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El último rugido | FB | Soliloquio
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El último rugido | FB | Soliloquio
El último rugido
Roca Casterly | Funeral de Tywin Lannister
Hacía tiempo desde la última vez que había habido tanto revuelo en las tierras del oeste. Desde la llegada de aquella epidemia, el ambiente se había vuelto denso. Los lores se habían refugiado en sus fortalezas, y nadie quería aventurarse a salir por miedo a contagiarse. Era, por otro lado, lo más sensato. También inútil. La enfermedad había llegado a Occidente, era un hecho, y ningún muro podía detenerla. Nadie podía huir de ella, ni siquiera el gran león.
Aquella buena mañana, las ratas tanto pequeñas como grandes habían empezado a salir de sus escondrijos para acudir al funeral de Tywin Lannister. Ella estaba allí porque sabía que su ausencia como una de los leones se haría de notar, así que no le quedaba de otra que ir. Aún así, lo retrasó todo lo que pudo, y esperó a que la gran masa de vasallos provenientes de todos los territorios de Occidente abandonara el lugar. Damon, como primo del difunto león, había estado allí el primero junto a su hijo, con lo que cuando la Lannister decidió acercarse lo hizo sola.
Dos guardias custodiaban las puertas de la inmensa sala en la que reposaba el cadáver, tranquila y callada. La Lannister esperaba ver a alguien allí, pero solo encontró fantasmas. Observó en la distancia aquel cuerpo pálido y enfermo mientras lo rodeaba. Podía parecer que fuese a cobrar vida en cualquier momento, pero Ella sabía que aquel hombre había muerto mucho antes que aquel día. Desde el instante en el que empezó a mostrar los primeros síntomas, ni los mejores maestres lograron detener la enfermedad de quien un día fue mano del Rey. Al parecer al Desconocido poco le importaban títulos y linajes.
Todos presumían de la astucia e inteligencia del gran león, pero en aquel momento había algo que a la mujer se le estaba escapando: Tyrion Lannister, el enano, era ahora el heredero. O eso había creído hasta que unas horas antes había llegado a sus oídos que dicho lugar lo ocuparía su hermana, como así había decidido su padre. Ciertamente, un enano deforme no traería la mejor reputación a su casa, pero era un Lannister después de todo, el único hijo varón -vivo- de Tywin. ¿Por qué razón se había asegurado antes de su muerte de que la heredera fuese Cersei? Comprometida con un joven de Lannisport cuyo nombre ni siquiera recordaba.
Lo mejor para los Lannister, se repitió, como tantas veces había oído de boca de su padre, de su marido, del mismo Tywin. ¿Eso era lo mejor para los Lannister? ¿Dos cachorros intentando guiar una manada? Al menos de haber sido el enano una persona adulta habría tomado ese rol temporalmente y se encargaría de guiarle hasta asegurarse de que estuviera preparado. Pero aquellos dos se consideraban adultos, y no contaban con la experiencia. ¿Quién les guiaría a ellos? ¿Contarían con el apoyo de sus vasallos? No. Si eran inteligentes, no: los cimientos de la casa Lannister residían en el viejo león. Ahora que había entonado su último rugido, ¿quién se aseguraría de mantener en pie aquello por lo que tanto había luchado?
El ruido de sus pasos quebraron el silencio de la estancia, y con lentitud se dirigió a la salida. No sabía qué era exactamente aquello que rondaba por la cabeza del león, pero si había decidido apostar por aquella niña y su futuro marido, a ella no le quedaba otra que aceptarlo y apoyar su decisión. La muerte de Tywin Lannister solo vaticinaba una tormenta aún más grande de la que había traído consigo la epidemia. Aquellos que ahora ocuparían su lugar iban a necesitar el apoyo y la ayuda de los suyos.
Aquella buena mañana, las ratas tanto pequeñas como grandes habían empezado a salir de sus escondrijos para acudir al funeral de Tywin Lannister. Ella estaba allí porque sabía que su ausencia como una de los leones se haría de notar, así que no le quedaba de otra que ir. Aún así, lo retrasó todo lo que pudo, y esperó a que la gran masa de vasallos provenientes de todos los territorios de Occidente abandonara el lugar. Damon, como primo del difunto león, había estado allí el primero junto a su hijo, con lo que cuando la Lannister decidió acercarse lo hizo sola.
Dos guardias custodiaban las puertas de la inmensa sala en la que reposaba el cadáver, tranquila y callada. La Lannister esperaba ver a alguien allí, pero solo encontró fantasmas. Observó en la distancia aquel cuerpo pálido y enfermo mientras lo rodeaba. Podía parecer que fuese a cobrar vida en cualquier momento, pero Ella sabía que aquel hombre había muerto mucho antes que aquel día. Desde el instante en el que empezó a mostrar los primeros síntomas, ni los mejores maestres lograron detener la enfermedad de quien un día fue mano del Rey. Al parecer al Desconocido poco le importaban títulos y linajes.
Todos presumían de la astucia e inteligencia del gran león, pero en aquel momento había algo que a la mujer se le estaba escapando: Tyrion Lannister, el enano, era ahora el heredero. O eso había creído hasta que unas horas antes había llegado a sus oídos que dicho lugar lo ocuparía su hermana, como así había decidido su padre. Ciertamente, un enano deforme no traería la mejor reputación a su casa, pero era un Lannister después de todo, el único hijo varón -vivo- de Tywin. ¿Por qué razón se había asegurado antes de su muerte de que la heredera fuese Cersei? Comprometida con un joven de Lannisport cuyo nombre ni siquiera recordaba.
Lo mejor para los Lannister, se repitió, como tantas veces había oído de boca de su padre, de su marido, del mismo Tywin. ¿Eso era lo mejor para los Lannister? ¿Dos cachorros intentando guiar una manada? Al menos de haber sido el enano una persona adulta habría tomado ese rol temporalmente y se encargaría de guiarle hasta asegurarse de que estuviera preparado. Pero aquellos dos se consideraban adultos, y no contaban con la experiencia. ¿Quién les guiaría a ellos? ¿Contarían con el apoyo de sus vasallos? No. Si eran inteligentes, no: los cimientos de la casa Lannister residían en el viejo león. Ahora que había entonado su último rugido, ¿quién se aseguraría de mantener en pie aquello por lo que tanto había luchado?
El ruido de sus pasos quebraron el silencio de la estancia, y con lentitud se dirigió a la salida. No sabía qué era exactamente aquello que rondaba por la cabeza del león, pero si había decidido apostar por aquella niña y su futuro marido, a ella no le quedaba otra que aceptarlo y apoyar su decisión. La muerte de Tywin Lannister solo vaticinaba una tormenta aún más grande de la que había traído consigo la epidemia. Aquellos que ahora ocuparían su lugar iban a necesitar el apoyo y la ayuda de los suyos.
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