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SOLILOQUIO | Cygnus
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SOLILOQUIO | Cygnus
Cygnus
Día XXI | Mes II | Año 282
Todo en ella es hermoso. Su mirada es sincera; sus gestos, gráciles. Ella es belleza. A veces, incluso, su rostro pálido se ilumina cuando sus labios carnosos esbozan una sonrisa. Clava sus pies desnudos en la tierra, aunque sus ojos siguen buscando figuras en la nubes.
Me pregunto qué pasará, ingenua niña de cabellos claros, cuando descubran que el mármol que viste tu piel no hace sino relucir más cuando es amenazado con fuego. Qué pasará cuando poco a poco tus huesos, las utopías que te sostenían, se quiebren. Tal vez la realidad pudra también tus órganos o, en el mejor de los casos, solo tu corazón.
Me pregunto qué pasará cuando arranquen las plumas del cisne, cuando su admiración por él les empuje en su ambición, cuando esa mera belleza superficial y efímera sea insuficiente y su deseo sea tal que realmente anhelen poseerlo, utilizarlo.
Sería una pena desperdiciar una moneda tan cara.
Me pregunto qué pasará cuando descubran que no hay ni cisne ni la belleza que tanto codiciaban, solo trozos de mármol y las cenizas de utopías pisoteadas.
Me pregunto qué pasará, ingenua niña de cabellos claros, cuando descubran que el mármol que viste tu piel no hace sino relucir más cuando es amenazado con fuego. Qué pasará cuando poco a poco tus huesos, las utopías que te sostenían, se quiebren. Tal vez la realidad pudra también tus órganos o, en el mejor de los casos, solo tu corazón.
Me pregunto qué pasará cuando arranquen las plumas del cisne, cuando su admiración por él les empuje en su ambición, cuando esa mera belleza superficial y efímera sea insuficiente y su deseo sea tal que realmente anhelen poseerlo, utilizarlo.
Sería una pena desperdiciar una moneda tan cara.
Me pregunto qué pasará cuando descubran que no hay ni cisne ni la belleza que tanto codiciaban, solo trozos de mármol y las cenizas de utopías pisoteadas.
SOLILOQUIO | Cygnus (II)
Cygnus (II)
Día I | Mes VII | Año 282
«Se escuchan disparos de cerca, muy cerca. Todos huyen asustados. Otros, en cambio, se rebelan.
Ella se refugia bajo el agua mientras trata de limpiar su piel. Está sucia, pero nadie lo ve. ¿Lo olerán? Sus órganos empiezan a descomponerse lenta y tácitamente. Su sangre es ácida y quema los tejidos hasta penetrar en los huesos de mármol.
Ya no hay plumas que cubran una piel cenicienta. No hay cisne; nunca lo hubo. Las escamas se clavan en su piel y la desgarran, pero la carne se descompone. No podrá sostenerse eternamente.
Hincó sus garras entre escama y escama, tratando de arrancarlas aun cuando sangrase, mas fue inútil, tanto como el veneno que de sus ojos escapaba, incapaz de llevarse consigo toda esa rabia que sentía y que tan solo aceleraba el proceso de putrefacción de su corazón.»
La joven cerró los ojos y hundió su cuerpo en el agua gélida. Desde dentro los sonidos no se escuchaban con la misma claridad. Ya apenas lograba oír de fondo el sonido que provenía del exterior de la fortaleza. Tampoco de dentro. Su hermano había salido; su madre también. Era consciente de ello. Estaba sola.
Diez segundos.
Podría ignorar las escamas, podría ignorar su piel sucia y arrancar directamente su corazón. Esa decisión solo le correspondía a ella. Pero no podía limpiar su sangre, y esta ardía. La quemaba por dentro.
Veinticinco segundos.
¿Debería, entonces, resignarse?
Cuarenta segundos.
“Entregarse a la negligencia”, meditó.
Un minuto.
Dudó por un instante. Aún estaba a tiempo.
Un minuto, veinte segundos.
Nadie abrirá las puertas. “Lo sabes”, se dijo.
Un minuto, cuarenta segundos.
Silencio.
Un minuto, cincuenta segundos.
…
Daerys abrió los ojos y en un impulso sacó desesperadamente la cabeza de las aguas en busca de aire. El oxígeno entró en sus pulmones en el acto, pero también líquido. Tosió seguidamente, aferrándose con fuerza a los bordes de la tina. El ruidoso sonido de las puertas al ser golpeadas con fuerza no tardó en manifestarse. Desde el exterior varios criados clamaban su nombre, pero no era tan tonta, antes se había asegurado de cerrarlas.
Por suerte no tardó en recomponerse y expulsar el agua de su cuerpo, y entonces el miedo se desvaneció.
Ella se refugia bajo el agua mientras trata de limpiar su piel. Está sucia, pero nadie lo ve. ¿Lo olerán? Sus órganos empiezan a descomponerse lenta y tácitamente. Su sangre es ácida y quema los tejidos hasta penetrar en los huesos de mármol.
Ya no hay plumas que cubran una piel cenicienta. No hay cisne; nunca lo hubo. Las escamas se clavan en su piel y la desgarran, pero la carne se descompone. No podrá sostenerse eternamente.
Hincó sus garras entre escama y escama, tratando de arrancarlas aun cuando sangrase, mas fue inútil, tanto como el veneno que de sus ojos escapaba, incapaz de llevarse consigo toda esa rabia que sentía y que tan solo aceleraba el proceso de putrefacción de su corazón.»
La joven cerró los ojos y hundió su cuerpo en el agua gélida. Desde dentro los sonidos no se escuchaban con la misma claridad. Ya apenas lograba oír de fondo el sonido que provenía del exterior de la fortaleza. Tampoco de dentro. Su hermano había salido; su madre también. Era consciente de ello. Estaba sola.
Diez segundos.
Podría ignorar las escamas, podría ignorar su piel sucia y arrancar directamente su corazón. Esa decisión solo le correspondía a ella. Pero no podía limpiar su sangre, y esta ardía. La quemaba por dentro.
Veinticinco segundos.
¿Debería, entonces, resignarse?
Cuarenta segundos.
“Entregarse a la negligencia”, meditó.
Un minuto.
Dudó por un instante. Aún estaba a tiempo.
Un minuto, veinte segundos.
Nadie abrirá las puertas. “Lo sabes”, se dijo.
Un minuto, cuarenta segundos.
Silencio.
Un minuto, cincuenta segundos.
…
Daerys abrió los ojos y en un impulso sacó desesperadamente la cabeza de las aguas en busca de aire. El oxígeno entró en sus pulmones en el acto, pero también líquido. Tosió seguidamente, aferrándose con fuerza a los bordes de la tina. El ruidoso sonido de las puertas al ser golpeadas con fuerza no tardó en manifestarse. Desde el exterior varios criados clamaban su nombre, pero no era tan tonta, antes se había asegurado de cerrarlas.
Por suerte no tardó en recomponerse y expulsar el agua de su cuerpo, y entonces el miedo se desvaneció.
¿Por suerte o por desgracia?
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