víctima fácil de manipular. Para su desgracia, el recién nombrado Señor del Faro no parecía ser una de esas personas.
Le sorprendió que el joven la encarase directamente apenas el nombre del antiguo lord Hightower fue pronunciado, aunque no más que su respuesta. Directa, nítida. La leona, no obstante, se mantuvo hierática, sin el menor gesto de sorpresa o de incomodidad ante el prolongado silencio que precedió a la ansiada respuesta. Sin embargo, cuando el lord aludió con frialdad a la ineptitud de Baelor, el brillo en los ojos de la Lannister la delató.
—Supongo que entonces no necesitaréis que os dé el pésame —espetó finalmente—. Si no manteníais lazos afectivos con vuestro primo, imagino que debe resultar cansado atender a las condolencias que recibís desde que regresasteis a Antigua.
La leona insomne era una persona muy empática. No solo era capaz de ponerse a ella en el lugar de otros, sino de comprender cómo estos debían sentirse o pensar estando en su situación. Y no dudaba en usar la empatía como un arma para crear cierta cercanía y confianza entre ella y la otra persona, en este caso, Garth Hightower.
Al fin habían llegado al último piso, justo cuando el comentario del lord consiguió sorprenderla por segunda vez. Siguió sus pasos, mientras escuchaba qué tenía que decir. Pensaba que solo iba a arrojar sobre ella una lluvia de halagos, pero las palabras que sobrevinieron después fueron muy diferentes a las que esperaba, y mucho más interesantes, dirigiendo el foco de la conversación a un punto en el que la leona aún no había reparado. ¿Indagar sobre su ascenso a Señor de Antigua? Aún no había hablado de nada de eso, únicamente hubo preguntado por su relación con su primo. En cambio, ahora aquella pequeña indiscreción en las palabras del lord la tenía intrigada. El dominiense estaba yendo dos pasos por delante de ella.
La respuesta de la mujer se demoró unos segundos, apenas lo que tardó en dirigirse a la primera ventana que encontró en el estudio del Hightower. Se asomó para contemplar las vistas desde allí, como desde hacía años quería hacer, como tantas veces se había imaginado que serían. Y sin embargo, ni su imaginación había alcanzado a retratar un paisaje tan imponente y sobrecogedor. Nunca antes había estado frente a unas vistas que lograran quitarle el aliento.
—Vine aquí por Antigua, no por su lord. Vos solo sois mi excusa —respondió, casi arrastrando las palabras, aún distraída con la panorámica que ofrecía el Faro. Cuando le volvió la espalda al ventanal, fue para rechazar la invitación del dominiense—. ¿Ya me queréis emborrachar? —Lo increpó—. No os preocupéis por mí, bebed solo para celebrar vuestro ascenso, lord Hightower —Dijo retomando aquel punto que habían dejado colgado momentos antes, acompañando aquel poco sutil comentario con una leve reverencia en señal de respeto. Todo, claro, desde la mofa.
Le sorprendió que el joven la encarase directamente apenas el nombre del antiguo lord Hightower fue pronunciado, aunque no más que su respuesta. Directa, nítida. La leona, no obstante, se mantuvo hierática, sin el menor gesto de sorpresa o de incomodidad ante el prolongado silencio que precedió a la ansiada respuesta. Sin embargo, cuando el lord aludió con frialdad a la ineptitud de Baelor, el brillo en los ojos de la Lannister la delató.
—Supongo que entonces no necesitaréis que os dé el pésame —espetó finalmente—. Si no manteníais lazos afectivos con vuestro primo, imagino que debe resultar cansado atender a las condolencias que recibís desde que regresasteis a Antigua.
La leona insomne era una persona muy empática. No solo era capaz de ponerse a ella en el lugar de otros, sino de comprender cómo estos debían sentirse o pensar estando en su situación. Y no dudaba en usar la empatía como un arma para crear cierta cercanía y confianza entre ella y la otra persona, en este caso, Garth Hightower.
Al fin habían llegado al último piso, justo cuando el comentario del lord consiguió sorprenderla por segunda vez. Siguió sus pasos, mientras escuchaba qué tenía que decir. Pensaba que solo iba a arrojar sobre ella una lluvia de halagos, pero las palabras que sobrevinieron después fueron muy diferentes a las que esperaba, y mucho más interesantes, dirigiendo el foco de la conversación a un punto en el que la leona aún no había reparado. ¿Indagar sobre su ascenso a Señor de Antigua? Aún no había hablado de nada de eso, únicamente hubo preguntado por su relación con su primo. En cambio, ahora aquella pequeña indiscreción en las palabras del lord la tenía intrigada. El dominiense estaba yendo dos pasos por delante de ella.
La respuesta de la mujer se demoró unos segundos, apenas lo que tardó en dirigirse a la primera ventana que encontró en el estudio del Hightower. Se asomó para contemplar las vistas desde allí, como desde hacía años quería hacer, como tantas veces se había imaginado que serían. Y sin embargo, ni su imaginación había alcanzado a retratar un paisaje tan imponente y sobrecogedor. Nunca antes había estado frente a unas vistas que lograran quitarle el aliento.
—Vine aquí por Antigua, no por su lord. Vos solo sois mi excusa —respondió, casi arrastrando las palabras, aún distraída con la panorámica que ofrecía el Faro. Cuando le volvió la espalda al ventanal, fue para rechazar la invitación del dominiense—. ¿Ya me queréis emborrachar? —Lo increpó—. No os preocupéis por mí, bebed solo para celebrar vuestro ascenso, lord Hightower —Dijo retomando aquel punto que habían dejado colgado momentos antes, acompañando aquel poco sutil comentario con una leve reverencia en señal de respeto. Todo, claro, desde la mofa.
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