Rutas alternativas

No regresan las partidas de caza que envié al sur del muro. No hace falta ser muy inteligente para saber que algo ha salido mal, muy mal. Las mujeres se ponen nerviosas y los hombres violentos. Nadie en mi pueblo ve el fracaso como una opción y yo menos que nadie. Los lideres de las distintos grupos de caza con los que cuento se reúnen alrededor de mi mesa observándome, como lobos a la espera de ver una debilidad a la que sacar provecho.

Suspiro profundo haciendo girar mi cuchillo de caza entre mis dedos, por su empuñadura de hueso y decido no enviar otra partida hasta que las cosas se calmen un poco por esos lares. El dicho del Norte con respecto a no olvidar debe ser acallado en esta ocasión. Cuanto menos nos movamos por sus tierras ahora, más espero se confíen para otra ocasión.

Poniendo mis ojos sobre los pocos mapas que poseo desciendo mi vista por el mar, más allá de la bahía de las focas existe un confín de islas con casas mayores y menores abiertas al saqueo. Las más cercanas pueden estar en alerta sobre mis movimientos, dado que ya hice visitas a izquierda y derecha del mapa conocido por los sureños del otro lado del muro.

Debo bajar más, más profundamente en el sur hasta tierras donde mi nombre sea desconocido por ahora. Mi vista viaja por donde mi pueblo puede viajar en barco hasta dar con una bahía en cuyo centro se alzan tres pequeñas islas tan mar adentro que sera difícil para ellos recibir refuerzos del interior.

—Preparad los barcos, iremos aquí— Con un golpe rápido y seco, clavo mi cuchillo sobre el pergamino, marcando ante los lideres ahí reunidos el rumbo a trazar. Las Islas Hermanas verán pronto nuestras velas como un manto de muerte y destrucción sobre sus costas. Es un viaje largo y arduo, el más largo que habremos hecho en nuestra vida, pero si todo sale como lo voy pensando ahora, habrá merecido la pena.