Casting de Priscila Belmore.

Prometida.

La palabra resonaba en el interior de su cabeza de perfectos bucles dorados. Sabía que su edad era la propicia para contraer matrimonio y no era tan tonta como para creer que su madre tomaría en cuenta sus opiniones o que permitirían que se sometiera a un enlace que no fuera ventajoso. Lo que no terminaba de creer era que fuera a convertirse, de un modo u otro, en princesa. Sí, sabía que Viserys no era el heredero legítimo para algunos, pero también sabía que tenía otros apoyos. Sabía de la existencia de aquellos que repudiaban al pequeño Aegon, hijo del fallecido príncipe Rhaegar. Nunca se había imaginado a sí misma como la futura reina de Poniente.

Reina Priscila. Alteza. Majestad.

Esos podían ser los nombres que se le atribuirían en un futuro, tras su enlace. Una extraña sensación se apoderó de ella, mezcla de nerviosismo, ansiedad y anticipación. Nunca había ansiado nada parecido a lo que iba a obtener. No era avariciosa, no necesitaba grandes cosas y, de pronto, se daba cuenta de que pronto podría tenerlo todo. Lo que habría querido y lo que no. Todavía no podía comprender qué habría tenido que hacer su madre para convencer al Rey Aerys de que el matrimonio entre sus dos hijos era buena idea. Sabía que no era la única doncella en Poniente en edad adecuada para convertirse en la esposa del Príncipe Viserys. No creía tener nada que la hiciera especial o diferente al resto. Y sin embargo, allí estaba, en sus aposentos después de haber recibido la noticia. Todavía no sabía si sentirse feliz o no. Lo que sí se sentía era preocupada. Estaba preocupada por no ser lo que se esperase de ella, ya no solo para su madre —a quien llevaba años deseando hacer sentir orgullosa—, sino también para el Rey y, sobre todo, para el Príncipe.

Temor.

Las emociones iniciales se vieron sustituidas por el miedo a fracasar. Comprendió que si, llegado el momento, Viserys ascendía al Trono de Hierro y ella estaba a su lado, recaería sobre sus hombros la responsabilidad de engendrar descendencia. ¿Y si no era capaz de quedarse en estado? Sabía que había mujeres que no podían tener hijos y eso, en su posición, sería terrible. Acarició su vientre con una mano, el lugar en el que probablemente crecería el futuro de la generación Targaryen. Tuvo la necesidad de acostarse en el lecho, ya no por dormir sino porque la situación resultaba demasiado abrumadora como para que no tuviera efecto en ella.